XCVIII

¡Oh, gloria!, deidad vana cual todas las deidades

que en el orgullo humano tienen altar y asiento,

jamás te rendí culto, jamás mi frente altiva

se inclinó de tu trono ante el dosel soberbio.

En el dintel oscuro de mi pobre morada

no espero que detengas el breve alado pie;

porque jamás mi alma te persiguió en sus sueños,

ni de tu amor voluble quiso gustar la miel.

¡Cuántos te han alcanzado que no te merecían,

y cuántos cuyo nombre debiste hacer eterno,

en brazos del olvido más triste y más profundo

perdidos para siempre duermen el postrer sueño!

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