el traductor a los lectores argentinos

He aquí un libro que debe ser leído por cuantos se ocupan o preocupan de la cuestión social, por más que sólo sea un trabajo de polémica y propaganda, sin grandes pretensiones científicas ni largos desarrollos complementarios de las ideas en él expuestas.

Tiene otros méritos: es accesible a todas las inteligencias sin exigir preparación especial; da una clarísima explicación de lo que es el socialismo marxista; echa a rodar las conjeturas infundadas y las interesadas calumnias; rebate con éxito las objeciones que se hacen a éste y que muchas veces tienen todo el aspecto de sentencias inapelables; desvanece los temores que despierta en ciertos espíritus la creencia de que el socialismo marchará a la conquista de su ideal político con las armas en la mano, y demuestra de una manera clara, terminante y fructífera, que este movimiento que se inicia en el mundo entero, no es el espasmo epiléptico de una humanidad enferma, sino la marcha gradual, acusada por síntomas a veces sobresaltados, de una evolución inevitable y lógica, que podrá prolongarse, pero que llegará necesariamente a su fin.

{VI} Importa que estas ideas —que no son creadoras del hecho, sino derivadas de él y por él inspiradas—, tengan amplia difusión entre nosotros; el problema planteado tan categóricamente en Europa no puede dejarnos en la indiferencia, desde que sabemos cuán poderoso influjo ejerce aquí la evolución europea, cuya repercusión trajo la revolución de 1810, efecto indirecto pero innegable de la de 1789, y que ha seguido produciendo otros efectos reflejos que se acentuarán cada vez más.

Hemos podido observar, sin embargo, que en la mayoría de los argentinos —hasta entre los inteligentes y estudiosos— la idea del socialismo se refiere siempre al embrión romántico de principios de siglo, y permaneciendo en estado de nebulosa, se asocia al nombre de Blanc, de Proudhon, de Fourier, de Saint-Simon, se confunde con el comunismo, y viene a ser una amalgama informe de individualismo, socialismo y anarquía, sin que se siga siquiera con mediana atención la evolución poderosa y progresista que en él se efectúa a partir de Carlos Marx.

La propaganda ardiente y a veces calumniosa de sus adversarios, el sentimentalismo utópico de la mayoría de sus adeptos, la poca difusión de las obras socialistas en este país, las mayores facilidades y seguridades de vida que suelen encontrarse aquí, son otras tantas causas de esa indiferencia y de esa ignorancia, que hace encogerse de hombros a los más, diciéndose que no ha llegado el momento de preocuparse de la cuestión social.

La lectura de este trabajo del sociólogo italiano {VII} desvanecerá necesariamente este falso concepto que se tiene del socialismo, al presentar, con sólida argumentación y numerosos datos ilustrativos, un cuadro exacto de la situación actual de la evolución en el viejo mundo, los progresos realizados, la estrecha vinculación que el socialismo tiene con la ciencia positiva, etc., haciendo que el libro, de polémica en su propósito principal, sea al mismo tiempo de propaganda clara y eficaz.

Sin embargo, el lector tropezará con observaciones y afirmaciones que, exactas en el medio en que actúa el autor y para el cual escribe, cesan de serlo en este país y en otros países americanos, o pierden de su fuerza por no estar generalizadas las causas que las provocan: por ejemplo en las partes en que se refiere al enriquecimiento rápido, a las dificultades de la juventud para ilustrarse, al celibato forzoso del soldado, etc., etc., y que para aplicarse a nosotros tienen que ser modificadas hasta tal punto que se hace necesaria una observación personal y directa del medio, las costumbres, los habitantes, etc. Salvo estos puntos en que el lector tiene que juzgar con el criterio de Europa, suponiéndose en medio de sus viejas sociedades, el resto del libro generaliza, y sus premisas y conclusiones son perfectamente adaptables a nuestro país. Y aún más: esas observaciones hoy discutibles vendrán a ser perfectamente exactas más tarde, cuando haya ejecutado su completa evolución el capitalismo industrial, comercial y territorial que tan rápidamente nos invade.

