Era una gran alegría nacional; la Francia estaba de fiesta. El cañón había tronado gloriosamente en las revistas navales. Los marineros de los barcos de Rusia eran abrazados y besados en las calles por una muchedumbre entusiasta y clamorosa. El autócrata heredero de Pedro el Grande, hacía, como su fuerte abuelo, una visita á París. París se puso su mejor tocado, se embanderó, se coronó de luces, cantó en populares músicas salutaciones al poderoso recién venido y á su hermosa compañera la emperatriz Alix. Todas las gentes manifestaban un contentamiento singular. Se gritaba: Vive l’empereur! Vive la Russie!, á todo pulmón y con toda el alma. Era un delirio de regocijo, una satisfacción intensísima demostrada de diversas maneras; la Prensa celebraba el fausto suceso; las ilustraciones se llenaban de retratos de los huéspedes ilustres. La nobleza exultaba, la burguesía se desleía, el bajo pueblo no cabía en sí. Estaba en la capital francesa el monarca ilustre del país aliado, el potente imperio moscovita. Funciones de gala, bailes, evocaciones históricas, versos áulicos, festivales pomposos, todo hubo en honor de los huéspedes. Nicolás era el ídolo de París.
... Hoy se grita en reuniones y “meetings”: “¡Abajo el tirano de Rusia!” Con pocas excepciones, todos los periódicos, dando al olvido la alianza, abominan el régimen cesáreo de Petersburgo y tratan al emperador de asesino. Jaurés, el acomodaticio con los reyes de Italia, aprovecha para volver á sus cargas socialistas. Los caricaturistas se muestran feroces con el Romanoff, que se encuentra, no por cierto cómodamente, entre la espada y la pared. Aquí está Nicolás con su corona imperial y su manto de armiño manchado de sangre, con una leyenda en que se le llama “zar asesino”, y en que M. Loubet le dice: “Nicolás, tú eres un tonto. Cuando se quiere despedazar al pueblo, es preciso primero proclamar la República.” En otra parte se ve un zar militar, siempre ensangrentado, con un rostro negro y lívido, de criminal condenado, y estos versos de Víctor Hugo en letras de sangre:
Peuple russe tremblant et morne, tu chemines,
Serfat á Saint-Petersbourg, ou forcat dans les mines.
Le pôle est pour ton maître un cachot vaste et noir;
Russie et Siberie, oh ezar! tyran! vampire!
Ce son les deux moitiés de ton funeste empire:
L’une est l’oppression, l’autre le désespoir!
Lo rudo de los dibujos se compadece con lo áspero de las leyendas.
Vese al emperador con el heredero en los brazos y custodiado por un esbirro armado de “knut”:
“—¿No es cierto que la sangre rusa es hermosa, hijo mío...? Y no hay que ir á Manchuria para verla correr.” Por una ventana se mira el montón de cadáveres de los obreros fusilados...
Un caricaturista ruso residente en París, Watteroff, representa á la zarina y al zar en momentos de entrar en el lecho. Ella parece una Juana de Arco coronada, por la armadura que lleva, y él un acorazado Ubu, armado de látigo.
“—Tú quieres—dice la emperatriz—acostarte con la coraza de Pedro el Grande.” Y el emperador: “Sí, soy prudente... Recuerdo la historia de Alejandro... de Serbia.”
Los artistas se complacen en pintar á los cosacos con la intención que ponían los pintores de antaño en los rostros de los sayones, en los calvarios y descendimientos. Todas son caras feroces, miradas crueles. Todos son gestos rudos y rictus bestiales de brutos sin entrañas. Y en los rostros de los obreros, de las víctimas populares, la desolación, el miedo, el espanto. En los kioskos de los bulevares, desde lejos veis manchas rojas en fondo blanco: es nieve y sangre; son las publicaciones de actualidad, la reproducción de las matanzas de San Petersburgo. En una estampa el pope Sergio grita: “¡Yo muero, pero la libertad va á nacer!” Y el pope Gapón le contesta: “Sí, tú mueres por el Dios de la libertad y por la Patria. Pero vosotros, soldados, no tenéis ya emperador puesto que habéis tirado contra su imagen, y no tenéis Dios, puesto que tiráis contra vuestros hermanos.” En otra, el zar aparece ocupado en lavar su corona sangrienta; en otra ofrece al águila bicéfala que se ve como enferma y canija, ó reformas ó carne de cañón... “Después de Hull... San Petersburgo”, esto es: después de cañonear barcas indefensas de pescadores, la carnicería de la Perspectiva Newski y de las plazas y paseos de la capital eslava. Se dibuja un Nicolás indeciso, un Nicolás cruel y un Nicolás atemorizado. Vestido de blanco, en el palacio de Invierno, oye á un chambelán dorado que le anuncia la llegada de una delegación de obreros, y le responde: “¡Fusílenlos! ¡Me voy al Zarkoe Selo!” Y en Zarkoe Selo contesta á otro chambelán que le anuncia una delegación de estudiantes: “¡Fusílenlos! ¡Me voy á Peterhof!” Y en Peterhof se le anuncia una delegación nueva: “¡Fusílenlos!... Pero, ¿adónde podré ir ahora...?” Un coronel feroz como un ogro, dice á sus soldados ante unos niños que suben temerosos á un árbol: “¡Fusílenme todo eso! Esos son los descontentos del porvenir.” Luego, será de nuevo el zar como ahogado entre vapores de sangre, y un pueblo aullante alrededor de él. Una visión de Steinlen es fantástica y macabra: el pequeño emperador entre dos gruesos generales, sobre una blanca estepa; en el horizonte, una siniestra águila de sombra, un cetro y una corona que caen; y todo eso dentro de un círculo dantesco de desesperados, de víctimas, un retorcimiento de miembros, clamorosos hombres, mujeres, niños, ancianos, los sacrificados por el cesarismo, por la impasible oligarquía, por la voluntad de una nobleza inflexible y los mil brazos férreos del poder absoluto.
