Una atinada observación de Stricker ha atraído nuestra atención sobre el hecho de que las manifestaciones afectivas del sueño no pueden ser comprendidas en el juicio despectivo que al despertar hacemos recaer sobre el contenido manifiesto del mismo. En efecto, «cuando soñamos con ladrones y sentimos miedo, los ladrones son imaginarios, pero el miedo es real», como cualquier otro afecto que en el sueño experimentamos. El testimonio de nuestra sensación nos demuestra que dichos afectos son perfectamente equivalentes a los de igual intensidad surgidos en la vigilia. Más aún que en su contenido de representaciones, apoya el sueño en su contenido afectivo su aspiración a ser comprendido entre las experiencias reales de nuestra alma. Si tal inclusión parece inaceptable a nuestro pensamiento despierto es porque somos incapaces de evaluar psíquicamente un afecto fuera de su conexión con un contenido de representaciones. En cuanto al afecto y la representación no se corresponden en forma e intensidad, queda ya desconcertada nuestra facultad de juicio.
Ha despertado siempre extrañeza el que las representaciones oníricas no traigan consigo muchas veces aquellos afectos que nuestro pensamiento despierto considera necesariamente concomitantes a ellas. Strümpell opinó a este respecto que las representaciones eran despojadas en el sueño de sus valores psíquicos. Pero sucede que también hallamos en él el fenómeno contrario, o sea la aparición de intensas manifestaciones afectivas concomitantes a un contenido que no parece dar ocasión alguna para un desarrollo de afecto. Sueños que nos muestran en una situación espantosa, peligrosa o repulsiva no nos hacen experimentar el menor miedo ni la más pequeña repugnancia, y, por lo contrario, en otros nos aterrorizamos de cosas inofensivas y nos regocijamos de cosas pueriles.
Este enigma del sueño se desvanece más rápida y completamente que ningún otro en cuanto pasamos del contenido manifiesto al latente, ahorrándonos así más amplia explicación. El análisis nos enseña que los contenidos de representaciones han pasado por desplazamientos y sustituciones, mientras que los afectos han permanecido intactos. No es, por tanto, extraño que el contenido de representaciones, transformado por la deformación onírica, no corresponda ya al afecto, el cual se ha conservado idéntico a sí mismo. Pero en cuanto el análisis vuelve a colocar en su lugar primitivo el contenido verdadero, todo vuelve a entrar en un orden lógico y no hay ya motivo ninguno de asombro.
Los afectos constituyen la parte más resistente de aquellos complejos psíquicos que han experimentado la acción de la censura, y, por tanto, la que mejor puede guiarnos en nuestra labor de interpretación. Esta circunstancia se nos revela en las psiconeurosis aún más claramente que en el sueño. En ellas acaba siempre por demostrarse plenamente justificado el afecto, por lo menos en lo que respecta a su cualidad, pues su intensidad puede ser incrementada por desplazamientos de la atención neurótica. El histérico que se asombra de experimentar un miedo increíble ante objetos totalmente inofensivos y el neurótico obsesivo que no puede explicarse por qué se convierten para él en fuentes de amargos reproches actos insignificantes yerran al atribuir la máxima importancia al contenido de representaciones -el objeto inofensivo o el acto insignificante- y combaten inútilmente sus síntomas tomando dicho contenido como punto de partida de sus reflexiones. El psicoanálisis interviene entonces y le muestra el camino acertado, reconociendo la perfecta justificación del afecto y buscando la representación a la que en realidad corresponde, representación que ha sido reprimida y sustituida por otra. Presuponemos al obrar así que el desarrollo de afecto y el contenido de representaciones no constituyen, contra lo que estamos acostumbrados a admitir, una unidad orgánica inseparable, sino que se hallan simplemente soldados entre sí y pueden ser aislados por medio del análisis. La interpretación de los sueños nos demuestra que así sucede, en efecto.
Expondré primero un ejemplo en el que el análisis explica la aparente ausencia de afecto en una representación que debía provocarlo.
I
«La sujeto ve un desierto y en él tres leones, uno de los cuales está riendo; pero no siente miedo ninguno. Sin embargo, debe de haber salido luego huyendo, pues quiere trepar a un árbol; pero encuentra que su prima, la profesora de francés, está ya arriba, etc.»
El análisis nos proporciona el material siguiente: el motivo -indiferente- del sueño ha sido una frase de su composición de inglés: la melena es el adorno del león. Su padre llevaba una frondosa barba que enmarcaba su rostro como una melena. La profesora que le daba lección de inglés se llamaba mis Lyons (lions-leones). Un conocido suyo le había mandado las Baladas, de Löwe (Löwe-león). Así, pues, son éstos los tres leones de su sueño. ¿Por qué habría de sentir miedo de ellos? Ha leído una historia en la que un negro, perseguido por haber incitado a otros a rebelarse, se refugia en un árbol huyendo de una traílla de feroces mastines que siguen sus huellas. Luego surgen diversos recuerdos chistosos, como el de una receta para cazar leones, publicada en la revista humorística Fliegende Blätter: «Se toma un desierto, se cierne la arena y los leones quedan en el cedazo»; y el de la anécdota de un empleado al que se reprochaba mostrar poco interés en conquistarse el favor de su jefe, y que respondió: «No, también yo he intentado trepar por la cucaña de la adulación, pero cuando quise hacerlo ya había otra arriba.» Todo este material se nos hace comprensible cuando averiguamos que el día del sueño había recibido la sujeto la visita del jefe de su marido, el cual se mostró muy cortés con ella y le besó la mano. Pero la señora no le tuvo miedo ninguno (no mostró la menor cortedad), a pesar de saber que su visitante era un animal considerable (un personaje importante) y uno de los más admirados leones («elegantes») de la pequeña ciudad en que vivía. Este «león» puede, por tanto, compararse al del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, que despojado de su máscara, resulta ser Sung, el carpintero, e idénticamente sucede con todas las demás fieras que el sueño nos muestra y ante las que no experimentamos temor alguno.
II
Como segundo ejemplo citaré nuevamente el sueño de aquella muchacha que vio muerto y yacente en el ataúd al hijo de su hermana, sin experimentar ante tal escena el menor dolor o tristeza.
El análisis nos reveló por qué. Este sueño no hacía sino encubrir su deseo de volver a ver al hombre amado, y el afecto tenía que corresponder al deseo y no a su encubrimiento. No había, pues, motivo ninguno de tristeza.
En algunos sueños conserva por lo menos el afecto cierta conexión con el contenido de representaciones al que en realidad corresponde y que ha sido objeto de una sustitución. En otros queda, en cambio, absolutamente separado de dichas representaciones y aparece incluido en un lugar cualquiera del contenido manifiesto, allí donde resulta posible adaptarlo a la nueva ordenación de los elementos del sueño. Sucede entonces lo mismo que antes comprobamos al examinar los actos de juicio del fenómeno onírico. Si en las ideas latentes existe una conclusión importante, el sueño manifiesto contendrá otra, pero esta última puede aparecer desplazada y referida a otro distinto material. No pocas veces sigue este desplazamiento el principio de la antítesis.
III
Con el ejemplo siguiente, sometido por mí a un minucioso y complejo análisis, ilustraré una tercera y última posibilidad.
«Un castillo a la orilla del mar. Luego no está ya en tal lugar, sino a la orilla de un canal que desemboca en el mar. El gobernador es un cierto señor P. Estoy con él en un gran salón con tres ventanas, ante las que se alza el extremo de una muralla almenada. He sido agregado a la guarnición, en calidad de oficial de Marina voluntario. Tememos la llegada de una escuadra enemiga, pues nos hallamos en guerra. El señor P. tiene el propósito de marcharse y me da instrucciones para la defensa, en el caso de que se confirmaran nuestros temores. Su mujer está enferma y se encuentra con los niños en el castillo amenazado. Cuando el bombardeo comience deberá ser evacuado el salón. El gobernador respira trabajosamente y quiere marcharse, pero le retengo preguntándole de qué manera podré enviarle noticias, si fuese necesario. Me responde algo y cae en el acto muerto. Quizá le he fatigado innecesariamente con mis preguntas. Después de su muerte, que no me causa ninguna impresión; pienso si la viuda permanecerá en el castillo y si debo comunicar la muerte del gobernador a la superioridad y tomar el mando, como me corresponde por ser el oficial de mayor categoría. Me asomo a la ventana e inspecciono los barcos que pasan: son barcos mercantes que surcan rápidamente las oscuras aguas. Unos tienen varias chimeneas y otros una cubierta convexa (como los techos de las estaciones de ferrocarril vistos en un sueño preliminar, no relatado). En esto llega mi hermano y se coloca a mi lado junto a la ventana, examinando conmigo el canal. La aparición de un barco nos sobresalta y exclamamos: `¡Ahí viene el barco de guerra!' Luego vuelven a pasar en sentido contrario los mismos buques que ya vi antes, y entre ellos un barquito cómicamente cortado por la mitad. Sobre la cubierta aparecen extraños objetos semejantes a copas o cajitas. Simultáneamente exclamamos: `Es el barco del desayuno'.»
El rápido movimiento de los barcos, el profundo color azul de las aguas y el negro humo de las chimeneas forman un conjunto sombrío e inquietante.
Los lugares de este sueño corresponden a diversas reminiscencias visuales de mis viajes a la costa adriática (Huraware, Duino, Venecia, Aquileja). Poco tiempo antes había aprovechado las vacaciones de Pascua de Resurrección para hacer con mi hermano una breve excursión a Aquileja, que nos resultó agradabilísima. La guerra naval que por esta época se desarrollaba entre España y los Estados Unidos y las inquietudes que me inspiraban la suerte de mis allegados residentes en América intervienen también en este sueño, cuyo contenido nos ofrece en dos ocasiones fenómenos afectivos. Primeramente observamos la ausencia de un afecto cuyo desarrollo era de esperar, ausencia que el sueño mismo acentúa (la muerte del gobernador no me causa impresión ninguna), y luego me sobresalta la aparición del buque de guerra y experimento durante el reposo todas las sensaciones correspondientes a este afecto. La inclusión de los afectos en el contenido manifiesto aparece llevada a cabo en este sueño bien estructurado de manera a evitar toda contradicción chocante. No hay, en efecto, razón ninguna para que me asuste la muerte del comandante, y, en cambio, está justificado que la aparición de un buque de guerra ante una plaza cuyo mando he tomado me produzca sobresalto. El análisis demuestra que el señor P. es un sustituto de mi propio yo (en el sueño soy yo su sustituto). Así, pues, soy yo el gobernador que muere de repente. Las ideas latentes tratan del porvenir de los míos si yo muriera de un modo prematuro -siendo éste el único pensamiento doloroso que en ellos aparece-. El sobresalto concomitante en el sueño a la aparición del buque de guerra debe ser separado de esta representación y unido a la idea de mi muerte prematura. Inversamente, muestra el análisis que la región de las ideas latentes de la que ha sido tomado el buque de guerra entraña las más serenas reminiscencias. Hallándonos en Venecia, un año antes de este sueño, supimos que se hallaba anunciada la visita de la escuadra inglesa y se preparaban grandes festejos para recibirla. Asomados a la ventana de nuestro cuarto en la Riva Schiavoni, esperamos mi mujer y yo la aparición de los navíos. Hacía una hermosísima tarde, pero las azules aguas de la laguna se mostraban más agitadas que de costumbre. De repente gritó mi mujer con infantil regocijo: ¡Ahí viene el barco de guerra inglés! Esta misma frase, privada de su último elemento, es la que me sobresalta en mi sueño. Vemos de nuevo que las frases oídas o pronunciadas en los sueños proceden siempre de la realidad. Más adelante demostraré que tampoco el elemento «inglés» ha quedado inempleado por la elaboración onírica. Al pasar de las ideas latentes al contenido manifiesto transformo, pues, la alegría en sobresalto, con lo cual procuro expresión a un fragmento del contenido latente. Nos demuestra este ejemplo que la elaboración onírica puede separar el estímulo afectivo de aquellos elementos a los que se halla enlazado, e incluirlo en cualquier otro lugar del contenido manifiesto.