Hemos querido hacer notar esto, por cuanto la {VIII} apariencia de inexactitud de algunos párrafos inaplicables al medio en que vivimos, pero reflejo de la verdad en el viejo mundo, daría asidero a la crítica, ya superficial ya malévola, proporcionando armas decisivas al parecer a los que asisten con desconfianza o temor al desarrollo y a la difusión de la idea socialista.

Y esta idea tiene que hacer mayor camino cada vez, aumentando de día en día el número de sus prosélitos, en razón del aumento del proletariado. Hace algunos años, el socialismo no tenía entre nosotros sino pocos partidarias aislados. Las cosas cambian rápidamente, y en este momento existen en Buenos Aires cinco agrupaciones socialistas, a saber: Centro Socialista Obrero, Centro Universitario Socialista, Fascio dei Lavoratori, Les Egaux y Vorwärts que acaba de inaugurar un hermoso edificio construido por su cuenta.

Además de la publicación de libros, folletos y artículos de los socialistas europeos, que toman incremento cada vez mayor, aparecen dos periódicos socialistas que tienen su existencia asegurada: Vorwärts fundado en 1886 y La Vanguardia en 1893, aparte de otras numerosas publicaciones de vida efímera, y de las que suele hacer La Nación de artículos y correspondencias de De Amicis, Reclus, Liebknecht, etc.

Pero otro síntoma señala claramente la evolución que se efectúa, y son las treinta y cuatro sociedades gremiales y de resistencia que hoy existen —entre las que figura una de mujeres— que cuentan con numerosos asociados y que sin duda no tardarán en adherirse al socialismo como pasa con las Trade Unions inglesas.

Y decimos que este movimiento se irá acentuando, {IX} porque todo se encarga de precipitar la evolución, hasta en esta misma ciudad, cuya gran masa de población ignora aún la idea socialista: desde la mayor unificación de los capitales, o sea el aumento de la propiedad individual, hasta el inesperado crecimiento del número de los asalariados en sus diversos nombres y categorías . . . ¿Qué importa para su realización que un fenómeno sea observado o no? ¿Acaso los gérmenes necesitan para su desarrollo del microscopio del sabio? ¿El mundo se ha detenido en su evolución progresiva por la indiferencia medieval? Si la causa existe ¿el no advertirla puede impedir sus efectos?

Sin detenerse a considerar hechos que ya no son aislados aunque sean insignificantes en relación a los análogos que se producen en Europa, y complaciéndose en la observación de los que triunfan, es decir, de las excepciones, se olvida generalmente que hay una enorme masa de población que puede calcularse en mucho más de la mitad del total que vive de un salario más o menos mezquino.

El censo que se prepara —si no sufre los usuales olvidos y enmendaturas para que todo aparezca muy bonito—, va a proporcionar datos bien curiosos y reveladores sobre el estado actual de las clases pobres. Mientras nos llega, para presentarnos, aun sin querer, un cuadro verdaderamente desolador de las provincias, no es inútil recorrer las páginas del censo de la capital levantado en 1887, tomando como buenas las primeras cifras, pues los mismos detalles presentan discordancias incomprensibles en los diversos capítulos de la obra en que se repiten.

{X} Por ese censo sabemos que sobre 423.996 habitantes, 38.904 eran empleados de comercio, 75.622 obreros, y 73.598 individuos dedicados al servicio personal. Contábanse también entonces 9137 empleados públicos y 1499 maestros . . . Es decir 198.760 individuos asalariados, fuera de muchos miles más cuya vida era de dependencia absoluta o relativa . . . Las circunstancias han variado, y después de la «crisis de progreso», muchos miembros de la clase media han descendido un escalón, yendo a engrosar el número de los asalariados, sea en una, sea en otra de las múltiples formas que asume el Proteo-jornal, mientras que ha continuado la inmigración, aunque en menor escala, y con la depreciación del papel moneda hemos asistido al fenómeno del encarecimiento de la vida con la baja de los salarios y el alza de los artículos de primera necesidad, desde el pan hasta la habitación. De tal modo que se ha hecho más difícil la existencia de los asalariados y al mismo tiempo ha aumentado su número . . .

