Jornada I

Sale SALEC, turco, y ROBERTO, vestido a lo griego, y, detrás dellos, un ALÁRABE, vestido de un alquicel; trai en una lanza muchas estopas, y en una varilla de membrillo, en la punta, un papel como billete, y una velilla de cera encendida en la mano; este tal ALÁRABE se pone al lado del teatro, sin hablar palabra, y luego dice ROBERTO:

  

ROBERTO

La pompa y majestad deste tirano,

sin duda alguna, sube y se engrandece

sobre las fuerzas del poder humano.

Mas, ¿qué fantasma es esta que se ofrece,

coronada de estopas media lanza?

Alárabe en el traje me parece.

SALEC

Tienen aquí los pobres esta usanza

cuando alguno a pedir justicia viene

(que sólo el interés es quien la alcanza):

de una caña y de estopas se previene,

y cuando el Turco pasa enciende fuego,

a cuyo resplandor él se detiene;

pide justicia a voces, dale luego

lugar la guarda, y el pobre, como jara,

arremete turbado y sin sosiego,

y en la punta y remate de una vara

al Gran Señor su memorial presenta,

que para aquel efecto el paso para.

Luego, a un bello garzón, que tiene cuenta

con estos memoriales, se le entrega,

que, en relación, después, dellos da cuenta;

pero jamás el término se llega

del buen despacho destos miserables,

que el interés le turba y se le niega.

ROBERTO

Cosas he visto aquí que de admirables

pueden al más gallardo entendimiento

suspender.

SALEC

Verás otras más notables.

Ya está a pie el Gran Señor;

puedes atento verle a tu gusto,

que el cristiano puede mirarle

rostro a rostro a su contento.

A ningún moro o turco se concede

que levante los ojos a miralle,

y en esto a toda majestad excede.

(Entra a este instante el GRAN TURCO con mucho acompañamiento; delante de sí lleva un PAJE vestido a lo turquesco, con una flecha en la mano levantada en alto, y detrás del TURCO van otros dos garzones con dos bolsas de terciopelo verde, donde ponen los papeles que el TURCO les da.)

ROBERTO

Por cierto, él es mancebo de buen talle,

y que, de gravedad y bizarría,

la fama, con razón, puede loalle.

SALEC

Hoy hace la zalá en Santa Sofía,

ese templo que ves, que en la grandeza

excede a cuantos tiene la Turquía.

ROBERTO

A encender y a gritar el moro empieza;

el Turco se detiene mesurado,

señal de pïedad como de alteza.

El moro llega; un memorial le ha dado;

el Gran Señor le toma y se le entrega

a un bel garzón que casi trai al lado.

(En tanto que esto dice ROBERTO y el TURCO pasa, tiene SALEC doblado el cuerpo y inclinada la cabeza, sin miralle al rostro.)

  

SALEC

Esta audiencia al que es pobre no se niega.

¿Podré alzar la cabeza?

ROBERTO

Alza y mira,

que ya el Señor a la mezquita llega,

cuya grandeza desde aquí me admira.

 

(Éntrase el Gran Señor, y queda en el teatro SALEC y ROBERTO.)

SALEC

¿Qué te parece Roberto,

de la pompa y majestad

que aquí se te ha descubierto?

ROBERTO

Que no creo a la verdad,

y pongo duda en lo cierto.

SALEC

De a pie y de a caballo, van

seis mil soldados.

ROBERTO

Sí irán.

SALEC

No hay dudar, que seis mil son.

ROBERTO

Juntamente, admiración

y gusto y asombro dan.

SALEC

Cuando sale a la zalá

sale con este decoro;

y es el día del xumá,

que así al viernes llama el moro.

ROBERTO

¡Bien acompañado va!

Pero, pues nos da lugar

el tiempo, quiero acabar

de contarte lo que ayer

comencé a darte a entender.

SALEC

Vuelve, amigo, a comenzar.

ROBERTO

«Aquel mancebo que dije

vengo a buscar: que le quiero

más que al alma por quien vivo,

más que a los ojos que tengo.

