impresiones de ,,Salón”

Los pintores que persisten en una manera invariable y reconocida, siempre con telas que se asemejan unas á otras, y con temas incambiables, ¿lo hacen por su propia voluntad? Esos pintores no lo hacen por su propia voluntad, antes bien por la imposición de la voluntad de un público que les exige la misma cosa. Y su público les paga, y pues les paga, es justo pintarle la misma cosa para darle gusto. Cuando un voluntarioso se evade, la sorpresa protestante del comprador y de la admiración de casillero, se expresa. He aquí, por ejemplo, al fino y talentoso Raffaelli que deja ahora su París habitual, sus muelles, sus escenas callejeras, y presenta paisajes de Bretaña. Los que ven estos cuadros no están contentos. Esa naturaleza risueña, esos fragmentos de campaña, esa nueva nota, no es perdonada por los que han condenado al artista á parisianismo perpetuo. Renovarse ó morir, dice el artista: la opinión general dice todo lo contrario. A mi entender, Raffaelli ha hecho muy bien en buscar un nuevo campo á sus colores. Sus cualidades personales resaltan en todo caso. Su notación precisa, su dominio de la luz, trate lo que trate, le sostienen en su puesto, el de uno de los primeros maestros del arte francés de nuestros días. Otra sorpresa para los usuales admiradores es que la Bretaña de Raffaelli no se parece en nada á las Bretañas de los bretañistas de profesión... Aquí todo es claro y grato, florido de sol, y en vano se buscarían las rudezas, brumas y aspectos sombríos de la Armórica.

Para la Bretaña negra, entristecida y ruda, ahí está monsieur Cottet, que cada año presenta una página de su obra bretona, con las asperezas de color, el realismo, y quizás una vaga preocupación de primitivismo, que le distinguen. La de ahora, “Femmes de Plogaitel”, aunque inferior á la “Noche de San Juan”, está llena de vida; en un paisaje regional, cinco figuras bien estudiadas, expresan el alma de la composición.

Al lado de Collet, Simón manifiesta la tristeza tradicional y la devoción dolorosa de la raza con sus “Bretons a la messe”. Ambos pintores son de los que toman el arte en su verdadera transcendencia, y procuran realizar su concepción de lo bello pictórico, según sus maneras de pensar, sin sujeción á los caprichos de la crítica y de la moda.

He aquí uno de los envíos que atrae más curiosos: “Cherubin de Mozart”, de M. Jacques Blanche. Es un cuadro gracioso y literario, tan literario como que el Querubín de Mozart es la Berenicie de Maurice Barres, cuyo retrato está al lado, para dar testimonio.

Muy inglés, muy aristocrático, muy barresiano, el cuadro de M. Blanche tiene por qué atraer, además de su preciosísimo pictórico, á la muchedumbre elegante. El retrato del predicador de la cultura del yo, muy significativo y bien interpretado, es un buen dato iconográfico para los futuros historiadores del egotismo á fines del siglo XIX y del nacionalismo á fines del XX.

Seguiré señalando los “clous”. Ahí está el ultraselecto Boldini, con dos retratos que son dos “bouquets” impregnados de parisina, el de la princesa de Hohenlohe y el de Mme. L... En ambos la gama blanca predomina, estallando en uno de ellos un ramillete de rosas que adorna el busto fino y erguido.

Las figuras se dirían torturadas de elegancia; el dibujo afina los rasgos hasta la fuga; el torbellino del color se junta á la exasperación nerviosa, y cada tipo de mujer hace pensar en admirables y supergalantes receptáculos de placer moderno, de agudas sensaciones, de seducción serpentina y de “más allá de la decadencia”. Agregad á la exagerada ligereza parisiense la más punzante y cálida intención italiana, y no es esta pintura de Boldini, pintura de virtuoso, ejecución de prestidigitador de la paleta, bueno para cantado en las rimas rebuscadas y raras de un Montesquieu-Fezensac, quien, por otra parte, creo que le ha cantado ya: Boldini, Paganini, dirá después Jean Lorrain.

Y he aquí otro “clavo”: M. Jean Lorrain por de la Gángara. Es una obra de arte de artificialidad; es un retrato compuesto á la manera de los retratos literarios de ese famoso cultivador de literatura fuera de natural. Todos los desequilibrios del snobismo, todos los viciosos por moda, todos los falsos Phocas, todos los simuladores del pseudotalento, todas las viejas arpías del casino y todos los estetas rezagados del tiempo de Dorian Gray, se quedarán largo rato ante la imagen del novelista del Vicio “Errante”. Es una maravilla de “pose”. Es el no más allá de la vanidad literaturesca, el acabóse de la presunción en la rareza... Es un buen documento.

