V. Equivocaciones orales (`lapsus linguae') 32

El material corriente de nuestra expresión oral en nuestra lengua materna parece hallarse protegido del olvido; pero, en cambio, sucumbe con extraordinaria frecuencia a otra perturbación que conocemos con el nombre de equivocaciones orales o lapsus linguae.

Estos lapsus, observados en el hombre normal, dan la misma impresión que los primeros síntomas de aquellas «parafasías» que se manifiestan bajo condiciones patológicas.

Por excepción puedo aquí referirme a una obra anterior a mis trabajos sobre esta materia. En 1895 publicaron Meringer y C. Mayer un estudio sobre las Equivocaciones en la expresión oral y en la lectura, cuyos puntos de vista se apartan mucho de los míos. Uno de los autores de este estudio, el que en él lleva la palabra, es un filólogo cuyo interés por las cuestiones lingüísticas le llevó a investigar las reglas que rigen tales equivocaciones, esperando poder deducir de estas reglas la existencia de «determinado mecanismo psíquico, en el cual estuvieran asociados y ligados de un modo especial los sonidos de una palabra o de una frase y también las palabras entre sí» (pág. 10).

Los autores de este estudio agrupan en principio los ejemplos de «equivocaciones orales» por ellos coleccionados, conforme a un punto de vista puramente descriptivo, clasificándolos en intercambios (por ej.: «la Milo de Venus», en lugar de «la Venus de Milo»); anticipaciones (por ej.: «…sentí un pech…, digo, un peso en el pecho»); ecos y posposiciones (por ej.: «Tráiganos tres tres…, por tres tés»); contaminaciones (por ej.:

«Cierra el armave», por «Cierra el armario y tráeme la llave»), y sustituciones (por ej.: «El escultor perdió su pincel…, digo, su cincel»), categorías principales a las cuales añaden algunas otras menos importantes (o de menor significación para nuestros propósitos). En esta clasificación no se hace diferencia entre que la transposición, desfiguración, fusión, etcétera, afecte a sonidos aislados de la palabra o a sílabas o palabras enteras de la frase.

Para explicar las diversas clases de equivocaciones orales observadas atribuye Meringer un diverso valor psíquico a los sonidos fonéticos. Cuando una inervación afecta a la primera sílaba de una palabra o a la primera palabra de una frase, el proceso estimulante se propaga a los sonidos posteriores o a las palabras siguientes, y en tanto en cuanto estas inervaciones sean sincrónicas pueden influirse mutuamente, motivando transformaciones unas en otras. La excitación o estímulo del sonido de mayor intensidad psíquica resuena anticipadamente o queda como un eco y perturba de este modo los procesos de inervación menos importantes. Se trata, por tanto, de determinar cuáles son los sonidos más importantes de una palabra. Meringer dice que «cuando se desea saber qué sonidos de una palabra poseen mayor intensidad, debe uno observarse a sí mismo en ocasión de estar buscando una palabra que ha olvidado; por ejemplo, un nombre».

«Aquella parte de él que primero acude a la consciencia es invariablemente la que poseía mayor intensidad antes del olvido» (pág. 106). «Así, pues, los sonidos más importantes son el inicial de la sílaba radical o de la misma palabra y la vocal o las vocales acentuadas» (pág. 162).

No puedo por menos de contradecir estas apreciaciones. Pertenezca o no el sonido inicial del nombre a los más importantes elementos de la palabra, lo que no es cierto es que sea lo primero que acude a la consciencia en los casos de olvido, y, por tanto, la regla expuesta es inaceptable. Cuando se observa uno a sí mismo estando buscando un nombre olvidado, se advertirá, con relativa frecuencia, que se está convencido de que la palabra buscada comienza con una determinada letra. Esta convicción resulta luego igual número de veces infundada que verdadera, y hasta me atrevo a afirmar que la mayoría de las veces es falsa nuestra hipotética reproducción del sonido inicial. Así sucede en el ejemplo que expusimos de olvido del nombre Signorelli. En él se perdieron, en los nombres sustitutivos, el sonido inicial y las sílabas principales, y precisamente el par de sílabas menos importantes: elli es lo que, en el nombre sustitutivo Boticelli, volvió primero a la consciencia. El caso que va a continuación nos enseña lo poco que los nombres sustitutivos respetan el sonido inicial del nombre olvidado: En una ocasión me fue imposible recordar el nombre de la pequeña nación cuya principal ciudad es Monte Carlo. Los nombres que en sustitución se presentaron fueron: Piamonte, Albania, Montevideo, Cólico.

En lugar de Albania apareció en seguida otro nombre: Montenegro, y me llamó la atención ver que la sílaba Mont (pronunciada Mon) apareciera en todos los nombres sustitutivos, excepto en el último. De este modo me fue más fácil hallar el olvidado nombre: Mónaco, tomando como punto de partida el de su soberano: el príncipe Alberto.

Cólico imita aproximadamente la sucesión de sílabas y el ritmo del nombre olvidado.

Si se acepta la conjetura de que un mecanismo similar al señalado en el olvido de nombres intervenga también en los fenómenos de equivocaciones orales, se llegará a un juicio más fundamentado sobre estos últimos. La perturbación del discurso que se manifiesta en forma de equivocación oral puede, en principio, ser causada por la influencia de otros componentes del mismo discurso; esto es, por un sonido anticipado, por un eco o por tener la frase o su contexto un segundo sentido diferente de aquel en que se desea emplear. A esta clase pertenecen los ejemplos de Meringer y Mayer antes transcritos. Pero, en segundo lugar, puede también producirse dicha perturbación, como en el caso Signorelli, por influencias exteriores a la palabra, frase o contexto, ejercidas por elementos que no se tiene intención de expresar y de cuyo estímulo sólo por la perturbación producida nos damos cuenta.

La simultaneidad del estímulo constituye la cualidad común a las dos clases de equivocación oral, y la situación interior o exterior del elemento perturbador respecto a la frase o contexto serán su cualidad diferenciadora. Esta diferencia no parece a primera vista tan importante como luego, cuando se la tome en consideración para relacionarla con determinadas conclusiones deducidas de la sintomatología de las equivocaciones orales. Es, sin embargo, evidente que sólo en el primer caso existe una posibilidad de deducir de los fenómenos de equivocación oral conclusiones favorables a la existencia de un mecanismo que ligue entre sí sonidos y palabras, haciendo posible una recíproca influencia sobre su articulación; esto es, conclusiones como las que el filólogo esperaba poder deducir del estudio de las equivocaciones orales. En el caso de perturbación ejercida por influencias exteriores a la misma frase o al contenido del discurso, se trataría, ante todo, de llegar al conocimiento de los elementos perturbadores, y entonces surgirá la cuestión de si también el mecanismo de esta perturbación podía o no sugerir las probables reglas de la formación del discurso.

No se puede afirmar que Meringer y Mayer no hayan visto la posibilidad de perturbaciones del discurso motivadas por «complicadas influencias psíquicas» o elementos 34

exteriores a la palabra, la frase o el discurso. En efecto, tenían que observar que la teoría del diferente valor psíquico de los sonidos no alcanzaba estrictamente más que para explicar la perturbación de los sonidos, las anticipaciones y los ecos. En aquellos casos en que la perturbación de las palabras no puede ser reducida a la de los sonidos, como sucede en las sustituciones y contaminaciones, han buscado, en efecto, sin vacilar, la causa de las equivocaciones orales fuera del contexto del discurso y han demostrado este punto por medio de preciosos ejemplos.

Entre ellos citaré los que siguen:

(Pág. 62.) «Ru. relataba en una ocasión ciertos hechos que interiormente calificaba dècochinerías' (Schweinereien); pero no queriendo pronunciar esta palabra, dijo: Èntonces se descubrieron determinados hechos…' Mas al pronunciar la palabra Vorschein, que aparece en esta frase, se equivocó, y pronunció Vorschwein. Mayer y yo nos hallábamos presentes, y Ru. nos confesó que al principio había pensado decir: Schweinereien. La analogía de ambas palabras explica suficientemente el que la pensada se introdujese en la pronunciada, revelándose.»

(Pág. 73.) «También en las sustituciones desempeñan, como en las contaminaciones, y acaso en un grado mucho más elevado, un importantísimo papel las imágenes verbales `flotantes'. Aunque éstas se hallan fuera de la consciencia, están, sin embargo, lo bastante cercanas a ella para poder ser atraídas por una analogía del complejo al que la oración se refiere, y entonces producen una desviación en la serie de palabras del discurso o se cruzan con ella. Las imágenes verbales `flotantes' son con frecuencia, como antes hemos dicho, elementos retrasados de un proceso oral recientemente terminado (ecos).»

(Pág. 97.) «La desviación puede producirse asimismo por analogía cuando una palabra semejante a aquella en que la equivocación se manifiesta yace en el umbral de la consciencia y muy cerca de ésta, sin que el sujeto tenga intención de pronunciarla. Esto es lo que sucede en las sustituciones. Confío en que estas reglas por mí expuestas habrán de ser confirmadas por todo aquel que las someta a una comprobación práctica; pero es necesario que al realizar tal examen, observando una equivocación oral cometida por una tercera persona, se procure llegar a ver con claridad los pensamientos que ocupaban al sujeto. He aquí un ejemplo muy instructivo. El señor L. dijo un día ante nosotros: Èsa mujer me inspiraría miedo' (einjagen), y en la palabra einjagen cambió la j en l, pronunciando einlagen. Tal equivocación motivó mi extrañeza, pues me parecía incomprensible aquella sustitución de letras, y me permitió hacer notar a L. que había dicho einlagen, en vez de einjagen, a lo cual me respondió en el acto: `Sí, sí, eso ha sido, sin duda, porque estaba pensando: no estoy en situación (Lage).'»

Otro ejemplo. En una ocasión pregunté a R. v. Schid. por el estado de su caballo, que se hallaba enfermo. R. me respondió: «Sí, estòdrurará' (`draut') quizá todavía un mes.» La sobrante dèdrurará' me pareció incomprensible, dado que la r dèdurará'

(dauert) no podía haber actuado en tal forma, y llamé la atención de V. Schid. sobre su lapsus, respondiéndome aquél que al oír mi pregunta había pensado: «Es una triste (traurige) historia.» Así, pues, R. había tenido en su pensamiento dos respuestas a mi pregunta y las había mezclado al pronunciar una de ellas.

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Es innegable que la toma en consideración de las imágenes verbales «flotantes» que se hallan próximas al umbral de la consciencia y no están destinadas a ser pronunciadas, y la recomendación de procurar enterarse de todo lo que el sujeto ha pensado constituye algo muy próximo a las cualidades de nuestros «análisis». También nosotros partimos por el mismo camino en busca del material inconsciente; pero, en cambio, recorremos, desde las ocurrencias espontáneas del interrogado hasta el descubrimiento del elemento perturbador, un camino más largo a través de una compleja serie de asociaciones.

Los ejemplos de Meringer demuestran otra cosa muy interesante también. Según la opinión del propio autor, es una analogía cualquiera de una palabra de la frase que se tiene intención de expresar con otra palabra que no se propone uno pronunciar, lo que permite emerger a esta última por la constitución de una deformación, una formación mixta o una formación transaccional (contaminación):

lagen,

traurig,…schwein.

jagen,

dauert,

Vorschein

En mi obra La interpretación de los sueños he expuesto el papel que desempeña el proceso de condensación (Verdichtungsarbeit) en la formación del llamado contenido manifiesto del sueño a expensas de las ideas latentes del mismo. Una semejanza cualquiera de los objetos o de las representaciones verbales entre dos elementos del material inconsciente es tomada como causa creadora de un tercer elemento que es una formación compuesta o transaccional. Este elemento representa a ambos componentes en el contenido del sueño, y a consecuencia de tal origen se halla frecuentemente recargado de determinantes individuales contradictorias. La formación de sustituciones y contaminaciones en la equivocación oral es, pues, un principio de aquel proceso de condensación que encontramos toma parte activísima en la construcción del sueño.

En un pequeño artículo de vulgarización, publicado en la Neue Freie Presse, el 23

de agosto de 1900, y titulado «Cómo puede uno equivocarse», inició Meringer una interpretación práctica en extremo de ciertos casos de intercambio de palabras, especialmente de aquellos en los cuales se sustituye una palabra por otra de opuesto sentido. Recordamos aún cómo declaró abierta una sesión el presidente de la Cámara de Diputados austríaca: «Señores diputados -dijo-. Habiéndose verificado el recuento de los diputados presentes, se levanta la sesión.» La general hilaridad le hizo darse cuenta de su error y enmendarlo en el acto. La explicación de este caso es que el presidente deseaba ver llegado el momento de levantar la sesión, de la que esperaba poco bueno, y -cosa que sucede con frecuencia- la idea accesoria se abrió camino, por lo menos parcialmente, y el resultado fue la sustitución de «se abre» por se «levanta»; esto es, lo contrario de lo que tenía la intención de decir. Numerosas observaciones me han demostrado que esta sustitución de una palabra por otra de sentido opuesto es algo muy corriente. Tales palabras de sentido contrario se hallan ya asociadas en nuestra consciencia del idioma. Yacen inmediatamente vecinas unas de otras y se evocan con facilidad erróneamente.