Un diario argentino que se reputa serio y que leen las clases pobres, suponiendo en él una tendencia amplia que no tiene, se ocupa hace tiempo de estas cuestiones, y alarmado por la paralización de algunas industrias, que dejan sin trabajo a numerosos obreros, viene repitiendo que hacen falta consumidores y que, por consiguiente, hay que fomentar la inmigración del proletario productor . . . No nos detendremos a refutar esta enormidad, desprovista hasta de apariencias de sentido común; citamos el caso porque demuestra que hasta en este país, que aparece como privilegiado, la {XI} cuestión está planteada en términos análogos a los europeos, aun cuando se inicie apenas.

El simple examen de las cifras y de los apuntes que acabamos de exponer, teniendo en cuenta el enorme aumento de la población que hoy pasa de 600.000 habitantes, basta para darse cuenta de que la idea del socialismo tiene ya causa —aunque el efecto no se haya resentado en formas ostensibles y categóricas—, desde que —como lo demuestra Ferri en las páginas que van a leerse— se trata de una cuestión económica, aunque esté íntimamente ligada a la política.

Muchos son los síntomas precursores de un gran movimiento futuro: la fundación de las agrupaciones ya citadas, la propaganda cada vez mayor, las huelgas recientes reivindicando las 8 horas de trabajo y el aumento de salarios, etc., etc., como efecto; la carestía enorme de los alquileres, la depreciación de la moneda papel, la falta de trabajo en algunas industrias que se derrumbarían sin los derechos prohibitivos a pesar del precio del oro, y el individualismo industrial y territorial cada vez más acentuado, como causa.

No es esto un cuadro imaginario, y estamos satisfechos de poder ofrecer aquí el testimonio de un observador que no puede tacharse de apasionado —el doctor Francisco Latzina— quien en un estudio sobre los latifundios {[Nota al pie:] La Nación, núm. 7648, de 17 Marzo 1895, «La calamidad de los latifundios.»} decía lo siguiente, refiriéndose a nuestro país:

«La concentración de la tierra en pocas manos {XII} progresa con movimiento acelerado, e implica la degradación de los pequeños propietarios al papel de arrendatarios o peones. Esta misma tendencia de concentración de los capitales, reduce al artesano independiente a jornalero, al bolichero a peón, al pequeño comerciante a empleado de un negocio grande, y a las personas que han sido independientes en el régimen antiguo, a la dependencia de las grandes empresas.»

Esto no es metafísica; viene de la observación directa de los hechos, y otros escritores como E. Quesada, Lallemant, etc., han parado mientes en ello antes de ahora. Y no hay que demostrar —porque salta a la vista—, la agravación rápida del mal, agravación que resulta de nuestro sistema monetario y del proteccionismo a la industria que favorece a los menos en detrimento de los más, cuya vida se encarece en términos alarmantes, así como del drenaje de intereses enormes que van al extranjero, etc., etc.

Claro es que este estado de cosas se irá acentuando con el aumento de población y por la inevitable tendencia absorbente de los grandes propietarios territoriales.

Lo mismo que con el territorio, lo mismo que con la industria está sucediendo con el comercio. Las grandes casas como la Ciudad de Londres, el Progreso, etcétera, que cuentan con capitales crecidos y con los más variados artículos, realizando diariamente ventas importantísimas que les permiten competir con ventaja en el mercado, están siendo la sombra del manzanillo para el pequeño comercio, que tiene que vender más caro en razón de que no introduce directamente sus {XIII} mercaderías, de que siempre paga algo más a los intermediarios, y de que sus ventas son en menor escala. Muchos de los pequeños comerciantes son, pues, absorbidos, y no es extraño verlos ir a servir a esas mismas casas que indirectamente, en apariencia, han causado su ruina.

Pero esto pasa generalmente desapercibido, quizá porque no haya tomado aún los resueltos contornos que en Europa.

Para el no observador puede aún ser aplicable a la República Argentina la célebre frase de Pangloss, a pasar de la vida semisalvaje de los jornaleros criollos de nuestras provincias, de cuyo trabajo se abusa, y de las privaciones del obrero, que en las ciudades comienza ya a verse obligado a vivir en montón, en infectos tugurios.