Desde su pequeña edad,

fui su ayo y su maestro,

y del templo de la fama

le enseñé el camino estrecho;

encaminéle los pasos

por el angosto sendero

de la virtud; tuve a raya

sus juveniles deseos;

pero no fueron bastantes

mis bien mirados consejos,

mis persecuciones cristianas,

del bien y mal mil ejemplos,

para que, en mitad del curso

de su más florido tiempo,

amor no le saltease,

monfí de los años tiernos.

Enamoróse de Clara,

la hija de aquel Lamberto

que tú en Praga conociste,

teutónico caballero.

Sus padres y su hermosura

nombre de Clara la dieron;

pero quizá sus desdichas

en escuridad la han puesto.

Demandóla por esposa,

y no salió con su intento;

no porque no fuese igual

y acertado el casamiento,

sino porque las desgracias

traen su corriente de lejos,

y no hay diligencia humana

que prevenga su remedio.

Finalmente, él la sacó:

que voluntades que han puesto

la mira en cumplir su gusto,

pierden respetos y miedos.

Solos y a pie, en una noche

de las frías del invierno,

iban los pobres amantes,

sin saber adónde, huyendo;

y, al tiempo que ya yo había

echado a Lamberto menos

(que éste [es] el nombre del triste

que he dicho que a buscar vengo),

con aliento desmayado,

de un frío sudor cubierto

el rostro, y todo turbado,

ante mis ojos le veo.

Arrojóseme a los pies,

la color como de un muerto,

y, con voz interrumpida

de sollozos, dijo: "Muero,

padre y señor, que estos nombres

a tus obras se los debo.

A Clara llevan cautiva

los turcos de Rocaferro.

Yo, cobarde; yo, mezquino

y un traidor, que no lo niego,

hela dejado en sus manos,

por tener los pies ligeros.

Esta noche la llevaba

no sé adónde, aunque sé cierto

que, si fortuna quisiera,

fuéramos los dos al cielo".

A la nueva triste y nueva,

en un confuso silencio

quedé, sin osar decirle:

"Hijo mío, ¿cómo es esto?"

De aquesta perplejidad

me sacó el marcial estruendo

del rebato a que tocaron

las campanas en el pueblo.

Púseme luego a caballo,

salió conmigo Lamberto

en otro, y salió una tropa

de caballos herreruelos.

Con la escuridad, perdimos

el rastro de los que hicieron

el robo de Clara, y otros

que con el día se vieron.

Temerosos de celada,

no nos apartamos lejos

del lugar, al cual volvimos

cansados y sin Lamberto.»

SALEC

Pues, ¿cómo? ¿Quedóse aposta?

ROBERTO

«Aposta, a lo que sospecho,

porque nunca ha parecido

desde entonces, vivo o muerto.

Su padre ofreció por Clara

gran cantidad de dinero,

pero no le fue posible

cobrarla por ningún precio.

Díjose por cosa cierta

que el turco que fue su dueño

la presentó al Gran Señor

por ser hermosa en estremo.»

Por saber si esto es verdad,

y por saber de Lamberto,

he venido como has visto

aquí en hábito de griego.

Sé hablar la lengua de modo

que pasar por griego entiendo. 

SALEC

Puesto que nunca la sepas,

no tienes de qué haber miedo:

aquí todo es confusión,

y todos nos entendemos

con una lengua mezclada

que ignoramos y sabemos.

De mí no te escaparás,

pues cuando te vi, al momento

te conocí.

ROBERTO

¡Gran memoria!

SALEC

Siempre la tuve en estremo.

ROBERTO

Pues, ¿cómo te has olvidado

de quién eres?

SALEC

No hablemos

en eso agora: otro día

de mis cosas trataremos;

que, si va a decir verdad,

yo ninguna cosa creo.

ROBERTO

Fino ateísta te muestras.

SALEC

Yo no sé lo que me muestro;

sólo sé que he de mostrarte,

con obras al descubierto,

que soy tu amigo, a la traza

como lo fui en algún tiempo;

y, para saber de Clara,

un eunuco del gobierno

del serrallo del Gran Turco

podrá hacerme satisfecho,

que es mi amigo. Y, entre tanto,

puedes mirar por Lamberto:

quizá, como tuvo el alma,

también tendrá preso el cuerpo.

