[II]

No maldigáis del que, ya ebrio, corre a beber con nuevo afán;

su eterna sed es quien le lleva hacia la fuente abrasadora,

cuanto más bebe, a beber más.

No murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida

quiere vivir y aun quiere amar;

la sed del beodo es insaciable, y la del alma lo es aún más.