prefacio

Mientras escribo la segunda edición de un ensayo ya antiguo sobre Socialismo y criminalidad (Turín, 1883) en el que, siguiendo la evolución progresiva de mi pensamiento científico, he de completar las ideas sociológicas de entonces con las ideas socialistas de hoy; quiero publicar este trabajo, el que ha sido, en parte, la conferencia dada en Milán el 1º de Mayo del año que corre.

Darwinista y spenceriano convencido, me propongo probar como el socialismo marxista —el único que tenga método y valor científicamente positivo, y por lo mismo el único que ahora inspira y dirige con unidad a los socialistas demócratas de todo el mundo civil— no es sino el complemento práctico y fecundo en la vida social de esa moderna revolución científica, preparada en los siglos pasados por la renovación italiana del método experimental en todos los ramos del saber humano, y ejecutada y disciplinada en nuestros días por las obras de Darwin y de Spencer.

Verdad es que Darwin, y sobre todo Spencer, se han quedado a la mitad del camino de las últimas {XXII} conclusiones de orden religioso- político-social, que derivan de sus indestructibles premisas de hecho.

Pero ese episodio personal que no puede detener el inevitable progreso de la ciencia regenerada y de sus consecuencias prácticas —en formidable acuerdo con las más dolorosas necesidades de la vida contemporánea—, no hace, por otra parte, sino evidenciar más la justicia histórica que debe recaer sobre la obra científica y política de Carlos Marx, en quien se completa la gran trinidad renovadora del pensamiento científico moderno.

El sentimiento y la idea son las dos inseparables fuerzas propulsoras de la vida individual y colectiva.

El socialismo, que hasta hace pocos años estaba a merced de las fluctuaciones vivaces pero indisciplinadas, y por lo tanto no concluyentes, del sentimiento humanitario, ha encontrado en la obra genial de Marx y de los que la han desarrollado y completado, su brújula científica y política. Esta la razón de sus conquistas cuotidianas en todas sus manifestaciones de la vida sentimental e intelectual.

La civilización, al mismo tiempo que representa el desenvolvimiento complicado, fecundo y bello de las energías humanas, es también un virus de terrible poder infeccioso. Al lado de los esplendores del trabajo artístico, científico, industrial, acumula los productos gangrenados del ocio, de la miseria, de la locura, del delito, del suicidio físico, y de ese suicidio moral que se llama el servilismo.

{XXIII} El pesimismo —síntoma doloroso de la vida sin ideales, y en gran manera efecto de agotamiento o de degeneración del sistema nervioso— preconiza el aniquilamiento final como cesación del dolor.

Nosotros, por el contrario, tenemos fe en la eterna «virtud medicinal de la naturaleza»; y el socialismo representa justamente ese íntimo hálito de vida nueva y mejor que libertará a la humanidad —aunque sea con un proceso febril— de los productos virulentos de la fase presente de la civilización, para conservar y rejuvenecer en una fase ulterior, las energías sanas y fecundas en bien para todos los humanos.

Roma, Junio de 1894.

Enrique Ferri.

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