En el desarrollo de otro sueño hallamos igualmente una expresión del asombro que su contenido manifiesto despierta en mí, pero enlazada esta vez con una tentativa de aclaración tan singular y tan ingeniosamente buscada al parecer, que sólo por ella hubiera sometido el sueño completo a un minucioso análisis, aunque no hubiese presentado otras particularidades interesantes. En la noche del 18 al 19 de julio voy durmiendo en el tren de Südbahn y oigo entre sueños: «Hollthurn, diez minutos.» En seguida pienso en la holoturias -en un museo de historia natural-y luego en que es éste el lugar donde un puñado de hombres de valor se defendió en vano contra el poder inmensamente superior de su monarca. ¡Sí; la Contrarreforma en Austria! Como si fuese un lugar de Steiermark o del Tirol. Veo ahora imprecisamente un pequeño museo en el que.se conservan los restos o las pertenencias de aquellos hombres. Quisiera bajarme, pero lo dejo para más tarde. Sentadas sobre el andén hay varias mujeres -vendedoras de fruta- que tienden hacia nosotros sus cestos con ademán grandemente invitador. He dudado en bajar porque no sabía si tendría tiempo, y resulta que aún estamos parados. De repente me encuentro en otro departamento, en el que el respaldo y los asientos son tan estrechos, que la espalda se apoya en el trasero del coche. Experimento asombro, pero quizá es que he cambiado de coche durmiendo. Varias personas, entre ellas dos jóvenes ingleses, hermano y hermana. Veo claramente una hilera de libros colocada en un estante adosado a la pared. Entre ellos, dos volúmenes muy gruesos y encuadernados en tela: Wealth of nations y Matters and Motion (de Maxwell). El joven pregunta a su hermana si ha olvidado un libro de Schiller. Los libros parecen tan pronto pertenecerme como ser propiedad de los otros dos. Quiero mezclarme en la conversación para confirmar o apoyar algo… Despierto bañado en sudor, pues están cerradas todas las ventanillas. El tren se halla parado en la estación de Marburgo…
Al sentar mi sueño por escrito recuerdo otro fragmento olvidado hasta entonces: «Refiriéndome a una determinada obra, digo a los hermanos: «It is from…»; pero rectifico al punto: «It is by…» El joven advierte entonces a su hermana: «Lo ha dicho bien.»
El sueño comienza oyendo yo gritar el nombre de la estación -Marburgo- en la que el tren se había detenido, nombre que queda sustituido por el de Hollthurn. Pero la mención de Schiller, nacido en Marburgo, demuestra que fue éste realmente el nombre que oí medio dormido. A pesar de ir en primera, hice este viaje en condiciones muy incómodas. El tren iba abarrotado y subí en un departamento en el que viajaba un matrimonio de aspecto distinguido, pero que no tuvo la suficiente urbanidad para ocultar el desagrado que mi intrusión le producía o no creyó que valla la pena disimularlo. Mi cortés saludo quedó incontestado: la señora, que se hallaba sentada al lado de su marido, de espaldas a la máquina, se apresuró a colocar su sombrilla en el asiento frontero, junto a la ventanilla, cerró la puerta de golpe y, advirtiendo la mala impresión que me había producido la enrarecida atmósfera del departamento, pronunció unas frases malhumoradas sobre lo molesto que sería que alguien abriese las ventanillas. Según mi experiencia de viajero, esta desconsiderada conducta es característica de las personas que poseen billete de favor. En efecto, cuando vino el revisor y, después de picar un billete, pagado sin rebaja alguna, se dirigió a mis compañeros de viaje, resonó una voz amenazadora: «Mi marido tiene pase.» La señora era una matrona de imponente aspecto y cara de vinagre. El marido no pronunció palabra alguna ni se movió en todo el tiempo. A pesar del calor y del enrarecimiento del aire en el vagón, cerrado a piedra y lodo, logré dormirme. En mi sueño tomé tremenda venganza de mis desagradables compañeros de viaje. No puede imaginarse qué graves insultos y humillaciones se esconden detrás de los inconexos fragmentos de su primera mitad. Una vez satisfecha esta necesidad, se impone un segundo deseo: el de cambiar el coche. El fenómeno onírico varía tantas veces la escena, sin que tales mutaciones nos extrañen, que la sustitución de mis poco amables compañeros por otros agradablemente recordados no me hubiera causado el menor asombro. Pero en el caso presente hay algo que se opone a la mutación de la escena y hace necesaria una explicación. ¿Cómo es que me encuentro de.repente en otro departamento, si no recuerdo haber bajado del primero? No puede haber sino una explicación: Sin duda, he cambiado de coche durmiendo, suceso extraño, desde luego, pero no sin ejemplo en los anales de la Neuropatología. Sabemos, en efecto, de enfermos neuróticos que emprenden viajes hallándose en un estado de obnubilación no revelado al exterior por signo alguno y que al recobrar la consciencia en un punto cualquiera del trayecto se preguntan asombrados cómo han podido llegar hasta allí. De este modo explico en mi sueño mi conducta como uno de esos casos de automatismo ambulatorio.
