xi. evolución, revolución, rebelión, violencias personales. socialismo y anarquía

La última y más grave contradicción que muchos creen encontrar entre el socialismo y la teoría científica de la evolución, está en el cómo podrá realizarse prácticamente el socialismo.

Por una parte algunos pretenden que el socialismo debe presentar desde ahora, en todos y en sus más mínimos detalles, el cuadro preciso y simétrico de su positiva organización social. «Dadme una descripción práctica de la nueva {122} sociedad y entonces decidiré si la he de preferir a la presente».

Por otra parte —y como consecuencia de este primer concepto equivocado y artificialista— se cree que el socialismo pretende cambiar la faz del mundo de un día para otro, de tal manera, por ejemplo, que esta noche nos retiremos todos a dormir bajo el régimen burgués para despertarnos mañana en pleno mundo socialista.

Y entonces —se dice— cómo no ver que todo esto choca irremediablemente contra la ley de evolución, cuyas dos ideas fundamentales —que caracterizan justamente la nueva evolución del pensamiento positivo moderno, frente a la vieja metafísica— son precisamente la naturalidad y la gradualidad de todos los fenómenos en cualquier orden de vida universal, desde la astronomía hasta la sociología.

Es innegable que estas dos objeciones tenían mucha razón de ser contra aquello que Engels llamaba el «socialismo utópico», frente al «socialismo científico».

Cuando el socialismo, antes de Carlos Marx, no era más que la expresión sentimental de un humanitarismo tan generoso cuanto careciente de los más elementales principios del positivismo {128} científico, se comprende perfectamente que sus secuaces o defensores cedieran fácilmente a los impulsos del corazón, ya sea en las protestas ruidosas contra las iniquidades sociales evidentes, ya sea en la contemplación sonámbula de un mundo mejor al que la fantasía trataba de dar perfiles determinados, desde la República de Platón hasta el Looking backward (En el año 2000) de Bellamy.

Y se comprende también mejor que esas construcciones a priori debían dar asidero a las críticas, en parte erradas, porque son siempre dependientes de las costumbres mentales propias del ambiente moderno, y se olvida que serán distintas en un ambiente diverso, pero fundadas también en gran parte porque la complexidad enorme de los fenómenos sociales hace imposible cualquiera profecia de los detalles insignificantes de una vida social que será más radicalmente diversa de la nuestra que lo que la vida présentelo es de la Edad Media y de la antigüedad, por la razón de que el mundo burgués que ha sucedido a los anteriores, ha dejado la sociedad sobre los mismos puntos cardinales del individualismo; mientras que el mundo socialista tendrá una polarización fundamentalmente distinta.

{124} Esas construcciones anticipadas y proféticas de un nuevo orden social son, por otra parte, el designio genuino de ese artificialismo político y social, en que están embebidos hasta los individualistas más ortodoxos y jacobinos, que creen siempre, como observa el mismo Spencer, que la sociedad humana es una pasta a la que el artículo tot de una ley cualquiera puede dar una forma más que otra, fuera de las cualidades, tendencias y aptitudes orgánicas y psíquicas, étnicas e históricas de los diversos pueblos . . .

El socialismo continental ha dado muchos ensayos de construcción utópica; pero más ha dado y da el mundo político actual, con el fárrago absurdo y caótico de sus leyes y de sus códigos que (¡á propósito de la libertad! . . .) envuelven a todo hombre desde su nacimiento hasta su muerte y aun antes de que nazca y después de que muera, en una red inextricable de códigos, leyes, decretos, reglamentos, etc., sofocándolo como al gusano de seda en su capullo . . .

Y cada día la experiencia demuestra que nuestros legisladores, embebidos en este artificialismo político y social, no hacen más que copiarse recíprocamente las leyes de los pueblos más diversos según la moda esté por París y por Berlín, y divierten con ellas a sus países, en vez de {125} sacar de esos mismos paises los criterios positivos para adaptarles las leyes, que por eso y como sucede todos los días, siguen siendo letra muerta, puesto que la realidad de las cosas no les permite profundizar sus raíces, y regular y fecundar sus puntos vitales.