Aprovecharé aquí la ocasión que accesoriamente se me ofrece de someter a un detallado análisis un elemento -el barco del desayuno- cuya aparición en el sueño cierra desatinadamente una situación racional. Parando mayor atención en dicho elemento, recuerdo que el «barco del desayuno» era negro y que la forma en que se hallaba cortado en su parte más ancha le hacía presentar por este extremo una amplia semejanza con un objeto que nos había llamado la atención en los museos de antigüedades etruscas: una bandeja rectangular de barro negro, con dos asas, y sobre ella, objetos parecidos a tazas de té o de café. En conjunto semejaba uno de nuestros modernos servicios para el desayuno. Según se nos explicó, se trataba del servicio de tocador (toilette) de las damas etruscas, y las tacitas estaban destinadas a contener los afeites y los polvos. Bromeando, nos dijimos que no estaría mal llevar a nuestra huéspeda tal objeto como recuerdo nuestro. Así, pues, el objeto que del sueño nos muestra significa vestido negro (toilettes = tocador y vestido), o sea luto, y alude directamente a un fallecimiento. Por su otro extremo recuerda la canoa en que las tribus primitivas colocaban los cadáveres, abandonándolos en el mar. A esta circunstancia se enlaza el retorno de los barcos en mi sueño:
Serenamente, en el bote salvado,
entra en el puerto el anciano. (Schiller.)
Es el retorno después del naufragio (Schiffbruch), pues el «barco del desayuno» se muestra roto (abgebrochen) por la mitad (brechen-romper; Bruch = rotura; Schiffbruch = naufragio). Pero ¿de dónde procede el nombre de «barco del desayuno»? Aquí es donde interviene el elemento inglés, que antes vimos sobraba. En efecto, a la palabra alemana Frühstück (desayuno) corresponde la inglesa breakfast, que equivale literalmente a romper el ayuno (desayunar). El romper (brechen) pertenece de nuevo al naufragio (Schiffbruch). El ayunar se agrega al vestido negro.
Pero de este «barco del desayuno» no ha creado el sueño más que el nombre. La cosa ha existido y me recuerda una de las horas más agradables de mi último viaje. Desconfiando de los hoteles de Aquileja, nos habíamos traído de Goerz la comida, a la que luego agregamos una botella de excelente vino de Istria, y mientras nuestro vaporcito surcaba lentamente el canal Delle Mee y luego la desierta laguna de Grado, desayunamos alegremente sobre cubierta. Este era, pues, el «barco del desayuno», y precisamente detrás de esta reminiscencia de unas horas, en las que gozamos alegremente de la vida, oculta el sueño los sombríos pensamientos referentes a un desconocido e inquietante porvenir.
Este proceso, en el que los afectos quedan separados de los contenidos de representaciones que provocaron su desarrollo, es el más singular de todos aquellos a los que la elaboración onírica los somete, pero no es la única transformación que sufren en su paso desde el contenido latente al manifiesto, ni tampoco la más importante. Si comparamos los afectos de las ideas latentes con los del sueño, vemos en el acto lo que sigue: todo afecto incluido en el contenido manifiesto lo está también en las ideas latentes, pero no inversamente. El sueño es, en general, menos rico en afectos que el material psíquico de cuya elaboración ha surgido. Cuando reconstruimos las ideas latentes observamos cómo aspiran a imponerse en ellas los más intensos impulsos anímicos, luchando casi siempre con otros que se les oponen. Volviendo luego la vista al sueño manifiesto correspondiente, lo hallamos, en cambio incoloro y desprovisto de todo intenso matiz afectivo. No sólo el contenido de nuestro pensamiento, sino muchas veces también su matiz afectivo, queda rebajado por la elaboración onírica al nivel de los indiferente. Pudiera decirse que la elaboración lleva a cabo una represión de los afectos. Tomemos, por ejemplo, el sueño de la monografía botánica (véase el índice S. de Freud). A este sueño corresponde en mi pensamiento una apasionada defensa de mi libertad de obrar como lo hago y encauzar mi vida como lo crea conveniente. El sueño surgido de estos pensamientos se expresa indiferentemente: «He escrito una monografía botánica y tengo ante mí un ejemplar. Lleva varias ilustraciones en colores y algunos ejemplares de plantas disecadas.» Al fragor del combate ha sucedido el sepulcral silencio del abandonado campo de batalla.
El sueño puede mostrar también, desde luego, manifestaciones afectivas de una cierta intensidad, pero por el momento queremos limitarnos a examinar el hecho indiscutible de que muchos sueños, cuyas ideas latentes entrañan profunda emoción, presentan un contenido manifiesto en absoluto indiferente.
No podemos exponer aquí una completa explicación teórica de esta represión afectiva que tiene efecto durante la elaboración onírica, pues nos obligaría a penetrar minuciosamente en la teoría de los afectos y en el mecanismo de la represión. Nos limitaremos pues, a indicar dos ideas. Por determinadas razones hemos de representarnos el desarrollo de afectos como un proceso centrífugo orientado hacia el organismo interno, análogo a los procesos motores o secretorios de inervación. Del mismo modo que la emisión de impulsos motores hacia el mundo exterior aparece suspendida durante el estado de reposo, podría quedar también dificultada la estimulación centrífuga de afectos por el pensamiento inconsciente durante dicho estado. Los sentimientos afectivos nacidos durante el desarrollo de las ideas latentes serían ya de por sí harto débiles, no pudiendo, por tanto, representar gran energía los que pasan al sueño. Según esto, la «represión de los afectos» no sería una consecuencia de la elaboración onírica, sino del estado de reposo. Esto puede ser cierto, pero tiene que haber aún algo más. Hemos de recordar que todo sueño algo complejo se nos revela como el resultado de una transacción entre poderes psíquicos en pugna. Por un lado, las ideas que constituyen el deseo tienen que combatir la oposición de una instancia censora; por otro, hemos visto muchas veces que en el mismo pensamiento inconsciente aparecía emparejada cada idea con su antítesis contradictoria. Dado que todas estas series de ideas son susceptibles de afecto, no habremos de incurrir en grave error considerando la represión afectiva como consecuencia de la coerción que ejercen los elementos antitéticos unos sobre otros y la censura sobre las tendencias por ella reprimidas. La coerción de los afectos sería entonces la segunda consecuencia de la censura onírica, como la deformación de los sueños fue su primer efecto.
IV
Incluiré aquí un sueño en el que el indiferente matiz afectivo del contenido manifiesto puede ser explicado por la antimonia de las ideas latentes. Trátase de un breve sueño propio que habrá de causar al lector viva repugnancia.
«Una colina. Sobre ella, algo como un retrete al aire libre: un largo banco, en uno de cuyos extremos se abre un agujero. El borde posterior de este agujero aparece cubierto de excrementos de todos los tamaños y épocas. Detrás de un banco, un matorral. Subido en el banco, me pongo a orinar. El largo chorro de orina lo limpia todo. Los excrementos se disuelven y caen por el agujero. Como si al final quedase aún algo.»
¿Por qué no experimenté en este sueño repugnancia ninguna? Nada más sencillo: el análisis me demuestra que en él intervienen las ideas más agradables y satisfactorias. Al comenzar la labor analítica recuerdo en seguida el establo de Augías, cuya limpieza lleva Hércules a cabo. Identificándome con este personaje mitológico, me eleva el sueño a la categoría de semidiós. La colina y el matorral pertenecen a Ausée, donde actualmente se hallan mis hijos. Soy el descubridor de la etiología infantil de la neurosis y, de este modo, he preservado a mis hijos de tal enfermedad. El banco es la perfecta reproducción (fuera claro está, del agujero) de uno que tengo en casa, regalo de una paciente agradecida. Su presencia en el sueño me recuerda cuánto me veneran mis pacientes. Incluso la repugnante exposición de excrementos humanos resulta susceptible de una risueña interpretación. Por grande que sea la repugnancia que ahora, al recordarlo, me inspira, constituye este cuadro, en el sueño, una reminiscencia de la bella tierra de Italia, en cuyas pequeña ciudades suelen presentar los watter-closet una parecida ornamentación. El chorro de orina, que todo lo limpia, es una innegable alusión a mi grandeza. En esta misma forma sofoca Gulliver un gran incendio en el reino de Liliput, aunque atrayéndose con este acto la enemistad de la más diminuta de las reinas. Pero también Gargantúa, el superhombre de Rabelais, toma de este modo la venganza de los parisienses, colocándose encima de la iglesia de Nuestra Señora y evacuando su vejiga sobre la ciudad. La noche en que tuve este sueño había estado hojeando las ilustraciones de Garnier a la obra de Rabelais. Pero aún encuentro otra prueba de que soy yo este superhombre. Durante mi estancia en París había sido la plataforma de Nuestra Señora mi lugar favorito, y en cuanto podía disponer de algunas horas de libertad por la tarde, subía a las torres y paseaba entre las monstruosas y grotescas esculturas que la decoran. La rápida desaparición de los excrementos, bajo el impulso del chorro de orina, alude al lema Afflavit et dissipati sunt, con el que me propongo encabezar un ensayo sobre la terapia de la histeria.
Veamos ahora el motivo ocasional del sueño. La tarde anterior había sido muy calurosa -era verano- y durante ella había pronunciado yo, continuando una serie de lecciones, mi conferencia sobre la conexión de las perversiones con la histeria. Pero me hallaba en un estado de ánimo un tanto deprimido y hablé sin entusiasmo, pareciéndome desagradable y falto de interés todo lo que decía. Fatigado y sin hallar el menor placer en mi duro trabajo, ansiaba dar fin a aquel ahondar en las suciedades humanas e ir a reunirme con mis hijos y emprender luego un viaje a la bella nación italiana. En este estado de ánimo salí del aula y me dirigí a la terraza de un café para tomar, al aire libre, una modesta colación, pues tampoco sentía apetito. Pero uno de mis oyentes, que había salido acompañándome, me pidió permiso para sentarse a mi lado mientras yo sorbía el café y mordiscaba unos pasteles, y comenzó a dirigirme grandes alabanzas, diciendo que mis lecciones le habían instruido altamente, que ahora lo veía todo de un modo muy distinto, que había logrado limpiar el establo de Augias de los errores y prejuicios acumulados sobre la teoría de las neurosis, etc., etc. En definitiva: que era un gran hombre. No era, ciertamente, mi humor el más apropiado para soportar tanto sahumerio, y con el fin de poner término a la repugnancia que aquella adulación me producía, abrevié mi estancia en el café y volví a casa. Antes de acostarme hojeé las obras de Rabelais y leí una novela corta de C. F. Meyer, titulada Las cuitas de un muchacho.
De este material surgió luego el sueño. La novelita de Meyer aportó a él la remiscencia de escenas infantiles (cf. la última escena de mi sueño con el conde de Thun). Mi estado de ánimo, saturado de repugnancia y de tedio, pasa al sueño en tanto en cuanto le es dado aportar casi todo el material del contenido manifiesto. Pero por la noche despertó el estado de ánimo contrario más enérgicamente acentuado y sustituyó al primero. El contenido manifiesto tuvo entonces que estructurarse de manera a hacer posible la expresión de dos tendencias antitéticas -la manía de empequeñecerse y la exagerada estimación de sí mismo por medio del mismo material-. De esta transacción resultó un contenido manifiesto equívoco, y de la recíproca coerción de los contrarios, un matiz afectivo indiferente.
Conforme a la teoría de la realización de deseos no hubiera sido posible este sueño si la serie de ideas de la manía de grandezas, serie antitética y acentuada de placer, aunque reprimida, no hubiera venido a agregarse a la de la repugnancia, pues los elementos penosos o displacientes de nuestros pensamientos diurnos no encuentran acogida en el sueño y sólo pueden pasar a él cuando prestan, simultáneamente, su forma a una realización de deseos.