 

(Éntranse.)

(Salen MAMÍ y RUSTÁN, eunucos.)

MAMÍ

Ten, Rustán, la lengua muda,

y conmigo no autorices

tu fee, de verdad desnuda,

pues mientes en cuanto dices,

y eres cristiano, sin duda:

que el tener ansí encerrada

tanto tiempo y tan guardada

a la cautiva española,

es señal bastante y sola

que tu intención es dañada.

Has quitado al Gran Señor

de gozar la hermosura

que tiene el mundo mayor,

siendo mal darle madura

fruta, que verde es mejor.

Seis años ha que la celas

y la encubres con cautelas

que ya no pueden durar,

y agora por desvelar

esta verdad te desvelas.

Pero, ¡espera, perro, aguarda,

y verás de qué manera

la fe al Gran Señor se guarda!

RUSTÁN

¡Mamí amigo, espera, espera!

MAMÍ

Llega el castigo, aunque tarda;

y el que sabe una traición,

y se está sin descubrilla

algún tiempo, da ocasión

de pensar si en consentilla

tuvo parte la intención.

La tuya he sabido hoy,

y así, al Gran Señor me voy

a contarle tu maldad.

(Éntrase MAMÍ.)

RUSTÁN

No hay negalle esta verdad;

por empalado me doy.

(Sale DOÑA CATALINA DE OVIEDO, GRAN SULTANA, vestida a la turquesca.)

SULTANA

Rustán, ¿qué hay?

RUSTÁN

Mi señora,

de nuestra temprana muerte

es ya llegada la hora:

que así el alma me lo advierte,

pues en mi costancia llora;

que, aunque parezco mujer,

nunca suelo yo verter

lágrimas que den señal

de grande bien o gran mal,

como suele acontecer.

Mamí, señora, ha notado,

con astucia y con maldad,

el tiempo que te he guardado,

y ha juzgado mi lealtad

por traición y por pecado.

Al Gran Señor va derecho

a contar por malo el hecho

que yo he tenido por bueno,

de malicia y rabia lleno

el siempre maligno pecho.

SULTANA

¿Qué hemos de hacer?

RUSTÁN

Esperar

la muerte con la entereza

que se puede imaginar,

aunque sé que a tu belleza

sultán ha de respetar.

No te matará sultán;

quien muera será Rustán,

como deste caso autor.

SULTANA

¿Es crüel el Gran Señor?

RUSTÁN

Nombre de blando le dan;

pero, en efecto, es tirano.

SULTANA

Con todo, confío en Dios,

que su poderosa mano

ha de librar a los dos

deste temor, que no es vano;

y si estuvieren cerrados

los cielos por mis pecados,

por no oír mi petición,

dispondré mi corazón

a casos más desastrados.

No triunfará el inhumano

del alma; del cuerpo, sí,

caduco, frágil y vano.

RUSTÁN

Este suceso temí

de mi proceder cristiano.

Mas no estoy arrepentido;

antes, estoy prevenido

de paciencia y sufrimiento

para cualquiera tormento.

SULTANA

Con mi intención has venido.

Dispuesta estoy a tener

por regalo cualquier pena

que me pueda suceder.

RUSTÁN

Nunca a muerte se condena

tan gallardo parecer.

Hallarás en tu hermosura,

no pena, sino ventura;

yo, por el contrario estremo,

hallaré, como lo temo,

en el fuego sepultura.

SULTANA

Bien podrá ofrecerme el mundo

cuantos tesoros encierra

la tierra y el mar profundo;

podrá bien hacerme guerra

el contrario sin segundo

con una y otra legión

de su infernal escuadrón;

pero no podrán, Dios mío,

como yo de vos confío,

mudar mi buena intención.

En mi tierna edad perdí,

Dios mío, la libertad,

que aun apenas conocí;

trújome aquí la beldad,

Señor, que pusiste en mí;

si ella ha de ser instrumento

de perderme, yo consiento,

petición cristiana y cuerda,

que mi belleza se pierda

por milagro en un momento;

esta rosada color

que tengo, según se muestra

en mi espejo adulador,

marchítala con tu diestra;

vuélveme fea, Señor;

que no es bien que lleve palma

de la hermosura del alma

la del cuerpo.