En cuanto a construcciones sociales artificiosas, los socialistas podrán repetirá los individualistas:

—¡El que esté sin pecado, que tire la primera piedra!

Pero la respuesta verdadera, irrefutable, es que el socialismo científico representa una fase mucho más avanzada de las ideas socialistas, de acuerdo precisamente con la ciencia positiva moderna, y ha abandonado por completo la fantástica idea de profetizar hoy lo que será la sociedad humana en la nueva organización colectivista.

Lo que el socialismo científico puede afirmar y afirma, con seguridad matemática, es que la dirección, la trayectoria de la evolución humana, marcha en el sentido general indicado y previsto por el socialismo, es decir, en el sentido de una continua y progresiva preponderancia de los intereses y las utilidades de la especie, sobre los intereses y las utilidades del individuo, y por {126} consiguiente en el sentido de la continua socialización de la vida económica y por ella de la vida jurídica, moral y política que de ella dependen.

En cuanto a los detalles nimios del nuevo edificio social, no podemos preverlos, justamente porque ese nuevo edificio social será y es un producto natural y espontáneo de la evolución humana, que está ya en vías de formación y cuyas líneas generales se esbozan ya en embrión, pero no es la construcción inmediata y artificial imaginada en el estudio de un utópico o de un metafísico.

Así sucede tanto en las ciencias sociales cuanto en las ciencias naturales.

Si a un biólogo le dais a observar un embrión humano que tenga sólo pocos días o pocas semanas de desarrollo, no sabrá deciros —por la conocida ley haeckeliana de que el desarrollo de todo embrión individual reproduce en conjunto las diversas formas de desarrollo de las especies que le han precedido en la serie zoológica— no sabrá deciros, repito, si será macho o hembra, ni mucho menos podrá prever si será un individuo robusto o débil, sanguíneo o nervioso, inteligente o nó.

Sabrá sólo deciros las líneas generales de la {127} evolución futura de ese individuo, dejando al tiempo la tarea de definir natural y espontáneamente —según las condiciones orgánicas hereditarias y las condiciones del ambiente en que vivirá— los detalles variadísimos de su personalidad.

Así puede y debe responder el socialista, justamente como lo hizo Bebel en el Reichstag germánico, contestando con un elocuente discurso a los que querían saber desde ahora, de los socialistas, cómo será en sus detalles el Estado futuro, y que aprovechando hábilmente la ingenuidad de los romanceros socialistas, critican sus anticipadas fantasías artificiales, verdaderas en las líneas generales, pero demasiado arbitrarias en sus detalles.

Lo mismo hubiera sucedido si antes de la Revolución Francesa —que determinó el florecimiento del mundo burgués, preparado y madurado en la evolución anterior— las clases aristocrática y clerical, en el poder entonces, hubiesen dicho a los representantes del tercer estado —burgueses de nacimiento o aristócratas y sacerdotes que abrazaban la causa de la burguesía contra los privilegios de su casta, como el marqués de Mirabeau y el abate Sieyes— hubiesen dicho, repito: «Pero ¿cómo será vuestro mundo nuevo? {128} Dadnos antes su plan preciso y luego decidiremos.»

El tercer estado, la burguesía, no hubiera sabido contestar entonces, ni hubiera podido prever el aspecto de la sociedad humana en el siglo XIX; y, sin embargo, eso no ha impedido que se realizara la revolución burguesa, porque representaba la fase ulterior, natural e inevitable de una evolución eterna, como ahora el socialismo se halla frente a frente con el mundo burgués. Y si ese mundo burgués, nacido hace poco más de un siglo, tiene un ciclo histórico mucho más breve que el mundo feudal (aristocrático-clerical), será solamente porque, habiendo los maravillosos progresos científicos del siglo XIX centuplicado la velocidad de la vida en el tiempo y en el espacio, hacen recorrer ahora a la humanidad civil en sólo diez años, el mismo camino que antes recorría en un siglo o dos de la Edad Media.