La elaboración onírica puede realizar aún, con los afectos de las ideas latentes, algo más que darles paso al contenido manifiesto o anularlos, reprimiéndolos. Puede, en efecto, transformarlos en el afecto contrario. Sabemos ya que todo elemento del sueño puede constituir tanto su propia representación como serlo del elemento contrario. Por tanto, no sabremos nunca a priori cuál de estas dos significaciones darle y habremos de atenernos a lo que el contexto decida. La consciencia popular ha entrevisto este estado de cosas, pues las vulgares «claves de los sueños» proceden con frecuencia siguiendo este principio del contraste. Esta transformación en lo contrario es facilitada por la íntima conexión asociativa que enlaza en nuestro pensamiento la representación de un objeto a la de su contrario. Como todo otro desplazamiento, se halla esta inversión al servicio de los fines de la censura, pero es también, con frecuencia, obra de la realización de deseos, pues esta realización de deseos no consiste sino en la sustitución de algo desagradable por su contrario. Del mismo modo que las representaciones de objetos, pueden también aparecer invertidos en el sueño los afectos de las ideas latentes, y es muy probable que esta inversión de los afectos sea obra de la censura en la mayoría de los casos. La represión y la inversión de los afectos son también utilizadas en la vida social, en la que ya encontramos un proceso análogo al de la censura onírica para el disimulo. Cuando hablamos con una persona a la que quisiéramos decir algo hostil, viéndonos obligados a callarlo por consideraciones de orden social, habremos de ocultar las manifestaciones de nuestros afectos con el mismo cuidado que ponemos en atenuar la expresión de nuestros pensamientos. En efecto, si mientras le dirigimos palabras corteses le miramos con gesto de odio o de desprecio, el efecto que nuestra actitud producirá a dicha persona no será muy distinto del que hubiéramos logrado arrojándole a la cara nuestro desprecio sin atenuación alguna. La censura nos aconseja, pues, que reprimamos, ante todo, nuestros afectos. Aquellos que llegan a ser maestros en el arte del disimulo consiguen fingir el afecto contrario al que verdaderamente sienten, y sonríen cuando quisieran morder o se muestran cariñosos con los que desarían aniquilar.
Conocemos ya un acabado ejemplo de tal inversión de los afectos en el sueño y al servicio de la censura. En el «sueño de la barba de mi tío» siento gran cariño hacia mi amigo R., mientras que en las ideas latentes le califico de imbécil. De este ejemplo de inversión de los afectos extrajimos el primer indicio de la existencia de una censura onírica. No es tampoco necesario suponer a este respecto que la elaboración onírica crea en todas sus partes tal afecto contrario, pues, generalmente, lo encuentra ya dado en el material latente y se limita a reforzarlo con la energía psíquica de los motivos de repulsa hasta hacerse alcanzar intensidad suficiente para constituirse en elemento dominante de la formación del sueño. En el citado sueño de «la barba de mi tío» procede probablemente el cariñoso afecto contrario de una fuente infantil (como nos indica la continuación del sueño), pues las relaciones entre tío y sobrino han constituido luego para mí, por la especial naturaleza de mis más tempranas experiencias infantiles (véase el análisis del sueño Non vixit), la fuente de todas mis amistades y todos mis odios.
Un sueño comunicado por Ferenczi nos ofrece un excelente ejemplo de tal inversión de los afectos. Un individuo de avanzada edad es despertado una noche por su mujer, asustada de oírle reír entre sueños a grandes carcajadas. El durmiente relató luego haber soñado lo siguiente: «Una persona conocida entra a verme estando yo en la cama. Quiero encender la luz, pero no lo consigo, y todos mis intentos resultan vanos. Entonces se levanta mi mujer de la cama para ayudarme, mas no logra tampoco el resultado apetecido y, avergonzada de mostrarse en paños menores ante un extraño, vuelve a acostarse. Me parece tan cómico todo esto, que no puedo reprimir la risa. Mi mujer me pregunta: `¿De qué te ríes?' Pero yo sigo riendo hasta que despierto.» Al día siguiente se sintió el sujeto muy deprimido y tuvo un fuerte dolor de cabeza «de tanto como se había reído aquella noche».
Analíticamente considerado, es este un sueño mucho menos divertido. La persona, `conocida' que entra a ver al sujeto es, en las ideas latentes, `la gran incógnita' -la muerte-, cuya imagen ocupó durante el día anterior los pensamientos del sujeto, anciano ya y enfermo de arteriosclerosis. La risa incoercible que le acomete es una sustitución del llanto enlazado a la idea de que ha de morir. La luz que ya no puede encender es la luz de la vida. Esta melancólica idea se halla, quizá, relacionada, con recientes tentativas de realizar el coito, fracasadas totalmente, sin que le sirviera de nada el auxilio de su mujer en ropas menores. El sujeto advierte, pues, que va ya cuesta abajo. La elaboración onírica supo transformar la triste idea de la impotencia y de la muerte en una escena cómica, y los sollozos en carcajadas.»
Existe cierto género de sueños que merecen el calificativo de hipócritas y plantean un difícil problema a la teoría de la realización de deseos. Mi atención recayó sobre ellos cuando la señora Frau Dr. M. Hilferding puso a discusión en la Asociación Psicoanalítica de Viena los sueños siguientes, cuyo relato desarrolla Rosegger en una narración -`Fremd gemacht'- incluida en la obra titulada Waldheimat (tomo II, pág. 303).
He aquí la parte que de dicha narración nos interesa: «Gozo, en general, de un apacible reposo. Pero durante una larga época quedó perturbada la serenidad de mis noches por el resurgimiento de mi pasado de oficial de sastre, que venía a interrumpir, como un fantasma inexorable, mi modesta vida de estudiante y literato.
»Este continuo retorno de mi pretérita actividad manual en mis sueños no podía ser atribuido a que su recuerdo ocupara vivamente mis pensamientos diurnos. Un ambicioso, que ha abandonado su piel de filisteo para escalar las alturas y hacerse un lugar en la sociedad, tiene otras cosas que hacer. Pero en.esta época de lucha tampoco me preocupaban mis sueños. Sólo después, cuando me acostumbré a meditarlo todo, o quizá cuando el filisteo comenzó a resurgir algo en mí, fue cuando me di cuenta de que siempre que soñaba volvía a ser en mi sueño el antiguo oficial de sastre y que de este modo, llevaba ya mucho tiempo trabajando gratis por las noches para mi maestro. Mientras me veía a su lado, cosiendo o planchando, tenía, sin embargo, perfecta consciencia de que no era ya aquel mi lugar ni aquellas mis ocupaciones propias; pero siempre acababa por explicarme mi presencia allí alegando alguna causa racional; por ejemplo, la de que estaba en vacaciones o de veraneo y había ido al taller para ayudar un poco a mi maestro. Con frecuencia me inspiraba la tarea intenso desagrado, y lamentaba tener que perder en ella un tiempo que hubiera podido ocupar en cosas más útiles y gratas. Mientras tanto, tenía que aguantar, además, los regaños del maestro cuando una prenda no salía a su gusto. En cambio, no se hablaba jamás de remuneración ni salario algunos. Muchas veces, viéndome encorvado sobre la labor en el oscuro taller, me proponía dejar el trabajo y despedirme. En una ocasión llegué a hacerlo así; pero el maestro no se dio por enterado, y continué trabajando sin chistar.
»¡Cuán bien venido era para mí el despertar después de aquellas largas horas de tedio! Pero en vano me proponía siempre rechazar lejos de mí, con toda energía, aquel inoportuno sueño cuando volviera a representarse, gritándole: No eres sino una vana fantasía… Sé que estoy en mi lecho y quiero dormir… La noche siguiente volvía a trasladarme al taller.
»Así pasaron varios años, sin que nada cambiase. Pero una vez, hallándonos trabajando en casa de aquel labrador para el que di mis primeras puntadas de aprendiz, se mostró el maestro muy descontento de mi trabajo, y mirándome ceñudamente, me dijo: `Quisiera saber en qué estás pensando.' Al oír estas palabras, imaginé que lo más razonable sería abandonar mi sitio, decir al maestro que si estaba allí era únicamente por hacerle un favor ayudándole, y marcharme. Pero no lo hice, y consentí que el maestro tomase un aprendiz y me ordenase que le hiciera sitio en mi banco. Fui a sentarme en un rincón y seguí cosiendo. Aquel mismo día fue admitido otro oficial, que por cierto resultó ser aquel bohemio que había trabajado con nosotros diecinueve años antes y se cayó un día al arroyo yendo a la taberna. Cuando quiso sentarse no había ya sitio para él. Miré entonces interrogativamente al maestro, el cual me dijo: `No tienes habilidad ninguna para este oficio; puedes irte, estás despedido.' Tanto sobresalto me produjeron estas palabras, que desperté de mi sueño.
»La luz del alba comenzaba a penetrar por las ventanas en mi sereno hogar. En torno mío, mis amadas obras de arte adornaban la habitación. En la biblioteca, elegantemente tallada, me esperaban el eterno Homero, el gigantesco Dante, el incomparable Shakespeare, el glorioso Goethe -todos los inmortales-. Desde la habitación vecina llegaban las vocecitas de mis hijos parloteando con su madre. Me parecía haber hallado de nuevo, después de mucho tiempo, esta vida apacible, idílica, tierna, luminosa y henchida de poesía en la que tantas veces he sentido profundamente toda la felicidad a que el hombre puede aspirar. Sin embargo, me desazonaba la idea de no haberme anticipado a mi maestro, dando así lugar a que me despidiera. «Pero, ¡cosa singular!, desde aquella noche en que fui despedido gozo de completa tranquilidad y no sueño ya con mi lejano pasado de obrero manual, tan alegre en su falta de aspiraciones y que, sin embargo, ha proyectado después.tan larga sombra sobre mi vida.»
En esta serie de sueños del poeta, que en su juventud había sido oficial de sastre, resulta muy difícil reconocer el dominio de la realización de deseos. Todo lo que puede serle grato pertenece a su vida despierta. En cambio, sus sueños parecen arrastrar de continuo la sombra fantasmal de una insatisfactoria existencia, por fin superada. El examen de algunos casos análogos me ha permitido arrojar alguna luz sobre los sueños de este género. Recién doctorado, trabajé algún tiempo en un instituto químico, sin adelantar lo más leve en las cuestiones científicas en él estudiadas, razón por la cual no me ha sido nunca grato ocupar mi pensamiento despierto con el recuerdo de aquella época de mis estudios, tan estéril como humillante para mi amor propio. En cambio, sueño con gran frecuencia hallarme en el laboratorio, donde efectúo análisis, me suceden diversas cosas, etc. Estos sueños son tan displacientes como los de examen y nunca muy claros ni precisos. En la interpretación de uno de ellos recayó, por fin, mi atención sobre la palabra «análisis», que me proporcionó la clave de su inteligencia.
Después de aquella época he llegado a ser un «analista» y efectúo «análisis» que son muy alabados, aunque claro es que no análisis químicos, sino psicoanálisis. De este modo se me hicieron ya comprensibles tales sueños. Cuando el éxito de esta clase de análisis me ha enorgullecido durante el día y me siento inclinado a vanagloriarme de los grandes progresos realizados en tal materia, me presenta el sueño, por la noche, aquellos otros análisis en los que fracasé y que no me dan ciertamente motivo ninguno de orgullo. Trátase, pues, de sueños primitivos que castigan al parvenu, como los del oficial de sastre que ha llegado a ser un festejado poeta. Pero ¿cómo es posible que el sueño, situado ante el conflicto entre el orgullo del parvenu y la autocrítica, se ponga al servicio de esta última y tome como contenido una advertencia razonable, en lugar de una ilícita realización de deseos? Ya indiqué antes que la respuesta a esta interrogación entraña no poca dificultad. Podríamos concluir que la base del sueño se hallaba constituida primeramente por una presuntuosa fantasía ambiciosa, pero que, en su lugar, ha pasado al contenido manifiesto una atenuación y humillación de la misma. Hemos de recordar que en la vida anímica existen tendencias masoquistas a las que podemos atribuir tal inversión. No tendría nada que oponer a que los sueños de este género fueran separados de los sueños de realización de deseos y consideraciones, aparte, como sueños punitivos, pues no vería en ello una restricción de la teoría de los sueños hasta aquí defendida, sino simplemente un medio de facilitar la comprensión de este estado de cosas a aquellos que no llegan a concebir la coincidencia de los contrarios. Pero un más penetrante examen de estos sueños nos proporciona aún otros datos. El impreciso contexto de uno de mis sueños con el laboratorio me volvía a la juventud y me situaba en el año más estéril y sombrío de mi carrera médica, cuando, sin colocación ni clientela ninguna, ignoraba cómo podría ganarme la vida. Pero al mismo tiempo me mostraba en el trance de elegir mujer entre varios partidos que se me ofrecían. Me situaba, pues, de nuevo en plena juventud y, sobre todo, en la época en que también era joven la mujer que compartió mi vida en aquellos años difíciles. De este modo se me reveló el deseo constante de todo hombre cercano ya a la vejez como el inconsciente estímulo provocador de este sueño. La lucha empeñada en otros estratos psíquicos entre la vanidad y la autocrítica había determinado,.ciertamente, el contenido manifiesto; pero su producción como tal sueño se debía únicamente al deseo de juventud, más profundamente arraigado. Cuántas veces nos decimos despiertos: «Hoy me va muy bien, y, en cambio, aquellos tiempos fueron muy duros para mí; pero entonces poseía algo mejor que todo: la juventud.».