Del gran Whistler, maestro que ha influído grandemente en la pintura de su tiempo, y cuya pérdida reciente ha sido justamente lamentada en todos los círculos intelectuales del mundo, hay varios cuadros. Aun revuela, encantando con su fulgor póstumo en este ambiente, la psique misteriosa del alto artista, el caprichoso, sutil y vago “papillon”. Lo principal es un retrato de dama, plata y rosa, hecho con la suprema distinción y la maestría reconocida en quien pudo reunir la mayor sobriedad y discreción á la más potente fantasía y don de ensueño.

Otro “clou”son las telas expuestas por el español Anglada. ¡Bravo y simpático artista! Suelo encontrarle por el lado de Montmartre, con sus ojos penetrantes y su grandísima barba negra, serio, pensativo. ¡Quién diría al verle, que estuviese poseído de la locura del color, así como el gran Hokusai—y no es poca la comparación—estaba poseído por la locura del dibujo! Anglada ha presentado varias telas, en que aquella locura se agita, clama, se publica. Mas en esa cosa inusitada y de una increíble audacia, hay una estupenda sabiduría de paleta. Yo no sé, si como otros que se creen emancipados de todo, este revolucionario no sabe dibujar; se creería esto al ver las esqueléticas piernas de alguna de sus parisienses nocturnas, y tales ó cuales rasgos de un qué-se-me-da-á-mí asombroso; mas la riqueza de sus tubos, la destreza y luminosidad de sus pinceles son tales, que desde luego hay que afirmar que uno se encuentra ante las genialidades de un artista de excepción, de un carácter lleno de dotes singulares y de brío. “C’est en héros effarouché”, como yo me he detenido delante de esos delirios de fuegos de colores, de esas visiones semifantásticas, semimacabras... Y, sin embargo, ¡eso existe, puesto que él lo ve! Mas esto no piensa la mayoría de los visitantes que, al pasar ante “Verlinsau”t, la “Gitana de las granadas” y las otras creaciones fosforescentes, nocturnas, ó detonantes, unos se encogen de hombros, otros ríen, decididamente convencidos de que eso es muy divertido, y otros se enojan, arrugan el entrecejo, protestan en voz alta: “C’est honteux!... C’est affreux!... C’est fou!... C’est horrible!”

Quizás Anglada modere un tanto su agitador y alucinante “whim”, y, aprovechando lo que de admirable y de encantador hay en su talento y en su procedimiento, brinde á los amantes de las hermosas creaciones pictóricas, nuevas sinfonías, dulcificadas con un poco de razón y otro poco de mesura. Por lo demás, ¿quién, aun entre los más escandalizados, podrá negar que se está en presencia de un maravilloso colorista, de un dominador del iris, de un vencedor de la luz?

En donde se quedan por largo rato los artistas, los conocedores de lo bello discreto, de lo bello amable, de lo bello ensoñador, los adoradores de la poesía pintada, es ante los cuadros de Santiago Rusiñol. Poesía de los “jardines de España”, poesía de los arrayanes y de los cipreses; poesía de los solitarios y viejos y melancólicos rincones llenos de la nobleza desvanecida de antiguas edades; poesía de los almendros en flor en el campo verde cerca del mar azul, en las luminosas Baleares; patio de los naranjos, con las notas de oro, en el obscuro ramaje; blancas barcas; melancolía del valle en la ternura de la tarde, y la maravilla solar anotada en pautas delicadas. Baste decir que en las telas de este poeta, hay el mismo “charme” en prosas poémicas.

“La Princesa Matilde”, de Bernard, detiene á los curiosos del alto mundo y á los amigos de la pintura brillante y graciosa, y otro retrato de este artista hay que afirma una vez más sus victorias de color y sus excelencias de plasticidad y vivacidad.

Las evocaciones brumosas de Carriere reciben, como es de costumbre, en cada envío, los ditirambos de los unos y los dicterios de los otros. Es un artista, fuera de discusiones de técnica, cuya manera personal, comprensiva y honda, traspasa los límites de la simple pintura. Hay más filosofía y más poesía de la que el curioso visitante se imagina en cada una de las obras de ese excelente.

Mucho ha llamado la atención de todos el retrato de lord Ribblesdale, por Sargent. Es, en efecto, una de las pocas obras maestras que hay en la innumerable copia de telas que existe en el Grand-Palais. Tiene todas las buenas condiciones que han hecho triunfar, sobre todo, como retratista, al autor de la Carmencita del Luxembourg: color, dibujo, expresión, carácter, alma. Le han criticado algunos el que la estatura del tipo retratado tenga una cabeza más de lo natural, y esta crítica me parece sobradamente injusta. Desde luego no hay sino un recurso para aumentar la significación, para ayudar al sentido característico; y después, ese recurso ha sido empleado por muchos maestros de la Pintura y especialistas del retrato, en todas las épocas. Watteau tiene de esos personajes alargados intencionalmente; y el soberano Van Dyck ha dejado muchos en su galería de nobles personajes. Más de una cabeza hay, por cierto, en la estatura del conde de Carlisle, cuadro que es propiedad del vizconde Cobham; en el del vizconde de Grandisson, propiedad de Jacob Herzog, de Viena; en el de la marquesa Adorno-Brignole-Sale, propiedad del duque de Abercon, en Londres; en los retratos de lord George Digby y del duque de Bedford, propiedad del conde de Spencer, en Althorp; en el de los jóvenes lores Jhon y Bernard Stuart, que tiene en Cobham Hall el conde de Darnley. No es, pues, tan gran pecado el cometido por Sargent al caracterizar según tan ilustres tradiciones á su aristócrata retratado, y si peca, peca en magnífica y gloriosa compañía.

