Las mil noches y una noche

Hermosa y gloriosa tarea la que acaba de concluir el Dr. J. C. Mardrus: la traducción completa de El libro de las mil noches y una noche, hecha literalmente del texto árabe, don inapreciable que no podemos suficientemente agradecer los occidentales. El último volumen dejará en las almas soñadoras una inevitable nostalgia. Un espíritu tan raro como sutil ha lanzado ya esta queja: “Las mil noches y una noche son toda la epopeya amorosa del globo desde su formación hasta nuestros días. El globo es un huevo que incuban á turno el amor y la noche. ¿La humanidad no será más que el accidente del ensueño? Con tal que el amor y la noche nos abaniquen con sus alas, la tierra continuará, me atrevo á creerlo, girando bien. Mas he aquí que llega la mañana... ¡ay! ¡ay!, el Oriente se emblanquece... ¡el Oriente se hace viejo! ¿Quién mecerá nuestro sueño de gentes del Norte?”

Sí. Rachilde tiene razón. Necesitamos, para acercarnos siquiera á la ilusión de la felicidad, de la delicia nocturna y del encanto amoroso. Y ese es el ambiente de esas historias mágicas que el sabio europeo ha ido á sacar de sus secretos refugios de Oriente.

El Dr. Mardrus es un arabista de nota, diga lo que diga cierto emir amigo de Claretie, que ha encontrado algunas inexactitudes en esta versión, que uno siente tan llena de hechizos. Trabajador de conciencia, él explicó desde el principio la magnitud de su empresa. Antes que él, nadie había hecho en francés una traducción completamente exacta, literal, por el temor de la desnudez de la expresión arábiga, que hiere, más que nuestros pudores de Occidente, el universal puritanismo de las literaturas cristianas. En inglés existían las versiones fieles, hoy rarísimas, de Payne y de Burton; pero esas fueron tiradas para suscriptores limitados, y quedaron, por decir así, secretas. Mardrus conoce una segunda edición de Burton, pero es expurgada. El erudito traductor francés señala los orígenes de sus fuentes. La base de “Las mil noches y una noche” (es así como debe decirse) está en una antología persa, el Hazar Afsanah.

Hubo narradores diversos que, tomando los asuntos originales, fantasearon á su placer. Se mezclaron cuentos persas y leyendas de otras naciones. “El mundo musulmán entero, de Damasco al Cairo y de Bagdad á Marruecos, se reflejaba, en fin, en el espejo de “Las mil noches y una noche”. Una mezcla de dialectos, de modismos distintos, que se hallan en los manuscritos hechos en diferentes épocas, impide el señalar una fecha fija al libro maravilloso en que parece que toda la fantasía de los países de Oriente colaborara. Mas de recientes estudios se desprende que pertenecen al siglo X estos cuentos que se hallan en todos los textos: 10. Historia del rey Schahriar y de su hermano el rey Shahzaman; 20. Historia del mercader con el Efrit; 30. Historia del pescador con el Efrit; 40. Historia del cargador con las jóvenes; 50. Historia de la mujer cortada, de las tres manzanas y del Negro Rihan; 60. Historia del visir Nureddin; 70. Historia del sastre, del jorobado; 80. Historia de Nar Al Din y Anis Al-Djalis; 90. Historia de Ghamin-ben-Ayub; 100. Historia de Ali-ben-Bakkar y Shams-Al-Nahar; 110. Historia de Kamar-Al-Zaman; 120. Historia del caballo de ébano; 130. Historia de Djulnar, hijo del mar. La historia de Kamar-Al Zaman II y la de Mearuf se colocan en el siglo XVI; la mayoría de los cuentos, entre los siglos X y XVI, y la historia de Simbad el Marino y la del rey Djiliad serían anteriores á todas. Conforme con la nota colocada á la cabeza de la edición Mardrus (que inició la Revue Blanche y ha terminado Fasquelle), las ediciones críticas que existen de los textos originales de las Alf Lailah Oua Lailah son siete: La edición (inacabada) del cheikn El Yemeni, dos volúmenes; Calcuta, 1814-1818. La edición Habitch, doce volúmenes; Breslau, 1825-1843. La edición Mac Noghten, cuatro volúmenes; Calcuta, 1830-1842. La edición de Boulack, dos volúmenes; El Cairo, 1835. Las ediciones del Ezbekieh, de El Cairo. La edición, cortada, corregida, dislocada, de los jesuítas, en cuatro volúmenes, Beyruth, y la edición, en cuatro volúmenes, de Bombay. El Dr. Mardrus prefirió la de Boulack, y se ayudó con la edición de Mac Noghten, y principalmente con los diferentes manuscritos arábigos.

