Salen ESCIPIÓN, y JUGURTA, y MARIO, romanos

ESCIPIÓN: En forma estoy contento en mirar cómo

 corresponde a mi gusto la ventura,

 y esta libre nación soberbia domo

 sin fuerzas, solamente con cordura.

 En viendo la ocasión, luego la tomo

 porque sé cuánto corre y se apresura,

 y si se pasa en cosas de la guerra,

 el crédito consume y vida atierra.

 Juzgábades a loco desvarío

 tener los enemigos encerrados,

 y que era mengua del romano brío

 no vencellos con modos más usados.

 Bien sé que lo habrán dicho; mas yo fío

 que los que fueron pláticos soldados

 dirán que es de tener en mayor cuenta

 la victoria que menos ensangrienta.

 ¿Qué gloria puede haber más levantada

 en las cosas de guerra que aquí digo

 que, sin quitar de su lugar la espada,

 vencer y sujetar al enemigo?

 Que cuando la victoria es granjeada

 con la sangre vertida del amigo,

 el gusto mengua que causar pudiera

 la que sin sangre tal ganada fuera.

Tocan una trompeta del muro de Numancia

JUGURTA: Oye, señor, que de Numancia suena

 el son de una trompeta, y me aseguro

 que decirte algo desde allá se ordena,

 pues el salir acá lo estorba el muro.

 Caravino se ha puesto en una almena

 y una señal ha hecho de seguro.

 Lleguémonos más cerca.

ESCIPIÓN: Ea, lleguemos.

 No más; que desde aquí lo entenderemos.

Pónese CARAVINO en la muralla, con una bandera o lanza en la mano, y dice

CARAVINO: ¡Romanos! ¡Ah, romanos! Puede acaso

 ser de vosotros esta voz oída?

MARIO: Puesto que más la bajes y hables paso,

 de cualquier tu razón será entendida.

CARAVINO: Decid al general que alargue el paso

 al foso, porque viene dirigida

 a él una embajada.

ESCIPIÓN: Dila presto,

 que yo soy Cipión.

CARAVINO: Escucha el resto.

 Dice Numancia, general prudente,

 que consideres bien que ha muchos años

 que entre la nuestra y tu romana gente

 dura los males de la guerra extraños,

 y que, por evitar que no se aumente

 la dura pestilencia de estos daños

 quiere, si tú quisieres, acaballa

 con una breve y singular batalla.

 Un soldado se ofrece de los nuestros

 a combatir cerrado en estacada

 con cualquiera esforzado de los vuestros,

 para acabar contienda tan trabada;

 y al que los hados fueren tan siniestros,

 que allí le dejen sin la vida amada,

 si fuere el nuestro, darémoste la tierra;

 si el tuyo fuere, acábese la guerra.

 Y por seguridad de este concierto,

 daremos a tu gusto las rehenes.

 Bien sé que en él vendrás, porque estás cierto,

 de los soldados que a tu cargo tienes,

 y sabes que el menor, a campo abierto,

 hará sudar el pecho, rostro y sienes

 al más aventajado de Numancia;

 ansí que está segura tu ganancia.

 Porque a la ejecución se venga luego,

 respóndeme, señor, si estás en ello.

ESCIPIÓN: Donaire es lo que dices, risa y juego,

 y loco el que pensase hacello.

 Usad el medio del humilde ruego,

 si queréis que se escape vuestro cuello

 de probar el rigor y filos diestros

 del romano cuchillo y brazos nuestros.

 La fiera que en la jaula está encerrada

 por su selvatiquez y fuerza dura,

 si puede allí con mano ser domada,

 y con el tiempo y medios de cordura,

 quien la dejase libre y desatada

 daría grandes muestras de locura.

 Bestias sois, y por tales encerradas

 os tengo donde habéis de ser domadas;

 mía será Numancia a pesar vuestro,

 sin que me cueste un mínimo soldado,

 y el que tenéis vosotros por más diestro,

 rompa por ese foso trincheado;

 y si en esto os parece que yo muestro

 un poco mi valor acobardado,

 el viento lleve agora esta vergüenza,

 y vuélvala la fama cuando venza.

Vanse ESCIPIÓN y los suyos, y dice CARAVINO

CARAVINO: ¿No escuchas más, cobarde? ¿Ya te escondes?

 ¿Enfádate la igual, justa batalla?

 Mal con tu nombradía correspondes;

 mal podrás de este modo sustentalla.

 En fin, como cobarde me respondes.