De los consagrados oficiales, el presidente de este Salón, Carolus Durán, tiene tres telas que nada agregan á su fama. Un retrato de la señora Gould, marquesa de Castellane, muy bien trabajado, muy bien decorado, muy bien sentado, muy para el mundo en que la dama vive; otro retrato de los niños del conde y condesa de Castellane, nietos del archimillonario yanqui, y que revelan futuros “sportsmen”y un “Vieil Espagnol marchand d’éponges”, figura muy estudiada y bien asida. Solamente ese viejo español parece una figura de gheto, ese viejo español es un judío viejo. Sería fácil corregir: “Viejo judío español”...

Cuadro decorativo y de efecto, “Deuil”, por M. Agache, cuya explosión de color se advierte desde que se entra á la sala en que está. M. Dinet, con notables cualidades plásticas, trata un asunto miliunanochesco, las “Filles de Djeun’s se jouant dans l’eau”; la demasiada realidad que se nota en esta página de fantasía reduce las visiones de cuento á agradables casos teratológicos. No se puede menos que celebrar, una vez más, las marinas de Mesdag, quien siente hondamente el mar, en calma ó en tempestad, fosco ó amable. Es el maestro de quien ha dicho con razón Romualdo Paulini: Mesdag non ci rivela que quello che vede; ripetendo lo stesso motivo egli e riuscito ad ottenere in tutta sincera potenza la trasparenza di quelle acque sconvolte che veramente non sono paragonabili a nostri mari, pur quando sieno agitati dalle tempeste. D’altra parte egli non ha solo dipinto il mare influriato; ma l’ha ritratto negli aspetti piú vaghi del tramonto calmo e dell’alba d’oro; ma di preferenza lo ama tragico e sconvolto“. Aquí hay ahora una marina de esas borrascosas en que se siente el viento y el respiro del agua ensombrecida.

El “Louis XVI et Parméntier dans la plaine des Sablons” de M. Gervex es una página que ganaría en su reducción, y semejante á las odas de antaño á la invención de la vacuna, ó á la gloria de los cereales; la “Mamme qui se peigne”, de Tournés, recuerda una tela de nuestro amigo Schiaffino; las “Bruleuses d’herbes”, de M. Perret, hacen ver que este pintor ha visto demasiado á Millet.

“L’homme Dieu”, de M. Delville, hace el efecto de una agrandada é iluminada estampa de Gustave Doré. Un interior de Caro-Delvaille, que ha comprado el Estado, es muy celebrado por la fineza del dibujo, y la suavidad de tonos y el ambiente en que “viven” las cinco figuras que animan la escena.

No habían de faltar, como las Bretañas, las Venecias, entre las cuales una de M. Smith y otra de M. Le Gout-Gérard. De un gusto voluntariamente arcaico el plafón de M. Anquetin, no seduce, á pesar de su colorido fastuoso. “L’Etreinte”, de M. La Touche, y el “Nocturne”, de M. Szekely, representan un mismo asunto, en diferente medio y con distinto procedimiento tratado. Allá es el abrazo de amor en pleno lujo, aquí es el abrazo de amor, el beso de dos pobres, en plena pobreza, bajo el cielo de la noche, en un puente, mientras, á lo lejos, se ve el resplandor de las iluminaciones de la ciudad. Es un poco “du Jean Rictus”.

La falange de los imitadores, como todos los años, es crecida. Los que hacen Puvis y los que hacen Bouguereau, los que hacen J. P. Laurens y hasta los que hacen Carrière. Estos, sobre todo, son abominables. No hay que nombrarlos siquiera.

Entre los desnudos, atrae uno de M. Caro-Delvaille, “Eté”; una mujer tendida en su lecho, rosada sobre las blancuras de las ropas, y ante una mesa llena de flores y de frutas. Por el tipo de la dama—la cual es demasiado espesa para Estío—al cuadro convenía mejor haberle llamado Otoño; un otoño italiano, como podría testificarlo la botella de Chianti que aparece en primer término.