La situación de los trabajadores argentinos en las provincias no puede ser más abyecta: descalzos, casi sin ropas, ignorantes hasta el grado sumo, no alcanzan muchas veces a ganar una mensualidad de diez pesos que gastan en alcohol, embriagándose y riñendo muy a menudo en luchas sangrientas, sin otra causa positiva que la borrachera y la ignorancia. En algunas provincias hemos podido ver estancias en que trabajaban tribus de indios reducidos, sin salario alguno, casi desnudos, por el trozo de carne de sus comidas y algunos vasos de aguardiente los días de fiesta. Pero aquellos que han salido de la vida salvaje no tienen una existencia mucho mejor, y viven miserables, no sólo en las estancias, sino en los ingenios, y en todas las industrias enriquecedoras de sus amos, que ostentan en {XIV} Buenos Aires o en las capitales de provincia el lujo que les proporciona el supertrabajo obtenido en su beneficio de la ignorancia y la semiesclavitud de sus peones y obreros.

En muchas provincias la ignorancia es, por decirlo así, fomentada por el capital, pues tiene la emancipación del obrero que, sabiendo algo, se negaría a la cuasi esclavitud actual.

Así en las antiguas Misiones, donde los trabajadores suelen vivir de mandioca y naranjas como en el Paraguay. Así en la misma provincia de Buenos Aires donde el gaucho, más apto, para las tareas de la ganadería, y sólo por ser gaucho, tiene mucho menor salario que el obrero europeo . . .

Esto no nos lo dicen los anteriores censos ni nos lo dirá el que se prepara, porque su compilación tiene siempre un propósito político más o menos consciente, y la estadística no se usa para mostrar males, sino para equilibrar fuerzas electorales o para aumentar el crédito exterior con riquezas que suelen no existir y poblaciones que amenudo sólo han sido engendradas por el cerebro del estadígrafo político. Ya daríamos ejemplos si no temiéramos extendernos demasiado.

Entretanto, y olvidándolo todo, se repite:

«No hay por qué pensar en el socialismo. No estamos en Europa donde escasean los medios de vida; aquí cualquiera se hace rico.»

Quizás la proporción de los que se enriquecen sea mayor aquí que en otras partes; pero una simple mirada a nuestro rededor nos demostrará que se trata de {XV} un pequeño tanto por mil, mientras que el resto continúa esclavizado al capital, más poderoso y más absorbente cada vez.

Lo que hay, sí, es que, todavía hoy, los remedios se presentan más fáciles que en el viejo mundo, porque aquí —donde se aplica a Spencer, vendiendo los ferrocarriles— hay aún mucha tierra fiscal improductiva, que podría servir de base para una evolución, acelerada por el impuesto a la renta, a los terrenos baldíos a las herencias, etc., etc., que necesariamente se realizará más tarde en medio de mayores sacudimientos que darán inmenso relieve a Rivadavia y su previsora ley de enfiteusis. Aquél profundo observador previó, en efecto, lo que iba a pasar, algo de lo que está pasando y mucho de lo que no ha pasado todavía, y es lástima que sus lecciones se hayan olvidado en estas épocas en que aún se espera una renovación de la «crisis de progreso» que nunca se repetirá en la misma forma, porque cada día se irán acentuando más las diferencias de clase que ya se diseñan tanto, así como el capitalismo absorbente y el derrumbe ya iniciado de las clases medias que van descendiendo escalón por escalón hasta que lleguen al proletariado y reaccionen entonces entrando de lleno en la lucha de clase.

Cabe observar aquí lo que ha pasado con los centros agrícolas de la provincia de Buenos Aires, con las colonias de Santa Fe, cuya gran parte está aún en manos de empresarios que se enriquecen, etc. etc., y lo que pasa en los territorios nacionales como en el Neuquén, por ejemplo, donde muchos labradores no pueden colonizar porque inmensas zonas, las mejores {XVI} y más feraces, están desde años atrás en poder de concesionarios que las dejan improductivas esperando una oportunidad feliz que les permita especular con el mayor valor de la tierra, artificialmente provocado, puesto que no habiendo sido trabajada no puede calcularse qué producto dará, único medio de señalar su valor real y positivo.