RUSTÁN

Dices bien.

Mas no es bien que aquí se estén

nuestros sentidos en calma,

sin que demos traza o medio

de buscar a nuestra culpa

o ya disculpa, o remedio.

SULTANA

Del remedio a la disculpa

hay grandes montes en medio.

Vámonos a apercebir,

amigo, para morir

cristianos.

RUSTÁN

Remedio es ése

del más subido interese

que al Cielo puedes pedir.

 

(Éntranse.)

(Salen MAMÍ, el eunuco, y el GRAN TURCO.)

MAMÍ

Morato Arráez, Gran Señor,

te la presentó, y es ella

la primera y la mejor

que del título de bella

puede llevarse el honor.

De tus ojos escondido

este gran tesoro ha sido

por industria de Rustán

seis años, y a siete van,

según la cuenta he tenido.

TURCO

¿Y del modo que has contado

es hermosa?

MAMÍ

Es tan hermosa

como en el jardín cerrado

la entreabierta y fresca rosa

a quien el sol no ha tocado;

o como el alba serena,

de aljófar y perlas llena,

al salir del claro Oriente;

o como sol al Poniente,

con los reflejos que ordena.

Robó la naturaleza

lo mejor de cada cosa

para formar esta pieza,

y así, la sacó hermosa

sobre la humana belleza.

Quitó al cielo dos estrellas,

que puso en las luces bellas

de sus bellísimos ojos,

con que de amor los despojos

se aumentan, pues vive en ellas.

El todo y sus partes son

correspondientes de modo,

que me muestra la razón

que en las partes y en el todo

asiste la perfección.

Y con esto se conforma

el color, que hace la forma

hermosa en un grado inmenso.

TURCO

Este loco, a lo que pienso,

de alguna diosa me informa.

MAMÍ

A su belleza, que es tanta

que pasa al imaginar,

su discreción se adelanta.

TURCO

Tú me la harás adorar

por cosa divina y santa.

MAMÍ

Tal jamás la ha visto el sol,

ni otra fundió en su crisol

el cielo que la compuso;

y, sobre todo, le puso

el desenfado español.

Digo, señor, que es divina

la beldad desta cautiva,

en el mundo peregrina.

TURCO

De verla el deseo se aviva.

¿Y llámase?

MAMÍ

Catalina,

y es de Oviedo el sobrenombre.

TURCO

¿Cómo no ha mudado el nombre,

siendo ya turca?

MAMÍ

No sé;

como no ha mudado fe,

no apetece otro renombre.

TURCO

¿Luego, es cristiana?

MAMÍ

Yo hallo

por mi cuenta que lo es.

TURCO

¿Cristiana, y en mi serrallo?

MAMÍ

Más deben de estar de tres;

mas ¿quién podrá averiguallo?

Si otra cosa yo supiera,

como aquésta, la dijera,

sin encubrir un momento

dicho o hecho o pensamiento

que contra ti se ofreciera.

TURCO

Descuido es vuestro y maldad.

MAMÍ

Yo sé decir que te adoro

y sirvo con la lealtad

y con el justo decoro

que debo a tu majestad.

TURCO

Al serrallo iré esta tarde

a ver si yela o si arde

la belleza única y sola

de tu alabada española.

MAMÍ

Mahoma, señor, te guarde.

(Éntranse estos dos.)

(Salen MADRIGAL, cautivo, y ANDRÉS, en hábito de griego.)

MADRIGAL

¡Vive Roque, canalla barretina,

que no habéis de gozar de la cazuela,

llena de boronía y caldo prieto!

ANDREA

¿Con quién las has, cristiano?

MADRIGAL

No, con naide.

¿No escucháis la bolina y la algazara

que suena dentro desta casa?

(Dice dentro un JUDÍO:)

  

JUDÍO

¡Ah perro!

¡El Dío te maldiga y te confunda!