Y la Prensa comenta noticias como ésta: El emperador conserva la misma calma absoluta que tuvo en el momento en que le dieron cuenta de que 92.000 hombres habían sido muertos y heridos en el Chaho. “¡Noble corazón!” Otros piensan que si la revolución rusa triunfase no ganaría mucho el pueblo mismo. Los bravos ciudadanos franceses, dicen, creen que la revolución francesa se ha realizado el 14 de Julio de 1789, entre el amanecer y el ponerse el sol. Mas ella ha durado diez años.
La revolución rusa ocupará el mismo espacio de tiempo. Los intelectuales desencadenan el movimiento; no serán ellos los que lo conducirán. Cien millones de paisanos iletrados, supersticiosos, salvajes, no se portarán como los franceses del siglo XVIII: apenas si están al mismo nivel que los “Jacques” del siglo XIV. Su insurrección será, pues, una “jacquerie”. De ese caos surgirá algún genio bárbaro, Atila-Napoleón, que limpiará la Europa. Amén. Entretanto, los estudiantes y los obreros de las ciudades entran en la lucha con un noble entusiasmo. Quieren echar abajo á los Romanoff. Van á morir por la libertad, por la igualdad, por la justicia, por el progreso, así como murieron nuestros padres. Y dentro de cien años, la república triunfará á las orillas del Neva, tal como la conocemos aquí. En lugar del zar, tiranuelos demagogos exigirán del pueblo homenaje y sumisión ciega. Los espías dispondrán del honor y de la libertad de cada ciudadano. Los cosacos sablearán á los huelguistas en nombre de la fraternidad. En lugar de enviar á los descontentos á la fortaleza de San Pedro y San Pablo, se les “suicidará”—se alude al asunto Syveton—en su propia casa. La corrupción insolente de los grandes duques dará lugar á la orgía crapulosa de los tribunos. Las Ev-la-Tomate y los Peaux-de-Requin, socialistas, danzarán el chahut en el Palacio de Invierno.
Los barones de Bessoulet, los vidames de Pressensé, sus infantes, sus rufianes, sus France y sus “bonnes á tout faire” compondrán el Santo Sínodo.
Pobiedonostseff se llamará Combes; Trepoff se llamará Lepine ó Levy, y White se llamará Rouvier. El Populo azotado, ametrallado, burlado, se arrodillará delante de los iconos de San Tolstoï y San Gorki, aullando: “¡Viva la social!” ¡Radiante porvenir! Así se expresan los pesimistas de la oposición; mas hay que confesar que entre tanto pronóstico poco halagador y un si es no es injusto, se encuentra más de un grano de experiencia nacional y de verdad pura.
Lo que hay que notar, y ese es el principal asunto de este artículo, es el cambio completo que ha ocurrido en el espíritu de este pueblo nervioso y ultraimpresionable. Al zar aclamado y cantado de ayer ha sucedido el zar abominado y maldecido de ahora, á pesar de la alianza, á pesar de los muchos intereses que unen á ambas naciones.
De poco sirve que una ú otra pluma intente demostrar la imposibilidad en que se encuentra el soberano ruso de obrar de otra manera como lo hace, apretado como está entre las imposiciones de una nobleza que no transige y las demandas y protestas de un pueblo ya viciado en ideas de progreso y de libertad por los directores intelectuales como Gorki y demás compañeros. Al débil Nicolás se le cargan en cuenta los alardes de fuerza de sus militares y las durezas de su Policía. Y cuando ha venido la noticia de que los nihilistas ó algún ignorado anarquista había hecho saber al zar por un anónimo que estaba condenado á muerte, puede decirse que la noticia no fué recibida por las gentes con desagrado... Las muchedumbres tienen un alma femenina.
Por Gorki se han hecho públicas demostraciones en el elemento socialista. Se recogieron firmas de literatos, de artistas, de pensadores, para pedir al Gobierno ruso su libertad, como si más bien semejante petición no fuera contraproducente, dadas la calidad política y las ideas revolucionarias de la mayoría de los firmantes.
“¡Qué amigos tienes, Benito!”, diría su majestad moscovita para su manto imperial.
En resumen, París actualmente, si el monarca aliado viniese á hacerle otra visita, no sería con muestras de regocijo y con palmas y rosas con lo que le recibiría.
Cabalmente hace pocos días, en la plaza de la República, ha estallado una bomba.