No en todos los casos de intercambio de palabras de sentido contrario resulta tan fácil como en el ejemplo anterior hacer admisible la explicación de que el error cometido 36

esté motivado por una contradicción surgida en el fuero interno del orador contra la frase expresada. El análisis del ejemplo aliquis nos descubre un mecanismo análogo. En dicho ejemplo la interior contradicción se exteriorizó por el olvido de una palabra en lugar de su sustitución por la de sentido contrario. Mas para compensar esta diferencia haremos constar que la palabra aliquis no es capaz de producir un contraste como el existente entre «abrir» y

«cerrar» o «levantar» una sesión, y además que «abrir», como parte usual del discurso, no puede hallarse sujeto al olvido.

Habiendo visto en los últimos ejemplos citados de Meringer y Mayer que la perturbación del discurso puede surgir tanto por una influencia de los sonidos anticipados o retrasados, o de las palabras de la misma frase destinadas a ser expresadas, como por el efecto de palabras exteriores a la frase que se intenta pronunciar, y cuyo estímulo no se hubiera sospechado sin la emergencia de la perturbación, tócanos ahora averiguar cómo se pueden separar definitivamente, una de otra, ambas clases de equivocaciones orales y cómo puede distinguirse un ejemplo de una de ellas de un caso de la otra. En este punto de la discusión hay que recordar las afirmaciones de Wundt, el cual, en su reciente obra sobre las leyes que rigen el desarrollo del lenguaje (Völkerpsychologie, tomo I, parte primera, págs.

371 y sigs., 1900), trata también de los fenómenos de la equivocación oral. Opina Wundt que en estos fenómenos y otros análogos no faltan jamás determinadas influencias psíquicas. «A ellas pertenece, ante todo, como una determinante positiva, la corriente no inhibida de las asociaciones de sonidos y de palabras, estimulada por los sonidos pronunciados. Al lado de esta corriente aparece, como factor negativo, la desaparición o el relajamiento de las influencias de la voluntad que deben inhibir dicha corriente, y de la atención, que también actúa aquí como una función de la voluntad. El que dicho juego de la asociación se manifieste en que un sonido se anticipe o reproduzca los anteriormente pronunciados, en que un sonido familiar intercale entre otros o, por último, en que palabras totalmente distintas a las que se hallan en relación asociativa con los sonidos pronunciados actúen sobre éstos, todo ello no indica más que diferencias en la dirección y a lo sumo en el campo de acción de las asociaciones que se establecen, pero no en la naturaleza general de las mismas. También en algunos casos puede ser dudoso el decidir qué forma se ha de atribuir a una determinada perturbación, o si no sería más justo referirla, conforme al principio de la complicación de las causas, a la concurrencia de varios motivos.» (Páginas 380 y 381. Las itálicas son mías.)

Considero absolutamente justificadas y en extremo instructivas estas observaciones de Wundt. Quizá se pudiera acentuar con mayor firmeza el hecho de que el factor positivo favorecedor de las equivocaciones orales -la corriente no inhibida de las asociaciones- y el negativo -el relajamiento de la atención inhibitoria- ejercen regularmente una acción sincrónica, de manera que ambos factores resultan no ser sino diferentes determinantes del mismo proceso. Con el relajamiento o, más precisamente, por el relajamiento de la atención inhibitoria entra en actividad la corriente no inhibida de las asociaciones.

Entre los ejemplos de equivocaciones orales reunidos por mí mismo apenas encuentro uno en el que la perturbación del discurso pueda atribuirse sola y únicamente a lo que Wundt llama «efecto de contacto de los sonidos». Casi siempre descubro, además, una influencia perturbadora procedente de algo exterior a aquello que se tiene intención de expresar, y este elemento perturbador es o un pensamiento inconsciente aislado, que se 37

manifiesta por medio de la equivocación y no puede muchas veces ser atraído a la consciencia más que por medio de un penetrante análisis, o un motivo psíquico general, que se dirige contra todo el discurso.

Ejemplos:

1) Viendo el gesto de desagrado que ponía mi hija al morder una manzana agria, quise, bromeando, decirle la siguiente aleluya: El mono pone cara ridícula

al comer, de manzana, una partícula.

Pero comencé diciendo: El man… Esto parece ser una contaminación de «mono» y

«manzana» (formación transaccional), y puede interpretarse también como una anticipación de la palabra «manzana», preparada ya para ser pronunciada. Sin embargo, la verdadera interpretación es la siguiente: Antes de equivocarme había recitado ya una vez la aleluya, sin incurrir en error alguno, y cuando me equivoqué fue al verme obligado a repetirla, por estar mi hija distraída y no haberme oído la primera vez. Esta repetición, unida a mi impaciencia por desembarazarme de la frase, debe ser incluida en la motivación del error, el cual se presenta como resultante de un proceso de condensación.

2) Mi hija dijo un día: «Estoy escribiendo a la señora de Schresinger.» El apellido verdadero era Schlesinger. Esta equivocación se debió, probablemente, a una tendencia a facilitar la articulación, pues después de varias r es difícil pronunciar la l: «Ich schreibe der Frau Schlesinger.» Debo añadir, además, que esta equivocación de mi hija tuvo efecto pocos minutos después de la mía entre «mono» y «manzana» y que las equivocaciones orales son en alto grado contagiosas, a semejanza del olvido de nombres, en el cual han observado Meringer y Mayer este carácter. No conozco la razón de tal contagiosidad psíquica.

3) Una paciente, al comienzo de la sesión de tratamiento y al querer decir que las molestias que experimentaba le hacían «doblarse como una navaja de bolsillo»

(Taschenmesser), cambió las consonantes de esta palabra, y dijo: Tassenmescher, equivocación explicable por la dificultad de articulación de tal palabra. Habiéndole llamado la atención sobre su error, replicó prontamente: «Sí, eso me ha sucedido porque antes ha dicho usted también Ernscht, en vez de Ernst.» En efecto, al recibirla había yo dicho: «Hoy ya va la cosa en serio (Ernst)» -pues era aquélla la última sesión antes de vacaciones-, y, bromeando, había aprovechado el doble sentido de la palabra Ernst (serio y Ernesto) para decir Ernscht (apelativo familiar de Ernesto), en vez de Ernst (serio). En el transcurso de la sesión siguió equivocándose la paciente repetidas veces, haciéndome por fin observar que no se limitaba a imitarme, sino que tenía, además, una razón particular en su inconsciente para continuar considerando la palabra Ernst, no como el adjetivo serio, sino como nombre propio: Ernesto.

4) La misma paciente, queriendo decir en otra ocasión: «Estoy tan resfriada que no puedo aspirar (atmen) por la nariz (Nase)», dijo: «Estoy tan constipada que no puedo naspirar (natmen) por la ariz (Ase)», y en el acto se dio cuenta de la causa de su equivocación, explicándola en la siguiente forma: «Todos los días tomo el tranvía en la 38

calle Hasenauer. Esta mañana, mientras lo estaba esperando, se me ocurrió pensar que si yo fuese francesa diría Asenauer, pues los franceses no pronuncian la h aspirándola, como lo hacemos nosotros.» Después de esto habló de varios franceses que había conocido, y al cabo de amplios rodeos y divagaciones recordó que teniendo catorce años había representado en una piececilla titulada El Valaco y la Picarda el papel de esta última, habiendo tenido que hablar entonces el alemán como una francesa. La casualidad de haberse alojado por aquellos días en la casa de viajeros en que ella habitaba un huésped procedente de París había despertado en ella toda esta serie de recuerdos. El intercambio de sonidos (Nase atmen = Ase natmen) es, pues, consecuencia de una perturbación producida por un pensamiento inconsciente, perteneciente a un contenido ajeno en absoluto al de la frase expresada.

5) Análogo mecanismo se observa en la equivocación de otra paciente, cuya facultad de recordar desapareció de pronto a la mitad de la reproducción de un recuerdo infantil, que volvía a emerger en la memoria después de haber permanecido olvidado durante mucho tiempo. Lo que su memoria se negaba a comunicar era en qué parte de su cuerpo le había tocado la indiscreta y desvergonzada mano de cierto sujeto.

Inmediatamente después de haber sufrido este olvido visitó la paciente a una amiga suya y habló con ella de sus respectivas residencias veraniegas. Preguntada por el lugar en que se hallaba situada la casita que poseía en M., dijo que en las nalgas de la montaña (Berglende), en vez de en la vertiente de la misma (Berglehne).

6) Otra paciente, a la que después de la sesión de tratamiento pregunté por un tío suyo, me respondió: «No lo sé. Ahora no le veo más que in fraganti.» Al siguiente día, en cuanto entró, me dijo: «Estoy avergonzada de mi tonta respuesta de ayer. Ha debido usted de pensar que soy una de esas personas ignorantes que usan siempre equivocadamente las locuciones extranjeras. Lo que quise decir es que ahora ya no veía a mi tío más que en passant.» Por el momento no sabíamos de dónde podía haber tomado la paciente las palabras extranjeras equivocadamente empleadas; mas en la misma sesión, continuando el tema de la anterior, apareció una reminiscencia en la que desempeñaba el papel principal el hecho de haber sido sorprendida in fraganti. Así, pues, la equivocación del día anterior había anticipado este recuerdo, entonces todavía inconsciente.

7) Estando sometiendo a un análisis a otra paciente, le expresé mi sospecha de que en la época de su vida de que entonces tratábamos se hallaba ella avergonzada de su familia y hubiese hecho a su padre un reproche sobre algo que hasta aquel momento nos era aún desconocido. La paciente no recordaba nada de ello, y además dijo que mi suposición le parecía improbable. Mas luego continuó la conversación, haciendo varias observaciones sobre su familia, y al decir: «Lo que hay que concederles es que no son personas vulgares.

Todos ellos tienen inteligencia (Geist)», se equivocó y dijo: «Todos ellos tienen avaricia (Geiz).» Este era el reproche que por represión había ella expulsado de su memoria. Es un fenómeno muy frecuente el de que en la equivocación se abra paso precisamente aquella idea que se quiere retener (compárese con el caso de Meringer: Vorschein = Vorschwein).

La diferencia entre ambos está tan sólo en que en el caso de Meringer el sujeto quiere inhibir una cosa de la que posee perfecta consciencia, mientras que mi paciente no sabía lo que inhibía, ni siquiera si inhibía alguna cosa.

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8) El siguiente ejemplo de equivocación se refiere también, como el de Meringer, a un caso de inhibición intencionada. Durante una excursión por las Dolomitas encontré a dos señoras que vestían trajes de turismo. Fui acompañándolas un trozo de camino y conversamos de los placeres y molestias de las excursiones a pie. Una de las señoras concedió que este deporte tenía su lado incómodo. «Es cierto -dijo- que no resulta nada agradable sentir sobre el cuerpo, después de haber estado andando el día entero, la blusa y la camisa empapadas en sudor.» En medio de esta frase tuvo una pequeña vacilación que venció en el acto. Luego continuó, y quiso decir: «Pero cuando se llega a casa (nach Hause) y puede uno cambiarse de ropa…»; mas en vez de la palabra Hause (casa) se equivocó y pronunció la palabra Hose (calzones).

Opino que no hace falta examen ninguno para explicar esta equivocación. La señora había tenido claramente el propósito de hacer una más completa enumeración de las prendas interiores, diciendo: «Blusa, camisa y calzones», y por razones de conveniencia social había retenido el último nombre. Pero en la frase de contenido independiente que a continuación pronunció se abrió paso, contra su voluntad, la palabra inhibida (Hose), surgiendo en forma de desfiguración de la palabra Hause (casa). [Ejemplo agregado en 1917.]

9) «Si quiere usted comprar algún tapiz, vaya a casa de Kauffmann (apellido alemán que significa, además [con una f] comerciante), en Matthäusgasse», me dijo un día una señora. Yo repetí: «A Matthäus…, digo, de Kauffmann.» Esta equivocación de repetir un nombre en lugar de otro parecía ser simplemente motivada por una distracción mía. En efecto, las palabras de la señora me habían distraído, pues habían dirigido Ia atención hacia cosas más importantes que los tapices de que me hablaba. En Matthäusgasse se halla la casa donde mi mujer vivía de soltera. La entrada de esta casa daba a otra calle, y en aquel momento me di cuenta de que había olvidado el nombre de esta última, siéndome preciso dar un rodeo mental para llegar a recordarlo. El nombre Matthäus, que fijó mi atención, era, pues, un nombre sustitutivo del olvidado nombre de la calle, siendo más apto para ella que el nombre de Kauffmann, por ser exclusivamente un nombre propio, cosa que no sucede a este último, y llevar la calle olvidada también un nombre propio: Radetzky.