Nada tiene de pintura de moda, ni habla de la última estética el cuadro de M. Herter, Les heureux. Eclécticamente declaro que, como otras cosas complicadas y bellas, esto, natural y bello, me encanta. Me encanta, porque da la completa ilusión de la vida, de la carne, de la respiración, de la buena y sana animalidad humana. Así como hay estatuarios que son pintores, este pintor es estatuario; sus dos figuras se animan y salen fuera de la tela, dando la impresión á maravilla. Confieso que prefiero este arte al de algunos exagerados puntillistas, ó más bien confettistas, que hay aquí al lado, y cuyas obras no convencen á la admiración ni al aplauso.

Llama la atención por su asunto exótico y raro, por sus cualidades de pintoresco y de color, y por la observación de detalle, el cuadro de M. Richon-Brunet, “L’éxode”. El pintor, á quien debe ser familiar la campaña chilena, expresa una tribu de araucanos en viaje. Podría tal vez tachársele cierta teatralidad de las figuras, mas la obra es de mérito indiscutible.

Como animalista, se distingue M. Cauvelaert; como suntuoso y elegante, Mr. Bunay, que une á cierto prestigio antiguo un excelente modernismo; como colorista y realista en sus retratos, M. Paulsen.

Un vivaz y plausible cuadro de Willette, que habría celebrado Hugo, es “Gavroche” en la barricada. El macabro Enterrement du carnaval á “Barcelone”, de Graner Arrufi, es una nota española que no vale, por cierto lo que la de Larroque-Echevarría, “Le chanteur populaire”, en la que ambiente, estudio de tipos y composición, revelan un gran talento que sigue las mejores tradiciones artísticas de su país, sin dejar de ser personal.

Le Sidaner, el de la pintura maeterlinkiana, deja hoy sus interiores, sus canales, sus jardines tristes, y nos da un trozo de París. Se reconoce en seguida, por su sabido procedimiento de vaguedad y de bruma, su melancolía inevitable en todo tema que trate, su misterioso vapor de las cosas.

Siempre había que celebrar á M. Aman Jean, cuando presenta tan deliciosas figuras femeninas, como las dos que son el alma de su cuadro la “Confidence”. Hay en este “panneau” decorativo ciertas deficiencias de dibujo; pero el poema triunfa por su suavidad musical, por la elegancia entristecida, por la distinción melancólica de esa escena íntima, por la gracia lánguida y discreta de esa pintura á la sordina.

Hay buena cantidad de desnudos, unos antiestéticos, otros perversos y sin mira artística propiamente dicha, otros demasiado académicos, y otros abominablemente manchados por el ultraimpresionismo, como los de M. Denis, que, por otra parte, tiene muchísimo mérito y talento.

En los desnudos, el que más atrae por la audacia de un detalle que no se nota á la simple vista, es el de M. Georges Bertrand, “Foas Vitae”, fragmento de un cuadro, composición dedicada á la “Beauté“. M. G. Bertrand es un pagano, un plástico, un fuerte colorista, y un comprensivo del amor sin el pecado.

Hay un inmenso cuadro, “la Bretagne mystique“, que representa una procesión de marinos; es un vasto paisaje de mucha labor y estudio, que servirá para decorar la escalera del museo de Nantes.

“En la Fille des faunes, M. La Touche sirve un gran plato carnal pimentado, con desdoro de la antigüedad, que no halla qué hacer en un ambiente extraño á las concepciones primitivas.

M. Jean Beraud representa “La nuit“ en una mujer bella, envuelta en un manto de singular manera, y en un fondo crepuscular. Diríase la fotografía iluminada de una chilena.

Y hay más y más cuadros, grandes y chicos, que sería imposible señalar.

Et tout le reste est... peinture.

En la Escultura hay poca cosa que se pueda aplaudir sin reservas. Gracias á Rodin y á Constantin Meunier se sale de lo común y bonito. Se ve mucha cosa de vitrina, tentativas de policromía. M. Dejean se empeña en dejar para el futuro tanagras modernísimas, muñequitas de París, no sin talento parisiense. Mme. de Frumerie tiene una agrupación de trabajos de finura, flexibilidad y gracia. M. Froment-Meurice, que lleva un nombre de bastante peso, no ha encontrado asunto mejor que una patada de burra: “Anesse ruan ” ... “El Mommsende” Lobach es una buena testa, y la “Sphinx“, de Glicensteim, una simbólica y bella creación en piedra de Bardello, digna de todo elogio. Este mismo escultor, que reside en Italia, expone un busto de D’Annunzio y otro de una hermana del poeta, á menos que no sea hija suya. Hay también notable un busto de vieja, del poeta artista meridional Valére Bérnard, gloria de Marsella.

Mas todo eso está dominado por la central y monumental figura del Pensador de Rodin. Es una osadía, dicen algunos, el llamar así una obra, existiendo Il “Penseroso” .