Otro género de sueños, muy frecuentes en mí y también de carácter hipócrita, tienen por contenido mi reconciliación con personas a las que me ligaron lazos de amistad, rotos o debilitados después. El análisis descubre siempre en estos sueños un motivo que podría incitarme a prescindir del resto de consideración que aún guardo a tales antiguos amigos y a tratarlos como extraños o como enemigos. Pero el sueño se complace en pintar la relación contraria.
Al juzgar los sueños comunicados por un poeta en una narración literaria hemos de tener en cuenta que probablemente ha excluido de su relato aquellos detalles del contenido manifiesto que creyó insignificantes o perturbadores.
Tales sueños nos plantean de este modo enigmas que una exacta reproducción del contenido manifiesto explicaría en el acto.
O. Rank me ha llamado la atención sobre uno de los cuentos de Grimm -titulado El sastrecillo valiente o Yo maté siete de un golpe-, en el que se incluye un análogo sueño de un parvenu. El sastrecillo, que ha conquistado fama de héroe y se ha casado con la hija del rey, sueña una noche con su antiguo oficio y pronuncia palabras que despiertan sospechas en la princesa. A la noche siguiente hace ésta penetrar en la alcoba a varios hombres de armas con la consigna de espiar las palabras que se le escapen a su marido durante el reposo y apoderarse de él si tales palabras confirman sus sospechas. Pero el sastrecillo, avisado, sabe rectificar su sueño.
La complicación de los procesos de supresión, sustracción e inversión, mediante los cuales pasan los afectos de las ideas latentes a constituir los del sueño manifiesto, se nos evidencia en apropiadas síntesis de sueños totalmente analizados. Expondré aquí todavía varios ejemplos que ilustrarán algunas de las afirmaciones antes expuestas sobre el fenómeno afectivo en los sueños.
V
En el sueño del extraño trabajo que el viejo Brücke me ha encomendado -el de disecar la mitad inferior de mi propio cuerpo- echo de menos en el mismo sueño el espanto que tal labor debía, naturalmente, producirme. Esta circunstancia constituye, en más de un sentido, una realización de deseos. La preparación anatómica representa el amplio autoanálisis contenido en mi libro sobre los sueños y cuya publicación me es en extremo desagradable, hasta el punto de que, teniendo terminado el manuscrito hace más de un año, no me he decidido aún a enviarlo a la imprenta. Sin embargo, abrigo el deseo de dominar esta sensación que me retiene de dar a conocer mi trabajo, y por este motivo no experimento en el sueño terror (Grauen) ninguno. Pero la palabra Grauen (terror) tiene también otro sentido (grauen = encanecer), en el que tampoco quisiera que pudiera serme aplicada. Hace ya tiempo que mis cabellos han comenzado a «encanecer», indicándome que no debo ya retrasar aquello que desee llevar a cabo en la vida. Ya vimos que al final del sueño queda representada la idea de que habré de abandonar a mis hijos la continuación de mi obra y la alegría de.llegar al fin después de difícil peregrinación.
Hemos expuesto antes dos sueños que transfieren a los instantes inmediatamente posteriores al despertar la expresión de la satisfacción. En el primero aparece motivado este afecto por la esperanza de averiguar lo que significa el «Yo he soñado ya esto» dentro del sueño mismo y corresponde en realidad al nacimiento de los primeros hijos. En el segundo se muestra enlazado al convencimiento de que se cumplirá ahora aquello que «signos anteriores anunciaron», y se refiere verdaderamente al nacimiento de mi segundogénito. Ambos contenidos manifiestos muestran afectos idénticos a los dados en sus ideas latentes respectivas; pero esta circunstancia no nos autoriza a suponer que ha tenido efecto un simple paso de dichos afectos de un contenido a otro. El sueño no muestra nunca tanta sencillez. En efecto, profundizando un poco más en el análisis de estos ejemplos, descubrimos que tal satisfacción exenta de toda censura, queda incrementada por un refuerzo suministrado por otra fuente sobre la que habría de recaer el veto de la misma y cuyo afecto despertaría la más enérgica oposición si no se ocultara detrás del de idéntica cualidad procedente de la fuente permitida, deslizándose así a su amparo. Por desgracia, no me es posible demostrar esta circunstancia en el sueño a que nos venimos refiriendo; pero un ejemplo tomado de otra distinta esfera aclarará suficientemente estas opiniones. Supongamos el caso siguiente: Hay una persona que me inspira odio hasta el punto de hacer surgir en mí una viva tendencia a alegrarme de que le ocurra alguna desgracia. Pero, como mis sentimientos morales no se pliegan a esta tendencia, no me atrevo a exteriorizar mis malos deseos, y si la desgracia recae sobre dicha persona, sin culpa alguna por su parte, reprimiré mi satisfacción y me esforzaré en sentir y exteriorizar la compasión debida. Todos nos hemos hallado alguna vez en esta situación. Pero puede también suceder que la persona odiada cometa una extralimitación cualquiera y atraiga sobre sí de este modo merecidas calamidades. Entonces podremos dejar libre curso a nuestra satisfacción ante el justo castigo recibido por el culpable y nos exteriorizaremos en esta forma, coincidiendo al hacerlo así con toda persona imparcial. Sin embargo, no dejaremos de observar que nuestra satisfacción resulta más intensa que la de los demás, habiendo recibido un refuerzo de la fuente de nuestro odio, a la que hasta entonces había impedido la censura proporcionar afecto ninguno, pero que ha sido ahora libertada de toda coerción por la transformación de las circunstancias. Este caso se realiza en la sociedad siempre que una persona antipática o perteneciente a una minoría mal vista incurre en alguna falta. Su castigo no suele entonces ser proporcionado al delito, pues se agrega a éste la mala voluntad que contra el sujeto se abriga y que ha debido resignarse antes a permanecer estéril. Los jueces cometen, sin duda, así una injusticia; pero la satisfacción que en su interior les produce la cesación de una represión durante tanto tiempo mantenida les impide darse cuenta de ello. En estos casos se halla perfectamente justificado el afecto en lo que a su cualidad se refiere, pero no en lo que respecta a su medida, y la autocrítica, tranquilizada en un punto descuida fácilmente el examen del segundo. Una vez abierta la puerta, entra fácilmente más gente de la que al principio se pensó admitir.
El singularísimo rasgo que presenta el carácter neurótico de reaccionar a un estímulo con afectos cualitativamente justificados, pero desmesurados cuantitativamente, queda explicado de este modo en tanto en cuanto puede ser.objeto de una explicación psicológica. Pero el exceso procede de fuentes afectivas inconscientes y reprimidas hasta el momento que logran hallar un enlace asociativo con el motivo real, y a cuyo desarrollo de afecto abre el camino, deseando una fuente de afectos lícita y libre de toda objeción. De este modo echamos de ver que entre la instancia anímica reprimida y la represora no debemos limitarnos a tener en cuenta únicamente las relaciones de coerción recíproca pues merecen también igual atención aquellos casos en los que por medio de una acción conjunta y una mutua intensificación producen ambas instancias un efecto patológico. Apliquemos ahora estas observaciones sobre mecánica psíquica a la inteligencia de las manifestaciones afectivas del sueño.
Una satisfacción exteriorizada en el sueño y que naturalmente existe también en las ideas latentes no queda siempre explicada en toda su extensión por este descubrimiento. En todos los casos tendremos que buscarle en las ideas latentes una segunda fuente sobre la que gravita la presión de la censura, y que bajo esta presión no hubiera producido satisfacción, sino el afecto contrario, pero que es colocada por la presencia de la primera fuente onírica en situación de sustraer su afecto de satisfacción a la represión y agregarlo, en calidad de refuerzo a la satisfacción procedente de otra fuente distinta. Los afectos del sueño resultan, pues, compuestos por aportaciones de diversas fuentes y superdeterminados con respecto a las ideas latentes: Todas las fuentes susceptibles de producir el mismo afecto se unen a este fin en la elaboración.
El análisis del acabado sueño, cuyo nódulo central se halla constituido por las palabras non vixit, nos aclara un poco este complicado estado de cosas. Este sueño muestra concentradas en dos puntos de su contenido manifiesto exteriorizaciones afectivas de diversas cualidades. Sentimientos hostiles y displacientes en el mismo sueño (se dice: «Embargado entonces por singulares afectos…») se acumulan y superponen en el momento en que aniquilo a mi amigo y adversario con las dos palabras indicadas. Al final del sueño siento gran regocijo y acepto la opinión -reconocidamente absurda- de que existen fantasmas que podemos hacer desaparecer con sólo desearlo.
No he comunicado aún la motivación de este sueño, esencialísima y que nos hace penetrar profundamente en su inteligencia. Mi amigo de Berlín -al que he designado con las letras Fl.- me había escrito que pensaba someterse a una operación quirúrgica y que unos parientes suyos, residentes en Viena, me tendrían al corriente de su estado durante aquellos días. Las primeras noticias posteriores a la operación no fueron nada satisfactorias y me pusieron en cuidado. Hubiera querido acudir al lado de mi amigo; pero precisamente por entonces me hallaba aquejado de una dolorosa enfermedad que convertía en atroz tortura cada uno de mis movimientos. Las ideas latentes me demuestran que la vida de mi amigo llegó a inspirarme serios temores. Su única hermana, a la que no llegué a conocer, había muerto en plena juventud, después de brevísima enfermedad. (En el sueño habla Fl. de su hermana y dice: «En tres cuartos de hora quedó muerta.») Imaginando que la naturaleza de mi amigo no era mucho más resistente, debí figurarme que, después de recibir peores noticias, emprendía, por fin, el viaje… y llegaba demasiado tarde, cosa que me hubiera reprochado eternamente. Este reproche de haber llegado tarde pasa a constituir el centro del sueño; pero queda representado en una escena en la que Brücke, el venerado maestro de mis años de estudiante, me lo hace presente acompañándolo de una terrible mirada de sus azules ojos. No pudiendo.reproducir el sueño esta escena tal como fue vivida, la transforma, atribuyéndome el papel aniquilador, inversión que es, sin duda alguna, obra de la realización de deseos. Los cuidados que me inspira la vida de mi amigo, el reproche de no acudir a su lado, la vergüenza que ello me produce (mi amigo ha venido inesperadamente a Viena) y mi necesidad de considerarme perfectamente disculpado por la enfermedad que me impide moverme, son los elementos que componen la tempestad de sentimientos que se desarrolla en la región correspondiente de las ideas latentes y es claramente percibida durante el reposo.
En la motivación del sueño había aún algo más, que produjo en mí un efecto totalmente contrario. Al darme las primeras noticias, nada tranquilizadoras en los días que siguieron a la operación, se me hizo la advertencia de que no las comunicase a nadie, advertencia que me ofendió por el juicio que sobre mi discreción significaba. Sabía, desde luego, que mi amigo no había encargado a nuestro intermediario nada semejante y que se trataba de una oficiosidad de este último; pero el reproche en ella oculto me desagradó extraordinariamente…, por que no era del todo injustificado. Aquellos reproches en los que no hay algo de verdad no suelen indignarnos tanto. Mi amigo Fl. no podía ciertamente tener motivo ninguno para dudar de mi discreción; pero una vez, en años juveniles, hablé más de lo conveniente y ocasioné un disgusto entre dos personas que me honraban con su amistad, contando a una algo que sobre ella había dicho la otra. Los reproches de que por entonces se me hizo objeto permanecen grabados para siempre en mi memoria. Uno de los amigos entre los que sembré en aquella ocasión la discordia era el profesor Fleischl; el otro puede ser sustituido por el nombre de José, que era también el de mi amigo y adversario P., resucitado por mi sueño.
Del reproche de que no sé guardar nada para mí testimonia en el sueño la pregunta de Fl. («¿Qué es lo que sobre él ha contado a P.?») La intervención de este recuerdo es lo que transfiere desde el presente al tiempo en que iba al laboratorio de Brücke el reproche de que llego tarde. Sustituyendo en la escena del aniquilamiento la persona de mi interlocutor por un «José», hago que esta escena represente no sólo el reproche de que llego tarde, sino también el otro, más rigurosamente sometido a la censura, de que no sé guardar ningún secreto. La labor de condensación y desplazamiento del sueño, así como los motivos del mismo, se hacen aquí evidentes.
