XII

Sedientas las arenas, en la playa

sienten del sol los besos abrasados,

y no lejos, las ondas, siempre frescas,

ruedan pausadamente murmurando.

Pobres arenas, de mi suerte imagen:

no sé lo que me pasa al contemplaros,

pues como yo sufrís, secas y mudas,

el suplicio sin término de Tántalo.

Pero ¿quién sabe...? Acaso luzca un día

en que, salvando misteriosos límites,

avance el mar y hasta vosotras llegue

a apagar vuestra sed inextinguible.

¡Y quién sabe también si tras de tantos

siglos de ansias y anhelos imposibles,

saciará al fin su sed el alma ardiente

donde beben su amor los serafines!