No es creíble que Rodin, que tiene un talento genial, se presente candidato á la inmortalidad con el objeto de desbancar á Miguel Angel. Hay su bizarría, hasta cierto punto plausible, en interpretar el mismo tema miguelangelesco de la tumba de los Médicis, á su manera, que, por otra parte, tiene algo del formidable Buonarrotti; pero los más entusiastas reconocerán que ni el “Pensado” r vale Il Penseroso, con ser una obra excelente de estatuaria, ni Rodin pesa aún en la balanza del mundo y del arte eterno lo que el coloso italiano.

Alabanzas son dadas á la nueva figura del poema de bronce que Constantin Meunier hace tiempo viene plasmando á la gloria y al sufrimiento del trabajo, representado en los tristes obreros de las minas, cuyos aspectos de fatal resignación, de pesadumbre en lucha con la dura Naturaleza, con la áspera materia, ha interpretado en máscaras de un trágico que llega á lo sublime en lo humano. Meunier es belga. Es el hermano de Rodin. La fama comienza á acariciarle, y no ha tenido, como el francés, que luchar con la muchedumbre au front de taureau.

Un escritor que piensa alto y dice vibrante, exclama: “Un enervamiento enfermizo agita el pulgar de los modeladores; quieren gustar, y para las decadencias ese deseo no se realiza sin prostituir la forma. Se desprende de la producción contemporánea sin sensualidad exagerada, ó bien el artista se complace en una imitación sin crítica y casi maquinal. Esos son los efectos de un individualismo anárquico y los frutos de una enseñanza negativa que obliga al discípulo á sacar todo de sí mismo, aun lo que no contiene en sí.”

A Meunier y Rodin no alcanza el anatema. Ellos sacan de su mina personal su propio oro, su propio bronce, sin olvidar las lecciones de los maravillosos antecesores, de los gloriosos pasados maestros que son el orgullo de las artes humanas.

Mas es innegable que el sentido del arte noble se pierde, que nuestra época, á pesar de los que viven á sus anchas y predican las excelencias de su mediocridad, no es una época artística; que otras ideas han cambiado los ideales de belleza de las generaciones, y que el utilitarismo, el mammonismo, por un lado, y el socialismo y el clericalismo por otro, han dado mucho y están para dar por completo á todos los diablos, sentimiento aristocrático de lo bello, entusiasmo por la superioridad del genio, admiración sincera, y el orgullo divino de las alas.

La ausencia de representantes del arte hispano-americano en ambos Salones de este año es notoria y lamentable. Nunca ha habido menos. En el de la Société Nationale des Beaux Arts, hubo uno sólo. En el de los Artistes Français, entre pintores y escultores, suman nueve. C’est maigre. En cambio, la falange de norteamericanos crece cada vez más. Porque sucede esta inaudita cosa que nunca me cansaré de repetir, nosotros, los que nos regodeamos de latinidad y de la Loba y de la herencia griega, nos preocupamos malhadadamente de nuestros artistas; y los yanquis, los de Porcópolis, los prácticos, los trusters, los bárbaros, protegen, ayudan prácticamente á sus artistas. Así puede verse que van logrando en el terreno estético lo que se han propuesto: tienen pintores y escultores, “ma foi”, que nosotros no tenemos, salvo excepciones contadísimas.

El artista hispano-americano que viene á París, viene siempre con una lamentable pensión de su Gobierno, pues son muy raros, extraordinariamente raros, los púgiles, los luchadores de fuertes hombros y bravos puños, que vengan á bregar en pleno París, contando únicamente con sus propias fuerzas, con su solo cerebro.

Los pensionados de los gobiernos suelen no ser los más talentosos de su tierra, y cuando vuelven no llevan adelantada gran cosa. Y los de talento verdadero viven mala y trabajosamente con el escaso sueldo que casi se les va en modelos y en las modestas cremerías del barrio Latino. Y acontece que, cuando menos piensa un joven de esos, con su porvenir casi asegurado, con su labor de estudio al terminar, se ve abandonado por la luminosa ocurrencia de un Gobierno que no cree de gran importancia el progreso artístico de su país. De esos hay quienes se quedan aquí, en una triste “struggle-for-life”, dándose á labores industriales, vendiendo su producción á la diabla, cuando logran que se la compren, y destrozados de desesperanza ante la imposibilidad de domar la suerte y de conquistar el halago de París, que es la gloria del mundo. Otros... ¿Recordáis que hace algunos años, entre los pintores hispano-americanos de cuyas obras me ocupé, había uno de quien publicó La “Nación” el retrato, el cual pintor expuso en el Salón en que yo os informaba, una cabeza de Cristo? Tenía el apellido del Libertador, se llamaba Domingo Bolívar. Estaba en París, lleno de desencanto y de tristeza, á pesar de su buen humor y de su buen talento. Aquella cabeza de Cristo fué lo último que expuso en París. Él no creía ya ni en París ni en Cristo... Se fué á los Estados Unidos, en donde contaba con excelentes relaciones. Había hecho el retrato del general Lower, que fué gobernador de Cuba, y el de otros personajes. Yo le di una carta para el Sr. García Mérou, quien lo acogió noble y cariñosamente. Mas, Bolívar iba enfermo de París, en donde, pobreza y desilusión le mordieron el alma. Y en Nueva York, hace poco, hizo el gran viaje... con cianuro de potasio.