 Cobardes sois, romanos, vil canalla,

 en vuestra muchedumbre confïados,

 y no en los diestros brazos levantados.

 ¡Pérfidos, desleales, fementidos,

 crüeles, revoltosos y tiranos;

 cobardes, codiciosos, malnacidos,

 pertinaces, feroces y villanos;

 adúlteros, infames, conocidos

 por de industriosas mas cobardes manos!

 ¿Qué gloria alcanzaréis en darnos muerte,

 teniéndonos atados de esta suerte?

 En formado escuadrón o manga suelta,

 en la campaña rasa, do no pueda

 estorbar la mortal fiera revuelta

 el ancho foso y muro que la veda,

 será bien que, sin dar el pie la vuelta,

 y sin tener jamás la espada queda,

 ese ejército mucho bravo vuestro

 se viera con el poco flaco nuestro;

 mas como siempre estáis acostumbrados

 a vencer con ventajas y con mañas,

 estos conciertos, en valor fundados,

 no los admiten bien vuestras marañas;

 liebres en pieles fieras disfrazados,

 load y engrandeced vuestras hazañas,

 que espero en el gran Júpiter de veros

 sujetos a Numancia y a sus fueros.

Vase, y torna a salir fuera [CARAVINO] con TEÓGENES, MARANDRO, y otros

TEÓGENES: En términos nos tiene nuestra suerte,

 dulces amigos, que sería ventura

 de acabar nuestros daños con la muerte;

 por nuestro mal, por nuestra desventura,

 visteis del sacrificio el triste agüero,

 y a Marquino tragar la sepultura;

 el desafío no ha importado un cero;

 ¿de intentar, qué me queda? No lo siento.

 Uno es aceptar el fin postrero.

 Esta noche se muestre el ardimiento

 del numantino acelerado pecho,

 y póngase por obra nuestro intento.

 El enemigo muro sea deshecho;

 salgamos a morir a la campaña,

 y no como cobardes en estrecho.

 Bien sé que sólo sirve esta hazaña

 de que a nuestro morir se mude el modo,

 que con ella la muerte se acompaña.

CARAVINO: Con este parecer yo me acomodo.

 Morir quiero rompiendo el fuerte muro

 y deshacello por mi mano todo;

 mas tiéneme una cosa mal seguro:

 que si nuestras mujeres saben esto,

 de que no haremos nada os aseguro.

 Cuando otra vez tuvimos presupuesto

 de huírnos y dejallas, cada uno

 fïado en su caballo y vuelo presto,

 ellas, que el trato a ellas importuno

 supieron, al momento nos robaron

 los frenos, sin dejarnos sólo uno.

 Entonces el huír nos estorbaron,

 y ansí lo harán agora fácilmente,

 si las lágrimas muestran que mostraron.

MARANDRO: Nuestro designio a todas es patente;

 todas lo saben ya, y no queda alguna

 que no se queje de ello amargamente,

 y dicen que, en la buena o ruín fortuna,

 quieren en vida o muerte acompañarnos,

 aunque su compañia es importuna.

Entran cuatro MUJERES de Numancia, cada una con un niño en brazos y otros de las manos, y LIRA, doncella

 Veislas aquí do vienen a rogaros

 no las dejéis en tantos embarazos.

 Aunque seáis de acero, han de ablandaros.

 Los tiernos hijos vuestros en los brazos

 las tristes traen. ¿No veis con qué señales

 de amor les dan los últimos abrazos?

MUJER 1: Dulces señores míos, tras cien males,

 hasta aquí de Numancia padecidos,

 que son menores los que son mortales,

 y en los bienes también que ya son idos,

 siempre mostramos ser mujeres vuestras,

 y vosotros también nuestros maridos.

 ¿Por qué en las ocasiones tan siniestras

 que el cielo airado agora nos ofrece,

 nos dais de aquel amor tan cortas muestras?

 Hemos sabido, y claro se parece,

 que en las romanas manos arrojaros

 queréis, pues su rigor menos empiece,

 que no la hambre de que veis cercaros,

 de cuyas flacas manos desabridas

 por imposible tengo el escaparos.

 Peleando queréis dejar las vidas,

 y dejarnos también desamparadas,

 a deshonras y a muertes ofrecidas.

 Nuestro cuello ofreced a las espadas

 vuestras primero, que es mejor partido

 que vernos de enemigos deshonradas.

 Yo tengo en mi intención instituído

 que, si puedo, haré cuanto en mí fuere

 por morir do muriere mi marido.

