En resumen ¿qué dice el socialismo? Que el mundo económico presente no puede ser inmutable y eterno, sino que por el contrario representa una fase transitoria de la evolución social, a la que debe suceder una fase ulterior y un mundo diferentemente organizado.
Que esta diversa organización venidera deba realizarse en sentido colectivista o socialista —o también individualista— es lo que resulta como conclusión última y positiva del estudio ya hecho sobre las relaciones entre darwinismo y socialismo.
Entretanto es necesario establecer aquí, que esa afirmación fundamental del socialismo —fuera de los detalles de la futura organización social de que hablaré más adelante— es coherente con la teoría experimental del evolucionismo.
¿Cuál es, pues, la contradicción substancial entre la economía política ortodoxa y el socialismo? Esto: que la economía política ha sostenido y sostiene que las leyes económicas por ella analizadas e ilustradas acerca de la producción y la {88} distribución de la riqueza son leyes naturales . . . no, sin embargo, en el sentido de que sean leyes determinadas naturalmente por las condiciones del organismo social (lo que sería exacto) sino en el sentido de que son leyes absolutas, es decir propias de toda la humanidad en todo tiempo y lugar, y por consiguiente inmutables en sus puntos principales aunque susceptibles de modificaciones parciales y accesorias en sus expresiones de detalle.
El socialismo científico sostiene, por el contrario, que las leyes establecidas por la economía política clásica, desde Adam Smith en adelante, son leyes propias del actual momento histórico de la humanidad civil, y que por lo tanto son leyes esencialmente relativas al instante en que fueron analizadas, y como ya no responden a la realidad de las cosas si se quieren hacer extensivas, por ejemplo, a la remota antigüedad histórica y más aún a los tiempos prehistóricos, no pueden representar una inmutable petrificación del porvenir social.
Ahora, de estas dos tesis fundamentales, la tesis ortodoxa y la tesis socialista ¿cuál es la más acorde con la teoría científica de la evolución universal?
La respuesta no es dudosa.
{89} La teoría de la evolución —cuyo genial creador ha sido verdaderamente Heriberto Spencer— desenvolviendo y fecundando en el terreno sociológico la dirección relativista ya señalada de la escuela histórica tanto del derecho como de la economía política (que era parcialmente heterodoxa), ha dado al pensamiento humano esta imprescindible brújula: que todo cambia, que el presente —tanto en el orden astronómico como en el biológico, como en el sociológico— no es más que la resultante de las transformaciones precedentes, naturales, necesarias e incesantes, mil veces milenarias, y que, en consecuencia, así como el presente es distinto del pasado, así también el porvenir será sin duda alguna distinto al presente.
Así, el spencerismo no ha hecho más que dar una provisión verdaderamente maravillosa de pruebas científicas en todos los ramos del saber humano, a los dos pensamientos abstractos de Leibnitz y de Hegel, de que «el presente es hijo del pasado, pero padre del porvenir» y de que «Nada es, pero todo llega»; lo que, desde Lyell la geología había, sobre todo, demostrado maravillosamente, sustituyendo al concepto tradicional de los cataclismos imprevistos, el concepto científico de la gradual y diaria transformación de la tierra.
{90} Verdad es que el enciclopédico saber de Heriberto Spencer es deficiente en economía política, o por lo menos no ha dado en ese terreno pruebas tan completas como en las ciencias naturales; pero eso no impide que el socialismo, después de todo, no sea otra cosa, en su concepto animador, que la aplicación lógica de la teoría científica de la evolución natural, al orden de los fenómenos económicos.
Justamente por esto es que Carlos Marx, primero (en 1859) con la Crítica de la economía política (y también con el famoso Manifiesto de 1847, escrito por él y Engels, casi diez años antes de los Primeros principios de Spencer, y maravilloso por su potencia y por su lucidez de síntesis) y después con el Capital (1867) ha venido a completar en el campo social la revolución científica provocada por Darwin y Spencer.
Mientras el viejo pensamiento metafísico concebía la moral, el derecho, la economía, como la combinación de leyes absolutas y eternas según el modo platónico de pensar, y limitando su observación al mundo histórico, sin usar otro instrumento de indagación que la lógica fantasía del filósofo, inoculaba en el cerebro de tantas generaciones ese concepto del absolutismo de las leyes naturales, debatiéndose en el dualismo {91} de la materia y del espíritu; la ciencia positiva, por el contrario, llegando a la síntesis grandiosa del monismo, es decir, de la única realidad fenoménica —materia y fuerza inseparables e indestructibles— desarrollándose de una manera continua, de forma en forma según normas relativas al tiempo y al lugar, ha cambiado radicalmente la orientación del pensamiento moderno justamente en el sentido de la evolución universal.
Moral, derecho, política, no son más que superestructuras más que reparaciones de la estructura económica, y varían con ésta de un paralelo a otro, de un siglo a otro siglo.
Esta es la grande, la genial intuición de Carlos Marx en la Crítica de la economía política de la que más adelante examinaré la parte que se refiere a la fuente única de las condiciones económicas, pero de la que importa ahora señalar lo referente a su continua e irrefrenable versatilidad, desde el mundo prehistórico al mundo histórico y en las varias épocas de éste.
Normas de la moral, creencias religiosas, sanciones jurídicas de leyes civiles o penales, organización política, todo cambia y todo está en relación con el ambiente histórico y telúrico en que se observa.
Asesinar a sus padres es el mayor de los {92} delitos en Europa y en América; matarlos es, por el contrario, una acción obligatoria y santificada por la religión en la isla de Sumatra, así como el canibalismo es lícito en el centro del Africa y lo fue en la Europa y en la América prehistóricas.
La familia que apenas se forma transitoriamente (como entre los animales) en el comunismo sexual primitivo, se organiza en la poliandria y el matriarcado allí donde los escasos alimentos exigen un escaso aumento de población, pero pasa a la poligamia y al patriarcado cuando está donde esa razón económica fundamental no domina tiránicamente, para asumir por último en el mundo histórico la forma monogámica que es, sin duda, la mejor y la más adelantada, aun cuando necesite ser libertada del convencionalismo absolutista del vínculo indisoluble y de la prostitución disfrazada y legalizada (por razones económicas) que la manchan en el mundo actual.
¿Y sólo la constitución de la propiedad debe continuar eterna, inmutable, en esta corriente oceánica de instituciones sociales y de reglas morales, sujetas a continuas y profundas evoluciones y transformaciones?
¡Sólo la propiedad debe permanecer imperturbable e inalterable en su forma de {93} monopolio privado de la tierra y de los medios de producción! . . .
Esa es la absurda pretensión de la ortodoxia económica y jurídica, con la única concesión a las irresistibles comprobaciones de la teoría evolucionista (hecha por los progresistas o radicales tanto en la ciencia como en la política), de que puedan variarle los ornamentos accesorios, atemperarle los abusos, pero quedando siempre intangible el principio de que unos pocos individuos puedan apropiarse la tierra y los instrumentos de producción, necesarios a la vida de todo organismo social, que debería así permanecer eternamente bajo el dominio más o menos eterno de esos detentadores de la base física de la vida.
Basta exponer así, en su límpida precisión, las dos tesis fundamentales —la ortodoxa del derecho y de la economía práctica y la heterodoxa del socialismo económico y científico—, para decidir sin necesidad de más este primer punto de controversia: que en todos los casos la teoría de la evolución está de acuerdo perfecto e irrefutable con las inducciones del socialismo, mientras que, por el contrario, contradice las afirmaciones contrapuestas del inmovilismo económico y jurídico.
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