XCII

¡No! No ha nacido para amar, sin duda,

ni tampoco ha nacido para odiar,

ya que el amor y el odio han lastimado

su corazón de una manera igual.

Como la dura roca

de algún arroyo solitario al pie,

inmóvil y olvidado anhelaría

ya vivir sin amar ni aborrecer.