¡[J]amás la libertad amada alcances!

ANDREA

Di:

¿por qué te maldicen estos tristes?

MADRIGAL

Entré sin que me viesen en su casa,

y en una gran cazuela que tenían

de un guisado que llaman boronía,

les eché de tocino un gran pedazo.

ANDREA

Pues ¿quién te lo dio a ti?

MADRIGAL

Ciertos jenízaros

mataron en el monte el otro día

un puerco jabalí, que le vendieron

a los cristianos de Mamud Arráez,

de los cuales compré de la papada

lo que está en la cazuela sepultado

para dar sepultura a estos malditos,

con quien tengo rencor y mal talante;

a quien el diablo pape, engulla y sorba.

(Pónese un JUDÍO a la ventana.)

JUDÍO

¡Mueras de hambre, bárbaro insolente;

el cuotidiano pan te niegue el Dío;

andes de puerta en puerta mendigando;

échente de la tierra como a gafo,

agraz de nuestros ojos, espantajo,

de nuestra sinagoga asombro y miedo,

de nuestras criaturas enemigo

el mayor que tenemos en el mundo!

MADRIGAL

¡Agáchate, judío!

JUDÍO

¡Ay, sin ventura,

que entrambas sienes me ha quebrado! ¡Ay triste!

ANDREA

Sí, que no le tiraste.

MADRIGAL

¡Ni por pienso!

ANDREA

Pues ¿de qué se lamenta el hideputa?

 

(Dice dentro otro JUDÍO:)

JUDÍO

Quítate, Zabulón, de la ventana,

que ese perro español es un demonio,

y te hará pedazos la cabeza

con sólo que te escupa y que te acierte.

¡Guayas, y qué comida que tenemos!

¡Guayas, y qué cazuela que se pierde!

MADRIGAL

¿Los plantos de Ramá volvéis al mundo,

canalla miserable? ¿Otra vez vuelves,

perro?

JUDÍO

¡Qué!, ¿aún no te has ido? ¿Por ventura

quieres atosigarnos el aliento?

MADRIGAL

¡Recógeme este prisco!

 

(Dicen dentro)

No aprovecha

decirte, Zabulón, que no te asomes?

Déjale ya en mal hora; éntrate, hijo.

ANDREA

¡Oh gente aniquilada! ¡Oh infame, oh sucia

raza, y a qué miseria os ha traído

vuestro vano esperar, vuestra locura

y vuestra incomparable pertinacia,

a quien llamáis firmeza y fee inmudable

contra toda verdad y buen discurso!

Ya parece que callan; ya en silencio

pasan su burla y hambre los mezquinos.

Español, ¿conocéisme?

MADRIGAL

Juraría

[q]ue en mi vida os he visto.

ANDREA

Soy Andrea,

la espía.

MADRIGAL

¿Vos, Andrea?

ANDREA

Sí, sin duda.

MADRIGAL

¿El que llevó a Castillo y Palomares,

mis camaradas?

ANDREA

Y el que llevó a Meléndez,

a Arguijo y Santisteban, todos juntos,

y en Nápoles los dejó a sus anchuras,

de la agradable libertad gozando.

MADRIGAL

¿Cómo me conocistes?

ANDREA

La memoria

tenéis dada a adobar, a lo que entiendo,

o reducida a voluntad no buena.

¿No os acordáis que os vi y hablé la noche

que recogí a los cinco, y vos quisistes

quedaros por no más de vuestro gusto,

poniendo por escusa que os tenía

amor rendida el alma, y que una alárabe,

con nuevo cautiverio y nuevas leyes,

os la tenía encadenada y presa?

MADRIGAL

Verdad; y aun todavía tengo el yugo

al cuello, todavía estoy cautivo,

todavía la fuerza poderosa

de amor tiene sujeto a mi albedrío.

ANDREA

Luego, ¿en balde será tratar yo agora

de que os vengáis conmigo?

MADRIGAL

En balde, cierto.

ANDREA

¡Desdichado de vos!

MADRIGAL

Quizá dichoso.

ANDREA

¿Cómo puede ser esto?