 Esto mismo hará la que quisiere

 mostrar que no los miedos de la muerte

 estorban de querer a quien bien quiere,

 en buena o en mala, dulce, alegre suerte. 

MUJER 2: ¿Qué pensáis, varones claros?

 ¿Revolvéis aún todavía

 en la triste fantasía

 de dejarnos y ausentaros?

 ¿Queréis dejar, por ventura,

 a la romana arrogancia

 las vírgenes de Numancia

 para mayor desventura,

 y a los libres hijos vuestros

 queréis esclavos dejallos?

 ¿No será mejor ahogallos

 con los propios brazos vuestros?

 ¿Queréis hartar el deseo

 de la romana codicia,

 y que triunfe su injusticia

 de nuestro justo trofeo?

 ¿Serán por ajenas manos

 nuestras casas derribadas?

 Y las bodas esperadas,

 ¿hanlas de gozar romanos?

 En salir haréis error

 que acarrea cien mil yerros,

 porque dejáis sin los perros

 el ganado, y sin señor.

 Si al foso queréis salir,

 llevadnos en tal salida,

 porque tendremos por vida

 a vuestros lados morir.

 No apresuréis el camino

 al morir, porque su estambre

 cuidado tiene la hambre

 de cercenarla contino.

MUJER 3: Hijos de estas triste madres,

 ¿qué es esto? ¿Cómo no habláis

 y con lágrimas rogáis

 que no os dejen vuestros padres?

 Basta que la hambre insana

 os acabe con dolor,

 sin esperar el rigor

 de la aspereza romana.

 Decidles que os engendraron

 libres, y libres nacistes,

 y que vuestra madres tristes

 también libres os crïaron.

 Decidles que, pues la suerte

 nuestra va tan decaída,

 que, como os dieron la vida

 ansimismo os den la muerte.

 ¡Oh muros de esta ciudad!

 Si podéis hablar, decid

 y mil veces repetid,

 "¡Numantinos, libertad!"

 Los templos, las casas vuestras

 levantadas en concordia,

 hoy piden misericordia

 hijos y mujeres vuestras.

 Ablandad, claros varones,

 esos pechos diamantinos,

 y mostrad cual numantinos,

 amorosos corazones;

 que no por romper el muro

 se remedia un mal tamaño.

 Antes, en ellos está el daño

 más propincuo y más seguro.

LIRA: También las triste doncellas

 ponen en vuestra defensa

 el remedio de su ofensa

 y el alivio a sus querellas.

 No dejéis tan ricos robos

 a las codiciosas manos.

 Mirad que son los romanos

 hambrientos y fieros lobos.

 Desesperación notoria

 es ésta que hacer queréis,

 adonde sólo hallaréis

 breve muerte y larga gloria.

 Mas ya que salga mejor

 que yo pienso esta hazaña,

 ¿qué ciudad hay en España

 que quiera daros favor?

 Mi pobre ingenio os advierte

 que, si hacéis esta salida,

 al enemigo dais vida

 y a toda Numancia muerte.

 De vuestro acuerdo gentil

 los romanos burlarán;

 pero decidme, ¿qué harán

 tres mil con ochenta mil?

 Aunque tuviesen abiertos

 los muros y su defensa,

 seríades con ofensa

 mal vengados y bien muertos.

 Mejor es que la ventura

 o el daño que el cielo ordene

 o nos salve o nos condene

 de la vida o sepultura.

TEÓGENES: Limpian los ojos húmedos del llanto,

 mujeres tiernas, y tené entendido

 que vuestra angustia la sentimos tanto,

 que responde al amor nuestro subido.

 Ora crezca el dolor, ora el quebranto

 sea por nuestro bien disminuído,

 jamás en muerte o vida os dejaremos;

 antes en muerte o vida os serviremos.

 Pensábamos salir al foso, ciertos

 antes de allí morir que de escaparnos,

 pues fuera quedar vivos aunque muertos

 si muriendo pudiéramos vengarnos;

 mas pues nuestros designios descubiertos

 han sido, y es locura aventurarnos.

 Amados hijos y mujeres nuestras,

 nuestras vidas serán de hoy más las vuestras.

 Sólo se ha de mirar que el enemigo

 no alcance de nosotros triunfo o gloria;

 antes ha de servir él de testigo

 que apruebe y eternice nuestra historia;

 y si todos venís en lo que digo,

 mil siglos durará nuestra memoria,

 y es que no quede cosa aquí en Numancia

 de do el contrario pueda hacer ganancia.