10) El caso siguiente podría incluirse, asimismo, entre los «errores», de los que trataré más adelante, pero lo expongo ahora por aparecer en él con especial claridad la relación de sonidos que motiva la equivocación.

Una paciente me relató un sueño que había tenido y que era el siguiente: Un niño había decidido matarse dejándose morder por una serpiente, y, en efecto, llevaba a cabo su propósito. La paciente lo vio en su sueño retorcerse convulsionado bajo los efectos del veneno, etc. Hice que buscase el enlace que su sueño pudiera tener con sus impresiones de la vigilia, y en el acto recordó que la tarde anterior había asistido a una conferencia de vulgarización sobre el modo de prestar los primeros auxilios a las personas mordidas por reptiles venenosos. En ella oyó que cuando han sido mordidos al mismo tiempo un adulto y un niño se debe atender primero a este último. Recordaba también las prescripciones aconsejadas para el tratamiento de estos casos por el conferenciante, el cual había insistido sobre la importancia de saber, ante todo, por qué clase de serpiente había sido atacado el herido. Al llegar aquí interrumpí a mi paciente y le pregunté: «¿Y no dijo el conferenciante que en nuestro país hay muy pocas serpientes venenosas ni tampoco cuáles de las que de 40

esta clase hay son las más temibles?» «Sí -respondió-; habló de la serpiente de cascabel (Klapperschlange).» Mi risa le hizo darse cuenta de que había dicho algo equivocado, pero no rectificó el nombre de la serpiente, sustituyéndolo por otro, sino que se limitó a retirarlo, diciendo: «Es verdad; la serpiente de cascabel no existe en nuestro país, y de lo que el conferenciante habló fue de las víboras. No sé cómo he podido referirme a ese reptil.» Yo supuse que la aparición de la serpiente de cascabel en la respuesta de mi paciente había obedecido a la intervención de los pensamientos que se hallaban ocultos detrás de su sueño.

El suicidio por mordedura de una serpiente no puede apenas ser otra cosa que una alusión a la bella Cleopatra (Kleopatra). La amplia analogía de los sonidos de ambas palabras, la común posesión de las letras Kl… p… r… en igual orden de sucesión y la acentuación en ambas de la letra a deben tenerse muy en cuenta. La favorable relación existente entre los nombres serpiente de cascabel (Klapperschlange) y Cleopatra (Kleopatra) motivó en la paciente una momentánea inhibición del juicio, a consecuencia de la cual, y a pesar de saber tan bien como yo que la serpiente de cascabel no pertenecía a la fauna de nuestro país, no halló nada extraña su afirmación de que el conferenciante había expuesto a un público vienés el tratamiento de las mordeduras de dicho reptil. No queremos, en cambio, reprocharle que admitiese con igual ligereza su existencia en Egipto, pues estamos acostumbrados a confundir en un solo montón todo lo exótico, y yo mismo tuve que pararme a meditar un momento, antes de sentar la afirmación de que la serpiente de cascabel pertenece únicamente a la fauna del Nuevo Mundo.

En la continuación del análisis fueron apareciendo diversas confirmaciones de mi hipótesis. La paciente había fijado por vez primera su atención, la tarde anterior al sueño relatado, en el grupo escultórico de Straßer, que representaba a Antonio y Cleopatra, situado en las proximidades de su casa. Este había sido, pues, el segundo motivo del sueño (el primero fue la conferencia sobre las mordeduras de las serpientes). En la continuación del mismo se vio meciendo a un niño en sus brazos, escena a la cual asoció después la figura de la Margarita goethiana. Posteriores ideas espontáneas que surgieron en el análisis fueron reminiscencias referentes a Arria y Mesalina. La aparición de tantos nombres de obras teatrales en los pensamientos del sueño hace sospechar que en la sujeto existió en años anteriores una viva afición, secretamente mantenida, a la profesión de actriz. El principio del sueño: «Un niño había decidido suicidarse dejándose morder por una serpiente», puede traducirse en estas palabras: «La sujeto se había propuesto en su infancia llegar a ser una actriz famosa.» Del nombre Mesalina parte, por fin, el camino mental que conduce al contenido esencial de este sueño. Determinados sucesos recientes habían despertado en mi paciente la preocupación de que su único hermano llegase a contraer un matrimonio desigual, una mésalliance, con una mujer de raza distinta, una no aria.

11) He aquí un ejemplo por completo inocente, o que lo creemos así, por no haber sido aclarados totalmente sus motivos. En él se transparenta con gran claridad el mecanismo interior.

Un alemán que viajaba por Italia tuvo necesidad de comprar una correa para sujetar su baúl, que se le había estropeado. En el diccionario encontró la palabra italiana coreggia, como correspondiente a la alemana Riemen (correa). «No me será difícil recordar esta palabra -se dijo-. Bastará con que piense en el nombre del pintor Correggio.» Después de esto se dirigió a una tienda y pidió una ribera. [Ribera, el pintor español del siglo diecisiete.]

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Se ve, pues, que el sujeto no había conseguido sustituir en su memoria la palabra alemana por la italiana equivalente, pero que su esfuerzo no había sido totalmente vano.

Sabía que tenía que apoyarse en el nombre de un pintor, y obrando de este modo tropezó no con aquel cuyo sonido semejaba a la palabra italiana, sino con otro de sonido aproximado a la palabra alemana Riemen (correa). Este ejemplo podría colocarse entre los olvidos de nombres lo mismo que aquí, entre las equivocaciones.

Cuando me dedicaba a coleccionar casos de equivocaciones orales para la primera edición de este libro efectuaba yo solo esta tarea, y para reunir material suficiente sometía al análisis todos los casos que me era dado observar, aun aquellos de escasa importancia.

Mas de entonces acá se han dedicado varias otras personas a la entretenida labor de coleccionar y analizar equivocaciones, permitiéndome hacer una selección de casos y ejemplos, extrayendo los más significativos del rico material acumulado.

12) Un joven dijo a su hermana: «He roto toda relación con D… Ahora ya ni siquiera la saludo.» La hermana quiso responderle: «Haces bien. Es una familia poco recomendable (Sippschaft)»; pero cambió la letra inicial de la palabra Sippschaft, y dijo Lippschaft. En esta equivocación acumuló dos cosas: que su hermano comenzó tiempo atrás un galanteo con una hija de dicha familia, y que de esta muchacha se dice que poco tiempo antes se había comprometido gravemente entregándose a un amor (Liebschaft) prohibido.

13) Un joven abordó a una muchacha en la calle con las palabras: «Si usted me lo permite, señorita, desearía acompañarla (begleiten)»; pero en vez de este verbo begleiten (acompañar) formó un nuevo (begleitdigen), compuesto del primero y beleidigen (ofender).

Se ve claramente que pensaba en el placer de acompañarla, pero que temía ofenderla con la proposición. El que estos dos sentimientos encontrados llegasen a ser expresados en una palabra -en la equivocación- indica que las verdaderas intenciones del joven no eran precisamente las más puras, ya que a él mismo le parecían poder ofender a la señorita. Pero su inconsciente le jugó una mala pasada, delatando sus verdaderos propósitos, con lo cual obtuvo, como es natural, la respuesta obligada en estos casos: «¡Qué se ha figurado usted de mí! ¡Cómo puede ofenderme de ese modo!» (Comunicado por O. Rank.) Varios de los ejemplos que van a continuación están tomados por mí de un artículo de W. Stekel, titulado «Confesiones inconscientes», publicado en el Berliner Tageblatt de 4

de enero de 1904. [Incluidos en 1907 los ejemplos 14 al 20.]

14) «El caso que sigue me reveló una parte, para mí poco grata, de mis pensamientos inconscientes. Antes de exponerlo quiero hacer constar que en mi profesión de médico no pienso nunca, como es justo, en las ganancias que mis pacientes puedan proporcionarme, sino tan sólo en su propio interés; sin embargo, una vez me sucedió lo siguiente: Me hallaba en casa de un enfermo, convaleciente ya de una grave dolencia.

Durante el período de máxima gravedad, ambos, médico y enfermo, habíamos pasado días y noches muy penosos. Iniciada la convalecencia, me sentía muy contento de verle en vías de franca curación y le hablé de los placeres de una estancia en Abazia, que había de reponerle por completo, «si, como yo esperaba, no le era posible abandonar pronto el lecho». Seguramente, este no había surgido de un motivo egoísta de mi inconsciente: el de 42

poder continuar visitando un cliente adinerado, deseo completamente extraño a mi consciencia y que si hubiera apuntado en ella hubiera yo rechazado con indignación.»

15) Otro ejemplo de W. Stekel: «Mi mujer tomó una institutriz francesa para por las tardes. Después de ponerse de acuerdo con nosotros sobre las condiciones reclamó sus certificados, que nos había entregado, y justificó su petición diciendo: Je cherche encore pour les après-midis, pardon, pour les avant-midis. Claramente se veía la intención de buscar otra casa en la que quizá fuese admitida en mejores condiciones, intención que llevó a cabo.»

16) A petición de su marido, tuve un día que reprender enérgicamente a una señora, hallándose aquél escuchando detrás de una puerta para observar el efecto producido por la reprimenda. Esta causó, realmente, una gran impresión en la señora. Al despedirme de ella lo hice con las palabras: «Beso a usted la mano, caballero», con lo cual si la interesada hubiera sido persona experimentada en estas cuestiones hubiese podido descubrir que mi despedida se dirigía en realidad a aquel por encargo del cual la había yo sermoneado.

17) El doctor Stekel nos refiere de sí mismo que, teniendo una vez en tratamiento a dos pacientes procedentes de Trieste, confundía siempre entre sí sus respectivos nombres, y al saludarlos decía: «Buenos días, señor Peloni», al que se llamaba Askoli, y «Buenos días, señor Askoli», a Peloni. Al principio se inclinó a no atribuir ninguna profunda motivación a este cambio y a explicarlo sencillamente por las varias coincidencias existentes entre ambos sujetos, pero más tarde le fue fácil convencerse de que tan continuada equivocación obedecía al vanidoso deseo de hacer saber de aquel modo a sus dos clientes italianos que no era ninguno de ellos el único habitante de Trieste que había hecho el viaje hasta Viena para acudir a su consulta.

18) El mismo doctor Stekel cuenta que en una tormentosa junta general, queriendo decir: «Pasamos (wir schreiten) ahora al punto cuarto de la orden del día», dijo: «Peleamos (wir streiten)», etc.

19) Un profesor, en un discurso de toma de posesión de una cátedra, dijo: «No estoy inclinado (ich bin nicht geneigt) a hacer el elogio de mi estimado predecesor», queriendo decir: «No soy el llamado (Ich bin nicht geeignet).»

20) El doctor Stekel dijo a una señora a la que suponía atacada de la enfermedad de Basedow: «Le lleva usted un bocio (Kropf)… a su hermana», queriendo decir: «Le lleva usted una cabeza (Kopf) de alto.»

21) Stekel informa: «Alguien quiso describir las relaciones de dos amigos destacando el hecho que uno de ellos era judío. Diciendo: `vivían juntos como Castor y Pollak' (en vez de Pollux, los dos mellizos divinos en la mitología griega). Esto por cierto no fue dicho con intención chistosa, mi interlocutor no se dio cuenta de su error hasta que yo se lo hice ver.»

22) A veces la equivocación descubre algo característico del que la sufre. Una casada joven, que ordenaba y mandaba en su casa como jefe supremo, me relataba un día que su marido había ido a consultar al médico sobre el régimen alimenticio más conveniente para su salud, opinando el doctor que no necesitaba seguir ningún régimen especial. «Así, pues -continuó la mujer-, puede comer y beber lo que yo quiera.»

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Los dos ejemplos siguientes, publicados por Th. Reik en la Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, III, 1915, proceden de situaciones en las que se producen con gran facilidad las equivocaciones, pues en ellas se inhibe mucho más de lo que se expresa.

23) Un caballero hablaba con una joven señora, cuyo marido había fallecido poco tiempo antes. Después de darle el pésame, añadió: «Encontrará usted un consuelo dedicándose (widmen) ahora por completo a sus hijos.» Pero, abrigando un pensamiento reprimido referente a otro distinto consuelo existente para su interlocutora, esto es, que, siendo una joven y bella viuda (Witwe), no tardaría en gozar de nuevas alegrías sexuales, confundió los sonidos de las palabras widmen (dedicar) y Witwe (viuda) y dijo widwen en su frase de consuelo.