No tengo noticia de ninguna traducción literal alemana, ni italiana, ni española. “Las mil y una noches” que conocemos en español son traducidas de la traducción francesa de Galland, “ejemplo curioso de la deformación que puede sufrir un texto, pasando por el cerebro de un letradoen el siglo de Luis XIV; la adaptación de Galland, hecha para la Corte, fué sistemáticamente emasculada de todo atrevimiento y filtrada de toda la sal primera. Aun como adaptación es incompleta, pues contiene apenas la cuarta parte de los cuentos. Antes de Mardrus, los cuentos que forman las otras tres cuartas partes no se han conocido en Francia, ó, diciéndolo mejor, las ha ignorado el mundo.

Para traducir una obra de poesía es necesario un poeta. Y para traducir esta obra de poesía, sin parangón, era preciso un poeta sabio en cosas de Oriente como el doctor Mardrus, que ha vivido la vida oriental en los mismos lugares en que nacieron, en abolidas y prestigiosas imaginaciones, estos cuentos extraordinarios.

Que el traductor es un poeta insigne, lo demostrará la perla de la introducción, cuatro palabras armoniosas que no dejaré de dejar aquí para regalo de mis lectores: “—Yo ofrezco—dice—todas desnudas, vírgenes, intactas, ingenuas, para mis delicias y el placer de mis amigos, estas noches árabes, vividas, soñadas y traducidas, sobre la tierra natal y sobre el agua”. Ellas me fueron dulces durante los vagares de las largas travesías, bajo el cielo de lo lejos. Por eso las doy. Ingenuas son, y sonrientes, y llenas de ingenuidad, al igual de la musulmana Schaharazada, su suculenta madre, que las parió en el misterio, fermentando con inquietud en el seno de un príncipe sublime—lúbrico y feroz—bajo el ojo enternecido de Alá clemente y misericordioso. Desde su venida fueron delicadamente acariciados por las manos de la lustral Doniazada, su tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas de húmedas pedrerías, y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la adolescencia pura, para esparcirlas, voluptuosas y libres, sobre el mundo oriental, eternizado de su sonrisa. Yo las juzgo y las doy tales, en su frescor de carne y de roca. Pues... un método sólo existe, honrado y lógico, de traducción: “la literalidad”, impersonal, apenas atenuado por el rápido parpadeo y el saborear largamente... Ella produce, sugestiva, la más grande potencia literaria. Ella hace el placer evocatorio. Recrea indicando. Es la más segura garantía de la verdad. Ella se hunde, firme, en su desnudez de piedra. Huele el aroma primitivo y lo cristaliza. Devana y deslíe... Fija. Cierto, si la literalidad encadena al espíritu divagante y lo doma, ella contiene la infernal facilidad de la pluma. No me quejaré de ello.

Pues, ¿dónde encontrar en un traductor el genio simple, anónimo y libre de “la niaise nanie de son nom? Mas por las dificultades del terruño original, tan duras para el profesional en théme”, ellas no sabrían, en los dedos del enamorado del oriental parlar, concentrarse en más espira que las precisas al gozo de desatarlas. En cuanto á la acogida... El Occidente amanerado, empalidecido en el ahogadero de las convenciones verbales, fingía azoramiento á la audición del franco lenguaje cuchicheante y simple y sonoro de toda la risa, de esas brunas muchachas sanas, nativas de las tiendas abolidas.