Mi disgusto ante la advertencia de conservar el secreto, mitigado ya en el momento del sueño, extrae, en cambio, un refuerzo de fuentes muy profundas, y se convierte de este modo en una impetuosa corriente de sentimientos hostiles contra personas que, en realidad me son muy queridas. La fuente que proporciona este refuerzo mana en lo infantil. He relatado ya que, tanto mis calurosas amistades como mis enemistades con personas de mi edad, se enlazan a mis relaciones infantiles con mi sobrino John, un año mayor que yo.
Ya he indicado repetidamente las características de estas relaciones. Como un sobrino me dominaba por su mayor edad, tuve que aprender tempranamente a defenderme, y vivimos así inseparablemente unidos y queriéndonos mucho, pero también peleándonos, pegándonos -y acusándonos-. Todos mis amigos posteriores han constituido y constituyen en cierto sentido, encarnaciones de esta figura de mi infantil compañero y fantasmales reapariciones de la misma (revenants). Mi sobrino mismo retornó a mi casa en mis años de adolescencia,.siendo entonces cuando representamos la escena entre César y Bruto. Un íntimo amigo y un odiado enemigo han sido siempre necesidades imprescindibles de mi vida sentimental, y siempre he sabido procurármelos de nuevo. No pocas veces quedó reconstituido tan completamente este ideal infantil que amigo y enemigo coincidieron en la misma persona, aunque naturalmente, no al mismo tiempo ni en constante oscilación como sucedió en mis primeros años.
No podemos emprender aquí la investigación de la forma en que dadas estas conexiones puede un motivo de afecto retroceder hasta otro análogo infantil, para hacerse sustituir por él en el desarrollo de afecto. Es ésta una cuestión que pertenece a la psicología del pensamiento inconsciente, y hallaría su lugar en una explicación psicológica de las neurosis. Para la interpretación que de momento nos ocupa supondremos que en este punto del análisis surge una reminiscencia infantil -exacta o fantaseada- cuyo contenido es el que sigue: los dos niños comienzan a pelearse por la posesión de un objeto, que dejaremos aquí indeterminado, aunque el recuerdo o la fantasía lo concretan perfectamente. Ambos alegan haber llegado antes y tener por tanto, mejor derecho. Pero como ninguno quiere ceder, vienen a las manos. Por determinadas indicaciones del sueño podría suponerse que la razón no estaba esta vez de mi parte («dándome cuenta de mi error» o «de que me expreso mal»); pero la fuerza decide en mi favor, y quedo dueño del campo de batalla. El vencido acude a mi padre y abuelo suyo para acusarme; pero yo me defiendo con las palabras ya indicadas en mi anterior examen de este sueño y que me fueron repetidas por mi padre en años posteriores: «Le pego porque él me ha pegado antes.»
Esta reminiscencia, o más probablemente fantasía, que surge en mí durante el análisis del sueño -sin garantía ninguna y sin que yo mismo sepa cómo-constituye en las ideas latentes un elemento intermedio que reúne los sentimientos afectivos de las mismas; como la concha de una fuente monumental recoge las aguas de los surtidores para verterlas después en la taza. Partiendo de este elemento intermedio, emprenden las ideas latentes los caminos que siguen: Te está muy bien empleado haber tenido que dejarme libre el puesto a la fuerza. ¿Por qué quisiste arrojarme antes de él? No te necesito para nada. Ya encontraré otro con quien jugar, etc. Estos pensamientos siguen luego caminos que vuelven a llevarlos a la representación onírica. En una ocasión hube de reprochar un tal ôte-toi que je m'y mette a mi difunto amigo José. Siguiendo mis huellas, había entrado como aspirante en el laboratorio de Brücke, institución en la que el ascenso no solía ser rápido. Mi amigo, que sabía su vida limitada y al que ninguna relación de amistad ligaba con su inmediato superior, manifestó claramente su impaciencia en varias ocasiones. Dado que dicha persona padecía una grave enfermedad, el deseo de verle conseguir un ascenso, esto es, dejar su puesto, podía encubrir otro menos piadoso. Años antes había yo abrigado también, y más vivamente aún, el deseo de que se produjese una vacante. Todo escalafón da siempre motivo a represiones de deseos de este género. Recordemos al príncipe Hal -de la obra de Shakespeare-, que no supo resistir a la tentación de probarse la corona del rey, su padre, junto al lecho en que éste yacía enfermo. Mi sueño castiga tan desconsiderada impaciencia; pero, como era de esperar, no lo hace en mi propia persona, sino en la de mi amigo..«Porque era ambicioso, le maté.» Porque no podía esperar que el otro le dejara el puesto, fue él expulsado del que ocupaba en la vida. Este pensamiento surgió en mí mientras asistía a la inauguración del monumento erigido al otro en la Universidad. Una parte de la satisfacción experimentada en el sueño significa, pues: «Ha sido un justo castigo. Te está bien empleado.»
En el entierro de mi amigo (P.) hizo un joven la observación de que el orador que había pronunciado el discurso necrológico se había expresado como si el mundo no pudiese continuar subsistiendo sin aquel hombre, observación a primera vista poco oportuna, pero que respondía al honrado sentimiento del hombre sincero que ve perturbado su dolor por una inútil exageración. A estos conceptos se enlazan luego las ideas latentes de mi sueño. En realidad, nadie es insustituible. ¡A cuántos amigos y conocidos he acompañado yo a la tumba! Pero yo vivo todavía; he sobrevivido a todos y conservo mi puesto. Tal pensamiento, en el instante en que temo no encontrar ya en vida a mi amigo si acudo a su lado, no puede significar sino que me alegro de sobrevivir nuevamente a alguien, de que el que ha muerto haya sido él y no yo, y de que conservo mi puesto, como antes, en la escena infantil fantaseada. Esta satisfacción de conservar mi puesto, procedente de lo infantil, encubre la parte principal del afecto acogido en el sueño. Me alegro de sobrevivir a mi amigo, y lo manifiesto con el ingenuo egoísmo que campea en la conocida anécdota: «El marido, a su mujer: `Si uno de nosotros muriere, me iría a vivir a París.'» No puede ocultarse a nadie lo mucho que nos es preciso vencernos para analizar y comunicar nuestros propios sueños, que parecen revelarnos como el único ser perverso entre todas las nobles criaturas que nos rodean. Encuentro, por tanto, muy comprensible que los revenants nos sustituyan sólo mientras queremos, que podamos hacerlos desaparecer con sólo desearlo. Esto ha sido lo que ha motivado el castigo de mi amigo José. Por otro lado, los revenants son las sucesivas encarnaciones de mi infantil amigo, y de este modo se refiere también mi satisfacción a haber logrado sustituir siempre con otras las amistades perdidas. También para la que ahora estoy a punto de perder encontraré sustitución. Nadie es insustituible.
Mas ¿dónde permanece aquí la censura onírica? ¿Por qué no acude a oponerse enérgicamente a este proceso mental tan groseramente egoísta y no transforma en profundo displacer la satisfacción que a él se muestra enlazada? A mi juicio, obedece esta conducta a que otros procesos mentales por completo irreprochables provocan también satisfacción y encubren con este afecto el de igual carácter emanado de las fuentes infantiles prohibidas. Durante la solemne inauguración del monumento en la Universidad surgieron también en mí los pensamientos siguientes: He perdido ya muchos y muy queridos amigos; unos me han sido arrebatados por la muerte; otros no han sabido conservar mi amistad. Pero, afortunadamente, he logrado sustituirlos, pues tengo hoy uno que significa para mí más que todos los otros y al que conservaré siempre, pues he llegado ya a una edad en la que es difícil establecer amistades nuevas. La satisfacción de haber hallado tal sustitución de los amigos perdidos puede pasar al sueño sin dificultad ninguna; pero detrás de ella se desliza la satisfacción hostil procedente de una fuente infantil. El cariño infantil contribuye, sin duda, a reforzar el actual; pero también el odio infantil se ha abierto camino en la representación.
El sueño contiene además, una clara alusión a otro proceso mental del que.también emana satisfacción. Mi amigo ha tenido hace poco una hija, después de larga espera. Sé cuánto sintió la muerte de su joven hermana, y le he escrito que transferirá a la niña todo el cariño que su hermana le inspiraba, y logrará así olvidar, por fin, la irreparable pérdida.
Así, pues, también esta serie de pensamientos va a enlazarse a aquella idea intermedia del contenido latente, de la que luego parten diversos caminos en direcciones contrarias: nadie es insustituible. Mira, todos son revenants; todo lo que hemos perdido vuelve a nosotros. En este punto quedan estrechados los lazos asociativos de los elementos -tan contradictorios- de las ideas latentes por la circunstancia casual de que la hija recién nacida de mi amigo ha recibido el nombre de Paulina, nombre que es también el de una compañera de mis juegos infantiles, niña de mi misma edad y hermana de mi más antiguo amigo y adversario. Esta coincidencia me produce satisfacción, y aludo a ella sustituyendo en mi sueño un José por otro José y escogiendo luego, para designar a mi amigo de Berlín, las iniciales Fl., coincidentes con las de otro personaje del sueño -el profesor Fleischl-. Partiendo de aquí conduce una concatenación de ideas a los nombres de mis propios hijos, en cuya elección no me ha guiado nunca la moda del día, sino el deseo de rememorar a personas queridas. Estos nombres hacen que mi hijos sean también, en cierto modo, revenants. Y, en definitiva, ¿no constituyen nuestros hijos nuestro único acceso a la inmortalidad?
Añadiré aún algunas observaciones sobre los afectos del sueño, considerados desde un diferente punto de vista. En el alma del durmiente puede hallarse contenida una inclinación afectiva -la que denominamos estado de ánimo- a título de elemento dominante y contribuir entonces a determinar el sueño.
Este estado de ánimo puede surgir de los sucesos y pensamientos del día y puede tener fuentes somáticas. En ambos casos aparecerá acompañado de procesos mentales correspondientes a su naturaleza. Mas para la formación de los sueños es indiferente que este contenido de representaciones aparezca condicionado primariamente por la inclinación afectiva o despertado por una disposición sentimental de origen somático. La formación de los sueños se halla siempre sujeta a la limitación de no poder representar sino lo que constituye una realización de deseos, ni tomar su fuerza motriz psíquica más que del deseo. El estado de ánimo dado de momento recibirá el mismo trato que la sensación surgida durante el reposo (cap. 6, apart. b, 5), la cual es despreciada o transformado su sentido en el de una realización de deseos. Los estados de ánimo displacientes dados durante el reposo se constituyen en fuerzas impulsoras del sueño, despertando enérgicos deseos que el mismo ha de cumplir, y el material al que se hallan ligados es elaborado hasta hacerlo utilizable para la expresión de una realización de deseos. Cuanto más intenso y dominante es en las ideas latentes el estado de ánimo displaciente, más seguramente aprovecharon las tendencias optativas reprimidas la ocasión que de conseguir una representación se les ofrece, pues encuentran ya realizada, por la existencia actual de un displacer que en caso contrario habrían de engendrar por sí propios, la parte más penosa de la labor que les sería necesario llevar a cabo para pasar el sueño manifiesto. Con estas observaciones rozamos de nuevo el problema de los sueños de angustia, que demostrarán ser el caso límite del rendimiento onírico.
i) La elaboración secundaria.
Llegamos, por fin, a la exposición del cuarto de los factores que participan en la formación de los sueños.