Y como ese vencido, muchos otros, pensionados por gobiernos de nuestras repúblicas. Los dichosos son los pensionados por los norteamericanos. No por el Gobierno, sino por los Mecenas anglosajones, que hay muchos. Ya en otra ocasión he nombrado á Mrs. Phoebe A. Hearst, la millonaria madre del propietario y director del New York Journal. Esta dama, que tiene varios pensionados de su país en Europa, envió por su buena gracia á París á un artista mejicano, Alfredo Ramos Martínez, sin más condiciones que estudiar y producir. Lo sostuvo cinco años. Y luego, la yanqui, le dijo: “Le voy á quitar la pensión. Ya usted está hecho; ya ha sido aceptado en los Salones y vende sus cuadros. Ahora, no se mueva de París. Luche. Venza. Complétese usted.” Y el artista se quedó, luchó. Y hasta entonces, sólo hasta entonces, el Gobierno de su país, gracias á la iniciativa del ilustre Justo Sierra, le decretó una pensión. ¿Qué rico de Centro, ó de Sur-América, tendría el bello gesto de la millonaria de los Estados Unidos?

Con gusto me expresaré un poco sobre el trabajo y la persona de Ramos Martínez, como lo he hecho con el admirable y fuerte argentino Irurtia. Ramos es un laborioso, y un apasionado del color. Es de los que más honran al escaso grupo hispano-americano parisiense. Ha sido aceptado en el Salón desde hace tres años, y ha tenido muy grandes distinciones de parte de la Sociedad de Acuarelistas. Pues la acuarela es su particularidad, y á ella le debe notables victorias. Vignal, que es autoridad, lo celebra y aplaude.

Es un amable carácter, un buen corazón, un excelente muchacho. Ha sufrido. Sus confesiones pueden servir á los que siguen el camino que él ha recorrido. “Cuando tuve que vivir en París—me decía una vez—, cuando me quedé sin pensión, me sostenía la esperanza de verme algún día con elementos para desarrollar lo que desde hace tanto tiempo persigo; y esta sola idea me dió fuerzas para no desmayar ante las pruebas tan rudas por que pasé. Inmediatamente me puse á trabajar en una fábrica de bibelots artísticos. Desde ese día, ¡qué horizonte tan distinto me rodeaba! Ganaba apenas para vivir. Era un simple obrero, obligado á seguir las ideas de cualquiera. Del patrón. Mas, ese dolor me templó; me produjo una gran indiferencia por el instante y una gran esperanza en el porvenir. Y no pudo ser más: abandoné aquella tarea sin saber adonde ir. Fué peor. Caí en manos de judíos abominables, para quienes trabajé, de día y de noche, quedando toda la utilidad para ellos. Hice ilustraciones para ciertas casas, y fué lo mismo. Ya desesperado, me fuí á Londres, llevando conmigo mi cartera de acuarelas. Desde ese día mi vida cambió. Me las aceptaron todas en el Círculo de Acuarelistas, y á los pocos días adquiría una el duque de Devonshire. En efecto: Londres fué más propicia á ese respecto con el artista hispano-americano. Recientemente, se le ha propuesto hacer una exposición particular de sus acuarelas en el Carlton”.

Este joven artista es un ejemplo de lo que la constancia y el tesón ayudan al natural talento. Ramos es de los que triunfan apoyados en su sinceridad ó impulsados por su pasión artística ¡Cuántas veces hemos recorrido juntos el Louvre ó el Luxembourg conversando de las hermosas obras de los maestros, de la belleza eterna! O en el taller del argentino García, hombre de ensueño y de impresión, pintor de secretos luminosos, á quien he de consagrar, á su vez, una página dilatada; ó en el estudio del poderoso é intelectual Irurtia, á quien Charles Morice ha dedicado tan hondas ideas, tan gallardos juicios. Ramos admira á Vinci. El gran Leonardo, más que Miguel Angel, le hace ver la humanidad; su “Gioconda” es la madre, la esposa, la querida, la hembra completa, según el estado de ánimo en que el espectador se encuentra. Lucrecia Crivelli, para él, es sér de adoración; nada habla como los ojos de esa mujer, que son todo un poema de encanto. En la sola frente hay un divino enigma; en las solas manos están todo el misterio y hechizo femeninos. “Gioconda es todo—me decía el artista—.” Ama á Rembrandt, á Velázquez, “un dios pintando”. Querría ver á Velázquez interpretando á Vinci. Se entusiasma con Botticelli, exquisito y refinadamente sentimental. En lo moderno ve que Millet sólo podría decirlo todo; lo colocaría al lado de Leonardo, en los tronos del Arte. “Su campesino” no es el vulgar que vegeta; es el sér noble y bueno, penetrado de la grandeza que respira. En su “Primavera” ¿quién no siente la alegría? Aquel verde nuevo que se ve nacer, los troncos podados en que revienta la savia; uno que otro surco se adivina que hacen pensar en el que los cavó. La Naturaleza es todo allí; los pájaros, las flores que cubren los surcos, y como complemento un cielo tempestuoso en donde se ve la gracia del iris. A lo lejos, bajo un árbol, un campesino reposa á la sombra. ¡Es la primavera! ¿Y Carrière? ¿Y Corot? ¿Y Turner? ¿Y Whistler? Son sus dioses también. Y saluda á Sicly, á Claude Monet con sus armonías de sol, y al brumoso Le Lidauer y sus poemas versalleses. Contrariando ciertas opiniones mías, concluía: “En definitiva, esta época dejará su huella como las anteriores. Vivimos con electricidad, con vapor, todo al minuto, al segundo. El poeta, el pintor, el escultor, haciendo con sinceridad, resultarán siempre grandes.” Es un plausible eclecticismo y una virtud de entusiasmo que me complazco en alabar. Ramos es la fantasía, pero también el buen sentido.