La velocidad continuamente acelerada de la evolución humana es justamente otra de las leyes establecidas y confirmadas por la ciencia social positiva.

Y de esas construcciones artificiales del socialismo sentimental es que se ha derivado y se ha radicado la impresión —justa en lo que a ellas {129} respecta— de que socialismo es sinónimo de tiranía.

Es natural: si entendéis el nuevo orden social no como la forma espontánea de la inmanente evolución humana, sino como la construcción artificial que brota del cerebro de un arquitecto social, es imposible que éste se sustraiga a la necesidad de disciplinar el nuevo engranaje con una infinidad de reglamentos y con el poder supremo de una mente directriz, individual o colectiva. Y se comprende entonces cómo semejante organización socialista deja en los adversarios —que sólo ven las ventajas de la libertad en el mundo individualista y olvidan las plagas que lo gangrenan libremente— la impresión de un convento, de una regimentación o cosa semejante.

Y otro producto artificial contemporáneo ha venido también a confirmar esta impresión —el socialismo de Estado— que es fundamentalmente lo mismo que el socialismo sentimental o utópico, y que sólo, como decía Liebknecht en el Congreso de Berlín de 1892 sería «un capitalismo de Estado que agregaría al usufructo económico la esclavitud política». El llamado Socialismo de Estado puede dar pruebas del poder irresistible de sugestión que tiene el socialismo científico y democrático —como demuestran los famosos {130} rescriptos del emperador Guillermo, convocando a una conferencia internacional— de resolver (hasta con la idea infantil del Decreto) los problemas del trabajo: o sino la famosa encíclica De conditione opificum del habilísimo papa León XIII, que da una en el clavo y otra en la herradura. Pero Rescriptos imperiales y Encíclicas papales —ya que las fases de la evolución ni se suprimen ni se saltan—, no podían sino abortar en pleno mundo burgués, individualista y liberista, al que no disgustaría destrozar el demasiado vigoroso socialismo contemporáneo en el amoroso abrazo del artificialismo oficial y del socialismo de Estado, desde que se ha comprobado en. Alemania y en otras partes, que no bastan contra aquél ni leyes ni represiones excepcionales.

Todo este arsenal de reglamentos y superintendencias no tiene nada que hacer con el socialismo científico que prevé clarísimamente que la dirección del nuevo orden social, necesaria para la administración de la propiedad colectiva, no será en manera alguna más complicada que la que ahora se necesita para la administración del Estado, de las Provincias y de las Comunas, y que por el contrario responderá mucho mejor a las utilidades sociales e individuales como producto natural —y no parasitario— del nuevo {131} organismo social; así como el sistema nervioso de un mamífero y aparato regulador de su organismo, es más complicado que el organismo de un pez o de un molusco, pero sin ninguna sofocación tiránica de la autonomía de los otros órganos y aparatos, hasta las células, en su confederación viviente.

Queda, pues, entendido, que si se quiere refutar seriamente el socialismo, no hay que repetir las acostumbradas objeciones que se refieren al socialismo artificialista y sentimental, que no niego que podrá continuar todavía en la masa nebulosa de las ideas populares, pero que cada día va perdiendo más terreno entre los partidarios conscientes —de origen popular, o burgués, o aristocrático— del socialismo científico que armado por el impulso genial de Carlos Marx de todas las más positivas inducciones de la ciencia moderna, se alza triunfante sobre las añejas objeciones repetidas todavía por nuestros adversarios sólo por costumbre mental, pero que han desaparecida ya de la conciencia contemporánea, junto con el mismo socialismo utópico que las había determinado.

La misma respuesta sirve para la segunda parte de la objeción relativa a la manera como se realizará el advenimiento del socialismo.

{132} Es consecuencia inevitable y lógica del socialismo utópico y artificialista, pensar que la construcción arquitectónica propuesta por este o aquel reformador, deba o pueda aplicarse de un día para otro por decreto de rey o de pueblo.