MADRIGAL

Son las leyes

del gusto poderosas sobremodo.

ANDREA

Una resolución gallarda puede

romperlas.

MADRIGAL

Yo lo creo; mas no es tiempo

de ponerme a los brazos con sus fuerzas.

ANDREA

¿No sois vos español?

MADRIGAL

¿Por qué? ¿Por esto?

Pues, por las once mil de malla juro,

y por el alto, dulce, omnipotente

deseo que se encierra bajo el hopo

de cuatro acomodados porcionistas,

que he de romper por montes de diamantes

y por dificultades indecibles,

y he de llevar mi libertad en peso

sobre los propios hombros de mi gusto,

y entrar triunfando en Nápoles la bella

con dos o tres galeras levantadas

por mi industria y valor, y Dios delante,

y dando a la Anunciada los dos bucos,

quedaré con el uno rico y próspero;

y no ponerme ahora a andar por trena,

cargado de temor y de miseria.

ANDREA

¡Español sois, sin duda!

MADRIGAL

Y soylo, y soylo,

lo he sido y lo seré mientras que viva,

y aun después de ser muerto ochenta siglos.

ANDREA

¿Habrá quien quiera libertad huyendo?

MADRIGAL

Cuatro bravos soldados os esperan,

y son gente de pluma y bien nacidos.

ANDREA

¿Son los que dijo Arguijo?

MADRIGAL

Aquellos mismos.

ANDREA

Yo los tengo escondidos y a recaudo.

MADRIGAL

¿Qué turba es ésta? ¿Qué ruïdo es éste?

ANDREA

Es el embajador de los persianos,

que viene a tratar paces con el Turco.

Haceos a aquesta parte mientras pasa.

(Entra un embajador, vestido como los que andan aquí, y acompáñanle jenízaros; va como TURCO.)

MADRIGAL

¡Bizarro va y gallardo por estremo!

ANDREA

Los más de los persianos son gallardos,

y muy grandes de cuerpo, y grandes hombres

de a caballo.

MADRIGAL

Y son, según se dice,

los caballos el nervio de sus fuerzas.

¡Plega a Dios que las paces no se hagan!

¿Queréis venir, Andrea?

ANDREA

Guía adonde

fuere más de tu gusto.

MADRIGAL

Al baño guío

del Uchalí.

ANDREA

Al de Morato guía,

que he de juntarme allí con otra espía.

 

(Éntranse.)

(Entra el GRAN TURCO, RUSTÁN y MAMÍ.)

TURCO

Flaca disculpa me das

de la traición que me has hecho,

mayor que se vio jamás.

RUSTÁN

Si bien estás en el hecho,

señor, no me culparás.

Cuando vino a mi poder,

no vino de parecer

que pudiese darte gusto,

y fue el reservarla justo

a más tomo y mejor ser;

muchos años, Gran Señor,

profundas melancolías

la tuvieron sin color.

TURCO

¿Quién la curó?

RUSTÁN

Sedequías,

el judío, tu doctor.

TURCO

Testigos muertos presentas

en tu causa; a fe que intentas

escaparte por buen modo.

RUSTÁN

Yo digo verdad en todo.

TURCO

Razón será que no mientas.

RUSTÁN

No ha tres días que el sereno

cielo de su rostro hermoso

mostró de hermosura lleno;

no ha tres días que un ansioso

dolor salió de su seno.

En efecto: no ha tres días

que de sus melancolías

está libre esta española,

que es en la belleza sola.

TURCO

Tú mientes o desvarías.

RUSTÁN

Ni miento ni desvarío.

Puedes hacer la experiencia

cuando gustes, señor mío.

Haz que venga a tu presencia:

verás su donaire y brío;

verás andar en el suelo,

con pies humanos, al cielo,

cifrado en su gentileza.

TURCO

De un temor otro se empieza,

de un recelo, otro recelo.

Mucho temo, mucho espero,

mucho puede la alabanza

en lengua de lisonjero;

mas la lisonja no alcanza

parte aquí. Rustán, yo quiero

ver esa cautiva luego;

¡ve por ella, y por el dios ciego,

que me tïene asombrado,

que a no ser cual la has pintado,

que te he de entregar al fuego!

