XCI

Una cuerda tirante guarda mi seno

que al menor viento lanza siempre un gemido,

mas no repite nunca más que un sonido

monótono, vibrante, profundo y lleno.

Fue ayer y es hoy y siempre:

al abrir mi ventana

veo en Oriente amanecer la aurora,

después hundirse el sol en lontananza.

Van tantos años de esto

que cuando a muerto tocan,

yo no sé si es pecado, pero digo:

—¡Qué dichoso es el muerto, o qué dichosa!