[I]

Una tarde de abril, en que la tenue

llovizna triste humedecía en silencio

de las desiertas calles las baldosas,

mientras en los espacios resonaban

las campanas con lentas vibraciones,

dime a marchar, huyendo de mi sombra.

Bochornoso calor que enerva y rinde,

si se cierne en la altura la tormenta,

tornara el aire irrespirable y denso.

Y el alma ansiosa y anhelante el pecho

a impulsos del instinto iban buscando

puro aliento en la tierra y en el cielo.

Soplo mortal creyérase que había

dejado el mundo sin piedad desierto,

convirtiendo en sepulcro a Compostela.

Que en la santa ciudad, grave y vetusta,

no hay rumores que turben importunos

la paz ansiada en la apacible siesta.

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