 

(Éntrase RUSTÁN.)

MAMÍ

Si no está en más la ventura

de Rustán, que en ser hermosa

la cautiva, y de hermosura

rara, su suerte es dichosa;

libre está de desventura.

Desde ahora muy bien puedes

hacerle, señor, mercedes,

porque verás, de aquí a poco,

aquí todo el cielo.

TURCO

Loco,

a todo hipérbole excedes.

Deja, que es justo, a los ojos

algo que puedan hallar

en tan divinos despojos.

MAMÍ

¿Qué vista podrá mirar

de Apolo los rayos rojos

que no quede deslumbrada?

TURCO

Tanta alabanza me enfada.

MAMÍ

Remítome a la experiencia

que has de hacer con la presencia

désta, en mi lengua, agraviada.

 

(Entran RUSTÁN y la SULTANA.)

RUSTÁN

Háblale mansa y süave,

que importa, señora mía,

porque con todos no acabe.

SULTANA

Daré de la lengua mía

al santo cielo la llave;

arrojaréme a sus pies;

diré que su esclava es

la que tiene a gran ventura

besárselos.

RUSTÁN

Es cordura

que en ese artificio des.

SULTANA

Las rodillas en la tierra

y mis ojos en tus ojos,

te doy, señor, los despojos

que mi humilde ser encierra;

y si es soberbia el mirarte,

ya los abajo e inclino

por ir por aquel camino

que suele más agradarte.

TURCO

¡Gente indiscreta, ignorante,

locos, sin duda, de atar,

a quien no se puede hallar,

en ser simples, semejante;

robadores de la fama

debida a tan gran sujeto;

mentirosos, en efecto,

que es la traición que os infama!

¡Por cierto que bien se emplea

cualquier castigo en vosotros!

MAMÍ

¡Desdichados de nosotros

si le ha parecido fea!

TURCO

¡Cuán a lo humano hablasteis

de una hermosura divina,

y esta beldad peregrina

cuán vulgarmente pintastes!

¿No fuera mejor ponella

al par de Alá en sus asientos,

hollando los elementos

y una y otra clara estrella,

dando leyes desde allá,

que con reverencia y celo

guardaremos los del suelo,

como Mahoma las da?

MAMÍ

¿No te dije que era rosa

en el huerto a medio abrir?

¿Qué más pudiera decir

la lengua más ingeniosa?

¿No te la pinté discreta

cual nunca se vio jamás?

¿Pudiera decirte más

un mentiroso poeta?

RUSTÁN

Cielo te la hice yo,

con pies humanos, señor.

TURCO

A hacerla su Hacedor

acertaras.

RUSTÁN

Eso no:

que esos grandes atributos

cuadran solamente a Dios.

TURCO

En su alabanza los dos

anduvistes resolutos

y cortos en demasía,

por lo cual, sin replicar,

os he de hacer empalar

antes que pase este día.

Mayor pena merecías,

traidor Rustán, por ser cierto

que me has tenido encubierto

tan gran tesoro tres días.

Tres días has detenido

el curso de mi ventura;

tres días en mal segura

vida y penosa he vivido;

tres días me has defraudado

del mayor bien que se encierra

en el cerco de la tierra

y en cuanto vee el sol dorado.

Morirás, sin duda alguna,

hoy, en este mismo día:

que, a do comienza la mía,

ha de acabar tu fortuna.

SULTANA

Si ha hallado esta cautiva

alguna gracia ante ti,

vivan Rustán y Mamí.

TURCO

Rustán muera; Mamí viva.

Pero maldigo la lengua

que tal cosa pronunció;

vos pedís; no otorgo yo.

Recompensaré esta mengua

con haceros juramento,

por mi valor todo junto,

de no discrepar un punto

de hacer vuestro mandamiento.

No sólo viva Rustán;

pero, si vos lo queréis,

los cautivos soltaréis,

que en las mazmorras están;

porque a vuestra voluntad

tan sujeta está la mía,

como está a la luz del día

sujeta la escuridad.

SULTANA

No tengo capacidad

para tanto bien, señor.

