[I]

Era la última noche,

la noche de las tristes despedidas,

y apenas si una lágrima empañaba

sus serenas pupilas.

Como el criado que deja

al amo que le hostiga,

arreglando su hatillo, murmuraba

casi con la emoción de la alegría:

—¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos

abandonar nuestras humildes tierras;

el duro pan que nos negó la patria,

por más que los extraños nos maltraten,

no ha de faltarnos en la patria ajena.

Y los hijos contentos se sonríen,

y la esposa, aunque triste, se consuela

con la firme esperanza

de que el que parte ha de volver por ella.

Pensar que han de partir, ése es el sueño

que da fuerza en su angustia a los que quedan;

cuánto en ti pueden padecer, oh, patria,

¡si ya tus hijos sin dolor te dejan!

Share on Twitter Share on Facebook