Prosiguiendo la investigación del contenido manifiesto en la forma antes iniciada, o sea inquiriendo en las ideas latentes el origen de aquellos fenómenos que atraen nuestra atención en dicho contenido, tropezamos con elementos para cuyo esclarecimiento precisamos de una hipótesis totalmente nueva. Recuérdense los casos en que, sin dejar de soñar, nos asombramos o indignamos de un fragmento del mismo contenido manifiesto. La mayor parte de estos sentimientos críticos del sueño no van dirigidos contra el contenido manifiesto, sino que demuestran ser partes del material onírico tomadas de él y adecuadamente utilizadas. Así nos lo han probado con toda claridad los ejemplos correspondientes. Pero hay algo que no consiente tal derivación y para lo que no encontramos en el material onírico elemento ninguno correlativo. ¿Qué significa, por ejemplo, el juicio crítico «Esto no es más que un sueño», tan frecuente dentro del sueño mismo? Es ésta una verdadera crítica del sueño, idéntica a la que pudiera desarrollar nuestro pensamiento despierto. En algunas ocasiones no constituye sino un elemento precursor del despertar, y en otras, más frecuentes, aparece, a su vez, precedida de un sentimiento displaciente, apaciguado luego al comprobar que no se trata sino de un sueño. La idea: «No es más que un sueño», dentro del sueño mismo, tiende a disminuir la importancia de lo que el sujeto viene experimentando y conseguir así que tolere una continuación. Sirve, pues, para adormecer a cierta instancia, que en el momento dado tendría motivos más que suficientes para intervenir y oponer su veto a la prosecución del sueño. Pero es más cómodo seguir durmiendo y tolerar el sueño, «porque no es más que un sueño». Imagino que esta despreciativa crítica surge cuando la censura -nunca totalmente adormecida- se ve sorprendida por un sueño que ha logrado forzar el paso. No pudiendo ya reprimirlo, sale al encuentro de la angustia o del displacer que la sorpresa ha provocado con la observación indicada. Trátase, pues, de una manifestación de esprit d'escalier por parte de la censura psíquica.
Tenemos aquí una evidente demostración de que no todo lo que el sueño contiene procede de las ideas latentes, pues existe una función psíquica no diferenciable de nuestro pensamiento despierto, que puede proporcionar aportaciones al contenido manifiesto. La interrogación que se nos plantea es la de si se trata de algo excepcional o si la instancia psíquica que ejerce la censura participa también regularmente en la formación de los sueños.
Esto último es, indudablemente, lo cierto. No puede negarse que la instancia censora, cuya influencia no hemos reconocido hasta aquí sino en restricciones y omisiones observadas en el contenido manifiesto, introduce también en el mismo ciertas interpolaciones y ampliaciones. Estas interpolaciones son con frecuencia fácilmente reconocibles, pues aparecen tímidamente expuestas, siendo iniciadas con un «como sí», no poseen muy elevada vitalidad y son siempre incluidas en lugares en los que pueden servir de enlace entre dos fragmentos del contenido manifiesto o para la consecución de una coherencia entre dos partes del sueño. Muestran, además, menor consistencia mnémica que las derivaciones legítimas del material onírico, y cuando el sueño sucumbe al olvido son lo primero que desaparece, hasta el punto de que, a mi juicio, nuestra frecuente observación de que hemos soñado muchas cosas, pero no hemos retenido sino algunos fragmentos dispersos, obedece precisamente a la rápida desaparición de estas ideas aglutinantes. Cuando realizamos un análisis completo descubrimos tales interpolaciones por la ausencia en las ideas latentes de material que a ellas corresponda. Pero después de una minuciosa investigación podemos afirmar que es éste el caso menos frecuente. La mayor parte de las veces nos es posible referir tales ideas interpoladas a un material dado en las ideas latentes pero a un material que ni por su valor propio ni por superdeterminación podía aspirar a ser acogido en el sueño. La función psíquica cuya actuación en la elaboración de los sueños examinamos ahora, no parece elevarse a creaciones originales, sino muy en último extremo, y utiliza, mientras le es posible, aquellos elementos del material onírico que resultan adecuados a sus fines.
Pero lo que caracteriza y delata a esta parte de la elaboración onírica es su tendencia. Esta función procede, en efecto, como maliciosamente afirma el poeta que proceden los filósofos; esto es tapando con sus piezas y remiendos las soluciones de continuidad del edificio del sueño. Consecuencia de esta labor es que el sueño pierde su primitivo aspecto absurdo e incoherente y se aproxima a la contextura de un suceso racional. Pero no siempre corona el éxito estos esfuerzos. Existen muchos sueños así construidos que parecen a primera vista irreprochablemente lógicos y correctos; parten de una situación posible, la continúan por medio de variaciones libres de toda contradicción y la conducen -aunque con mucho menor frecuencia- a una conclusión adecuada. Estos sueños son los que han sido objeto de más profunda elaboración por la función psíquica análoga al pensamiento despierto; parecen poseer un sentido; pero este sentido se halla también a mil leguas de su verdadera significación. Si los analizamos, nos convencemos de que es en ellos en los que la elaboración secundaria maneja con mayor libertad el material dado y respeta menos las relaciones del mismo. Son éstos sueños que, por decirlo así, han sido interpretados ya una vez antes que en la vigilia los sometiéramos a la interpretación. En otros sueños no ha conseguido avanzar esta elaboración tendenciosa sino hasta cierto punto, hasta el cual se muestran entonces coherentes, haciéndose después disparatados o embrollados y volviendo luego, a lo mejor, a elevarse por segunda vez hasta una apariencia de comprensibilidad. Por último, hay también sueños en los que falta por completo esta elaboración y se nos muestran como un desatinado montón de fragmentos de contenido.
No quisiéramos negar perentoriamente a este cuarto poder estructurador del sueño que pronto se nos revelará como algo ya conocido en realidad -es el único de los cuatro factores de la elaboración onírica con el que ya nos hallamos familiarizados-; no le quisiéramos negar, repetimos, la capacidad de aportar al sueño creaciones originales. Pero, desde luego, podemos afirmar que su influencia se manifiesta predominantemente, como la de los otros tres, en la selección del material onírico de las ideas latentes. Existe un caso en el que la labor de aplicar al sueño una especie de fachada le resulta ahorrada casi totalmente por la preexistencia en las ideas latentes de tal formación. Estas formaciones, dadas ya de antemano en las ideas latentes, son las que conocemos con el nombre de fantasías, y equivalen a aquellas otras, productos del pensamiento despierto, a las que calificamos de ensoñaciones o sueños diurnos (Tagträume). El papel que en nuestra vida anímica desempeñan no ha sido aún completamente determinado por los psiquiatras. M. Benedikt ha iniciado un estudio muy prometedor, a mi juicio, sobre él. Por otra parte, la significación de los sueños diurnos no ha escapado a la certera y penetrante mirada del poeta: recordemos la descripción que de ellos hace un personaje secundario de El nabab, de Daudet. El estudio de las psiconeurosis nos conduce al sorprendente descubrimiento de que estas fantasías o sueños diurnos constituyen el escalón preliminar de los síntomas histéricos, por lo menos de toda una serie de ellos. Estos síntomas no dependen directamente de los recuerdos, sino de las fantasías edificadas sobre ellos. La frecuencia de las fantasías diurnas nos ha facilitado el conocimiento de estas formaciones; pero, además de tales fantasías conscientes, existen otras -numerosísimas- que por su contenido y su procedencia de material reprimido tienen que permanecer inconscientes. Una más minuciosa investigación de los caracteres de estas fantasías diurnas nos muestra con cuánta justicia se les ha dado el mismo nombre que a nuestros productos mentales nocturnos, o sea el de sueños. Comparten, en efecto, con los sueños nocturnos gran número de sus cualidades esenciales, y su investigación nos habría podido proporcionar el acceso más inmediato y fácil a la comprensión de los mismos.
Como los sueños, son estas ensoñaciones realizaciones de deseos: tienen en gran parte como base las impresiones provocadas por sucesos infantiles y sus creaciones gozan de cierta benevolencia de la censura. Examinando su construcción, comprobamos que el motivo optativo que ha actuado en su producción ha revuelto el material de que se hallan formadas y ha constituido luego con él, ordenándolo en forma diferente, una nueva totalidad. Con relación a las reminiscencias infantiles a las que se refieren, son lo que algunos palacios barrocos de Roma respecto de las ruinas antiguas cuyos materiales se han utilizado en su construcción.
En la «elaboración secundaria» del contenido onírico, que hemos atribuido al cuarto de los factores de la formación de los sueños, volvemos a hallar la misma actividad que en la creación de los sueños diurnos puede manifestarse libremente, no coartada por otras influencias. Pudiéramos afirmar sin más dilación que este nuestro cuarto factor intenta constituir con el material dado algo como un sueño diurno. Pero en aquellos casos en los que aparece ya constituido de antemano tal sueño diurno, relacionado con las ideas latentes del nocturno, se apoderará de él y tenderá a hacerlo pasar al contenido manifiesto. Existen, pues, sueños que no consisten sino en la repetición de una fantasía diurna que ha permanecido, quizá, inconsciente. Así, el del muchacho que se ve conducido por Diomedes en su carro de guerra. La segunda mitad de aquel sueño, en el que creo el neologismo autodidasker, es asimismo una fiel reproducción de una fantasía diurna inocente sobre mis relaciones con el profesor M. De la complicación de las condiciones que el sueño ha de cumplir en su formación depende el que la fantasía preexistente no constituya -como es lo más frecuente- sino una parte del sueño, o que sólo un fragmento de la misma llegue a pasar el contenido manifiesto. De ordinario es manejada entonces esta fantasía como cualquier otro elemento del material latente, pero muchas veces continúa constituyendo en el sueño una totalidad. En mis sueños suelen aparecer fragmentos que se distinguen del resto por la distinta impresión que producen. Parecen más fluidos, más coherentes y, sin embargo, más fugitivos que los demás elementos del mismo sueño, y estos caracteres me indican que se trata de fantasías inconscientes relacionadas con el sueño y acogidas por él, pero no me ha sido nunca posible determinarlas. Por lo demás, estas fantasías son acumuladas, condensadas y superpuestas, del mismo modo que todos los demás elementos de las ideas latentes. Sin embargo, puede observarse la existencia de una escala gradual, que va desde el caso en el que constituyen casi inmodificadas el contenido manifiesto, o, por lo menos, la fachada del sueño, hasta el caso contrario, en el que no se hallan representadas en dicho contenido sino por uno de sus elementos o por una lejana alusión al mismo. En general, el destino de estas fantasías dadas en las ideas latentes depende de las ventajas que puedan ofrecer para satisfacer las exigencias de la censura y las imposiciones de la condensación.
Al escoger los ejemplos destinados a ilustrar la interpretación onírica he procurado eludir en lo posible aquellos sueños en los que desempeñaban un papel importante las fantasías inconscientes, pues la introducción de este elemento psíquico hubiera exigido amplias explicaciones sobre la psicología del pensamiento inconsciente. Pero de todos modos no es posible eludir en estas materias todo contacto con las «fantasías», pues se trata de formaciones que pasan muchas veces íntegras al sueño o se transparentan -y éste es el caso más frecuente- bajo su contenido manifiesto. Expondré, pues, un sueño que aparece compuesto por dos fantasías contrarias, aunque coincidentes en algunos puntos. Una de estas fantasías es más profunda que la otra y viene a constituir su interpretación.
El contenido de este sueño -único del que no conservo anotaciones minuciosas- es aproximadamente el que sigue: El sujeto -un joven soltero- se halla sentado en un café, al que tiene costumbre de ir todos los días. Varias personas entran a buscarle; entre ellas, una que quiere prenderle. Dirigiéndose a sus contertulios dice: «Me voy. Luego volveré y pagaré.» Pero estas palabras son recibidas con burlas y protestas: «No, no; ya sabemos lo que eso quiere decir.» Uno de los consumidores le grita: «Otro que se va.» Luego es conducido a un estrecho local, en el que se encuentra una mujer con un niño en brazos. Uno de sus acompañantes dice: «Aquí está el señor Müller.» Un comisario de Policía o un funcionario semejante hojea un montón de documentos y repite mientras tanto: «Müller, Müller, Müller.» Luego le dirige una pregunta, a la que el sujeto contesta con un «sí». A continuación mira a la mujer que encontró al entrar y ve que le ha salido una poblada barba.
Los dos componentes de este sueño resultan fácilmente separables. El más superficial es una fantasía que gira sobre la prisión del sujeto, y nos parece constituir un producto original de la elaboración onírica. Pero detrás de ella resulta fácilmente visible el material primitivo, al que la elaboración onírica ha impuesto una ligera transformación material, que es la fantasía del matrimonio del sujeto y los rasgos comunes a ambos productos resaltan con particular intensidad, como en las fotografías compuestas de Galton. La promesa de volver a su puesto en la tertulia del café, incrédulamente acogida por los amigos, la exclamación: «¡Otro que se va!» (que se casa), y el «sí» con el que contesta al funcionario son detalles fácilmente visibles de la fantasía nupcial. El hojear un montón de papeles repitiendo una y otra vez el mismo nombre corresponde a un detalle secundario, pero bien reconocible, de los festejos nupciales; esto es, a la lectura de los telegramas de felicitación, dirigidos todos a las mismas personas. Con la presencia personal de la novia en el sueño vence la fantasía nupcial a la de prisión que la encubre. Un dato proporcionado por el sujeto nos explica porqué esta novia muestra al final una hermosa barba. Yendo de paseo con un amigo suyo, tan poco inclinado al matrimonio como él, se habían cruzado con una preciosa morena. «¡Lástima que a estas mujeres tan morenas -dijo el amigo- suela salirles luego barba corrida en cuanto pasan de la primera juventud!»