 En medio de la plaza se haga un fuego,

 en cuya ardiente llama licenciosa

 nuestras riquezas todas se echen luego,

 desde la pobre a la más rica cosa;

 y esto podréis tener a dulce juego

 cuando os declare la intención honrosa

 que se ha de efectüar después que sea

 abrasada cualquier rica presea.

 Y para entretener por algún hora

 la hambre que ya roe nuestros huesos,

 haréis descuartizar luego a la hora

 esos tristes romanos que están presos;

 y sin del chico al grande hacer mejora,

 repártense entre todos, que con ésos

 será nuestra comida celebrada

 por España, crüel necesitada.

CARAVINO: Amigos, ¿qué os parece? ¿Estáis en esto?

 Digo que a mí me tiene satisfecho

 y que a la ejecución se venga presto

 de un tan extraño y tan honroso hecho.

TEÓGENES: Pues yo de mi intención os diré el resto;

 después que sea lo que digo hecho,

 vamos a ser ministros todos luego

 de encender el ardiente y rico fuego.

MUJER 1: Nosotras desde aquí ya comenzamos

 a dar con voluntad nuestros arreos

 y a las vuestras las vidas entregamos,

 como se han entregado los deseos.

LIRA: Pues caminemos presto; vamos, vamos,

 y abrásense en un punto los trofeos

 que pudieran hacer ricas las manos

 y aun hartar la codicia de romanos.

Vanse todos y, al irse, MARANDRO ase a LIRA de la mano, y ella se detiene y entra LEONICIO y apártase a un lado y no le ven, y dice MARANDRO

MARANDRO: No vayas tan de corrida,

 Lira. Déjame gozar

 del bien que me puede dar

 en la muerte alegre vida.

 Deja que miren mis ojos

 un rato tu hermosura,

 pues tanto mi desventura

 se entretiene en mis enojos.

 ¡Oh, dulce Lira, que suenas

 contino en mi fantasía

 con tan süave agonía

 que vuelve en gloria mis penas!

 ¿Qué tienes? ¿Qué estás pensando,

 gloria de mi pensamiento?

LIRA: Pienso cómo mi contento

 y el tuyo se va acabando;

 y no será su homicida

 el cerco de nuestra tierra;

 que primero que la guerra

 se me acabará mi vida.

MARANDRO: ¿Qué dices, bien de mi alma?

LIRA: Que me tiene tal la hambre,

 que de mi vital estambre

 llevará presto la palma.

 ¿Qué tálamo has de esperar

 de quien está en tal extremo,

 que te aseguro que temo

 antes de un hora expirar?

 Mi hermano ayer expiró,

 de la hambre fatigado;

 mi madre ya ha acabado,

 que la hambre la acabó;

 y si la hambre y su fuerza

 no ha rendido mi salud

 es porque la juventud

 contra su rigor me esfuerza;

 pero como ha tantos días

 que no le hago defensa,

 no pueden contra su ofensa

 las débiles fuerzas mías.

MARANDRO: Enjuga, Lira, los ojos;

 deja que los tristes míos

 se vuelvan corrientes ríos

 nacido de tus enojos;

 y aunque la hambre ofendida

 te tenga tan sin compás,

 de hambre no morirás

 mientras yo tuviere vida.

 Yo me ofrezco de saltar

 el foso y el muro fuerte,

 y entrar por la misma muerte

 para la tuya excusar.

 El pan que el romano toca,

 sin que el temor me destruya,

 le quitaré de la suya

 para ponello en tu boca;

 con mi brazo haré carrera

 a tu vida y a mi muerte,

 porque más me mata el verte,

 señora, de esta manera.

 Yo te traeré de comer

 a pesar de los romanos,

 si ya son estas mis manos

 las mismas que solían ser.

LIRA: Hablas como enamorado,

 Marandro; pero no es justo

 que tome gusto del gusto

 por tu peligro comprado.

 Poco podrá sustentarme

 cualquier robo que harás,

 aunque más cierto hallarás

 el perderme que el ganarme.

 Goza de tu mocedad,

 en sanidad ya crecida;

 que más importa tu vida

 que la mía en la ciudad.

 Tú podrás bien defendella

 de la enemiga acechanza,

 que no la flaca pujanza

 de esta tan triste doncella;

 ansí que, mi dulce amor,

 despide ese pensamiento,

 que yo no quiero sustento

 ganado con tu sudor;

 que aunque puedas alargar

 mi muerte por algún día,

 esta hambre que porfía

 al fin nos ha de acabar.

