Parte octava Brian

Les guerriers et les coursiers eux mêmes
sont là pour attester les victoires de mon bras.
Je dois ma renomée à mon glaive...
(Antar)

"Los guerreros y aun los bridones de la batalla

existen para atestiguar las victorias de mi brazo.

Debo mi renombre a mi espada."

Brian

Pasó aquél, llegó otro día

triste, ardiente, y todavía

desamparados como antes,

a los míseros amantes

encontró en el pajonal.

Brian, sobre pajizo lecho

inmoble está, y en su pecho

arde fuego inextinguible;

brota en su rostro, visible

abatimiento mortal.

Abrumados y rendidos

sus ojos, como adormidos,

la luz esquivan, o absortos,

en los pálidos abortos

de la conciencia ¡legión

que atribula al moribundo!

verán formas de otro mundo,

imágenes fugitivas,

o las claridades vivas

de fantástica región.

Triste a su lado María

revuelve en la fantasía

mil contrarios pensamientos,

y horribles presentimientos

la vienen allí a asaltar;

espectros que engendra el alma,

cuando el ciego desvarío

de las pasiones se calma,

y perdida en el vacío

se recoge a meditar.

Allí, frágil navecilla

en mar sin fondo ni orilla,

do nunca ríe bonanza,

se encuentra sin esperanza

de poder al fin surgir.

Allí ve su afán perdido

por salvar a su querido;

y cuán lejano y nubloso

el horizonte radioso

está de su porvenir,

cuán largo, incierto camino

la desdicha le previno,

cuán triste peregrinaje;

allí ve de aquel paraje

la yerta inmovilidad.

Allí ya del desaliento

sufre el pausado tormento,

y abrumada de tristeza,

al cabo a sentir empieza

su abandono y soledad.

Echa la vista delante,

y al aspecto de su amante

desfallece su heroísmo;

la vuelve, y hórrido abismo

mira atónita detrás.

Allí apura la agonía

del que vio cuando dormía

paraíso de dicha eterno,

y al despertar, un infierno

que no imaginó jamás.

En el empíreo nublado

flamea el sol colorado,

y en la llanura domina

la vaporosa calina,

el bochorno abrasador.

Brian sigue inmoble; y María,

en formar se entretenía

de junco un denso tejido,

que guardase a su querido

de la intemperie y calor.

Cuando oyó, como el aliento

que al levantarse o moverse

hace animal corpulento,

crujir la paja y romperse

de un cercano matorral.

Miró, ¡oh terror!, y acercarse

vio con movimiento tardo,

y hacia ella encaminarse,

lamiéndose, un tigre pardo

tinto en sangre; atroz señal.

Cobrando ánimo al instante

se alzó María arrogante,

en mano el puñal desnudo,

vivo el mirar, y un escudo

formó de su cuerpo a Brian.

Llegó la fiera inclemente;

clavó en ella vista ardiente,

y a compasión ya movida,

o fascinada y herida

por sus ojos y ademán,

recta prosiguió el camino,

y al arroyo cristalino

se echó a nadar. ¡Oh amor tierno!

de lo más frágil y eterno

se compaginó tu ser.

Siendo sólo afecto humano,

chispa fugaz, tu grandeza,

por impenetrable arcano,

es celestial. ¡Oh belleza!

no se anida tu poder,

en tus lágrimas ni enojos;

sí, en los sinceros arrojos

de tu corazón amante.

María en aquel instante

se sobrepuso al terror,

pero cayó sin sentido

a conmoción tan violenta.

Bella como ángel dormido

la infeliz estaba, exenta

de tanto afán y dolor.

Entonces, ¡ah!, parecía

que marchitado no había

la aridez de la congoja,

que a lo más bello despoja,

su frescura juvenil.

¡Venturosa si más largo

hubiera sido su sueño!

Brian despierta del letargo:

brilla matiz más risueño

en su rostro varonil.

Se sienta; extático mira,

como el que en vela delira;

lleva la mano a su frente

sudorífera y ardiente,

¿qué cosas su alma verá?

La luz, noche le parece,

tierra y cielo se obscurece,

y rueda en un torbellino

de nubes. -Este camino

lleno de espinas está:

Y la llanura, María,

¿no ves cuán triste y sombría?

¿Dónde vamos? A la muerte.

Triunfó la enemiga suerte

-dice delirando Brian-.

¡Cuán caro mi amor te cuesta!

Y mi confianza funesta,

¡cuánta fatiga y ultrajes!

Pero pronto los salvajes

su deslealtad pagarán.

Cobra María el sentido

al oír de su querido

la voz, y en gozo nadando

se incorpora, en él clavando

su cariñosa mirada.

-Pensé dormías -la dice-,

y despertarte no quise;

fuera mejor que durmieras

y del bárbaro no oyeras

la estrepitosa llegada.