24) El mismo señor, conversando una noche en una reunión con la misma joven viuda sobre los grandes preparativos que a la sazón se hacían en Berlín para la celebración de las fiestas de Pascua, preguntó a su interlocutora: «¿Ha visto usted hoy el escaparate de Wertheim? Está muy bien descotado.» No habiendo podido expresar en voz alta su admiración ante el descote de la bella señora, su pensamiento retenido se había abierto paso aprovechando la semejanza de las palabras descotado y decorado y transformando la decoración del escaparate de una tienda en un descote. La palabra escaparate fue también empleada en la frase con un inconsciente doble sentido.

Igual motivo se descubre en una observación de Hans Sachs, minuciosamente explicada y analizada por él mismo.

25) Una señora me hablaba de un conocido de ambos, y dijo que la última vez que le había visto había observado que iba, como siempre, elegantísimamente vestido y llevaba unos preciosísimos zapatos (Halbschuhe) negros. Yo le pregunté que dónde le había encontrado, y ella respondió: «Llamó a la puerta de mi casa y le vi por las rendijas de la mirilla, pero ni le abrí ni di señales de vida, pues no quería que se enterase de mi regreso a la ciudad.» Al oír esto pensé que me ocultaba, probablemente, que no le había abierto porque no estaba sola en la casa y, además, porque su toilette no era en aquellos momentos la más apropiada para recibir visitas. Con estos pensamientos, le pregunté algo irónicamente: «De manera que a través de la mirilla le fue a usted posible admirar las zapatillas (Hausschuhe), digo, los zapatos (Halbschuhe) de nuestro amigo?» En la palabra zapatillas (Hausschuhe) había surgido el inhibido pensamiento de que la señora se hallaba en traje de casa (Hauskleid). Por otro lado, la partícula Halb (medio) de Halbschuhe (zapatos) poseía una tendencia a desaparecer, por constituir el elemento principal la frase que, de no haber sido reprimida, hubiera expresado mi pensamiento, o sea: «No me dice usted más que media verdad, pues me oculta que en aquel momento se hallaba usted a medio vestir.» Mi equivocación fue también facilitada por el hecho de haber estado hablando inmediatamente antes de la vida matrimonial del amigo de referencia y de su

«felicidad doméstica», lo cual contribuyó a determinar el desplazamiento sobre su persona.

Por último, debo confesar que quizá interviniera también mi envidia en el hecho de hacer andar en zapatillas por la calle al elegante caballero, pues yo había comprado hacía poco unos zapatos negros, que no podían, bajo ningún concepto, ser calificados de

«preciosísimos».

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Tiempos de guerra como los actuales hacen surgir una gran cantidad de equivocaciones fácilmente explicables y comprensibles: 26) «¿En qué arma sirve su hijo?», preguntaron a una señora. «En los asesinos del 42», respondió. (Mörsern = morteros; Mördern = asesinos.) 27) El teniente Henrik Haiman escribe desde el campo de batalla: «Estando leyendo un libro de apasionante interés tuve que abandonar la lectura para sustituir por un momento al encargado del teléfono de campaña. Al efectuar la prueba de la línea telefónica de una batería contesté diciendo: «Línea en orden. Silencio», en lugar de las palabras reglamentarias: «Línea en orden. Final.» Mi equivocación se explica por el enfado que me produjo el verme arrancado de la lectura.»

28) Un sargento recomendó a sus hombres que dieran con precisión sus señas a sus casas respectivas para que no se extraviaran los paquetes (Gepäckstücke) que de ellas les mandaran; pero pensando en deseadas vituallas mezcló con la palabra paquetes (Gepäckstücke) la palabra tocino (Speck), mezcla que produjo Gespeckstücke, que fue la palabra que pronunció en su recomendación a los soldados.

29) El ejemplo que a continuación va, ejemplo de extraordinaria belleza y muy importante por su triste significado, me ha sido comunicado por el doctor L. Czeszer, que observó el caso en su estancia, durante la guerra, en la neutral Suiza y lo ha analizado sin dejar vacío alguno. Doy aquí su comunicación casi completa, sin más modificación que algunos cortes que no afectan a nada esencial:

«Me voy a permitir comunicarle un caso de èquivocación oral' sufrida por el profesor M. N. en la ciudad de O., durante una de las conferencias que compusieron su curso de verano sobre la psicología de los sentimientos. Debo anticiparle que estas conferencias se celebraban en un aula de la Universidad, ante un público compuesto en su mayoría de estudiantes de la Suiza francesa, partidarios decididos de la Entente y en el que abundaban también los prisioneros de guerra franceses internados en Suiza. En la ciudad de O. se emplea ahora siempre, como en Francia, la palabra boche para designar a los alemanes. Claro es que en los actos públicos, conferencias, etc., los altos empleados, los profesores y demás personas responsables se esfuerzan en evitar, por razón de la neutralidad de su país, el pronunciar la ominosa palabra.

»El profesor N. trataba a la sazón de la significación práctica de los afectos, y en una de sus conferencias pensaba citar un ejemplo de intencionada explotación de un afecto, encaminada a convertir en un placer la ejecución de un trabajo muscular interesante por sí mismo y hacerlo con ello más intenso. A este efecto, relató en francés, naturalmente, una historia, reproducida en un periódico pangermanista por los de la localidad y en la que se relataba cómo un maestro de escuela alemán, que hacía trabajar a sus alumnos en un jardín, les invitó, para hacer más intenso su trabajo, a representarse que en cada terrón que machacasen en su labor deshacían el cráneo de un francés. Naturalmente, el profesor N., cada vez que en su relato tropezaba con la palabra àlemán', decía con toda corrección allemand y no boche. Pero al llegar al final de la historia reprodujo las palabras del maestro en la siguiente forma: Imaginez-vous qu'en chaque moche vous écrasez le crâne d'un Français! Así, pues, en vez de motte dijo moche.

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»¿No se ve aquí perfectamente cómo el correcto hombre de ciencias toma desde el principio de su narración todas las precauciones para resistir el impulso de la costumbre o quizá de una tentación y no dejar escapar desde la altura de una cátedra universitaria una palabra de uso expresamente prohibido por decreto de la Confederación? Mas en el preciso momento en que ha pronunciado por última vez con toda felicidad y corrección las palabras instituteur allemand y avanza con un interior suspiro de alivio hacia el ya inmediato final de su historia, el vocablo temido y tan trabajosamente evitado se engancha en su similicadente motte y la desgracia sucede irreparablemente. El temor de cometer una falta de tacto político y quizá un reprimido capricho o deseo de usar, a pesar de todo, la palabra habitual y esperada por su auditorio, así como el enfado del republicano y democrático profesor ante toda coacción ejercida contra la libre expresión de sus opiniones, se interpusieron ante su intención principal de relatar correctamente el ejemplo. El orador conoce esta tendencia interferencial y no puede admitir que no haya pensado en ella momentos antes de sufrir su equivocación.

»Esta no fue advertida por el profesor N. o, por lo menos, no fue corregida por él, cosa que en la mayoría de los casos se suele hacer automáticamente. En cambio, el auditorio, compuesto en su mayor parte de franceses, acogió con verdadera satisfacción el lapsus, el cual hizo el efecto de un chiste intencionado. Por mi parte, seguí este suceso, inocente en apariencia, con apasionado interés, pues aunque por razones fácilmente comprensibles tenía que renunciar a hacer al profesor N. las preguntas que el método psicoanalítico prescribe para aclarar la equivocación, ésta constituía para mí una prueba palpable de la verdad de la teoría freudiana de la determinación de los actos fallidos (Fehlhandlungen) y de las profundas analogías y conexiones entre la equivocación y el chiste.»

30) Bajo las melancólicas impresiones de la época de guerra, surgió también el siguiente caso de equivocación, que nos comunica un oficial austríaco (Teniente T.) al regresar de su cautiverio en Italia:

«Durante algunos de los meses que estuve prisionero en Italia nos hallábamos alojados doscientos oficiales en una estrecha villa. En este tiempo murió de la gripe uno de nuestros compañeros. La impresión que este suceso nos produjo fue, como es natural, muy profunda, por las condiciones en que estábamos, dado que la falta de asistencia médica y el desamparo en que se nos tenía hacían más que probable el desarrollo de la epidemia. El cadáver de nuestro compañero había sido colocado, en espera de recibir sepultura, en los sótanos de la casa. Por la noche, dando un paseo alrededor de nuestra villa con un amigo mío, coincidimos ambos en el deseo de ver el cadáver. Siendo yo el que primero entró en el sótano, me hallé ante un espectáculo que me sobrecogió, pues no esperaba encontrar el ataúd tan inmediato a la entrada ni ver de repente, tan cercano a mí, el rostro del difunto, cuya inmovilidad parecía alterada por los cambiantes reflejos que las llamas de los cirios arrojaban sobre él al ser movidas por el aire. Todavía bajo la impresión de aquel cuadro, continuamos nuestro paseo. Al llegar a un sitio desde el cual se ofrecía a nuestros ojos el parque entero nadando en la luz de la luna, la pradera surcada por los blancos rayos y al fondo un ligero manto de niebla, comuniqué a mi compañero mi impresión de ver danzar un círculo de duendes bajo la línea de pinos que cerraba el horizonte.

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»A la tarde siguiente enterramos a nuestro camarada. El camino desde nuestra prisión hasta el cementerio de una localidad vecina fue para nosotros amargo y humillante.

Una multitud de muchachos, mujeres y ancianos del pueblo, aprovechó la ocasión para desahogar ruidosamente sus sentimientos de curiosidad y de odio hacia sus enemigos prisioneros. La sensación de no poder permanecer libre de insultos ni aun en nuestra inerme situación y el asco ante aquella grosería me dominaron hasta la noche, llenándome de amargura. A la misma hora de la noche anterior, y acompañado por el mismo camarada, comencé a pasear por el enarenado camino que daba vuelta a nuestro alojamiento. Al pasar frente a la puerta del sótano donde estuvo depositado el cadáver acudió a mi memoria el recuerdo de la impresión que a su vista hubo de sobrecogerme. Cuando llegamos al lugar desde el cual se descubría el parque entero, nuevamente iluminado por la luna, me detuve y dije a mi acompañante: `Podíamos sentarnos aquí en la tumba (Grab) -digo, en la hierba (Gras)- y enterrar (sinken) -por entonar (singen)- una serenata.' Al sufrir la segunda equivocación se fijó mi atención en lo ocurrido pues la primera la había rectificado sin haberme dado cuenta de su significación. Mas entonces medité sobre ambas y las uní del siguiente modo: ènterrar -en la tumba'. Rápidamente se me presentaron las siguientes imágenes: los duendes bailando y flotando en el resplandor lunar, el compañero amortajado, la impresión que me causó su vista y determinadas escenas del entierro. Al mismo tiempo recordé la sensación de repugnancia sentida durante el perturbado duelo, así como ciertas conversaciones sobre la epidemia y los temores expresados por varios oficiales. Más tarde recordé también que aquel día era el aniversario de la muerte de mi padre, cosa que me extrañó, dada mi pésima memoria sobre las fechas.

»Sucesivas meditaciones me hicieron darme cuenta de las coincidencias que presentaban las condiciones exteriores de ambas noches: igual luz de luna, igual hora, igual lugar y la misma persona a mi lado. Recordé el disgusto que había experimentado al conocer el peligro de un desarrollo de la epidemia gripal y, al mismo tiempo también, mi decisión interior de no dejarme dominar por el temor. Entonces me di cuenta del significado de la equivocación: `Podríamos enterrar (nos) en la tumba', y llegué al convencimiento de que la primera rectificación del error tumba-hierba, verificada por mí sin darme cuenta de su sentido, había tenido como consecuencia el segundo error de enterrar por entonar, encaminado a asegurar al complejo reprimido una efectividad final.

»Añadiré que en aquella época padecía yo de sueños aterradores, en los cuales vi repetidas veces a una muy próxima pariente mía enferma en su lecho, y una vez, muerta.

Inmediatamente antes de ser hecho prisionero había recibido la noticia de que en la región en que dicha persona se hallaba había estallado con gran fuerza la epidemia gripal, y le había expresado mis temores. Desde entonces cesé de saber de ella. Meses después recibí la noticia de que dos semanas antes del suceso anteriormente descrito había sido víctima de la epidemia.»

31) El siguiente ejemplo de equivocación oral arroja vivísima luz sobre uno de los dolorosos conflictos que se presentan a los médicos. Un individuo, presuntamente atacado de una mortal dolencia, cuyo diagnóstico no se había fijado todavía con absoluta seguridad, acudió a Viena para tratar de resolver allí su problema, y pidió a un antiguo amigo suyo, médico muy conocido, que se encargase de asistirle, cosa que éste aceptó, no sin alguna resistencia. El enfermo debía ingresar en una casa de salud, y el médico propuso a este fin 47

el Sanatorio Hera. «Pero ese sanatorio no es más que para una especialidad (para partos)», repuso el enfermo. «Nada de eso -replicó vivamente el médico-; en el Sanatorio Hera puede matarse (umbringen) -digo, alojarse (unterbringen)- a cualquier paciente.» Al darse cuenta de lo que había dicho, luchó el médico violentamente contra la significación de su lapsus.