MARANDRO: ¡En vano trabajas, Lira,

 de impedirme este camino,

 do mi voluntad y sino

 allá me convida y tira!

 Tú rogarás entretanto

 a los dioses que me vuelvan

 con despojos que resuelvan

 tu miseria y mi quebranto.

LIRA: Marandro, mi dulce amigo,

 ¡ay!, no vais, que se me antoja

 que de tu sangre veo roja

 la espada del enemigo.

 No hagas esta jornada,

 Marandro, bien de mi vida,

 que, si es mala la salida

 muy peor será la entrada.

 Sí, quiero aplacar tu brío,

 por testigo pongo al cielo,

 que de tu daño recelo

 y no del provecho mío.

 Mas si acaso, amado amigo,

 prosigues esta contienda,

 lleva este abrazo por prenda

 de que me llevas contigo.

MARANDRO: Lira, el cielo te acompañe.

 Vete, que a Leonicio veo.

LIRA: Y a ti cumpla tu deseo

 y en ninguna cosa dañe.

Vase LIRA y [sale LEONICIO]

LEONICIO: Terrible ofrecimiento es el que has hecho,

 y en él, Marandro, se nos muestra claro

 que no hay cobarde enamorado pecho;

 aunque de tu virtud y valor raro

 debe más esperarse; mas yo temo

 que el hado infeliz se nos muestra avaro.

 He estado atento al miserable extremo

 que te ha dicho Lira en que se halla

 indigno, cierto, a su valor supremo,

 y que tú has prometido de libralla

 de este presente daño, y arrojarse

 en las armas romanas a batalla.

 Yo quiero, buen amigo, acompañarte

 y en impresa tan justa y tan forzosa

 con mis pequeñas fuerzas ayudarte.

MARANDRO: ¡Oh amistad de mi alma venturosa!

 ¡Oh amistad no en trabajos dividida,

 ni en la ocasión más próspera y dichosa!

 Goza, Leonicio, de la dulce vida;

 quédate en la ciudad, que yo no quiero

 ser de tus verdes años homicida.

 Yo solo tengo de ir. Yo solo espero

 volver con los despojos merecidos

 a mi invïolable fe y amor sincero.

LEONICIO: Pues ya tienes, Marandro, conocidos

 mis deseos, que, en buena o mala suerte,

 al sabor de los tuyos van medidos,

 sabrás que no los miedos de la muerte

 de ti me apartarán un solo punto,

 ni otra cosa, si la hay, que sea más fuerte.

 ¡Contigo tengo de ir; contigo junto

 he de volver, si ya el cielo no ordena

 que quede en tu defensa allá difunto!

MARANDRO: Quédate, amigo; queda enhorabuena,

 porque si yo acabare aquí la vida,

 en esta impresa de peligros llena,

 que puedas a mi madre dolorida

 consolarla en el trance riguroso

 y a la esposa de mí tanto querida.

LEONICIO: Cierto que estás, amigo, muy donoso

 en pensar que en tu muerte quedaría

 yo con tal quietud y tal reposo,

 que de consuelo alguno serviría

 a la doliente madre y triste esposa.

 Pues en la tuya está la muerte mía,

 segura tengo la ocasión dudosa;

 mira cómo ha de ser, Marandro amigo,

 y en el quedarme no me hables cosa.

MARANDRO: Pues no puedo estorbarte el ir conmigo,

 en el silencio de esta noche oscura

 tenemos de saltar al enemigo.

 Lleva ligeras armas, que ventura

 es la que ha de ayudar al alto intento,

 que no la malla entretejida y dura.

 Lleva ansimismo puesto el pensamiento

 en robar y traer a buen recado

 lo que pudieres más de bastimento.

LEONICIO: Vamos, que no saldré de tu mandado.

Vanse y salen dos NUMANTINOS

NUMANTINO 1: ¡Derrama, dulce hermano, por los ojos

 el alma en llanto amargo convertida!

 ¡Venga la muerte y lleve los despojos

 de nuestra miserable y triste vida!

NUMANTINO 2: Bien poco durarán estos enojos;

 que ya la muerte viene apercebida

 para llevar en presto y breve vuelo

 a cuantos pisan de Numancia el suelo.