Mas, ¿en dónde están los artistas argentinos, en los dos Salones de este año? No encuentro más que dos nombres, y eso que son de semifranceses, Mme. Dampt, la esposa del célebre escultor, que expone en la Société Nationale des Beaux Arts un retrato de Mlle. Péan, de elegante factura, de expresión, casi diría de estilo; y el Sr. Artigue, de quien me he ocupado ya en otras ocasiones, y que ha enviado á la Société des Artistes Français un cuadro lleno del sentimiento de la Naturaleza, y que denota un gran paso en su labor artística: “Sur la falaise”.

El escultor Irurtia no pudo concluir á tiempo un nuevo envío que de seguro habría tenido igual éxito que las “Pecadoras”, tan celebradas por la crítica parisiense.

Don Alberto Lynch, del Perú, en la Société des Artistes Français, tiene un cuadro interesante; un “panneau” decorativo cuyo asunto está tomado de un verso de Virgilio: “Collados del Taigeto, hollados en cadencia por las vírgenes de Esparta.”

El uruguayo Sr. Samarán presenta dos telas meritorias, una de ellas “Hommage au Maitre”, y la otra, en donde la intención se junta á lo bien “reussi”, titulada N’entend? pas... toute á Rostand.

Un discípulo de Bounat, D. Roberto Lewis, cónsul de la república de Panamá, expone dos retratos, de una ejecución cuidada, y con excelente expresión, sobre todo el de Madame L. L...

Ramos Martínez, el mejicano, tiene obras en ambos salones, cosa contraria al reglamento; pero el hecho está subsanado con que uno de los envíos, el del Salón de los Artistes Français, está firmado por un amigo suyo. Ramos ha logrado en ambos Salones la “cimaise” y unas flores preciosas en el Salón de Beaux Arts están colocadas al lado de uno de los “clous”, el retrato de lord Ribersdale por Sergent.

José Vera León, venezolano, expone un retrato muy bien realizado en la sección de dibujo de los Artistes Français.

Chilenos han venido sólo dos, Marcial Plaza Ferrand y Valenzuela Llanos. Este es un discípulo de su compatriota Pedro Lira y de Jean Paul Laurens. Ha expuesto en tres Salones parisienses. Es un paisajista de valer; se ve que se inspira en D’Haspignie, aunque procura dar su nota personal, expresar su manera de sentir la Naturaleza, el ambiente, el alma del campo, siendo, con todo, contrario al impresionismo. En su país se le ha hecho justicia, y obtuvo el premio de honor en el Salón de Santiago del año pasado.

Marcial Plaza Ferrand fué también discípulo de Lira, en la Academia de Santiago. Ha obtenido varios primeros premios en concursos de dibujo y pintura del desnudo. En el Salón de su país logró una tercera medalla en 1896, una segunda en 1897, y primera en 1898. Asimismo fué premiado en el certamen Edwards. Ha estudiado en París, bajo la dirección de Jean Paul Laurens. Expone por primera vez en la Société des Artistes Français, en donde le han admitido dos obras que figuran “sur la cimaise”. Las dos telas, “Parure” y “Louisette”, revelan un adorador de la “arcilla ideal”, un feminista, en el sentido artístico de la palabra, como lo fué uno de los maestros que él admira, y al cual sigue á veces, con amor y éxito, Chaplin. En ambos cuadros expuestos hay esa suave disolución de rosas que caracteriza las encarnaciones del galante y elegante maestro francés, uno de los más bizarros cultivadores de la gracia voluptuosa.

En cuanto á la Escultura, sólo hay dos nombres hispano-americanos, ambos de Méjico: Enrique Guerra y Fidencio Nava. Ambos son talentosos y fervientes de amor á la plástica belleza.