Así, pues... Ellas no ven en eso malicia, las huríes. Y los pueblos primitivos—dice el sabio—llaman las cosas por su nombre, y no encuentran casi condenable lo que es natural, ni licenciosa la expresión de lo natural. (Entiendo por pueblos primitivos los que aun no tienen ninguna tara en la carne ó en el espíritu, y nacidos al mundo bajo la sonrisa de la belleza...) Desde luego es totalmente ignorado de la literatura árabe ese producto odioso de la vejez espiritual: la intención pornográfica. Los árabes ven toda cosa bajo el aspecto hilarante. Su sentido erótico no lleva más que á la alegría. Y ellos ríen con todas ganas de lo que al puritano parecería escandaloso. Cualquiera que, artista, ha vagado y conocido los viajes y cultivado amorosamente bancos agujereados de los adorables cafés populares en las verdaderas ciudades musulmanas y árabes, el viejo Cairo de las calles llenas de sombra y tan frescas, los suks de Damasco, Sana del Yemen, Mascata ó Bagdad; que ha dormido sobre la estera inmaculada del beduino de Palmira; partido el pan y probado la sal fraternalmente, en la gloria del desierto, con Ibn-Rachid suntuoso, ese tipo neto del árabe auténtico; saboreado todo lo exquisito de una conversación de simplicidad antigua con el puro descendiente del profeta, el cherif Hussein ben Alí-ben Aun, emir de la Meca Santa, ha podido notar la expresión de las fisonomías pintorescas reunidas. Único, un sentimiento domina toda la asistencia: una hilaridad loca. Ella flamea en sacudidas vitales á cada salida libre del heroico narrador público gesticulante, animando sobre todo y saltando entre los espectadores complacidos... Y la embriaguez os ase, suscitada por las palabras, por los sonidos, por el perfume ó la afrodisia del aire, por el subolor discreto del haschich, don último de Alá!... Y se es navegante aéreo en la noche... Alá no se aplaude, ese gesto bárbaro, inarmónico y feroz, ese vestigio innegable de las razas caribes ancestrales danzando alrededor del poste de colores, y del cual la Europa ha hecho el símbolo del horrible goce burgués amontonado bajo el gas, es esencialmente desconocido. El árabe—á una música, notas de cañas y de flautas, á una queja de “katun” ó de “ud”, á un ritmo de “darabuka” profundo, á un canto de muezin, ó de almea, á un cuento coloreado, á un poema de aliteraciones en cascadas, á un olor sutil de jazmín, á una danza de flor ó vuelo “buka” profundo, á un canto de muezin, ó de perla de una sólida cortesana undosa de ojos estrellados—responde, á la sordina ó con toda la voz, por un Ah ah!... largo, sabio, modulado, extático, arquitectural. Es que el árabe es un intuitivo, pero afinado y exquisito. Ama la línea pura y la adivina, irrealizada. Pero... él estrecha, sin palabras, infinitamente.

Y ahora, yo puedo prometer, sin temor de mentir, que el telón no se alzará sino sobre la más asombrosa, la más complicada y la más espléndida visión que haya jamás encendido, sobre la nieve del papel, el frágil útil del relator.

Tal es el prólogo que abre las misteriosas y talismánicas puertas de esos reinos de soñaciones tan humanas y tan divinas. El doctor Mardrus no anuncia en vano. Entre las más prestigiosas y extrañas decoraciones comienzan á desarrollarse las más inverosímiles y magníficas escenas. Emergen de la narración los más variados relentes; se oyen los más inauditos ruidos; se ven las más desmesuradas visiones. Florece libre la alegría de una humanidad sin complicaciones, sana y fresca en su prístina naturaleza.

El pan se llama pan, el vino vino, y la función de amor como en el decálogo de Moisés. Nada hay contrahecho; no existe allí ni el pecado de nuestras teologías, ni la vergüenza de nuestros culpables pudores, ni la malicia de nuestra perversidad de civilizados. Hay sí una superior cultura que impone la justicia y la bondad en las almas. Y lo desconocido se muestra naturalmente, y lo prodigioso es usual, y el ensueño entra en la vida y la vida en el ensueño, como era justo que fuese. Bien se explica el querer de Stendhal, que deseaba “olvidar dos cosas: “Don Quijote” y “Las mil y una noches”, para cada año experimentar al releerlas una voluptuosidad nueva”.

De mí diré que libro alguno ha libertado á mi espíritu de las fatigas de la existencia común, de los dolores cotidianos, como este libro de perlas y pedrerías, de magias y hechizos, de realidades tan inasibles y de imaginaciones tan reales. Su aroma es sedativo, sus efluvios benignos, su gozo refrescante y reconfortante. Como cualquier modificador del pensamiento, brinda el don evasivo de los paraísos artificiales sin el inconveniente de las ponzoñas, de los alcoholes y de los alcaloides. Leer ciertos cuentos es como entrar á una piscina de tibia agua de rosas. Y en todos se complacen los cinco sentidos, y los demás que apenas sospechamos.

De ninguna manera recomendaré la lectura de la versión Mardrus más que á hombres de letras, á hombres de estudio, á hombres. A no tratarse de juiciosas y tranquilas damas amacizadas de literaturas, ninguna de nuestras señoras está preparada para obra tal, que indudablemente les causaría escándalo. El desnudo oriental es todavía más natural que el desnudo clásico griego. En cuanto á las señoritas, claro está que no pueden leerla. Baste con decir que la moral de las señoritas mahometanas es muy otra que la que se enseña en Sagrados Corazones y demás colegios en que reina la doctrina de Cristo.

¡Feliz quien pueda con naturalidad y sencillez, sin ironía ni maldad, pasearse por tan floridos y perfumados jardines de delicias! ¡Dichoso el que pueda impregnarse como de un ungüento fino de la poesía de los poetas de Allá Lejos! Sentirían que por un momento caen de las alas de su alma los hierros seculares que una angustia de siglos ha mantenido en ellas. Y se sentirá, como dice la bella expresión del doctor Mardrus, nuevo Simbad que nos trae historias milagrosas de los países de las maravillas, se sentirá “navegante aéreo en la noche”....

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