{{c|Elena, Smirnov y Lucas.
Elena. (Entra con dos pistolas.)—^Aquí están las pistolas... Pero antes de batirnos, haga usted el favor de enseñarme a usarlas. No he tenido nunca una pistola en la mano.
Lucas.—¡Dios mío! ¡Virgen Santa! ¡Van a matarse de verdad! Corro a buscar al jardinero y al cochero... (Sale.)
Smirnov. (Examina las pistolas.)—Mire usted, señora... hay varias clases de pistolas. Las hay especiales para duelos..., de triple extracción, con un extractor, ¡magníficas! Lo menos cuestan veinte rublos... La pistola hay que cogerla así... (Aparte.) Qué ojos! ¡Dios mío, qué ojos! Tan de fuego es la condenada, que puede provocar un incendio...
Elena.—¿Así? (Coge la pistola.)
Smirnov.—Sí, eso es... Después se hace así..., más estirado el brazo... Apunta usted..., aprieta luego con el dedo esta piececita... y se acabó. Eche usted un poco hacia atrás la cabeza... Así... Sobre todo, tenga usted calma, no se ponga nerviosa, no se precipite... Apúnteme al pecho... ¡Ah, se me olvidaba que quería usted alojarme la bala en la cabeza!... Bueno, apúnteme usted a la cabeza... un poco más abajo... así...
Elena.—Bueno, ya sé. Pero no vamos a batirnos aquí. Vamos al jardín.
Smirnov.—Vamos; pero le advierto a usted que yo tiraré al aire.
Elena.—¡Cómo! ¡De ningún modo! ¿Por qué?
Smirnov.—Porque... porque..., en fin, es cuenta mía.
Elena.—¡Tiene usted miedo, sencillamente! ¿Verdad? ¡Pero no se me escapará usted! ¡Al jardín! ¡Al jardín! No estaré tranquila hasta que le haya alojado una bala en la cabeza... ¡En esa cabeza que detesto! ¿Conque tiene usted ahora miedo?
Smirnov.—Sí, tengo miedo.
Elena.—¡Mentira! ¿Por que no quiere usted batirse?
Smirnov.—Porque... porque... me gusta usted..
Elena. (Con risa sarcástica.)—¡Ja, ja, ja! ¡Le gusto! ¡Y se atreve a decirlo! (Señalando a la puerta.) ¡Ande!
(Smirnov deja la pistola sobre la mesa, coge el sombrero y se dirige a la puerta. Ambos se miran un instante en silencio.)
Smirnov. (Acercándose a ella vacilante.)—Oiga usted..¿Está usted enfadada aún?... Yo también estoy hecho un demonio; pero... no sé cómo decirle a usted... es una cosa tan estúpida, que... (Empieza a gritar.) ¡Caracoles! ¿Qué culpa tengo yo de que usted me guste? (Aprieta con ambas manos rudamente el respaldo de la silla, que cruje.) ¡Qué sillas más flojas!... ¡Pues bien, sí, me gusta usted! Estoy casi... casi enamorado...
Elena.—¡Váyase usted! ¡Le odio!
Smirnov.—¡Santo Dios, qué mujer! ¡No he visto nada parecido! ¡Estoy perdido sin remedio! ¡He caído en el lazo tendido por esta criatura poética!... ¡Qué idiota soy!
Elena.—¡Vayase usted, o tiro!
Smirnov.—¡Tire usted! ¡Qué delicia morir bajo la mirada de esos ojos! ¡Qué placer ser herido por una bala disparada por esas manos adorables!... ¡Decididamente, me vuelvo loco! ¿Quiere usted ser mi mujer? Piénselo y contésteme. Si no, me voy y no nos volvemos a ver. Contésteme. Soy un caballero, tengo diez mil rublos de renta, magníficos caballos, un pulso soberbio como tirador... ¿Quiere usted ser mi mujer?
Elena. (Indignada, agita la pistola.)—¡No, no, vamos a batirnos! ¡Al jardín, al jardín!
Smirnov.—¡Me vuelvo loco! ¡Soy un idiota!
Elena.—¡Vamos a batimos!
Smirnov.—¡Sí, estoy loco! ¡Me he enamorado como un colegial, como un poeta! (Le coge la mano a Elena, que lanza un grito de dolor.) ¡La amo a usted! (Cae de rodillas ante ella.) ¡La amo a usted como no he amado nunca! ¡He abandonado a doce mujeres, nueve mujeres me han abandonado a mí; pero a ninguna de las veintiuna la he amado como a usted! Heme, de pronto, convertido en un hombre sentimental, romántico, poético..., en un imbécil... Como un tonto, de hinojos a sus plantas de usted, le pido la mano. ¡Qué vergüenza, Dios mío! ¡No me lo perdoñaré nunca! Hacia cinco años que no me enamoraba, y de pronto... Diga usted: ¿sí?, o ¿no? ¿No quiere usted? ¡Qué vamos a hacerle! (Se dirige rápidamente a la puerta.)
Elena.—Espere usted...
Smirnov. (Deteniéndose.)—¿Qué?
Elena.—Nada. Váyase... O no, espere... ¡No, no, vayase! Le detesto... Oiga, oiga... ¡Si supiera qué furiosa estoy! (Tira la pistola sobre la mesa.) ¿Qué hace usted ahí aún? ¡Váyase!
Smirnov.—¡Adiós!
Elena.—Sí, sí, váyase. Escuche... No, no, no quiero verle más... ¡Estoy furiosa! ¡No se acerque a mí!
Smirnov. (Acercándose a ella.)—¡Soy un idiota! ¡Estoy conduciéndome como un colegial! (Groseramente.) Oiga, señora: ¡la amo a usted, qué demonios! Mañana he de pagar al Banco, las faenas del campo me esperan, y me enamoro de repente como un tonto... (La coge por el talle.)
Elena.—¡Las manos, quietas! ¡Le detesto a usted! ¡Le detesto! ¡A batir...! (Un beso le cierra la boca.)
En este momento aparecen en la puerta Luka, el jardinero, el cochero, la cocinera, asustadísimos y armados de pértigas, azadas y garrotes.
Al ver a la señora Popova en los brazos de Smirnov, detiénense, llenos de asombro.
Elena Ivanovna. (Volviéndose hacia ellos, sonriente y confusa.)—Retiraos, amigos míos... Ya no os necesito... Este señor y yo nos hemos entendido. (Telón.)
FIN