-¿Sabes? Sus manos lavaron,

con infernal regocijo,

en la sangre de mi hijo;

mis valientes degollaron.

Como el huracán pasó,

desolación vomitando,

su vigilante perfidia.

Obra es del inicuo bando,

¡qué dirá la torpe envidia!

Ya mi gloria se eclipsó.

De paz con ellos estaba,

y en la villa descansaba.

Oye; no te fíes, vela;

lanza, caballo y espuela

siempre lista has de tener.

Mira dónde me han traído.

Atado estoy y ceñido;

no me es dado levantarme,

ni valerte, ni vengarme,

ni batallar, ni vencer.

Venga, venga mi caballo,

mi caballo por la vida;

venga mi lanza fornida,

que yo basto a ese tropel.

Rodeado de picas me hallo.

Paso, canalla traidora,

que mi lanza vengadora

castigo os dará crüel.

¿No miráis la polvareda

que del llano se levanta?

¿No sentís lejos la planta

de los brutos retumbar?

La tribu es, huyendo leda,

como carnicero lobo,

con los despojos del robo,

no de intrépido lidiar.

Mirad ardiendo la villa,

y degollados, dormidos,

nuestros hermanos queridos

por la mano del infiel.

¡Oh mengua! ¡Oh rabia! ¡Oh mancilla!

Venga mi lanza ligero,

mi caballo parejero,

daré alcance a ese tropel.

Se alzó Brian enajenado,

y su bigote erizado

se mueve; chispean, rojos

como centellas, sus ojos,

que hace el entusiasmo arder;

el rostro y talante fiero,

do resalta con viveza

el valor y la nobleza,

la majestad del guerrero

acostumbrado a vencer.

Pero al punto desfallece.

Ella, atónita, enmudece,

ni halla voz su sentimiento;

en tan solemne momento

flaquea su corazón.

El sol pálido declina:

en la cercana colina

triscan las gamas y ciervos,

y de caranchos y cuervos

grazna la impura legión,

de cadáveres avara,

cual si muerte presagiara.

Así la caterva estulta,

vil al heroísmo insulta,

que triunfante veneró.

María tiembla. Él, alzando

la vista al cielo y tomando

con sus manos casi heladas

las de su amiga, adoradas,

a su pecho las llevó.

Y con voz débil la dice:

-Oye, de Dios es arcano,

que más tarde o más temprano

todos debemos morir.

Insensato el que maldice

la ley que a todos iguala;

hoy el término señala

a mi robusto vivir.

Resígnate; bien venida

siempre, mi amor, fue la muerte,

para el bravo, para el fuerte,

que a la patria y al honor

joven consagró su vida;

¿qué es ella?, una chispa, nada,

con ese sol comparada,

raudal vivo de esplendor.

La mía brilló un momento,

pero a la patria sirviera;

también mi sangre corriera

por su gloria y libertad.

Lo que me da sentimiento

es que de ti me separo,

dejándote sin amparo

aquí en esta soledad.

Otro premio merecía

tu amor y espíritu brioso,

y galardón más precioso

te destinaba mi fe.

Pero ¡ay Dios! la suerte mía

de otro modo se eslabona;

hoy me arranca la corona

que insensato ambicioné.

¡Si al menos la azul bandera

sombra a mi cabeza diese!

¡O antes por la patria fuese

aclamado vencedor!

¡Oh destino! Quién pudiera

morir en la lid, oyendo

el alarido y estruendo,

la trompeta y el tambor.

Tal gloria no he conseguido.

Mis enemigos triunfaron;

pero mi orgullo no ajaron

los favores del poder.

¡Qué importa! Mi brazo ha sido

terror del salvaje fiero:

los Andes vieron mi acero

con honor resplandecer.

¡Oh estrépito de las armas!

¡Oh embriaguez de la victoria!

¡Oh campos, soñada gloria!

¡Oh lances del combatir!

Inesperadas alarmas,

patria, honor, objetos caros,

ya no volveré a gozaros;

joven yo debo morir.

Hoy es el aniversario

de mi primera batalla,

y en torno a mí todo calla...

Guarda en tu pecho mi amor,

nadie llegue a su santuario...

Aves de presa parecen,

ya mis ojos se oscurecen;

pero allí baja un cóndor;

y huye el enjambre insolente,

adiós, en vano te aflijo...

Vive, vive para tu hijo,

Dios te impone ese deber.

Sigue, sigue al occidente

tu trabajosa jornada;

adiós, en otra morada

nos volveremos a ver.

Calló Brian, y en su querida

clavó mirada tan bella,

tan profunda y dolorida,

que toda el alma por ella

al parecer exhaló.

El crepúsculo esparcía

en el desierto luz mustia.

Del corazón de María,

el desaliento y angustia,

sólo el cielo penetró.