«Supongo -dijo- que no creerás que tengo impulsos hostiles contra ti.» Pero un cuarto de hora después confesó a la enfermera que había tomado a su cargo el cuidado del paciente y que le acompañaba hasta la puerta del establecimiento: «No he encontrado nada, y no creo aún que tenga esa enfermedad. Pero si la tuviera, le daría una buena dosis de morfina y todo habría terminado.» Resulta que su amigo le había puesto la condición de que acortara sus sufrimientos con un medicamento cualquiera en cuanto se viera que su enfermedad era irremediable. Así, pues, el médico había realmente aceptado la misión de matar (umbringen) a su amigo.

32) No quisiera prescindir del siguiente caso, altamente instructivo, a pesar de haber sucedido hace ya unos veinte años.

Hablando una señora en una reunión de un tema que, por el apasionamiento de sus palabras, se advertía que despertaba en ella intensas emociones secretas, dijo lo siguiente:

«Sí; una mujer necesita ser bella para gustar a los hombres. El hombre tiene menos dificultad para gustar a las mujeres. Basta con que tenga sus cinco miembros bien derechos.» Este ejemplo nos permite penetrar en el íntimo mecanismo de un lapsus oral, producido por condensación o contaminación. Podemos admitir que nos hallamos ante la fusión de dos frases de análogo sentido:

«Basta con que tenga sus cuatro miembros bien derechos.»

«Basta con que tenga sus cinco sentidos bien cabales.»

O también que el elemento derechos (gerade) fuera común a dos intenciones de expresión que hubieran sido las siguientes:

«Basta con que tenga sus miembros bien derechos (gerade).»

«Por lo demás, podrá dejar que todos los cinco sean pares (gerade)».

Puede, por tanto, admitirse que ambas formas de expresión, la de los cinco sentidos y la de «dejar que todos los cinco sean pares», han cooperado a introducir primero un número y después el misterioso cinco en lugar del sencillo cuatro en la frase de «los miembros bien derechos». Esta fusión no se hubiera verificado seguramente si la frase resultante de la equivocación no hubiera tenido un sentido propio: el de una cínica verdad, que no podía ser descaradamente reconocida por una señora. Por último, no queremos dejar de hacer observar que las palabras de la sujeto, según su sentido literal, podían ser igualmente un excelente chiste que una divertida equivocación. Esto depende tan sólo de que fueran o no pronunciadas intencionadamente. La conducta de la sujeto hacía imposible en este caso la intención y, por tanto, el chiste.

La afinidad entre una equivocación oral y un chiste puede llegar a ser tan grande, que la persona misma que la sufre ría de ella como si de un chiste se tratase. Este es el caso 48

que se presenta en el siguiente ejemplo, comunicado por O. Rank (Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, I, 1913):

33) Un joven recién casado, cuya mujer, deseosa de no perder su aspecto juvenil, se resistía a concederle con demasiada frecuencia el comercio sexual, me contó la siguiente historia, que había divertido extraordinariamente al matrimonio: «Después de una noche en la que él había quebrantado de nuevo la abstinencia deseada por su mujer, se puso por la mañana a afeitarse en la alcoba común y, como ya lo había hecho otras veces por razones de comodidad, usó para empolvarse la cara una borla de polvos que su mujer tenía encima de la mesa de noche. La esposa, muy cuidadosa de su cutis, le había dicho varias veces que no usara dicha borla, y, enfadada por la nueva desobediencia, exclamó desde el lecho, en que aún se hallaba reposando: «¡Ya estás otra vez echándome polvos con tu borla!» La risa de su marido le hizo darse cuenta de su equivocación. Había querido decir: «¡Ya estás otra vez echándote polvos con mi borla!», y sus carcajadas acompañaron a las del marido.

(«Empolvar o echar polvos» es una expresión conocida por todo vienés como equivalente a

«realizar el coito», y la borla constituye indudablemente en este caso un símbolo fálico.) 34) También en el ejemplo siguiente, proporcionado por Storfer, pudiera ser creído que se intentaba hacer un chiste: «La Sra. B., que sufría una afección de indudable origen psicogénico, se le había recomendado consultar a un psicoanalista, el Dr. X. Ella se resistía persistentemente, alegando que un tratamiento así no podría nunca ser de algún valor, ya que el médico equivocadamente señalaría todo lo anterior a cosas sexuales. Llegó finalmente el día en el que estando pronta a seguir el consejo preguntó: Nun gut, wann ordinärt also dieser Dr. X.? («Está bien, ¿cuándo este Dr. X, tiene sus horas de consulta?», era lo que quería en verdad preguntar; pero en vez de ordiniert preguntó por las «ordinarias o vulgares»).

35) El parentesco entre el chiste y la equivocación oral se manifiesta también en el hecho de que la equivocación no es a veces más que una contracción. Al terminar los estudios secundarios una muchacha siguiendo la moda de la época se decidió estudiar Medicina. Después de un tiempo decidió cambiarse de Medicina a Química. Años más tarde describió este cambio en los siguientes términos: «No estaba del todo asqueada con las disecciones, pero una vez que tuve que extraer una uña del dedo de un cadáver, perdí totalmente mi agrado por la química».

36) Añadiré otro caso, cuya interpretación requiere escasa ciencia: Un profesor de Anatomía se ocupaba en cátedra de la explicación de la cavidad nasal, que, como es sabido, es uno de los temas más difíciles de la Esplacnología. Habiendo preguntado a su auditorio si había comprendido sus explicaciones, recibió una general respuesta afirmativa, a la que el profesor, del cual se sabía que tenía un alto concepto de sí mismo, repuso: «No me es fácil creer que me hayan entendido todos, pues las personas que conocen estas cuestiones, referentes a la cavidad nasal, pueden, aun en una ciudad de más de un millón de habitantes, como Viena, contarse con un dedo, perdón, con los dedos de una mano.»

37) El mismo catedrático dijo otra vez: «Por lo que respecta a los órganos genitales femeninos, no se ha podido, a pesar de muchas tentaciones (Versuchungen), perdón, tentativas (Versuche)…»

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38) Al doctor Alfred Robitsek, de Viena, debo el relato de dos casos de equivocación oral, observados y publicados por un antiguo escritor francés, y que transcribiré aquí sin traducirlos:

Brantôme (1527-1614).,Vies des Dames galantes, Discours second: «Si ay-je cogneu une très belle et honneste dame de par le monde, qui, devisant avec un honneste gentilhomme de la cour des affaires de la guerre durant ces civiles, elle luy dit: `J'ay ouy dire que le roy a faiet rompre tous les c… de ce pays là.' Elle vouloit dire les ponts. Pensez que, venant de coucher d'avec son mary, ou songeant à son amant, elle avoit encor ce nom frais en la bouche; et le gentilhomme s'en eschauffer en amours d'elle pour ce mot.»

«Une autre dame que j'ai congneue, entretenant une autre grand dame plus qu'elle, et luy louant et exaltant ses beautez, elle luy dit après: `Non, madame, ce que je vous en dis: ce n'est point pour vous adultérer; voulant dire adulater, comme elle le rhabilla ainsi: pensez qu'elle songeoit à adultérer'.»

39) Hay por supuesto ejemplos más modernos tales como aquellos términos de doble sentido, uno de ellos sexual (doubles entendres) que originan equivocaciones orales.

La Sra. F. describía su primera hora de un curso de idiomas: «Es muy interesante, el profesor es un apuesto joven inglés. Ya en la primera hora me dio a comprender durch die Bluse (à través de la camisa'); quiero decir, durch die Blume (à través de las flores') que él quisiera tomarme bajo su tutela personal.» (Citado por Storfer.) En el método psicoterápico que empleo para la solución y remoción de los síntomas neuróticos se encuentra uno con frecuencia ante Ia labor de descubrir, extrayéndolo de discursos y ocurrencias, en apariencia casuales, de los pacientes, un contenido psíquico que, aunque se esfuerza en ocultarse, no puede dejar de traicionarse a sí mismo, revelándose involuntariamente de muchas maneras diferentes. En estos casos, las equivocaciones suelen prestar los más valiosos servicios, cosa que podríamos demostrar por medio de convincentes y singulares ejemplos. En determinadas ocasiones, los pacientes confunden a los miembros de su familia y, queriendo referirse a una tía suya, dicen «mi madre», o designan a su marido como su «hermano». De este modo me descubren que «identifican» a estas personas una con otra; esto es, que las han colocado en una única categoría sentimental. He aquí otro caso: un joven de veinte años se presentó a mí en mi consulta con las palabras: «Soy el padre de N. N., a quien usted ha asistido. Perdón, quería decir el hermano. El es cuatro años mayor que yo.» Esta equivocación me dio a entender que el joven había querido decir que tanto él como su hermano estaban enfermos por la culpa de su padre y que acudía a mí, como su hermano, con el deseo de curarse; pero que en realidad era el padre el que más necesitaba ser sometido a un tratamiento. Otras veces es suficiente una disposición poco usual de las palabras o una expresión forzada para descubrir la participación de un pensamiento reprimido en el discurso del paciente, diferentemente motivado.

Tanto en aquellas perturbaciones del discurso que presentan una burda trama como en aquellas otras más sutiles, pero que pueden también sumarse a las «equivocaciones orales», encuentro que no es la influencia del contacto de los sonidos, sino la de los pensamientos exteriores a la oración que se tiene propósito de pronunciar, lo que determina el origen de la equivocación oral y basta para explicar las faltas orales cometidas. Las leyes según las cuales actúan los sonidos entre sí transformándose unos a otros, me parecen 50

ciertas; pero no, en cambio, lo suficientemente eficaces para perturbar por sí solas la correcta emisión del discurso. En los casos que he estudiado e investigado más detenidamente no representan estas leyes más que un mecanismo preexistente, del cual se sirve un motivo psíquico más remoto que no forma parte de la esfera de influencia de tales relaciones de sonidos. En un gran número de sustituciones, aparecidas en equivocaciones orales, no se siguen para nada tales leyes fonéticas. En este punto me hallo de completo acuerdo con Wundt, que afirma igualmente que las condiciones de la equivocación oral son muy complejas y van más allá de los efectos de contacto de los sonidos.

Dando por seguras estas «remotas influencias psíquicas», según la expresión de Wundt, no veo tampoco inconveniente alguno en admitir que en el discurso emitido rápidamente, y con la atención desviada de él hasta cierto punto, pueden quedar limitadas las causas de la equivocación a las leyes expuestas por Meringer y Mayer. Pero lo más probable es que muchos de los ejemplos coleccionados por estos autores posean más complicada solución.

Tomad, por ejemplo, algunos de los ya mencionados: Es war mir auf der Schwest…

Brust so schwer (pág. 788). ¿Sucedió aquí simplemente que el sonido schwe retrotrajo el sonido igualmente equivalente bru anticipándolo? Escasamente podría descartarse la idea que el sonido que forma schwe se le permitió posteriormente obstruir de esta manera dada una relación especial. Esto pudiera ser únicamente la asociación entre Schwester (hermana)-Bruder (hermano); quizá también Brust der Schwester (el seno de la hermana), que lleva a uno a diferentes grupos de pensamientos. Es este invisible ayudante detrás de las escenas que presta al schwe, por demás inocente, la fuerza para producir una equivocación oral.

En otros casos de equivocaciones orales puede aceptarse que la similicadencia con palabras obscenas o la alusión a un sentido de este género constituyen por sí solas el elemento perturbador. El intencionado retorcimiento o desfiguración de palabras y frases, a que tan aficionados son determinados individuos ordinarios, no responde sino al deseo de aludir a lo prohibido con un motivo por completo inocente, y este juego es tan frecuente, que no sería nada extraño que apareciera también no intencionadamente contra la voluntad del sujeto. Sin lugar a dudas que pertenecen a esta categoría los ejemplos de Eischeißweibchen en vez de Eiweißscheibchen (`huevo-cagar-mujer', en vez de tajaditas de clara de huevo); Apopos Fritz (en vez de à propos, siendo popo un apelativo corriente de las nalgas); Lokuskapitäl (en vez de Lotuskapitäl, W. C. en vez de Capital); y tal vez el Alabüsterbachse de Santa María Magdalena (en vez del Alabasterbüchse). El hacer equivocaciones orales era un síntoma de una paciente mía, que persistió hasta retrotraerlo a un chiste infantil de cambiar ruinieren (ruina) por urinieren (urinario).