El análisis permite una solución diferente. La tentativa de explicación que tanto me impresiona, si he de atribuirla a la elaboración onírica, no es original, sino copiada de la neurosis de uno de mis pacientes: Ya en otro lugar he relatado el caso de un individuo de gran cultura y extremadamente bondadoso que, después de la muerte de sus padres, comenzó a acusarse de experimentar tendencias homicidas, atormentándose con las medidas de precaución que se veía obligado a tomar para no hacerse reo de un crimen. Era éste un caso de graves representaciones obsesivas con plena conservación del conocimiento.
Siempre que salía a la calle se le imponía la obsesión de darse cuenta de por dónde desaparecían los transeúntes que con él se cruzaban, y si alguno se escapaba a sus miradas, le quedaba la penosa sensación de que podía haberle asesinado. Entre otras, entrañaba este caso una fantasía fratricida, pues «todos los hombres son hermanos». Dada la imposibilidad de llevar a cabo la labor a que su obsesión le obligaba, renunció el enfermo a salir y se pasaba la vida encerrado en su casa. Pero aun así no le fue posible hallar la tranquilidad, pues cada vez que leía en los periódicos la noticia de un crimen despertaba en su consciencia la sospecha de haber sido él el homicida. La convicción de no haber salido de su casa desde muchas semanas antes le protegió por algún tiempo de tales acusaciones, hasta el día en que surgió en él la idea de haber podido salir en estado de inconsciencia y haber cometido así el crimen sin darse cuenta. A partir de este día cerró la puerta de la escalera, entregó la llave a su anciana criada y le prohibió terminantemente que se la entregase, aunque fuera él mismo a pedírsela.
De aquí, procede, pues, la tentativa de explicación de que he cambiado de coche en estado de inconsciencia, explicación que se halla perfectamente concluida en las ideas latentes y ha sido transferida sin modificación alguna al sueño manifiesto, en el cual ha de servir para identificarme con la persona de dicho paciente. Su recuerdo fue despertado en mí por una asociación próxima. Pocas semanas antes había hecho ya un viaje nocturno con dicho sujeto. Se hallaba ya curado y me acompañaba a casa de unos parientes suyos de provincias que habían solicitado mi visita. Tuvimos un vagón para nosotros solos, pudimos dejar las ventanillas abiertas durante toda la noche y conversamos agradablemente hasta que llegó el momento de dormir. La raíz principal de la enfermedad de este individuo se hallaba constituida por impulsos hostiles, de relación sexual, contra su padre, durante su infancia. Identificándome con él, confesaba yo algo análogo. La segunda escena de mi sueño se resuelve, en efecto, en una fantasía cuyo tema es el de mis dos maduros compañeros de viaje se conducen tan groseramente conmigo porque he venido a estorbar con mi presencia sus acostumbradas caricias nocturnas. Esta fantasía se refiere a su vez a una escena infantil en la que el niño, impulsado, sin duda, por la curiosidad sexual, penetra en la alcoba paterna,.siendo expulsado por la autoridad del padre.
Creo innecesario continuar acumulando ejemplos, que no harían sino confirmar lo que ya nos han mostrado los que anteceden, o sea que los actos de juicio que aparecen en el sueño no son sino reproducción de un modelo dado en las ideas latentes. Y generalmente, una reproducción descentrada e incluida en un contexto inadecuado, aunque algunas veces, como sucede en el último de los ejemplos expuestos, sea tan hábilmente utilizada que da al principio la impresión de la existencia de una actividad intelectual independiente en el sueño. Partiendo de aquí podríamos dirigir nuestra atención a aquella actividad psíquica que, aunque no parece colaborar regularmente en la formación de los sueños, procura, cuando lo hace, fundir sensata y admisiblemente los elementos oníricos de origen heterogéneo. Pero creemos más urgente ocuparnos de las manifestaciones afectivas que surgen en el sueño y compararlas con los afectos que el análisis descubre en las ideas latentes.