Naturalmente, no faltan en este sueño elementos que han sido objeto de más profunda deformación. Así, la frase «Luego pagaré» alude a la conducta poco agradable que algunos suegros observan en el pago de la dote. Vemos claramente que el sujeto encuentra mil reparos contra el matrimonio, reparos que le impiden entregarse con gusto a la fantasía nupcial. Uno de estos reparos -el de que al casarse pierde el hombre su libertad- queda encarnado en la transformación de la fantasía en una escena de prisión.
El descubrimiento de que la elaboración onírica se sirve con preferencia de una fantasía preexistente en lugar de crear otra original utilizando el material de las ideas latentes, nos da la solución de uno de los problemas más interesantes del sueño. En el apartado IV, capítulo 2, de la presente obra expusimos el célebre sueño en el que Maury, golpeado en la nuca por la caída de una de las varillas que sostenían las cortinas de su cama, ve desarrollarse una larga serie de escenas de la Revolución francesa. Dada su coherencia y su íntima relación con el estímulo despertador, insospechado por Maury, nos queda como única hipótesis posible la de que todo este denso sueño fue compuesto y se desarrolló en el brevísimo espacio de tiempo transcurrido entre la caída de la varilla sobre el cuello del sujeto y el despertar provocado por el golpe. No pudiendo atribuir al pensamiento despierto tal rapidez, hubimos de reconocer a la elaboración onírica como atributo peculiar una singular aceleración de los procesos mentales.
Contra esta conclusión, que se hizo pronto popular, han elevado vivas objeciones autores más modernos (Le Lorrain, Eggers y otros), poniendo en duda la exactitud de la comunicación de Maury e intentando demostrar que la rapidez de nuestros rendimientos intelectuales despiertos no es menos de la que pueda atribuirse a la elaboración onírica. La discusión se desarrolla sobre problemas de principio que no podemos entrar a examinar aquí. Sin embargo, he de confesar que la argumentación de Eggers contra el sueño antes citado de Maury no me ha parecido muy convincente. Por mi parte, propondría la siguiente explicación de este sueño: ¿Sería muy inverosímil que el sueño de Maury representase una fantasía conservada en su memoria desde mucho tiempo antes y despertada -pudiera decirse aludida- en el momento de percibir el sujeto el estímulo interruptor del reposo? Esta hipótesis hace desaparecer la dificultad que nos plantea la composición de tan larga y detallada historia en el brevísimo tiempo de que para ello ha dispuesto el durmiente, pues supone la preexistencia de la historia completa. Si la varilla hubiese caído sobre el cuello de Maury hallándose éste despierto, habría quizá provocado la siguiente idea: «Parece como si me guillotinaran.» Pero Maury está dormido, y la elaboración onírica aprovecha rápidamente el estímulo dado para la producción de una realización de deseos, como si pensase (claro es que esto debe ser tomado figuradamente): «He aquí una buena ocasión para dar cuerpo a la fantasía optativa que en tal o cual épico me inspiró esta o aquella lectura.» Que la novela soñada presenta todas las características de aquellas fantasías que suelen construir los jóvenes bajo el imperio de poderosas impresiones es cosa, a mi juicio, indiscutible. ¿Quién no se siente arrastrado -y mucho más siendo francés e historiador- por las descripciones de los años del Terror, en los que la aristocracia francesa, flor de la nación, mostró cómo se puede morir con ánimo sereno y conservar hasta el último momento un sutilísimo ingenio y las más exquisita maneras? ¡Y cuán atractivo resulta imaginarse ser uno de aquellos hombres que besaban sonrientes la mano de sus compañeros de infortunio antes de subir con paso firme al cadalso, o si la ambición de la fuerza que impulsa nuestra fantasía a identificarnos con una de aquellas formidables individualidades que sólo con el poder de sus ideas y de su ardiente elocuencia se impusieron a la ciudad en la que latía convulsivamente por entonces el corazón de la Humanidad, enviaron millares de hombres a la muerte con fervorosa convicción de servir a un elevadísimo ideal e iniciar una completa transformación de Europa y cayeron a su vez bajo la cuchilla de la guillotina (Danton, los girondinos)! Un detalle del sueño de Maury -«en medio de una inmensa multitud»- parece indicar que la fantasía que lo constituye era de este carácter ambicioso.
Estas fantasías ha largo tiempo preexistentes no se desarrollan necesariamente durante el reposo en toda su extensión; basta con que sean, por decirlo así, «preludiadas». Quiero decir con esto lo siguiente: cuando la música inicia unos compases, cesando en seguida, y alguien comenta, como sucede en el Don Juan: «Esto es de Las bodas de Figaro, de Mozart», surge en mí de repente una plenitud de reminiscencias, de las que por el momento no llega nada hasta la consciencia. Así, pues, los compases preludiados y la frase a ellos referente constituyen la chispa que pone simultáneamente en movimiento todas las partes de un conjunto. Exactamente lo mismo puede muy bien suceder en el pensamiento inconsciente. El estímulo despertador pone en movimiento la estación psíquica que abre el acceso a toda la fantasía de la guillotina. Pero esta fantasía no se desarrollará durante el reposo, sino luego, en el recuerdo del sujeto despierto. Al despertar recordamos en detalle la fantasía que fue rozada en conjunto durante el sueño, sin que tengamos medio alguno de comprobar que recordamos realmente algo soñado.
Esta misma explicación, o sea la de que se trata de fantasías preexistentes, que son puestas en movimiento como conjuntos por el estímulo despertador, puede también aplicarse a otros sueños distintos de los orientados hacia dicho estímulo; por ejemplo, del sueño de batallas soñado por Napoleón antes de despertar por la explosión de la «máquina infernal». Entre los sueños reunidos por Justina Zobowolska en su disertación sobre la duración aparente en el fenómeno onírico me parece el del autor dramático Casimir Bonjour (citado por Macario, 1857) el más demostrativo. Sentado en un sillón dispuesto entre bastidores, se preparaba este autor a asistir a la primera representación de una de sus obras, cuando, vencido por la fatiga, se quedó dormido en el momento de alzarse el telón. Durante su reposo asistió a la representación de los cinco actos de que su obra constaba y observó la impresión que cada una de las escenas producía en el público. Terminado el último acto, oyó encantado cómo reclamaba el público el nombre del autor y lo recibía con grandes muestras de entusiasmo. Cuál no sería su sorpresa al despertar en este momento y ver que la representación no había pasado aún de los primeros versos de la primera escena. No había, pues, dormido arriba de dos minutos. No parece muy aventurado afirmar con respecto a este sueño que el desarrollo de los cinco actos de la obra y la observación de las impresiones que cada escena iba despertando en el público no necesitan constituir una creación original producida durante el reposo, sino que puede reproducir una labor anterior de la fantasía en el sentido ya indicado. Justina Zobowolska hace resaltar con otros autores como un carácter común a todos los sueños de acelerado curso de representaciones el ser particularmente coherentes, a diferencia de los demás, y el de que su recuerdo es más bien sumario que detallado. Estas particularidades serían precisamente las que habrían de presentar las fantasías preexistentes rozadas por la elaboración onírica. Pero los autores citados no llegan a deducir esta conclusión. De todos modos, no quiero afirmar que todos los sueños enlazados con un estímulo despertador puedan quedar explicados en esta forma, ni que con ello deje de constituir un problema el curso acelerado de las representaciones en el sueño.
No podemos dejar fuera de esta investigación el examen de las relaciones de la elaboración secundaria del contenido manifiesto con los demás factores de la elaboración onírica. ¿Habremos de suponer que los factores de la formación de los sueños o sea la tendencia a la condensación, la precisión de eludir la censura y el cuidado de la representabilidad con los medios psíquicos del sueño, construyen primeramente con el material dado un contenido manifiesto interino, que es luego elaborado hasta satisfacer en lo posible las exigencias de una segunda instancia? Esta es apenas verosímil. Más bien habremos de aceptar que las exigencias de dicha instancia plantean desde el principio una de las condiciones que ha de satisfacer el sueño, y que esta condición ejerce una influencia inductora y de selección sobre todo el material de las ideas latentes, del mismo modo que las demás condiciones derivadas de la condensación, la censura de la resistencia y la representabilidad. Pero de las cuatro condiciones de la formación onírica es ésta la de exigencias menos imperiosas. La identificación de esta función psíquica, que lleva a cabo lo que denominamos elaboración secundaria del contenido manifiesto con la labor de nuestro pensamiento despierto, resulta del siguiente proceso reflexivo: Nuestro pensamiento despierto (preconsciente) se conduce, ante cualquier material de percepción, del mismo modo que la función de que ahora tratamos con respecto al contenido manifiesto. Es inherente a su naturaleza ordenar dicho material, establecer relaciones e incluirlo en un contexto inteligible. En esta labor solemos incluso ir más allá de lo debido. Así, los trucos del prestidigitador nos engañan porque se apoyan en esta nuestra costumbre intelectual. Nuestra tendencia a reunir inteligiblemente las impresiones sensoriales dadas nos hace caer con frecuencia en singularísimos errores y hasta falsear la verdad del material que a nuestra percepción se ofrece. Los ejemplos que demuestran este estado de cosas son demasiado conocidos para que hayamos de reproducirlos aquí nuevamente. En la lectura dejamos pasar inadvertidas erratas que alteran el sentido y leemos como si éste no apareciese modificado. Un redactor de un periódico francés apostó que introduciría, como si fuese una errata, las palabras «por delante» o «por detrás» en cada una de las frases de un largo artículo y que ningún lector lo notaría, y ganó la apuesta. En otro periódico hallé hace varios años un cómico ejemplo de falsa conexión. Después de la famosa sesión de la Cámara francesa en la que Dupuy puso fin, con la serena frase La séance continue, a la confusión y al espanto producidos por la explosión de una bomba arrojada por un anarquista al hemiciclo, fueron citados a declarar, como testigos, los espectadores que asistían a la sesión desde la tribuna pública. Entre ellos se hallaban dos provincianos que visitaban por primera vez la Cámara. Uno de ellos, llegado a la tribuna pocos momentos antes del atentado declaró que había oído una detonación, pero creyó que era costumbre del Parlamento disparar una salva cuando un orador terminaba su discurso. El otro, que había llegado antes y oído ya varios discurso, expresó el mismo juicio, pero con la variante de haber creído que la salva no se disparaba sino cuando el orador había obtenido gran éxito con sus palabras.
Así, pues, la instancia psíquica que aspira a hacer comprensible el contenido manifiesto y lo somete con este fin a una primera interpretación, a consecuencia de la cual queda más dificultada que nunca su exacta inteligencia, no es otra que nuestro pensamiento normal. Como ya lo hemos indicado repetidas veces, es norma regular de la interpretación onírica prescindir en todo caso de la aparente coherencia que un sueño pueda ofrecernos y seguir siempre, tanto con los elementos claros como con los confusos, el mismo procedimiento; esto es, la regresión al material de que han surgido.
Vemos ahora de qué depende esencialmente la gradual escala cualitativa de los sueños, que va desde la confusión a la claridad, y a la que nos referimos en páginas anteriores. Nos parecen claras aquellas partes del sueño sobre las que ha podido actuar la elaboración secundaria, y confusas aquellas otras en las que ha fallado totalmente la intervención de tal instancia. Dado que las partes confusas del sueño son también con gran frecuencia las más débilmente animadas, podemos concluir que también depende en parte de la elaboración secundaria la mayor o menor intensidad plástica de los diversos productos oníricos.