TURCO

Sabe igualar el amor

el vos y la majestad.

De los reinos que poseo,

que casi infinitos son,

toda su juridición

rendida a la tuya veo;

ya mis grandes señoríos,

que grande señor me han hecho,

por justicia y por derecho,

son ya tuyos más que míos;

y, en pensar no te demandes

esto soy, aquello fui;

que, pues me mandas a mí,

no es mucho que al mundo mandes.

Que seas turca o seas cristiana,

a mí no me importa cosa;

esta belleza es mi esposa,

y es de hoy más la Gran Sultana.

SULTANA

Cristiana soy, y de suerte,

que de la fe que profeso

no me ha de mudar exceso

de promesas ni aun de muerte.

Y mira que no es cordura

que entre los tuyos se hable

de un caso que, por notable,

se ha de juzgar por locura.

¿Dónde, señor, se habrá visto

que asistan dos en un lecho,

que el uno tenga en el pecho

a Mahoma, el otro a Cristo?

Mal tus deseos se miden

con tu supremo valor,

pues no junta bien Amor

dos que las leyes dividen.

Allá te avén con tu alteza,

con tus ritos y tu secta,

que no es bien que se entremeta

con mi ley y mi bajeza.

TURCO

En estos discursos entro,

pues Amor me da licencia;

yo soy tu circunferencia,

y tú, señora, mi centro;

de mí a ti han de ser iguales

las cosas que se trataren,

sin que en otro punto paren

que las haga desiguales.

La majestad y el Amor

nunca bien se convinieron,

y en la igualdad le pusieron,

los que hablaron del mejor.

Deste modo se adereza

lo que tú ves despüés:

que, humillándome a tus pies,

te levanto a mi cabeza.

Iguales estamos ya.

SULTANA

Levanta, señor, levanta,

que tanta humildad espanta.

MAMÍ

Rindióse; vencido está.

SULTANA

Una merced te suplico,

y me la has de conceder.

TURCO

A cuanto quieras querer

obedezco y no replico.

Suelta, condena, rescata,

absuelve, quita, haz mercedes,

que esto y más, señora, puedes:

que Amor tu imperio dilata.

Pídeme los imposibles

que te ofreciere el deseo,

que, en fe de ser tuyo, creo

que los he de hacer posibles.

No vengas a contentarte

con pocas cosas, mi amor;

que haré, siendo pecador,

milagros por agradarte.

SULTANA

Sólo te pido tres días,

Gran Señor, para pensar...

TURCO

Tres días me han de acabar.

SULTANA

...en no sé qué dudas mías,

que escrupulosa me han hecho,

y, éstos cumplidos, vendrás,

y claramente verás

lo que tienes en mi pecho.

TURCO

Soy contento. Queda en paz,

guerra de mi pensamiento,

de mis placeres aumento,

de mis angustias solaz.

Vosotros, atribulados

y alegres en un instante,

llevaréis de aquí adelante

vuestros gajes seisdoblados.

Entra, Rustán; da las nuevas

a esas cautivas todas

de mis esperadas bodas.

MAMÍ

¡Gentil recado les llevas!

TURCO

Y como a cosa divina,

y esto también les dirás,

sirvan y adoren de hoy más

a mi hermosa Catalina.

 

(Éntranse el TURCO, MAMÍ y RUSTÁN, y queda en el teatro sola la SULTANA.)

SULTANA

¡A ti me vuelvo, Gran Señor, que alzaste,

a costa de tu sangre y de tu vida,

la mísera de Adán primer caída,

y, adonde él nos perdió, Tú nos cobraste.

A Ti, Pastor bendito, que buscaste

de las cien ovejuelas la perdida,

y, hallándola del lobo perseguida,

sobre tus hombros santos te la echaste;

a Ti me vuelvo en mi af[l]ición amarga,

y a Ti toca, Señor, el darme ayuda:

que soy cordera de tu aprisco ausente,

y temo que, a carrera corta o larga,

cuando a mi daño tu favor no acuda,

me ha de alcanzar esta infernal serpiente!

 

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Share on Twitter Share on Facebook