Con tal que haya un ímpetu personal, una conciencia de la senda que se sigue y una sincera pasión de lo Bello, no importan al criterio sereno los procedimientos ó las maneras. Además se es roca ó flor, catedral ó logia, cóndor ó ruiseñor. Se posee la fuerza, ó se posee la gracia, cuando no es el genio que tiene las dos. La montaña de Miguel Angel no impide las amables y deleitosas colinas de Canova. Lo bello clásico no excluye lo bello romántico, lo bello parnasiano, lo bello realista, lo bello simbolista ó decadente. El no admitir más que una fórmula, ó un genio, ó una clase de lo bello, indica irremediable limitación.

Yo confieso que la vía porque va el escultor Enrique Guerra es una vía florida, grata, hermosa.

el no comulga con fe absoluta en el templo rodiniano, no ama la violencia y las osadías á veces poco comprensibles del autor del “Balzac” y del “Pensador”. Él va hacia bosques más hospitalarios que las intrincadas selvas del discutido y genial Dante moderno del bronce y del mármol. Si hiciese rodinismo sin sentirlo, caería en ridículo. Expresa lo que siente, como su ingenio lo indica, como su alma lo ve, como su cerebro lo sueña.

En los Artistes Français hay una concepción muy feliz de Enrique Guerra, una interpretación de suave encanto, de una adorable figura bíblica que perfuma aún el mundo con el poema de su ardoroso idilio y con su nombre: es la Sulamita, amada de Salomón, el poeta. Guerra se sintió inspirado después de leer la traducción del “Cantar de los Cantares”, hecha por Renan, y de la prosa marmórea y armoniosa en que se vierte el antiguo filtro de la sensualidad hebrea, brotó la blanca estatua que ha valido á su autor un franco éxito. “Je dors, mais mon cur veille... C’est la voix de mon bien-aimé: Il frappe: Ouvre moi, dit-il, ma soeur, mon amie, ma colombe, mon inmaculée, car ma tete est toute couverte de rosée; les boucles de mes cheveux sont toutes trempées de l’humidité de la nuit”—“¿J’ai retiré ma tunique; comment veux-tu que je la remette? ¿J’ai lavé mes pieds; comment les salirais-je?” Mon bien aimé alors á éntendu sa main sur la fenetre et mon sein en a frémi. Je me lève pour ouvrir á mon bien-aimé; ma main á touché la myrche; mes doigts se sont collés á la myrche liquide qui couvrait la poignée du verrou. J’ouvre á mon bien-aimé; mais mon bien-aimé avait disparu, il avait fui. Le son de sa voix m’avait fait perdre la raison. Je sors, je le cherche et ne le trouve pas; je l’apelle, il ne me repond pas. Les gardes qui font la ronde dans la ville me recontrent; ils me frappent, me meurtrissent; les gardiens de la muraille m’enlevent mon manteau. Je vous en prie, filles de Jerusalem, si vous trouvez mon amant, de lui dire que je meurs d’amour”. De ese canto encantador lleno de leche y miel y vino y olor de manzanas y de rosas no recuerdo que ningún escultor, antes que Enrique Guerra, haya extraído un tema para una estatua. La amada oye la voz del amado y medio se despierta; su magnífica desnudez es una deleitosa armonía del eterno canto de la carne primaveral. Mas la obra del artista mejicano no tiene únicamente el valor de reminiscencia bíblica ó encarnación de un tipo literario; guarda su simbolismo, eterno y moderno, cuya expresión inician las figuras que vagamente surgen del fondo, y que suscitan, simplemente, el arte. El que tenga orejas, que oiga.

De Fidencio Nava diré que es otro que sigue nobles tradiciones. Me parece que sus maestros admirados y seguidos son los grandes del Renacimiento italiano, sin que esto le impida seguir tendencias modernas. Ha progresado mucho, porque su inteligencia vivaz va acompañada de constante estudio y laboriosidad. Nervioso, con mucha chispa intuitiva, Nava es también un adorador fogoso de su arte y del Arte. Poco á poco va ascendiendo; pero su ascensión la hace á paso seguro y firme. Presenta en esta ocasión—en otra seré más largo sobre su obra—un busto de Mlle. Barral, hija del célebre sabio, que ha agradado generalmente por la vida que hay en él y por el carácter y plasticidad. Fuera de los elogios de autoridades, le ha valido este busto un buen triunfo, y es que un comité formado para la erección de un monumento á Barral le haya encargado la ejecución del importante trabajo. Este monumento, que se elevará en el cementerio de Montparnasse, dará á su autor, no lo dudo, una victoria parisiense. Una figurita llena de gracia que se hará popular por Barbedienne, es la “Petite boudeuse”. Así demuestra Nava la flexibilidad de su talento, su facilidad de interpretación y expresión de la figura humana, su modo sereno de pensar y su manera feliz de sonreir.

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