La conformación definitiva del sueño, tal y como queda estructurado bajo la acción del pensamiento normal, puede ser comparada a aquellas enigmáticas inscripciones con las que el semanario humorístico Fliegende Blätter entretuvo durante tanto tiempo a sus lectores. Trátase de que una frase vulgar, chistosa o chocarrera dé la impresión de contener una inscripción latina. Con este fin se forma, utilizando las letras de que la frase se compone y alterando su reunión en sílabas, aunque no su primitivo orden de sucesión, una nueva totalidad. Aquí y allá resultará constituida una verdadera palabra latina, otras nos parecerán abreviaturas de términos de tal idioma, y, por último, en otros puntos de la inscripción nos dejaremos engañar por las apariencias y atribuiremos a lagunas de la misma falta de sentido de algunos de sus fragmentos, en los que no hallamos sino letras aisladas. Si no queremos caer en la trampa, habremos de desechar toda idea de que pueda tratarse de una inscripción y atenernos tan sólo a las letras de que consta, formando con ellas palabras de nuestra lengua.
De los cuatro factores de la elaboración onírica, el de la elaboración secundaria es el que más frecuentemente ha sido observado y estudiado por los investigadores. H. Ellis describe con viva plasticidad su función («Introducción», página 10):
«Podemos imaginar que las cosas suceden de la forma siguiente. La consciencia del reposo se dice: Ahí viene nuestra maestra, la consciencia de la vigilia que tanto valor da a la razón, la lógica, etc. ¡De prisa! ¡Vamos a cogerlo todo y a ordenarlo como sea antes que llegue a tomar posesión de la escena!»
Delacroix afirma con especial precisión la identidad de esta forma de laborar con la del pensamiento despierto (pág. 526):
Cette fonction d'interprétation n'est pas particulière au rêve, c'est le même travail de coordination logique que nous faisons sur nos sensations pendant la veille.
De esta misma opinión son J. Sully y Justina Zobowolska:
Sur ces successions incohérentes d'hallucinations, l'esprit s'efforce de faire le même travail de coordination logique qu'il fait pendant la veille sur les sensations. Il relie entre elles par un lien imaginaire toutes ces images décousues et bouche les écarts trop grands qui si trouvaient entre elles (pág. 93).
Algunos autores hacen comenzar esta actividad ordenatoria e interpretadora durante el mismo sueño y continuar luego en la vigilia. Así, Paulhan (pág. 547):
Cependant j'ai suivent pensé qu'il pouvait y avoir une certaine déformation, ou plutôt reformation du rêve dans le souvenir… La tendence systématisante de l'imagination pourrait fort bien achever après le réveil ce qu'elle a ébauché pendant le sommeil. De la sorte, la rapidité réelle de la pensée serait augmentée en apparence par les perfectionnements dus à l'imagination éveillée.
Leroy et Zobowolska (pág. 592):
…dans le rêve, au contraire, l'interprétation et la coordination se font non seulement à l'aide des données du rêve, mais encore à l'aide de celles de la veille…
Como no podía menos de suceder, se ha exagerado la importancia de este factor de la elaboración onírica, único generalmente reconocido, atribuyéndole la creación total del sueño, creación que tendría efecto en el momento de despertar, según opinan Goblot y Foucault, los cuales atribuyen al pensamiento despierto la facultad de crear el sueño con los pensamientos surgidos durante el reposo.
De esta concepción dice Leroy y Zobowolska: On a cru pouvoir placer le rêve au moment du réveil et ils ont attribué à la pensée de la veille la fonction de construire le rêve avec les images présentes dans la pensée du sommeil.
Al estudio de la elaboración secundaria añadiré el de una nueva aportación de la elaboración onírica, descubierta por las sutiles observaciones de H. Silberer. Este investigador ha logrado sorprender in fraganti, como ya lo indicamos en otro lugar, la transformación de ideas en imágenes, forzándose a una actividad intelectual en ocasiones en las que se hallaba muy fatigado o medio dormido. En estos casos se le escapaba la idea elaborada y surgía en su lugar una visión que demostraba ser una sustitución de la idea más abstracta.
En estos experimentos sucedió que la imagen surgida, equivalente a un elemento onírico, no representaba la idea sometida a la elaboración, sino algo distinto: la fatiga misma, la dificultad que entrañaba la labor propuesta o el disgusto por tenerla que llevar a cabo; esto es, el estado subjetivo o la forma funcional de la persona que se imponía el esfuerzo mental en lugar del objeto de tal esfuerzo. Silberer dio a este caso, muy frecuente en él, el nombre de «fenómeno funcional», para diferenciarlo del fenómeno material esperado.
«Ejemplo núm. 1. -Estoy tumbado, por la tarde, en el sofá, y casi vencido por el sueño; pero me esfuerzo en meditar sobre un problema filosófico. Intento comparar las opiniones de Kant y Schopenhauer sobre el tiempo. Mi adormecimiento no me permite hacerme presentes simultáneamente ambas concepciones, como para compararlas sería necesario. Después de varias tentativas inútiles, consigo hacerme bien presente la teoría kantiana, y creyendo haberla dejado fuertemente impresa en mi cerebro, paso a la de Schopenhauer para luego efectuar la comparación. Pero cuando he conseguido evocar los.conceptos de Schopenhauer y quiero iniciar el paralelo, encuentro que las ideas de Kant se me han vuelto a escapar y resultan estériles todos mis esfuerzos para rememorarlas. Este inútil esfuerzo para hallar en el acto los conceptos kantianos, perdidos en cualquier rincón de mi cerebro, se me representan de pronto -tengo los ojos cerrados- en un símbolo plástico semejante a una imagen onírica: «Pido un determinado dato a un malhumorado secretario, que, encorvado sobre una mesa, se niega a atenderme. Luego, incorporándose a medias, me dirige una mirada de disgusto y repulsa» (pág. 314).
He aquí otros ejemplos del mismo autor referentes al estado intermedio entre el sueño y la vigilia:
«Ejemplo núm. 2. -Circunstancias: Por la mañana, al despertarme. Me hallo en un estado de adormecimiento. Reflexiono sobre un sueño de aquella noche y siento que voy acercándome al estado de consciencia despierta, pero deseo continuar adormecido.
Escena: Meto un pie en un arroyo, como para atravesarlo; pero lo retiro en seguida y pienso en renunciar a mi propósito.
Ejemplo núm. 3. -Circunstancias: Quiero permanecer todavía en la cama, pero sin dormirme.
Escena: Me despido de alguien y quedo en volverle a ver pronto.»
Silberer ha observado principalmente el «fenómeno funcional» -la «representación del estado en lugar de la del objeto»- en el momento de conciliar el reposo y en el de despertar. Naturalmente, es este último caso el único importante desde el punto de vista de la interpretación de los sueños. Por medio de excelentes ejemplos ha mostrado este investigador que los fragmentos finales del contenido manifiesto de muchos sueños, fragmentos a los que siguen inmediatamente la interrupción del reposo, representan el propósito o el proceso mismo del despertar. Representaciones de este género son el acto de atravesar un umbral, el de salir de una habitación para entrar en otra, el de partir de viaje, el de volver a casa, el de separarnos de alguien que nos acompaña, el de sumergirnos en el agua y varios otros. He de observar, sin embargo, que tanto en mis sueños como en los de otras personas he encontrado los elementos referentes al simbolismo del umbral con mucha menor frecuencia de lo que las comunicaciones de Silberer hacen esperar.
No es inverosímil que este «simbolismo del umbral» pueda servir también para explicar algunos elementos situados en la parte central del contenido manifiesto, refiriéndolos, por ejemplo, a fluctuaciones de la profundidad del reposo o a una tendencia a despertar. Pero no conocemos ejemplo ninguno que pudiera confirmar esta hipótesis. Más frecuentemente parece existir una superdeterminación; esto es, el hecho de que una parte del sueño que extrae su contenido material del acervo de ideas latentes quede utilizada, además, para la representación de un estado de actividad anímica.
El interesantísimo fenómeno funcional de Silberer ha sido causa de grandes errores -claro está que sin culpa alguna por parte de su descubridor-, pues la antigua tendencia a la interpretación simbólica abstracta de los sueños ha creído hallar en él un firme apoyo. La predilección por la «categoría funcional» llega tan lejos en algunos investigadores, que les hace hablar de fenómeno funcional siempre que en el contenido de las ideas latentes aparecen actividades intelectuales o procesos sentimentales, aunque este material tiene el mismo derecho que todo el restante a entrar en el sueño a título de resto diurno..Hemos de reconocer que los fenómenos de Silberer representan una segunda aportación del pensamiento despierto a la formación de los sueños, aunque, desde luego, menos constante y de menor importancia que la designada con el nombre de «elaboración secundaria». Habríamos visto que una parte de la atención activa de la vigilia permanece dirigida sobre el sueño durante el estado de reposo, lo fiscaliza y critica y se reserva el poder de interrumpirlo, y estuvimos muy próximos a reconocer en esta instancia anímica que permanece despierta al censor que ejerce una influencia tan intensamente coercitiva sobre la estructura del sueño. Al estudio de esta cuestión aportan las observaciones de Silberer el hecho de que en determinadas circunstancias interviene asimismo una especie de autoobservación que agrega también algo al contenido manifiesto. Sobre las probables relaciones de esta instancia autoobservadora, que puede alcanzar, quizá, gran intensidad en cerebros filosóficos, con la percepción endopsíquica, la manía observadora, la consciencia y el censor onírico, habremos de tratar en otro lugar.
Resumiremos aquí la amplia discusión que llena este larguísimo capítulo dedicado a la elaboración onírica. Se nos planteó el problema de si el alma empleaba en la formación de los sueños todas sus facultades, desplegándolas sin coerción alguna o sólo una parte de las mismas, coartada, además, en su labor. Nuestras investigaciones nos llevan a rechazar este planteamiento del problema por considerarlo inadecuado a las circunstancias verdaderas. Pero si hemos de permanecer sobre el terreno en que la interrogación nos sitúa, habremos de responder afirmativamente a las dos hipótesis, aparentemente contrarias e incompatibles, contenidas en ella. La labor anímica que se desarrolla en la formación de los sueños se divide en dos funciones: establecimiento de las ideas latentes y transformación de las mismas en contenido manifiesto. Las ideas latentes son perfectamente correctas y en su formación han intervenido todas nuestras facultades psíquicas. Pertenecen a nuestro pensamiento preconsciente, del cual surgen también, mediante cierta transformación, las ideas conscientes. Pero estos enigmas, por muy interesantes y oscuros que sean, no presentan una relación especial con el sueño y no tenemos por qué tratar de ellos en conexión con los problemas oníricos. En cambio, la segunda función de la actividad mental que transforma las ideas inconscientes en el contenido latente es peculiar a la vida onírica y característica de la misma. Esta elaboración onírica propiamente dicha se aleja del modelo del pensamiento despierto mucho más de lo que han opinado los investigadores que menos valor han concedido a la función psíquica en el sueño. No es que sea negligente, incorrecta, olvidadiza e incompleta en comparación con el pensamiento despierto; lo que sucede es que constituye algo cualitativamente distinto y, por tanto, nada comparable a él. No piensa, calcula ni juzga; se limita a transformar. Puede describírsela por entero, teniendo en cuenta las condiciones a las que su producto tiene que satisfacer. Este producto -el sueño- ha de ser sustraído, en primer lugar, a la censura, y con este fin se sirve la elaboración onírica del desplazamiento de las intensidades psíquicas, hasta lograr la transmutación de todos los valores psíquicos. La reproducción de las ideas ha de llevarse exclusiva o predominantemente a cabo por medio de un material de huellas mnémicas visuales y acústicas, y de esta condición nace para la elaboración el cuidado de la representabilidad, al que atiende mediante nuevos desplazamientos. Por último, han de ser creadas (probablemente).intensidades mayores de las que durante la noche aparecen dadas en las ideas latentes, y a este fin responde la amplia condensación realizada con los elementos de dichas ideas. Las relaciones lógicas del material de ideas latentes son poco atendidas, pero encuentran al fin una oculta representación en particularidades formales de los sueños. Los afectos de las ideas latentes pasan por transformaciones menos amplias que su contenido de representaciones. En general, son reprimidos, y cuando permanecen conservados, quedan separados de las representaciones y reunidos los de igual naturaleza. Sólo una parte de la elaboración onírica, la superelaboración de amplitud inconsciente por el pensamiento normal, fragmentariamente despierto, se adapta a la concepción de la mayoría de los investigadores que nos han precedido en estos estudios sobre la actividad total de la formación de los sueños.