La tentación de usar el artificio de la equivocación oral permitiendo el libre uso de palabras prohibidas e impropias, es la base de las observaciones de Abraham sobre las parapraxias «con propósito de sobrecompensación» (1922). Una paciente tenía la característica de duplicar la primera sílaba de los nombres propios tartamudeando. Cambió Protágoras por Protragoras, poco después de haber dicho A-alexander en vez de Alexander.

Interrogada reveló que en su niñez tenía especial agrado en el chiste vulgar de repetir las sílabas a y po si estaban al comienzo de las palabras, forma de entretención que lleva corrientemente a la tartamudez en los niños. (A-a y Popo, significan heces y nalgas para los 51

niños.) Al pensar en Protágoras se dio cuenta del riesgo de omitir la r y llegar a decir Popotágoras. A manera de protección de la r le añadió una segunda r. En otra ocasión le ocurrió algo semejante al distorsionar las palabras Parterre (planta baja) y Kondolenz (condolencia) a objeto de evitar decir Pater (padre) y Kondom (condón), ambas muy unidas en sus asociaciones. Otro de los pacientes de Abraham confesó una inclinación a decir Àngora' todo el tiempo en vez de Angina -muy probablemente por el temor de sentirse tentado a reemplazar vagina por angina. Estas equivocaciones orales deben su existencia, por consiguiente, a que un impulso defensivo retuvo la ventaja en vez del distorsionado; y justamente llama la atención Abraham a la analogía entre este proceso y la formación de síntomas en la neurosis obsesiva. (Nota agregada en 1924.) Ich fordere Sie auf, auf das Wohl unseres Chefs aufzustoßen [àufzustoßen' en lugar de ànzustoßen': èructar' en vez dèbrindar', `chocar' (los vasos), es decir: «Lo(s) exhorto a eructar a la salud de nuestro jefe» -Nota del E.-] , difícilmente sería otra cosa que una parodia inintencionada que resulta ser una perseveración de una con intención. Si yo fuese el Principal (Presidente o Director) honrado en la ceremonia en la que el orador cometió esta equivocación, yo seguramente reflexionaría en la sabiduría de los romanos al permitir a los soldados de un general celebrando un triunfo expresar abiertamente, en forma de canciones satíricas, su crítica interna hacia el hombre a quien se le honraba.

Meringer relata que él mismo una vez le dijo a alguien, a quien, por ser el mayor del grupo se le llamaba familiarmente con el honorífico título de Senexl o bien Altes Senexl: Prost (a su salud), Senex altesl. El mismo se impresionó por su equivocación. Podemos, tal vez, interpretar su emoción; si pensamos en lo cerca que Altesl está de la frase insultante alter Esel (viejo asno). Hay poderosos castigos internos para aquellas contravenciones del respeto que merece la edad (es decir, en términos infantiles, del respeto al padre).

Espero que mis lectores apreciarán la diferencia de valor existente entre las interpretaciones de Meringer y Mayer, no demostradas con nada, y los ejemplos coleccionados por mí mismo y explicados por medio del análisis. Precisamente es una observación del mismo Meringer, muy digna de tenerse en cuenta, lo que mantiene viva mi esperanza de demostrar que también los casos aparentemente simples de equivocación pueden ser explicados por la existencia de una perturbación causada por una idea semirreprimida exterior al contexto que se tiene intención de expresar. Dice Meringer que es curioso el hecho de que a nadie le guste reconocer que ha cometido una equivocación oral. Existen muchos individuos, inteligentes y sinceros, que se sienten ofendidos cuando se les dice que han cometido un lapsus. Por mi parte, no me arriesgaría a afirmar esto con la generalidad que lo hace Meringer al emplear la palabra «nadie». Sin embargo, la huella de emoción que se manifiesta en el sujeto al serle demostrado su lapsus, emoción que es de la naturaleza de la vergüenza, tiene su significación y puede colocarse al lado del enfado que experimentamos al no recordar un nombre olvidado, o de nuestra admiración ante la tenacidad de un recuerdo aparentemente indiferente, e indica siempre la participación de un motivo en la formación de la perturbación.

La desfiguración de los nombres propios equivale siempre a un insulto cuando se hace intencionadamente, y podría tener igual significado en toda aquella serie de casos en que aparece como lapsus involuntario. Aquella persona que, según la comunicación de 52

Mayer, dijo una vez Freuder en vez de Freud, por tener intención de decirlo poco después de oírme el nombre Breuer, y habló otra vez del método de Freuer-Breud, queriendo decir el de Breuer-Freud (pág. 28), era un colega de facultad y, ciertamente, no un entusiasta de dicho método. Más adelante, al ocuparme de las equivocaciones gráficas, comunicaré un caso de desfiguración de un nombre que no puede explicarse de otra manera.

En estos casos interviene como elemento perturbador una crítica que no debe tenerse en cuenta, por no corresponder en el momento a la intención del orador.

Inversamente, la sustitución de un nombre por otro, la adopción de un nombre que no es el propio o la identificación llevada a cabo por equivocación de nombres, tiene que significar una apreciación o reconocimiento que momentáneamente y por determinadas razones debe permanecer en segundo término. S. Ferenczi relata una experiencia de este género, que procede de sus años escolares.

«En mis primeros años de colegio tuve que recitar una vez, ante mis condiscípulos, una poesía. Habiéndola preparado y estudiado a consciencia, me quedé muy sorprendido al ver que apenas había comenzado a recitar estallaba en la clase una general carcajada. El profesor me explicó después este singular recibimiento. Había dicho yo el título de la poesía -`Desde la lejanía'- con toda corrección; mas después, en vez del nombre de su autor había pronunciado el mío propio. El poeta se llamaba Alejandro (Sándor) Petöfi, y el llevar yo el mismo nombre de pila favoreció sin duda el intercambio; mas la verdadera causa de éste fue, seguramente, mi secreto deseo de identificarme en aquellos momentos con el héroe-poeta. Conscientemente también, sentía yo entonces por Petöfi un amor y un respeto rayanos en la adoración. Como es natural, todo mi complejo de ambición se ocultaba detrás de esta función fallida.»

Una parecida identificación por medio de un cambio de nombres me fue comunicada por un joven médico, que tímida y reverentemente se presentó al famoso Virchow con las palabras: «Soy el doctor Virchow.» El renombrado profesor se volvió lleno de asombro hacia él y le preguntó: «¡Ah!, ¿se llama usted también Virchow?» No sé cómo justificaría el ambicioso joven su equivocación, ni si imaginaría la cortés excusa de decir que se sentía tan pequeño ante el grande hombre, que hasta su propio nombre había olvidado, o tendría el valor de confesar que esperaba llegar a ser un día tan grande como Virchow y que, por tanto, el señor consejero áulico debía tratarle con toda consideración.

Desde luego, uno de estos dos pensamientos, o quizá ambos a la vez, tuvieron que causar el embarazo del joven al hacer su presentación.

Por razones altamente personales debo dejar indeciso si una parecida interpretación puede ser o no aplicable al siguiente caso: En el Congreso Internacional (de Psiquiatría y Neurología) de Amsterdam, en 1907, fue mi teoría de la histeria objeto de una viva discusión. Uno de mis más enérgicos contradictores cometió, al pronunciar su impugnación de mis teorías, repetidas equivocaciones orales, consistentes en ponerse en mi lugar y hablar en mi nombre. Decía, por ejemplo: «Breuer y yo hemos demostrado, como todos saben…», cuando lo que se proponía decir era: «Breuer y Freud han…», etc. El nombre de este adversario de mis teorías no presenta la más pequeña semejanza ni similicadencia con el mío. Tanto este ejemplo como muchos otros de intercambio de nombres, aparecidos en equivocaciones orales, nos indican que la equivocación puede prescindir por completo de 53

aquellas facilidades que le ofrece la similicadencia y realizarse apoyada tan sólo por ocultas relaciones de contenido.

En otros casos más significativos es una autocrítica, una contradicción que en nuestro fuero interno se eleva contra nuestras propias manifestaciones la que causa la equivocación, llegando hasta forzarnos a sustituir lo que nos proponemos expresar por algo contrario a ella. Entonces se observa con asombro cómo la forma de emitir una afirmación subraya el propósito de la misma y cómo el lapsus revela la interior insinceridad: La equivocación se convierte aquí en un medio de expresión y, con frecuencia, en la expresión misma de lo que no quería uno decir. Con ella nos traicionamos a nosotros mismos. Así, un individuo que en sus relaciones con la mujer no gustaría del llamado «coito normal», exclamó, hablando de una muchacha a la que se reprochaba su coquetería: «Conmigo se le quitaría pronto esa costumbre de coitear.» Aquí no cabe duda de que sólo a la influencia de la palabra coito es a lo que se puede atribuir la modificación introducida en la palabra coquetear, que es la que el individuo tenía intención de pronunciar. Lo mismo sucede en este otro caso: «Un tío nuestro -nos relató un matrimonio- estaba hace algunos meses muy ofendido con nosotros porque no le visitábamos nunca. Por fin, el ofrecerle nuestra nueva casa nos dio motivo para ir a verlo después de mucho tiempo. En apariencia se alegró mucho de vernos, pero al despedirnos nos dijo con gran afabilidad: «Espero que en adelante os veré más raramente que hasta ahora.»

Los casuales caprichos del material oral hacen surgir, a veces, equivocaciones que tienen, en unos casos, todo el abrumador efecto de una indiscreta revelación, y en otros, el completamente cómico de un chiste.

Así sucede en el ejemplo siguiente, comunicado y observado por el doctor Reitler:

«Una señora quiso alabar el sombrero de otra y le preguntó en tono admirativo: `¿Y

ha sido usted misma quien ha adornado ese sombrero?' Mas al pronunciar la palabra adornado (aufgeputzt), cambió la u de la última sílaba en a, formando un verbo que por su analogía con la palabra Patzerei (facha) revelaba la crítica ejercida en el interior de la señora sobre el sombrero de su amiga. Claro es que la azarante y clara equivocación no podía ya ser rectificada, por muchas alabanzas que a continuación se pronunciasen.»

Igual cosa se reporta en un caso citado por el Doctor Ferenczi: Come geschminkt (pintada) le dijo una de mis pacientes (húngara) a su suegra, en vez de decirle geschwind (rápido). Con esta equivocación ella le dio salida justamente a aquello que quería esconderle, su irritación por la vanidad de una señora de edad.

No es nada de raro que alguien que no esté hablando su lengua materna explote su falta de destreza con el propósito de hacer equivocaciones orales significativas en el idioma que le es extraño.

Menos comprometedora, pero también inequívoca, es la crítica expresada en el lapsus siguiente (Adición de 1920):

Una señora visita a una conocida suya, y la inagotable y poco interesante charla de esta última le causó pronto fatiga e impaciencia por marcharse. Por fin, consiguió interrumpirla y despedirse; pero al llegar a la antesala, su amiga, que la acompañaba, la detuvo con un nuevo torrente de palabras, y estando ya dispuesta a salir, tuvo que permanecer en pie ante la puerta, escuchándola. Por fin, la interrumpió diciendo: «¿Recibe 54

usted en la antesala?» (Vorzimmer), y se dio en seguida cuenta de su equivocación al ver la cara de asombro de su interlocutora. Lo que había querido decir, cansada por la larga permanencia en pie en la antesala y para intentar cortar la charla de su amiga, era: «¿Recibe usted por las mañanas?» (Vormittag), pero la equivocación reveló su impaciencia.

El siguiente es un caso de autorreferencia presenciado por el doctor Max Graf (adición de 1907):

«En una junta general de la Sociedad de Periodistas Concordia pronunció un joven socio, que sufría de constantes apuros económicos, un violento discurso de oposición, y en su arrebato interpeló a los miembros de la Comisión de Gobierno interior de la Sociedad (Ausschußmitglieder) con el nombre de miembros de adelantos (Vorschußmitglieder). En efecto, los miembros de la Comisión de Gobierno interior tenían a su cargo el conceder o no los préstamos solicitados por los socios, y el joven orador acababa de hacer una petición en tal sentido.»

En el ejemplo Vorschwein hemos visto que la equivocación se produce con facilidad cuando el sujeto procura reprimir alguna palabra insultante, constituyendo el error una especie de desahogo. Adiciones de 1920:

«Un fotógrafo que se había propuesto rehuir todo apelativo zoológico en su trato con sus torpes ayudantes quiso decir un día a un aprendiz que había derramado por el suelo la mitad del líquido contenido en una cubeta al querer trasvasarlo a otro recipiente: `Pero, hombre, ¿por qué no ha sacado (schöpfen Sie) antes un poco de líquido con cualquier cosa?' Pero cambió la f por una s, resultando la palabra Schöps (carnero = bobo), apelativo que el fotógrafo evitó pronunciar, pero que surgió en el lapsus. Otra vez, viendo a una ayudante poner imprudentemente en peligro una docena de valiosas placas, comenzó a dirigirle una larga y airada reprimenda, en la que quiso decir: `¿Es que está usted mala de la cabeza? (hirnverbrannt).' Mas al pronunciar esta palabra cambió la i primera en una o, resultando hornverbrannt (mala de los cuernos).»