Y en este sentido la ilusión utópica del socialismo empírico se halla en oposición con la ley positiva de la evolución y es, por lo tanto, equivocada. Y justamente como tal, la combatí en mi Socialismo y criminalidad, porque todavía entonces (1883) no se habían divulgado en Italia las ideas del socialismo científico o marxista.

Un partido político o una teoría científica, son también productos naturales que deben pasar por las fases vitales de la infancia y la juventud antes de llegar a su desarrollo completo. Era inevitable, por lo tanto, que antes de ser científico y positivo, el socialismo en Italia y en otros países pasara también por las fases infantiles sea del exclusivismo corporativista (de los trabajadores manuales únicamente) sea del romanticismo nebuloso que, dando a la palabra revolución un significado restringido e incompleto, se ha mantenido siempre en la ilusión de que un organismo social puede cambiarse radicalmente de un día para otro, con cuatro descargas de {133} fusilería, así como un régimen monárquico puede cambiarse en régimen republicano.

Pero cambiar la cáscara política de un orden social es inmensamente más fácil —porque es menos concluyente y menos influyente en el fondo económico de la vida social— que la diferente orientación de esta vida social en su constitución económica.

Los procesos de transformación social son, como por otra parte lo son con otros nombres, los de toda transformación de los seres vivientes: la evolución, la revolución, la rebelión, la violencia personal.

Una especie mineral, vegetal, o animal, puede pasar en el ciclo de su existencia por estos mismos procesos de transformación.

Desde que el primer núcleo de cristalización, o el germen, o el embrión aumenta gradualmente en estructura y en volumen, tenemos un proceso gradual y continuo de evolución al que, de un modo ú otro debe suceder un proceso de revolución más o menos prolongado, representado por ejemplo por el destacamiento completo del cristal de la masa mineral circundante, o por ciertas fases revolucionarias de la vida vegetal o animal, como por ejemplo el momento de la reproducción sexual, etc.; y así puede {134} presentarse cualquier momento de rebelión, es decir de violencia individual asociada, como sucede tan frecuentemente entre las especies animales que viven en sociedad; y puede suceder también la violencia personal aislada como en las luchas por la conquista del alimento o de la hembra, entre animales de la misma especie, etc.

En el mundo humano se repiten los mismos procesos, entendiéndose por evolución la transformación diaria casi desapercibida pero continua e inevitable; por revolución el período crítico y resolutivo, más o menos prolongado, de una evolución arribada a su extremo; por rebelión la violencia parcialmente colectiva, que estalla por la provocación de esta o de aquella circunstancia particular en un punto y en un momento dado, y por violencia personal, la tentativa de un individuo contra uno o varios individuos y que puede ser: o el efecto de un arrebato de pasión fanática, o la explosión de instintos criminales, o la manifestación de desequilibrio mental —con vinculaciones a las ideas más en boga en un momento dado, político o religioso—.

Ahora, la primera observación que hay que hacer es ésta: que mientras la evolución y la revolución pertenecen a la fisiología social, la rebelión y la violencia personal son, por el contrario, síntomas de patología social.

{135} Verdad es que todos son procesos naturales y espontáneos desde que, según el concepto de Virchow, renovador en gran parte de la biología moderna, la patología no es más que la continuación de la fisiología, y hasta los síntomas patológicos tienen o deberían tener gran valor diagnóstico para las clases que están en el poder, que en toda época histórica, así en los momentos de crisis política como en los de crisis social, no saben idear otro remedio que la represión personal, guillotinando o encarcelando, y figurándose haber curado con eso la enfermedad constitucional y orgánica que trabaja al cuerpo social.

Pero es de todos modos irrefutable que los procesos normales —y por eso más fecundos y más seguros aun cuando en apariencia sean más lentos y menos eficaces—, de transformación social, son la evolución y la revolución, entendida esta última en el sentido exacto y positivo de fase última de una evolución anterior, y no convirtiéndola en sinónimo de una rebelión tumultuosa y violenta como por lo común se piensa equivocadamente.

