El hipogrifo

Las gentes han estado locas—más que de costumbre—en estos días, con motivo de la nueva empresa automovílica, la carrera París-Madrid. Los periódicos han dedicado largas columnas; los camelots han vendido miles de programas y mapas; los concurrentes á la prueba han sido mucho más numerosos que en otras anteriores; los nombres de Michelin, Mors, Mercedes, Panhard, Renault y demás fabricantes de máquinas veloces andan en todas las bocas. Es el tiempo en que un chauffeur hábil y osado goza de triunfos y aclamaciones que jamás obtendría un Berthelot, un Pasteur, un Anatole France. La locura de la rapidez, que ya creo que ha sido estudiada por los médicos, invade de manera alarmante á la ciudad de los “marcheurs” jóvenes y viejos. Y las mujeres se mezclan en el asunto. Ayer era una ex cantante de café concert, Bob Walter, la que ocupaba la pluma de los cronistas; hoy es Mme. Du Gast, “la dame au masque” del proceso resonante y mundano, por quien la mano de cierto noble francés cayó sobre la mejilla de un viejo abogado; Mme. Du Gast, que se va á correr kilómetros, á más de ciento treinta y tantos por hora, en su “auto” decorado con los colores amarillo y rojo: “vive l’Espagne, ole!” Y una enorme muchedumbre se ha desvelado para ir á ver partir á los corredores, y ha lanzado gritos de entusiasmo que no oyeron los griegos de ligeros pies y los cocheros líricos celebrados por Píndaro. Temeroso delirio colectivo, manicomio suelto...

Antes de la primera etapa, los muertos han sido siete, entre ellos “sportsmen” ricos, y los heridos muchos. Fuera de los locos de las máquinas, han sido víctimas pobres gentes encontradas en los caminos y destripadas por la veloz y pesada cucaracha de hierro y caucho. Los aduladores de la industria á “outrance” dicen que el suceso no vale la pena, que los negocios son los negocios y que “para comer tortillas hay que romper los huevos”. Y cuando aquí el Consejo de ministros resolvió suspender la carrera en territorio francés, parece que el joven Alfonso de España hacía todo lo posible en su real empeño para que continuase en la parte española la temeraria competencia. ¿Por qué? Fuera de su capricho y curiosidad de adolescente, porque se habían hecho gastos en la tierra de Wamba para recibir los automóviles, y porque, allá como acá, cierto público estaba fuera de sí de contento. Cierto público; lo que es el pueblo, en algunos lugares, recibió al hipogrifo á pedradas.

Hipogrifo violento

Que corriste parejas con el viento,

¿Dónde, rayo sin llamas,

Pájaro sin matiz, pez sin escamas

Y bruto sin instinto

Natural, al confuso laberinto

De estas desnudas peñas,

Te desbocas, te arrastras y despeñas?

Unos hipogrifos violentos se desbocaron, y otros se despeñaron y se deshicieron contra los árboles.

Y los aficionados y los apasionados esperan en una velocidad aún mayor, lo cual será la coronación inaudita de la industria francesa, pues es en Francia donde esa rama sportiva priva y vence con mayor fuerza y más elementos que en parte alguna; coronación que hará progresar los negocios de tales y cuales fabricantes y de tales y cuales campeones, sobre un campo de rotas crismas y de huesos deshechos. Ya el buen “populo”, encarnado en Dranem, canta con razón: “J’en ai soupé de l’automobile”! Y el automóvil ha “soupé” y continúa manducando pobres diablos de peatones que tienen la mala suerte de encontrar en una calle ó camino real al desbocado armatoste homicida. Trust, record, looping-the-loop, cake-walk... van con el progreso; con el progreso, que tiende á la posesión del infinito por la supresión del tiempo y del espacio. Todo lo que el adelanto humano crea, todo lo que los inventores inventan, va á ese afán de dioses: suprimir el espacio y el tiempo. En el sport moderno se complica ese afán con la neurosis colectiva. Todo lleva al exceso; exceso de goces, exceso de negocios, fiebre de velocidad. Y el espíritu yanqui, invadiendo el mundo, impone el record. Y el mundo tiene la necesidad de comprender el inglés: trust, record, looping-the-loop, cake-walk.

All right!