En este territorio —para no citar otros— hay un concesionario que posee, él solo, cuatrocientas leguas, que arrienda para pastoreo, sin haber hecho una construcción ni haber cumplido con ninguna de las prescripciones de la ley; otro encumbrado concesionario hace lo mismo con trescientas leguas, en que nada ha puesto y cuyos arrendamientos cobra, contándose por docenas los posesores de lotes de treinta y dos leguas, que en esos vastos y feraces terrenos no se han cuidado de levantar ni un rancho.

Y esto, poco más o menos, ocurre en todos los territorios condenados así a convertirse en puntos improductivos o a ser bombas aspirantes de lo que produzcan los trabajadores.

A pesar de las lecciones recibidas, el mal parece no tener remedio, tan generalizado está.

Pregúntese a los especuladores en tierras de Bahía Blanca y otras comarcas semiestériles o que exigen mucho esfuerzo para la producción, qué beneficio general o particular produjo a la larga la suba de los terrenos; pregúntese a los territorios más fértiles, qué beneficio les han traído los propietarios de grandes feudos abandonados y casi eriales mientras viene {XVII} —que no vendrá sino con la producción— el mayor valor de la tierra . . .

¿Dónde nos llevaría un examen aparentemente prolijo de todos los inagotables aspectos de la cuestión? . . . El prólogo rompería sus proporciones, para tomar las del libro, las del in folio, aquí donde no suelen resolverse con este criterio sino con el escolástico, todos los problemas económico-sociales, de tal manera que cuanto se dijese en este sentido sería nuevo e incitaría a grandes desarrollos hasta al escritor mediocre. Pocos, bien pocos —sobrarían para contarlos los dedos de una mano— son los que se libran de la lógica de factura, con premisas falsas o variables, del capitalismo, y pueden lanzarse a la observación directa de los hechos, sacados los anteojos de todos colores del prejuicio y de la tradición . . .

Así no se mira por su lado positivo nuestra dependencia del capital europeo, invertido en ferrocarriles, industrias, bancos, empréstitos —temas fecundos, y el último sobre todo, de muchos libros por escribir— cuyos productos e intereses, dobles y triples de los que rigen en el viejo mundo, no se invierten aquí, ni mejoran la situación de obreros y trabajadores, sino que vuelven al punto de partida del capital, a hacer más fácil la vida del que lo arriesgó, como es lógico, natural y justo en el sistema actual . . .

Y sin embargo, se sueña con muchas cosas, a las que debería haber dado golpe de muerte la frase fundada en cifras que en un informe al ministro de hacienda, doctor Terry, para acompañar su conocida memoria {XVIII} al Congreso sobre la conversión, lanzó el doctor Francisco Latzina y que nosotros recogemos aquí:

«El oro a la par es la ruina de la agricultura y de todas las industrias, y el agio a un tipo inferior de 300, significa la insolvencia del gobierno respecto de sus acreedores a oro».

¡Qué atolladero! Y lo más curioso es el sitio en que ha sido presentado a la pública atención, malbaratando el utópico andamiaje del ministro.

Se ve, pues, si hay o no tela en que cortar, si nos detuviéramos a examinar los males de que padecemos, incurables en el sistema económico actual.

Pero terminemos aquí estas líneas, que no pretenden sino dar una ligera idea del camino que el socialismo tiene que hacer entre nosotros.

Nuestros millonarios habrán sufrido a causa de la crisis natural e inevitable, una merma en su capital absoluto con la baja de la tierra, la depreciación de la moneda etc., etc., pero nadie que pare mientes en ello podrá negar que su capital relativo ha aumentado por la ley que Ferri expone de que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres cada vez. Y algunos aún no habrán experimentado ni esa disminución absoluta, como los que colocaron su dinero en propiedades muebles que fueran susceptibles de convertirse siempre en oro.

Mientras tanto, las clases medias que vivieron fácilmente en aquel período de fiebre —que no ha de olvidar ninguno de los que lo han presenciado, y que a pesar de todo nos ha dejado adquisiciones que nadie {XIX} nos puede quitar—, ven cada vez más dificultada su existencia, y si no aciertan todavía con el remedio, los observadores tienen que ver en esas amargas penalidades de hoy, el punto de partida de una evolución inevitable, que tanto puede venir, como repercusión, del movimiento europeo, cuanto —a la larga— de los mismos gérmenes existentes en nuestro país.

Roberto J. Payró.

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