Aun ante la teoría de la evolución universal que —fuera de este o aquel detalle más o menos discutible— representa verdaderamente la orientación vital del pensamiento científico moderno, se ha creído razonable afirmar que contradice substancialmente las teorías y los ideales prácticos del socialismo.
Pero aquí hay error evidente.
Si por socialismo se entiende esa complicación fluctuante de aspiraciones sentimentales que muchas veces se ha cristalizado en las utópicas creaciones artificiales de un nuevo mundo humano, que por un golpe de varita mágica debía sustituir de un día para otro al viejo mundo en que vivimos, entonces es perfectamente cierto que la teoría científica de la evolución condena los prejuicios y las ilusiones del artificialismo político, reaccionario o revolucionario, pero romántico siempre.
{86} Pero la desgracia de nuestros adversarios está en que el socialismo actual es muy diferente del que precedió a la obra de Marx: y fuera del sentimiento animador de protestas contra las iniquidades presentes y de la aspiración de un porvenir mejor, nada tiene de común con aquel en su estructura lógica y en sus mismas inducciones, sino la visión clara, matemáticamente exacta, (en fuerza justamente de las teorías de la evolución) de la final organización social, basada en la propiedad colectiva de la tierra y de los medios de producción.
Esto se hará evidente en el examen de las tres pretendidas contradicciones principales que, según se afirma, existen entre el socialismo y el evolucionismo científico.
Entretanto es imposible no ver, desde ahora, la filiación directa del socialismo marxista, también, del evolucionismo científico, cuando se piensa que aquél no es, justamente, más que la aplicación lógica y consecuente de la teoría evolucionista en el campo económico.
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