 Principios veo que prometen presto

 amargo fin a nuestra dulce tierra,

 sin que tengan cuidado de hacer esto

 los contrarios ministros de la guerra.

 Nosotros mismos, a quien ya es molesto

 y enfadoso el vivir que nos atierra,

 hemos dado sentencia irrevocable

 de nuestra muerte, aunque crüel, loable.

 En la plaza mayor ya levantada

 queda una ardiente y codiciosa hoguera,

 que, de nuestras riquezas ministrada,

 sus llamas suben a la cuarta esfera.

 Allí, con triste prisa acelerada

 y con mortal y tímida carrera,

 acuden todos, como santa ofrenda,

 a sustentar las llamas con su hacienda.

 Allí las perlas del rosado oriente,

 y el oro en mil vasijas fabricado,

 y el diamante y rubí más excelente,

 y la estimada púrpura y brocado,

 en medio del rigor fogoso ardiente

 de la encendida llama se ha arrojado;

 despojos do pudieran los romanos

 henchir los senos y ocupar las manos.

Aquí salen con cargas de ropa por una parte, y éntranse por otra

 Vuelve al triste espectáculo la vista;

 verás con cuánta prisa y cuánta gana

 toda Numancia en numerosa lista

 aguija a sustentar la llama insana;

 y no con verde leño o seca arista

 no con materia al consumir liviana,

 sino con sus haciendas mal gozadas,

 pues se guardaron para ser quemadas.

NUMANTINO 1: Si con esto acabara nuestro daño,

 pudiéramos llevallo con paciencia;

 mas, ¡ay!, que se ha de dar, si no me engaño,

 de que muramos todos crüel sentencia.

 ¡Primero que el rigor bárbaro extraño

 muestre en nuestras gargantas su inclemencia,

 verdugos de nosotros nuestras manos

 serán, y no los pérfidos romanos!

 Han ordenado que no quede alguna

 mujer, niño, ni viejo con la vida,

 pues al fin la crüel hambre importuna

 con más fiero rigor es su homicida.

 Mas ves allí a do asoma, hermano, una

 que, como sabes, fue de mí querida

 un tiempo con extremo tal de amores,

 cual es el que ella tiene de dolores.

Sale una mujer con una criatura en los brazos y otra de la mano, y ropa para echar en el fuego

MADRE: ¡Oh duro vivir molesto!

 ¿Terrible y triste agonía!

HIJO: Madre, ¿por ventura habría

 quien nos diese pan por esto?

MADRE: ¿Pan, hijo? ¡Ni aun otra cosa

 que semeje de comer!

HIJO: ¿Pues tengo de fenecer

 de dura hambre rabiosa?

 ¡Con poco pan que me deis,

 madre, no os pediré más!

MADRE: ¡Hijo, qué pena me das!

HIJO: ¿Por qué, madre, no queréis?

MADRE: Sí, quiero; mas ¿qué haré,

 que no sé dónde buscallo?

HIJO: Bien podréis, madre, comprallo;

 si no, yo lo compraré.

 Mas por quitarme de afán,

 si alguno conmigo topa,

 le daré toda esta ropa

 por un pedazo de pan.

MADRE: ¿Qué mamas, triste criatura?

 ¿No sientes que, a mi despecho,

 sacas ya del flaco pecho

 por leche, la sangre pura?

 Lleva la carne a pedazos

 y procura de hartarte,

 que no pueden ya llevarte

 mis flacos cansado brazos.

 Hijos, mi dulce alegría,

 ¿con qué os podré sustentar,

 si apenas tengo que os dar

 de la propia sangre mía?

 ¡Oh hambre terrible y fuerte,

 cómo me acabas la vida!

 ¡Oh guerra, sólo venida

 para causarme la muerte!

HIJO: ¡Madre mía, que me fino!

 Aguijemos. ¿A dó vamos,

 que parece que alargamos

 la hambre con el camino?

MADRE: Hijo, cerca está la plaza

 adonde echaremos luego

 en mitad del vivo fuego

 el peso que te embaraza.

Vase la mujer y el niño y quedan los dos

NUMANTINO 2: Apenas puede ya mover el paso

 la sin ventura madre desdichada,

 que, en tan extraño y lamentable caso,

 se ve de dos hijuelos rodeada.

NUMANTINO 1: Todos, al fin, al doloroso paso

 vendremos de la muerte arrebatada.

 Mas moved vos, hermano, agora el vuestro,

 a ver qué ordena el gran senado nuestro.

FIN DE LA TERCERA JORNADA

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