DE CÓMO MUCHAS VECES LOS HOMBRES NO REPARAN EN EL CRIMEN AUNQUE SUS VESTIGIOS SEAN PATENTES
Pasó mucho tiempo sin que nadie subiese por las escaleras por donde el paje había caído.
Al fin subió una moza de retrete.
La escalera era obscura.
La moza tropezó en la bandeja, que sonó.
Recogióla la moza.
—¡Calla!—dijo—¡una bandeja de plata! ¡y sucia!... ¡llena de grasa! ¿cómo está aquí? La llevaré á la repostería.
Y siguió subiendo, y tropezó de nuevo.
Pero tropezó en un cuerpo humano.
Aquel cuerpo estaba frío.
La moza empezó á dar gritos.
A los gritos de la moza acudieron algunos de la servidumbre.
Muy pronto corrió la voz de que se había encontrado muerto un paje de la reina en las escaleras de las cocinas.
Y junto á ésta, corrió otra voz no menos escandalosa.
El aposento del cocinero mayor estaba abierto y abandonado, rotas algunas puertas, roto un gran cofre y vacío.
La mujer y la hija del cocinero mayor habían desaparecido.
El alcaide de palacio, el guarda mayor y el mayordomo mayor del rey, se habían presentado en los lugares de estas dos catástrofes.
A nadie se le ocurrió que entre la muerte del paje y la desaparición de la familia y el robo del cocinero mayor, podía haber una relación íntima.
A nadie se le ocurrió tomar acta de haberse encontrado junto al paje muerto una fuente de plata del servicio de mesa de la reina.
Los médicos declararon que, según los vestigios que quedaban en el cadáver, el paje había muerto de repente á consecuencia de un ataque cerebral.
Y tenían razón: porque el veneno que Guzmán había dado á Luisa, y Luisa al galopín Aldaba, y el galopín Aldaba al paje rubio, y éste á la mesa de la reina, y la mesa al paje Gonzalo, había obrado sobre el cerebro de este último produciéndole una violenta congestión.
El paje fué conducido al depósito de muertos de la parroquia de Santa María.
La fuente de plata entregada en la repostería y lavada.
Los únicos vestigios del crimen quedaban en una escudilla de madera en el cuarto del bufón.
Y el bufón, vuelto al fin en sí de tan violentas impresiones, se lavaba las manos borrando un vestigio de otro crimen, mientras la fuente se lavaba en la repostería.
Entre tanto el alcaide de palacio y el mayordomo mayor del rey, á quien se había dado parte de lo acontecido en el aposento del cocinero mayor, hacían extender testimonio á un escribano de cómo:
«El día 17 de Diciembre de 1610, llamado, etc. (aquí el largo fárrago curial), yo el infrascrito, entré con su excelencia el señor mayordomo mayor del rey y con su señoría el señor alcaide de palacio y con los señores Lope Ríos y Diego Luque, camareros del rey, en el aposento que en palacio habita el señor Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor de su majestad el rey nuestro señor, que Dios guarde, y los expresados y el infrascrito escribano hallamos que la puerta del dicho aposento no estaba cerrada, sino abierta y franca; y en la primera habitación hallamos, á más de los muebles conocidos del uso de dicho Montiño y su familia, un cofre de hierro muy pesado, cerrado, sobre el cual se veían señales de haberle querido forzar, el cual cofre fué entregado en depósito al excelentísimo señor mayordomo mayor. Y entrados en el siguiente aposento hallamos los muebles revueltos, y algunas prendas de ropas esparcidas, con más un ejemplar impreso del arte de cocina, pastelería, bizcochería y conservería que ha compuesto el dicho cocinero mayor; y pasando á las otras habitaciones, las hallamos en el mismo desorden, y á la ventana de una de ellas, atado un pañuelo encarnado de algodón; y en otra habitación más interior hallamos un gran cofre descerrajado á viva fuerza de sus tres cerraduras, y el cofre vacío y sobre la mesa algunos papeles y libros de dinero puesto á ganancia; y otrosí: halláronse dos espadas y un arcabuz, y examinadas aquéllas y éste, hallóse ser de la marca que mandan las pragmáticas; y otrosí: acá y allá esparcidos halláronse seis doblones de á ocho y cuatro escudos de cruz, y veinte maravedises de plata, de todo lo cual y de los muebles y efectos se hizo el inventario adjunto y quedó entregado de todo el dicho excelentísimo señor mayordomo mayor, por cuyo mandato libro la relación presente de que doy fe. En testimonio de verdad.—Pero Ponce Lucas.»
Libróse asimismo testimonio de haber desaparecido:
Del cuarto del cocinero, su mujer, Luisa Robles, y su hija Inés Martínez.
De las cocinas, el galopín Cosme Aldaba.
De la servidumbre de la reina, el paje Cristóbal Cuero.
Y se tomaron declaraciones, y por estas declaraciones se averiguó que la cocinera tenía un amante, que se llamaba Juan de Guzmán.
Que el paje Cristóbal Cuero era el amante de la Inés Martínez.
Que el galopín Cosme Aldaba andaba en inteligencias con los unos y con los otros, que había sido despedido por el cocinero mayor y que su mujer le había enviado á las cocinas.
En vista de lo cual, sumariamente averiguado, y teniendo de ello conocimiento el rey, mandó su majestad que esta sumaria pasase á un alcalde, el cual alcalde mandó que fuesen presos donde fuesen habidos los expresados don Juan de Guzmán, Luisa Robles, Inés Martínez, Cosme Aldaba y Cristóbal Cuero, por delito de robo y otros, cometidos contra la hacienda y en la honra y en otros extremos y particulares del cocinero mayor de su majestad.
Pero en cuanto á la entrada exabrupta del tío Manolillo en la cámara de la reina, tomóse á gracia y la misma Margarita de Austria cambió su enojo en risa.
Y en cuanto á lo del paje, creyóse en lo de la muerte casual y violenta y se le enterró; diéronse á su madre de orden del rey ciertos maravedises para lutos; diéronse otros á un capellán para que dijera misas por el alma del difunto y no se habló más de ello, ni á nadie se le ocurrió pensar en venenos ni asesinatos.
Sabían el crimen y los asesinos, don Francisco de Quevedo, el bufón y Dios, que lo sabe todo.