En efecto, es evidentente que al finalizar el siglo XIX, Europa y América se encuentran ya en un período de revolución preparada por la {136} anterior evolución fecundada por la misma organización burguesa, y continuada por el socialismo primero utópico y después científico, por la cual no sólo estamos ahora en ese período crítico de vida social que Bagehot llamaba «la edad de la discusión» sino que se advierte ya aquello que Zola, en su maravilloso Germinal, llamó el estallido del armazón político-social, por todos los síntomas que casi con la mismas palabras describe Taine en su Ancien Régime, narrando los veinte años anteriores a 1789. Síntomas por los cuales —produciéndose aquí y allí por las grietas del terreno social, fugas parciales de vapores y gases volcánicos— se tiene indicio de que toda la corteza terrestre se rinde a la presión de una revolución interna, contra la cual de nada valdrán las medidas represivas sobre esta o aquella grieta, mientras que podrían ser eficasísimas y fecundas en bienes todas las sabias leyes de reforma y previsión que, aun cooperando al presente, hicieran menos doloroso «el parto de la nueva sociedad», como decía Marx.

Y he aquí por qué, entendidas en este sentido positivo, la evolución y la revolución se presentan como los procesos más fecundos y más seguros de metamorfosis social.

Justamente porque la sociedad humana es un {137} organismo natural y viviente, como cualquier otro no puede sufrir transformaciones inmediatas y de improviso, como lo imaginan aquellos que sostienen que se debe recurrir solamente, o en precedencia a la rebelión o a la violencia personal para la realización de un nuevo orden social. Sería como pretender que un niño o un joven pudieran llenar en un día una evolución biológica dada —aunque sea en el período revolucionario de la pubertad— para convertirse inmediatamente en adulto.

Se comprende, sin embargo, que el desocupado, bajo los espasmos del hambre o en el agotamiento cerebral por la falta de alimentación, o en los ensueños de la ignorancia, pueda imaginarse que dando un puñetazo a un guardia de seguridad, o arrojando una bomba, o haciendo una barricada o un motín, se acercará a la realización de un ideal de menor iniquidad social.

Y aun fuera de este caso, se comprende que la fuerza impulsiva del sentimiento, al prevalecer en ciertos hombres, pueda empujarlos por generosa impaciencia a cualquier tentativa, aunque sea real y no imaginaria como las que han presentado siempre las policías de todos los tiempos y de todos los lugares, a la represión de los tribunales —para secundar la manía o el terror {138} pánico de los que sienten escapárseles de las manos el poder político o económico—.

Pero la táctica del socialismo científico, especialmente en Alemania por la influencia más directa del marxismo, ha abandonado por completo estos viejos métodos del romanticismo revolucionario, que repetidos tantas veces han abortado siempre y son por eso, en sustancia, menos temidos por las clases dominantes porque son leves sacudimientos localizados contra una fortaleza que tiene todavía consistencia más que suficiente para quedar victoriosa de ellos, y asegurarse con la victoria del momento el retardo de la evolución, mediante la selección eliminadora de los adversarios más audaces y más fuertes.

El socialismo marxista es revolucionario en el sentido científico de la palabra, y se desenvuelve ahora en plena revolución social, porque nadie negará que el final del siglo XIX señala la fase crítica de la evolución burguesa lanzada a todo vapor, más en otras partes que en Italia, por el camino del capitalismo individualista.

Y el socialismo marxista tiene la franqueza de decir, por boca de sus representantes más cultos, a la gran falange dolorosa del proletariado moderno, que no tiene la varita mágica para {139} cambiar el mando de un día para otro cómo se cambian las decoraciones de teatro al levantar el telón; pero dice también, con el fatídico grito de reunión que Marx lanzaba al mundo de los trabajadores: ¡Uníos, proletarios del mundo entero!, dice que la revolución social no puede llegar a su término si antes no se ha madurado en la conciencia de los trabajadores mismos, con la visión clara de sus intereses de clase y de su fuerza inmanente cuando están unidos, y no con la creencia de poder despertar un día en pleno régimen socialista, sólo porque permaneciendo inertes y divididos 364 días del año se les pusiera en la cabeza el 365º, entregarse a cualquier rebelión o a cualquier violencia personal.