El ejemplo que va a continuación constituye un serio caso de confesión involuntaria, llevado a cabo por medio de un lapsus linguae. Algunos detalles de interés que en él aparecen justifican que se transcriba aquí íntegra la comunicación que de él publicó A. A.

Brill en la Zentralbblat für Psychoanalyse, II, 1.

«Paseaba yo una noche con el doctor Frink, hablando de cuestiones referentes a la Sociedad psicoanalítica de Nueva York, cuando encontramos a un colega, el doctor R., al cual no había visto yo hacía años y de cuya vida privada no conocía nada. Ambos nos alegramos de volver a vernos, y a propuesta mía entramos en un café, en el que permanecimos dos horas conversando animadamente. El doctor R. parecía conocer mis asuntos particulares mejor que yo los suyos, pues tras los saludos de costumbre me preguntó por la salud de mi hijo, declarándome que de tiempo en tiempo tenía noticias mías por conducto de un amigo de ambos y que se interesaba mucho por mi actividad profesional, habiendo leído mis publicaciones en las revistas de Medicina. A mi vez le pregunté si se había casado, contestando él negativamente y añadiendo: `Para qué habría de casarse un hombre como yo.'

»Al abandonar el café se dirigió a mí de repente y me dijo: `Quisiera saber lo que haría usted en el caso siguiente: Conozco a una enfermera que ha sido declarada cómplice 55

en un proceso de divorcio. La esposa ofendida entabló éste contra su marido, acusándole de adulterio con la susodicha enfermera, y el divorcio se falló a favor de él…'. Al llegar aquí le interrumpí, diciendo: `Querrá usted decir a favor de ella, de la esposa.' R. rectificó en seguida: `Claro es; se falló a favor de ella'; y siguió su relato, contando que el escándalo producido había impresionado de tal modo a la enfermera, que había comenzado a darse a la bebida y contraído un grave desarreglo nervioso. Al final de su relato me pidió consejo sobre el tratamiento a que debía someterla.

»Al rectificar su equivocación le rogué me la explicara; pero, como sucede habitualmente en estos casos, recibí la asombrada respuesta de que el error había sido por completo casual, que no había motivo para suponer que se ocultase algo detrás de él y que, en fin de cuentas, todo el mundo tenía derecho a equivocarse. A esto repliqué que todas las equivocaciones orales tienen siempre un fundamento, y que si no me hubiera dicho poco antes que era soltero, hubiese estado tentado de considerarle como el protagonista del suceso relatado, porque siendo así quedaría explicada su equivocación por su deseo de no haber sido él, sino su mujer, quien hubiera perdido el pleito, con lo cual hubiese él quedado libre de tenerle que pasar alimentos y con el derecho de volver a casarse en Nueva York. El doctor rechazó, obstinadamente, mi sospecha, fortificándola al mismo tiempo por una exagerada reacción emocional y señales inequívocas de gran excitación, seguidas de ruidosas risotadas. A mi invitación a decir la verdad en interés de la ciencia, contestó diciendo: `Si no quiere usted que le mienta, debe seguir creyendo en mi soltería y, por tanto, en que su interpretación psicoanalítica es falsa en absoluto.' Luego añadió que el trato con un hombre como yo, que se fijaba en tales pequeñeces, era en extremo peligroso, y recordando de repente que tenía que acudir a una cita, se despidió de nosotros.

»Sin embargo, tanto el doctor Frink como yo estábamos convencidos de la exactitud de mi interpretación del lapsus, y por mi parte decidí comenzar a informarme para obtener una prueba favorable o adversa. Días después visité a un vecino mío, antiguo amigo del doctor R., el cual confirmó mi hipótesis en todos sus puntos. El pleito se había sentenciado unas semanas antes, y la enfermera había sido declarada cómplice del adulterio. El doctor R. está ahora firmemente convencido de la exactitud de los mecanismos freudianos.»

En el siguiente caso, comunicado por O. Rank, aparece también como indudable eI hecho de traicionar la equivocación los sufrimientos íntimos del sujeto que la sufre (Adición de 1912):

«Un individuo, carente en absoluto de sentimientos patrióticos y que deseaba educar a sus hijos en esta misma ausencia de ideales, en su opinión superfluos, reprochaba a aquéllos el haber tomado parte en una manifestación patriótica y achacaba su conducta en este caso al ejemplo de un tío de los muchachos: `Precisamente es a vuestro tío al que no debéis imitar -les dijo-. Es un idiota.' La cara de asombro de sus hijos, no acostumbrados a oír a su padre tratar al tío de aquel modo, le hizo darse cuenta de su equivocación, y disculparse rectificando: `Como supondréis, no quería decir idiota, sino patriota.'»

Como una involuntaria confesión en la que el sujeto se traiciona a sí propio es interpretada por aquella persona misma a la que se dirige la frase en la que aparece el error.

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La equivocación siguiente, comunicada por J. Stärcke (1917), el cual añade a su relato una observación acertada, pero que va más allá de los límites en que debe mantenerse la interpretación.

«Una dentista había convenido con su hermana que la reconocería un día para ver si existía o no contacto entre dos de sus muelas; esto es, si las paredes laterales de dichas muelas estaban o no suficientemente juntas para no permitir que quedasen entre ellas partículas de comida. Pasado algún tiempo, la hermana se quejaba de que le hiciera esperar tanto para llevar a cabo el reconocimiento prometido, y dijo, bromeando: Àhora está curando con todo interés a una colega suya. En cambio, yo, su hermana, tengo que esperar días y días.' Por fin, cumplió la dentista su promesa, y al reconocer a su hermana halló, en efecto, una caries en una de las muelas y dijo: `No creí que hubiera caries; sólo pensaba que no tendrías contante…, digo contacto, entre las dos muelas.' ¿Lo ves? -exclamó, riendo, la hermana-. ¿Ves cómo es por avaricia por lo que me has hecho esperar mucho más tiempo que a las pacientes que te pagan?'

»No debo -añade Stärcke- agregar mis propias observaciones a las de la hermana de la dentista ni sacar de ellas conclusión alguna; pero al serme conocido este lapsus no pude por menos de pensar que las dos amables e inteligentes mujeres permanecen aún solteras y, además, tratan poco con jóvenes del sexo contrario, y me pregunté a mí mismo si no tendrían más contacto con éstos teniendo más contante.»

Igual valor de confesión involuntaria tiene la siguiente equivocación comunicada por Th. Reik (1915):

«Una muchacha iba a ponerse en relaciones con un individuo por motivo de conveniencia familiar. Para aproximar a ambos jóvenes, sus respectivos padres organizaron una reunión a la que asistieron los futuros novios. La joven supo dominarse lo bastante para no dejar ver su antipatía a su pretendiente, que se mostró muy galante con ella. Mas después, cuando su madre le preguntó cómo le había parecido, queriendo contestar cortésmente: `Muy amable (liebenswürdig)', dijo: `Muy desagradable (liebenswidrig)'.»

También constituye una confesión no menos importante el siguiente lapsus, calificado por O. Rank de «chistosa equivocación». (Internat. Zeitschrift für Psychoanalyse) (1913):

«Una mujer casada, que gusta de oír contar anécdotas y de la que se dice no rechaza pretensiones amorosas extramatrimoniales cuando éstas se apoyan en presentes de alguna consideración, escuchaba cómo un joven que le hacía la corte relataba no sin intención la siguiente conocida historia: `Dos amigos estaban asociados en un negocio, y uno de ellos hacía el amor a la mujer del otro, la cual no se mostraba muy inclinada a concederle sus favores. Por fin le participó que accedería a sus pretensiones a cambio de un regalo de mil duros. En una ocasión en que el marido iba a partir de viaje, su consocio le pidió prestados mil duros, prometiendo entregárselos a su mujer al siguiente día. Naturalmente, esta cantidad quedó en seguida, como supuesto pago de sus favores, en manos de la mujer, la cual, al regresar su marido, pasó por la angustia de creerse descubierta y tuvo que entregar los mil duros y soportar encima silenciosamente su despecho por haber sido burlada.' Al llegar el joven, en el relato de esta historia, al punto en que el seductor dice a su consocio: 57

`Yo le devolveré mañana el dinero a tu mujer', su interlocutora le interrumpió con las significativas palabras siguientes: `Diga usted, ¿no me ha devuelto usted ya eso otra vez?…¡Ay, perdón!, quería decir contado.' Sólo haciendo directamente la proposición hubiera podido indicar mejor la señora su aquiescencia a entregarse bajo las mismas condiciones.»

Un bello caso de confesión, voluntaria, con inocentes resultados, es el que V. Tausk publica en la Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, IV, 1916, bajo el siguiente título:

«LA FE DE LOS PADRES»

»Como mi novia era cristiana -cuenta el señor A.- y no quería adoptar la fe judía, tuve yo que pasar del judaísmo al cristianismo para poderme casar con ella. Este cambio de confesión lo realicé no sin resistencia interior; pero el fin que con él me proponía conseguir parecía justificarlo, tanto más cuanto que contra él no podía alegar más que mi exterior pertenencia al culto hebreo, pues carecía de arraigadas convicciones religiosas. Sin embargo, siempre he confesado después pertenecer al judaísmo, y pocos de mis conocidos saben que estoy bautizado.

»De mi matrimonio me han nacido dos hijos, que han sido bautizados cristianamente. Cuando llegaron a edad de comprender las cosas, les revelé su ascendencia judía, con el fin de que las opiniones antisemitas que pudieran actuar sobre ellos en el colegio no influyeran, injustificadamente, en su posición ante mí.

»Hace algunos años pasaba yo el verano con mis hijos, que por entonces iban al colegio de primera enseñanza, en casa de la familia de un profesor de dicho colegio.

Hallándonos un día merendando con nuestros huéspedes, que en general eran personas amables, la señora de la casa, ignorante de la ascendencia semita de sus inquilinos veraniegos, lanzó algunas duras palabras contra los judíos. Yo debía haber declarado la verdad para dar a mis hijos un ejemplo del `valor de las propias convicciones'; pero temía las inagotables explicaciones que habían de seguir a mi declaración. Además, me cohibía el temor de tener que abandonar quizá el buen hospedaje que habíamos hallado y abreviar así las cortas vacaciones de que podíamos gozar mis hijos y yo en el caso de que nuestros huéspedes, al averiguar nuestro origen judío, cambiaran de conducta para con nosotros.

»Por tanto, callé, y suponiendo que mis hijos, si asistían por más tiempo a la conversación, acabarían por revelar franca y decididamente la verdad, quise alejarlos, enviándolos al jardín.

»Con esta intención me dirigí a ellos y les dije: Ìd al jardín, judíos (Juden)' y advirtiendo en seguida mi equivocación, rectifiqué: `muchachos (Jungen)'. Así, pues, mi equivocación fue la puerta por donde halló salida la verdad y la expresión del reprimidòvalor de las propias convicciones'. Los que me oyeron no sacaron consecuencia ninguna de mi equivocación, pues no le dieron importancia alguna; pero yo, por mi parte, saqué de ella la enseñanza de quèla fe de los padres' no se deja negar sin castigarnos cuando somos hijos y padres a un mismo tiempo.»

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De consecuencias más graves es la siguiente equivocación, que no publicaría si el mismo juez que tomó la declaración en que se produjo no me la hubiera indicado como propia para ser incluida en mi colección (Adición de 1920):

«Un reservista acusado de robo se refería en su declaración a su servicio militar (Dienststellung), y al pronunciar esta palabra se equivocó y dijo: Diebstellung (Dieb =

Diebstahl = ladrón, robo).»

En los trabajos de psicoanálisis las equivocaciones del paciente sirven muchas veces para aclarar los casos y confirmar aquellas hipótesis expuestas por el médico en el mismo momento en que el paciente las niega con obstinación. Con uno de mis clientes se trataba un día de interpretar un sueño que había tenido y en el que había aparecido el nombre Jauner. El cliente conocía, en efecto, a una persona de este nombre; pero no podíamos descubrir por qué tal persona había sido incluida en el contenido del sueño. Por último, expuse la hipótesis de que ello había sucedido tan sólo por la similicadencia del nombre Jauner con el injurioso calificativo Gauner = rufián. El paciente rechazó rápida y enérgicamente mi suposición; pero al hacerlo sufrió una equivocación que confirmó mi sospecha, por consistir en el mismo cambio de la letra g por una j. En efecto, al Ilamarle yo la atención sobre el lapsus cometido reconoció como cierta mi interpretación de su sueño (dijòjewagt' en vez dègewagt').

Cuando en una discusión seria sufre uno de los interlocutores uno de estos errores que convierten la intención de la frase en la completamente contraria, queda en posición desventajosa frente a su adversario, el cual raras veces deja de utilizar en provecho suyo tal ventaja.