¿Es inglés el autor de ese refrán culinario-nietzscheano: para comer tortillas hay que romper los huevos? A mí me parece más bien español, y llamarse don Pero Grullo; ó francés, y llamarse M. de la Palise. Pero la aplicación feroz del proloquio creo que es modernísima y está entre las cosas que habló Zaratustra. Es un filósofo excelente para los que comen, é inquietante para los que son comidos. En el caso del super-chauffeur, no cuenta para nada el desventurado que tiene la perra suerte de ser aplastado por el automóvil. El super-chauffeur es el representante de la energía humana y la omnipotencia de la industria, del capital: ¡ay del que se le presente en su camino! Sucede que él también, el super-chauffeur, se revienta la persona contra un tronco ó contra un barranco. Todo está perfectamente. El patrón necesita que su fábrica triunfe, que la potencia industrial aumente, que Moloch coma su tortilla, y para comer tortillas hay que romper los huevos.

La lógica de ese principio se aplica en asuntos mayores. Buena tortilla fué la que saboreó Moloch cuando la Gran Bretaña aplastó al pequeño Transvaal. Los negocios son los negocios, y los aplicadores de la ley zaratustresca se llaman Cecil Rodhes, se llaman Chamberlain. Época espantosa en verdad, más que ninguna otra de la historia del hombre. El corazón del mundo está enfermo; la vida hace daño; la inquietud universal se manifiesta de mil maneras, peor que en el año 1000. Porque en el año 1000 había siquiera fe y esperanza, y el hombre actual ha asesinado á ambas. Todo se reduce á la victoria del momento, por la fuerza, por la violencia, por la habilidad. La Gloria está amenazada de muerte, como el viejo Honor que agoniza, y el Pudor, y la Caridad. Los degenerados de arriba están en vísperas de ser suplantados por los energúmenos de abajo. Los reyes se van y los pueblos no saben adónde ir. Y el porvenir viene en automóvil, velozmente, desbocadamente, matando, estallando. La medianía socialista cree ver desde hace tiempo en el actual progreso, allá en el Oriente, una aurora. Y es un incendio, á menos que no sea una erupción, un Vesubio ó un Montagne Pelée.

Todo lo que en otro tiempo había sido aprovechado en ventaja de la fraternidad soñada de las razas, en favor de los ideales cristianos, se aplica ahora á la destrucción y á la guerra; la guerra, que soñaba Víctor Hugo desaparecida en los comienzos del siglo XX, adquiere mayores alcances, á pesar de las patrañas diplomáticas y de los idilios pacificadores de retrasados ideólogos. Desde el momento en que el dinero suple hoy los antiguos ideales, la disputa de la tierra y de la riqueza se hace más enconada, y el “crack” de la moral trae el más absoluto desastre. Jamás el sér humano ha sido menos ángel; jamás ha sido más bestia fiera. Y esto con automóviles, con telégrafo sin hilos, con cinematógrafo, con la omnipotencia de la máquina en la industria y del oro en todo.

Todo eso es irracional. Pero toda la vida, dice Tolstoi, es irracional. Es irracional que el hombre tenga órganos inútiles, y que el caballo tenga un vestigio del quinto dedo; es un gasto inútil de energía. Los gastos inútiles de energía los autoriza el progreso. La utilidad de una carrera loca de automóviles es absolutamente absurda. Eso pasa en el reino del irracional. Un hombre rico, sano, quizás feliz, va, deja sus comodidades, su hogar, su bella mujer, sus hijos, para lanzarse á devorar espacio. Y muere. Muere y mata. Antaño se iba á las cruzadas; y más antes, Jasón iba al ideal.

Hoy el heroísmo tiende á la especulación por un lado y el anonadamiento por otro. Una raza de inquietos, de bovaristas, de neurasténicos, marcha hacia la confusión infinita. Y Moloch engorda con sus tortillas humanas; Moloch, el eterno, el indestructible, el dios apetito y el dios crueldad.

“Oh que la vie est quotidienne!, decía Jules Laforgue el montevideano. Laforgue debía haber vivido hasta el siglo XX, pues la época encontraría en su ironía hamletiana y ultramoderna su verdadero poeta. Mas él también murió, aplastado por su tiempo, herido por el mal común.

¡Oh la delicia de la mediocridad! ¡No poder pensar, aislarse en la inconsciencia! ¡Poder entusiasmarse por un biciclista!

Se siente crujir los huesos del cráneo. Me apresuro á poner punto final, pues corre peligro este artículo periodístico de acabar en poema en prosa. Y eso ya sería grave.

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