Esta es la psicología que yo llamo «terno a la lotería», por la que justamente, los trabajadores y todos los heridos por la miseria, sueñan —sin hacer nada por constituirse en partido consciente de clase—, en poder un bello día ganar el terno a la lotería de la revolución social, así como se dice, les cayó el maná del cielo a los judíos.

El socialismo científico demuestra, pues, cómo la potencia transformadora va menguando de uno a otro proceso: a medida que de la evolución se pasa a la revolución, de ésta a la rebelión y de ésta a la violencia personal. {140} Justamente porque se trata de una transformación de la sociedad entera en su base económica y por lo tanto en sus organizaciones jurídicas, políticas y morales, por eso también el proceso de transformación es más eficaz y adaptado cuanto más social y menos individual es.

Los partidos individualistas son también personalistas en la lucha diaria, el socialismo, por el contrario, es colectivista en esta misma, porque sabe que el orden actual no depende de éste o de aquel individuo, sinó de la sociedad entera. Y he ahí por qué, en el hecho opuesto, la beneficencia, siendo, aunque generosa, necesariamente personal o parcial, no puede ser un remedio a la cuestión social y por lo tanto colectiva, de la distribución de la riqueza.

En la cuestión política que deja intacta la base económico-social, se comprende cómo el destierro de Napoleón III o de D. Pedro II puede instaurar una república. Pero esa transformación superficial no tocará al fondo de la vida social y el Imperio Alemán o la monarquía italiana son socialmente burgueses como la República Francesa o los Estados Unidos; porque a pesar de las diferencias de barniz político pertenecen a la misma fase económico-social.

Por eso es que los procesos: evolución y {141} revolución, los únicos completamente sociales o colectivos, son los más eficaces, mientras que la rebelión parcial y mucho más la violencia personal no tienen en sí más que una alejadísima energía de transformación social, y por el contrario encierra tanta parte anti-social y anti-humana, despertando los instintos primitivos de la sangre y del fratricidio, y junto a la persona del herido ofenden al mismo principio en que se creen inspirados: el principio del respeto a la vida humana y de la solidaridad.

Poco importa hipnotizarse con las frases de la «propaganda de hecho» o de la «acción inmediata».

Como se sabe, los anarquistas que son individualistas o «amorfistas», admiten como medio de transformación social la violencia personal, que va del homicidio al hurto hasta entre compañeros, y que no es, entonces, evidentemente, más que un barniz político dado a instintos criminales que no es posible confundir con el fanatismo político que es un fenómeno muy diverso y común a los partidos extremos y románticos de todas las épocas. Y sólo el examen positivo de cada caso particular puede, con ayuda de la antropología y de la psicología, decidir si el autor de esta o aquella violencia personal es un {142} delincuente nato, un delincuente loco o un delincuente por pasión y fanatismo político.

En efecto, he sostenido siempre y sostengo hoy, que el «delincuente político» de quien algunos querrían hacer una categoría especial, no constituye una variedad antropológica, sino que puede pertenecer a cualquiera de las categorías antropológicas de delincuentes comunes y especialmente a una de estas tres: o delincuente nato por tendencia congénita, o delincuente loco, o delincuente por impulso de pasión fanática.

La historia del pasado y la de esta misma época nos ofrece ejemplos evidentes.

Así como en la Edad Media las creencias religiosas preocupaban la conciencia universal y daban color a los excesos criminales o dementes de muchos desequilibrados, o también determinaban realmente casos de «santidad» más o menos histérica, así al finalizar nuestro siglo, las cuestiones político-sociales que preocupan con mayor violencia la conciencia universal —que se exalta también con el mayor contagio universal producido por el periodismo con su gran réclame— son las que dan color a los excesos criminales o dementes de muchos desequilibrados, o determinan también casos de fanatismo en hombres verdaderamente honestos pero hiperestésicos.

