Ío: vv. 640 - 686

ÍO

Nada puedo

A vosotras negar. Y claramente

Contaros he por qué suceso triste

Mi mente se turbó, troqué mi forma;

De nocturnas visiones agitada,

Siempre en mi lecho resonar oía

Estas voces de amor: «Virgen dichosa,

¿Por qué tu doncellez guardas avara,

Si tálamo celeste te convida?

A Jove hirió la flecha del deseo;

Quiere gozar de ti. Sal a los valles

Hondos de Lerna, a los establos ricos

De tu padre, y recibe la mirada

Amorosa del Dios.» Tales ensueños

Mis noches ocupaban. A mi padre

Osé narrar lo que en el sueño oyera.

Él de Pitho y Dodona a los oráculos

Mensajeros envió, que preguntasen

Cómo a los dioses aplacar podría.

Con ambigua respuesta se tornaron;

Mas al fin manifiesto vaticinio

A Inaco ordenó que me arrojara

De su casa y familia, y que vagase

Yo desterrada hasta el confín del orbe,

Y que, no obedeciendo, Zeus el rayo

Contra nuestra progenie vibraría.

A la voz del oráculo sumisos,

Triste mi padre y triste yo, su casa

Abandoné. Mi ánimo y mi forma

Mudáronse a la vez. Yo deliraba.

De cuernos erizose mi cabeza;

El tábano voraz en mí sus dientes

Clavaba, y yo con salto furibundo

Por la mansa corriente del Cencrea

Y el collado de Lerna discurría,

Siempre tras mí con infinitos ojos,

Argos, pastor de bueyes, mis pisadas

Iba siguiendo. Inopinado caso

Le privó de la vida. Arrebatada

Yo de furor; por el sagrado azote

Perseguida, vagué de tierra en tierra.

Ya mi historia sabéis; si puedes algo

De mi futura suerte revelarme,

No me halagues con voces engañosas;

Nada más torpe que razón fingida.

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