{143} Y las cuestiones político-sociales en su forma extrema asumida en cada momento histórico, son naturalmente las que tienen con mayor intensidad esa energía sugestiva. Sesenta años ha, en Italia, era el mazzinianismo o el carbonarismo; hace veinte años el socialismo; ahora el anarquismo . . .

Y así se comprende cómo se han cometido violencias personales en todo tiempo y según el color del tiempo . . . Orsini, por ejemplo, figura entre los mártires de la revolución italiana.

Ahora, aparte de los juicios inevitablemente erróneos dictados por la emoción del momento, la decisión sobre cada caso de violencia personal, no debe ser sino el fruto de un examen fisio-psíquico sobre su autor, como para cualquier otro delito.

Orsini fue un delincuente político por impulso de pasión. Entre los anarquistas bombardeadores o apuñaleadores de nuestros días, puede encontrarse tanto el delincuente nato —que disfraza sin embargo su congénita carencia de sentido moral o social con el barniz político— cuanto el delincuente loco o matoide, que refiere su desequilibrio mental a las ideas políticas del momento, así como puede encontrarse también el delincuente por pasión política, verdaderamente {144} convencido y bastante normal, en quien se determina el acto violento sólo por el falso concepto (qué el socialismo combate) de una posible transformación social mediante la violencia personal.

Sea como sea, trátese de delincuente nato o loco, o también de delincuente político por impulso pasional, no deja de ser verdad que la violencia personal, adoptada por los anarquistas individualistas, al mismo tiempo que es el producto lógico del individualismo llegado a los extremos y lo es por lo tanto de la actual organización económica llegada a sus extremos —con el relativo «delirio del hambre» aguda o crónica— es el medio menos eficaz y más antihumano de transformación social.

Pero, además de los anarquistas individualistas, o amorfistas, o autonomistas, hay también los anarquistas comunistas.

Estos repudian la violencia personal como medio ordinario de transformación social (y hace poco lo declaraba, entre otros, Merlino en su opúsculo Necesidad y base de un acuerdo); sin embargo estos anarquistas comunistas disienten del socialismo marxista, no sólo en el ideal último, sino también y sobre todo en el método de transformación social, que combatiendo a los socialistas marxistas como «legalitarios» y {145} «parlamentaristas», sostienen que el medio más eficaz y seguro de transformación social es la rebelión.

Con estas afirmaciones que responden demasiado bien a la nebulosidad de los sentimientos e ideas de una crecidísima parte de los trabajadores y a la impaciencia de su situación miserable, podrán tener un inconsciente influjo momentáneo; pero su acción tiene que ser transitoria como espuma en el agua, así como el estallido de una bomba puede producir cierta momentánea emoción, pero no hace avanzar un paso la evolución de las conciencias hacia el socialismo, mientras que por el contrario determina una reacción del sentimiento, en gran parte sincera, pero también hábilmente fomentada y usada como pretexto de represión.

Decir a los trabajadores que deben rebelarse contra las clases que tienen el poder, sin preparación no sólo de medios materiales sino también de solidaridad y de conciencia moral, es más bien servir los intereses de esas clases dominantes, porque tienen la seguridad de la victoria material, puesto que la evolución no está madura y la revolución no está pronta.

Por eso, a pesar de todas las mentiras interesadas, se ha visto en los recientes movimientos {146} de Sicilia, que allí dónde el socialismo estaba más avanzado no han ocurrido ni violencias personales ni rebeliones, como entre los labriegos de Piana dei Greci, educados en el socialismo consciente por Nicolás Barbato; mientras que esos movimientos convulsivos se han presentado o fuera de la propaganda socialista como rebelión contra las vejaciones y las comunas municipales, o allí donde la propaganda socialista menos consciente fue ultrapasada por los impulsos del hambre y de la miseria.

La historia enseña que los países donde las rebeliones han sido más frecuentes, son aquellos cuyo progreso social está menos avanzado; justamente porque las energías populares se agitan y se despedazan en esos excesos febriles y convulsivos, y alternándose con períodos de enervación y de desconfianza —a que responde la teoría budista de la abstención del voto, tan cómoda para los partidos conservadores— no representan ninguna continuidad de esa acción consciente, en apariencia más lenta y menos eficaz, pero en realidad la única que sepa realizar esos que parecen los milagros de la historia.

Y por eso el socialismo marxista de todos los países ha proclamado que el medio principal de transformación social debe ser la conquista de los {147} poderes públicos (en las administraciones locales y en los parlamentos), como uno de los efectos de la organización consciente de los trabajadores en un solo partido de clase; mientras que a medida que se haga más intensa y extensa esa organización, otros serán sus efectos, verdaderamente revolucionarios en el sentido positivo ya explicado. Cuánto más progrese en los países civilizados la organización política de los trabajadores, tanto más verán realizarse, por evolución fatal, la organización socialista de la sociedad, primero con las concesiones parciales pero cada vez más amplias de la clase capitalista a la clase trabajadora (ejemplo elocuente: la ley de las 8 horas) y después la transformación completa de la propiedad individual en propiedad social.

Que esta transformación integral que, preparándose por evolución gradual, se acerca al momento crítico y resolutivo de la revolución social, pueda después realizarse con o sin el concurso de los demás medios de transformación —rebelión y violencia personal— es lo que nadie puede profetizar.

Nuestra sincera aspiración es que la revolución social se realice cuando esté madura la evolución, pacíficamente, como tantas otras {148} revoluciones que se han hecho en paz, sin derramar una gota de sangre: ejemplo: la Revolución inglesa que precedió un siglo con el Bill of Rights a la Revolución francesa; como la Revolución italiana hecha en Toscana en 1859; como se hizo la Revolución brasileña, con el destierro del emperador D. Pedro en 1892.

Y es evidente que la más difundida cultura del pueblo y su organización consciente en partido de clase bajo la bandera del socialismo, no hacen sino aumentar las probabilidades de esa aspiración nuestra, y desvanecer también las añejas previsiones de un período de reacción después del advenimiento del socialismo, que sólo tendrían razón de ser si el socialismo fuese todavía utópico en sus medios de acción, en lugar de ser, como es, la fase natural y espontánea y por lo tanto inevitable e irrevocable, de la evolución humana.

¿Y dónde comenzará esta revolución social?

Estoy firmemente convencido que mientras los pueblos latinos, como meridionales, tienen mayor facilidad para las rebeliones sobresaltadas y pueden lograr transformaciones puramente políticas, los pueblos septentrionales, alemanes o anglo-sajones, están más dispuestos a la disciplina tranquila pero inexorable de la verdadera {149} revolución, como fase crítica de anterior evolución orgánica y gradual, único proceso eficaz de una transformación verdaderamente social.

Y es en Alemania o en Inglaterra donde el mayor desarrollo del individualismo burgués acelera fatalmente sus inconvenientes y por lo tanto la necesidad del socialismo, es allí donde probablemente se realizará la gran metamorfosis social, iniciada ya también en todas partes, y de allí se propagará por la vieja Europa, como al fin del siglo pasado partió de Francia la señal de la revolución política y burguesa.

Queda, pues, una vez más demostrada la profunda diferencia que existe entre socialismo y anarquismo —que a nuestros adversarios y a la prensa servil agrada presentar confundidos a los ojos velados por la emoción o por la ignorancia— y queda de todos modos demostrado que el socialismo marxista representa una armonía vital y una continuación fecunda de la ciencia positiva, justamente porque ha hecho de la teoría de la evolución la savia y la sangre de sus propias inducciones y señala por lo tanto la fase verdaderamente vivaz y definitiva —y en consecuencia la única que desde ahora sobrevivirá en {150} la conciencia de la democracia colectivista— de ese socialismo que hasta hace poco había permanecido fluctuando en las nebulosidades del sentimentalismo, sin la brújula infalible del pensamiento científico renovado por las obras de Darwin y de Spencer.

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