Esto muestra claramente que en general todo el mundo da a las equivocaciones orales y demás clases de actos fallidos la misma interpretación que se les da en este libro, aunque luego los individuos aislados se nieguen a reconocerlo en teoría y no estén propicios a prescindir, cuando se trata de la propia persona, de la comodidad que supone la indiferente tolerancia con la que se miran tales funciones fallidas. La hilaridad y la burla que estos errores no dejan nunca de provocar cuando aparecen en momentos graves o decisivos son un testimonio contrario a la convención generalmente aceptada de que no son sino meros lapsus linguae, sin significación ni importancia psicológica alguna. Nada menos que el canciller alemán príncipe de Bülow tuvo que recordar en una ocasión esta teoría de la falta de significación de las equivocaciones orales para salvar su situación cuando, pronunciando un discurso en defensa de su emperador (noviembre de 1907), sufrió un error que le hizo decir lo contrario de lo que se proponía.

«Por lo que respecta al presente, a la nueva época del emperador Guillermo II -dijo-, he de repetir lo que ya dije hace un año: que es inicuo e injusto hablar de la existencia de una camarilla de consejeros responsables en torno a nuestro emperador… (Vivas exclamaciones: `¡Irresponsables!'), de consejeros irresponsables en torno de nuestro emperador. Perdonen sus señorías el lapsus linguae. (Hilaridad.)»

En este caso la frase del príncipe de Bülow perdió importancia ante su auditorio por la acumulación de negaciones entre las que se hallaba la equivocación. Además, la simpatía hacia el orador y la consideración de la difícil situación en que se hallaba hicieron que su error no se aprovechase para combatirle. Peores consecuencias tuvo el error de otro diputado que un año después y en la misma Cámara, queriendo invitar a sus oyentes a 59

enviar un mensaje sin consideraciones (rückhaltlos) al emperador, descubrió con una desgraciada equivocación sentimientos distintos que ocultaba en su pecho leal: LATTMANN: -«Examinemos esta cuestión del mensaje desde el punto de vista reglamentario. Según las leyes, el Reichstag tiene el derecho de dirigir mensajes al emperador, y creemos que el pensamiento y el deseo general del pueblo alemán están en dirigir al emperador en esta ocasión un manfiesto armónico, y si podemos hacerlo sin herir los sentimientos monárquicos, también debemos hacerlo doblando el espinazo (rückgratlos, invertebradamente). (Hilaridad tempestuosa, que dura varios minutos.) Señores, no he querido decir sin consideraciones (rückhaltlos) y sino doblando el espinazo (rückgratlos) -

hilaridad-, y una manifestación así, sin reserva alguna del pueblo, ha de ser aceptada en estos graves momentos por nuestro emperador.»

El periódico Vorwärts, en su número del 12 de noviembre de 1908, no dejaba de señalar el significado de esta equivocación:

«DOBLANDO EL ESPINAZO ANTE EL TRONO IMPERIAL»

»Nunca se ha demostrado tan claramente en un Parlamento, y por la involuntaria confesión de un diputado, la actitud de éste y de la mayoría de los miembros de la Cámara como lo consiguió el antisemita Lattmann en el segundo día de su interpelación cuando, con festivo pathos, dejó escapar la confesión de que él y sus amigos querían decir al emperador su opinión `doblando el espinazo'.

»Una tempestuosa hilaridad general ahogó las siguientes palabras del infeliz, que todavía consideró necesario disculparse, tartamudeando que lo que había querido decir eràsin consideraciones'.»

Agregaré otro ejemplo (adición de 1924) en el que la equivocación oral tomó la forma de una siniestra profecía. Comenzando 1923 hubo una gran conmoción en el mundo financiero cuando el joven banquero X. (probablemente uno de los más recientes nouveuax riches en W., y con seguridad el más rico y el más joven) al tomar posesión, después de una corta lucha, de la mayoría de las acciones de un Banco. Como consecuencia posterior hubo lugar una Asamblea General donde los viejos directores del Banco, financistas al estilo antiguo, no fueron elegidos y el joven X. llegó a presidente del Banco.

En el discurso de despedida con que el Director General Dr. Y. quiso honrar al presidente anterior, que no había sido reelegido, muchos notaron una molesta equivocación oral que se repitió una y otra vez. Reiteradamente habló de dahinscheiden (expirar), en vez de ausscheidend (saliente) presidente. Después de esto, el antiguo presidente que no fue reelecto murió pocos días después de esa asamblea. (Relatado por Storfer.) Otro bello ejemplo (Adición de 1907) de equivocación, encaminada no tanto a traicionar los sentimientos del personaje como a orientar al auditorio colocado fuera de la escena, se encuentra en el drama de Schiller Wallenstein, Los Piccolomini (acto I, escena V), y nos muestra que el poeta que utilizó este medio conocía la significación y el mecanismo de la equivocación oral. En la escena precedente, Max Piccolomini, lleno de entusiasmo, se ha declarado decidido partidario del duque, anhelando la llegada de la 60

bendita paz, cuyos encantos le fueron descubiertos en su viaje acompañando al campamento a la hija de Wallenstein. A continuación comienza la escena V:

«QUESTENBERG: -¡Ay de nosotros! ¿A esto hemos llegado? ¿Vamos, amigo mío, a dejarle marchar en ese error sin llamarle de nuevo y abrirle los ojos en el acto?

OCTAVIO: -(Saliendo de profunda meditación.)j Ahora acaba él de abrírmelos a mí, y veo más de lo que quisiera ver.

QUESTENBERG: -¿Qué es ello, amigo mío?

OCTAVIO: -¡Maldito sea el tal viaje!

QUESTENBERG: -¿Por qué? ¿Qué sucede?

OCTAVIO: -Venid. Tengo que perseguir inmediatamente la desdichada pista.

Tengo que observarla con mis propios ojos. Venid. (Quiere hacerle salir.) QUESTENBERG: -¿Por qué? ¿Dónde?

OCTAVIO: -(Apresurado.) Hacia «ella».

QUESTENBERG:

-Hacia…

OCTAVIO:

-(Corrigiéndose.) Hacia el duque. Vamos.»

Esta pequeña equivocación -hacia ella en vez de hacia él- tiene por objeto revelarnos que el padre ha adivinado el motivo de la decisión de su hijo de ponerse al lado de Wallenstein, mientras que Questenberg, el cortesano, no comprendiendo nada, le dice

«que le está hablando en adivinanza».

Otto Rank (1910) ha descubierto en Shakespeare otro ejemplo de empleo poético de la equivocación. Transcribo aquí la comunicación de Rank, publicada en la Zentralblatt für Psychoanalyse, I, 3:

«Otro ejemplo de equivocación oral, delicadamente motivado, utilizado con gran maestría técnica por un poeta y similar al señalado por Freud en el Wallenstein, de Schiller, nos enseña que los poetas conocen muy bien la significación y el mecanismo de esta función fallida y suponen que también lo conoce o comprenderá el público. Este ejemplo lo hallamos en El mercader de Venecia (acto III, escena II), de Shakespeare. Porcia, obligada por la voluntad de su padre a tomar por marido a aquel de sus pretendientes que acierte a escoger una de las tres cajas que le son presentadas, ha tenido hasta el momento la fortuna de que ninguno de aquellos amadores que no le eran gratos acertase en su elección. Por fin encuentra en Bassano al hombre a quien entregaría gustosa su amor, y entonces teme que salga también vencido en la prueba. Quisiera decirle que aun sucediendo así puede estar seguro de que ella le seguirá amando; pero su juramento se lo impide. En este conflicto interior le hace decir el poeta a su afortunado pretendiente:

»`Quisiera reteneros aquí un mes o dos aún antes que aventurarais la elección de que dependo. Podría indicaros cómo escoger con acierto; pero, si así lo hiciera, sería perjura, y no lo seré jamás. Por otra parte, podéis no obtenerme, y si esto sucede, me haríais arrepentir, lo cual sería un pecado, de no haber faltado a mi juramento. ¡Mal hayan vuestros ojos! Se han hecho dueños de mi ser y lo han dividido en dos partes, de las cuales la una es vuestra y la otra vuestra, digo mía; mas siendo mía es vuestra, y así toda soy vuestra.'»

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Así, pues, aquello que Porcia quería tan sólo indicar ligeramente a Bassano, por ser algo que en realidad debía callarle en absoluto, esto es, que ya antes de la prueba le amaba y era toda suya, deja el poeta, con admirable sensibilidad psicológica, que aparezca claramente en la equivocación, y por medio de este artificio consigue calmar tanto la insoportable incertidumbre del amante como la similar tensión del público sobre el resultado de la elección.

Dado el interés que merece tal confirmación por parte de los grandes poetas de nuestra concepción de las equivocaciones orales, creo justificado agregar aún a los anteriores un tercer ejemplo de esta clase, comunicado por E. Jones («Un ejemplo de uso literario de la equivocación oral», en la Zentralblatt für Psychoanalyse, I, 10) (1911):

»Otto Rank llama la atención, en un artículo recientemente publicado, sobre un bello ejemplo en el cual Shakespeare hace cometer a una de sus figuras femeninas, a Porcia, una equivocación oral, por medio de la cual quedan revelados sus secretos pensamientos. Por mi parte quiero también señalar un ejemplo análogo existente en El egoísta, la obra maestra del gran novelista inglés George Meredith. El argumento de esta novela es el siguiente: Un aristócrata, muy admirado en su círculo mundano, sir Willaughby Patterne, se desposa con una tal miss Constancia Durham, la cual, habiendo descubierto en su prometido un desenfrenado egoísmo, que él oculta con habilidad a los ojos de la gente, se escapa, para huir de un matrimonio que le repugna, con un capitán, Oxford. Años después Patterne y otra mujer, miss Clara Middleton, se dan mutua palabra de casamiento. La mayor parte del libro está destinada a describir minuciosamente el conflicto que surge en el alma de Clara Middleton al descubrir, como antes lo descubrió Constancia Durham, el egoísmo de su prometido. Determinadas circunstancias externas y su propia concepción del honor continúan manteniendo a Clara ligada a su promesa de matrimonio, mientras que cada vez va sintiendo mayor desprecio hacia sir Willaughby.

Estos sentimientos los confía en parte al secretario y primo de aquél, Vernon Whitford, con el cual se casa al final de la novela. Pero éste, por su lealtad hacia Patterne y varios motivos, guarda en un principio una actitud de reserva.

En un monólogo en el que Clara da rienda suelta a su dolor dice lo que sigue: «¡Si un hombre noble viera la situación en que me hallo y no desdeñara prestarme su ayuda!

¡Oh, ser libertada de esta prisión donde gimo entre espinas! Por mí sola no puedo abrirme camino. Soy demasiado cobarde. Sólo una señal que con un dedo se me hiciera creo que me transformaría. Desgarrada y sangrante podría huir entre el desprecio y el griterío de la gente a refugiarme en los brazos de un camarada… Constancia halló un soldado. Quizá rezó y fue escuchada su plegaria. Hizo mal. Pero ¡cómo la amo por haber osado! El nombre de él era Harry Oxford… Ella no dudó, rompió sus cadenas y marchó franca y decididamente. Osada muchacha, ¿qué pensarás de mí? Pero yo no tengo ningún Harry Whitford; yo estoy sola…»

»La rápida percepción de que había sustituido por otro nombre el de Oxford la anonadó como un mazazo, haciendo cubrirse su rostro de llameante púrpura.»

El hecho de que los nombres de los dos sujetos terminasen en «ford» facilita la confusión de la protagonista, y para muchos constituiría una justificación suficiente del error; pero el novelista indica claramente la verdadera causa profunda.

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En otra parte del libro aparece de nuevo la misma equivocación, seguida de aquella vacilación y aquel repentino cambio de tema con los que nos familiarizan el psicoanálisis y la obra de Jung sobre las asociaciones, y que no aparecen más que cuando ha sido herido un complejo semiconsciente. Patterne dice en tono de superioridad, refiriéndose a Whitford:

«¡Falsa alarma! El bueno de Vernon es incapaz de hacer nada extraordinario.» Clara responde: «Pero si, míster Oxford…, digo míster Whitford… Mirad vuestros cisnes cómo acuden atravesando el lago. ¡Qué bellos están cuando se hallan irritados!» Pero vamos a lo que iba a preguntaros: «Aquellos hombres que son testigos de una visible admiración que a otros se profesa, ¿no se desanimarán ante ello?» Sir Willaughby se irguió rígidamente. Una repentina luz había iluminado su pensamiento.

Todavía en otro lugar revela Clara con un nuevo lapsus su interior deseo de una íntima unión con Vernon Whitford. Dando un recado a un muchacho le dice: «Di esta noche a míster Vernon…, a míster Whitford…»

La concepción de las equivocaciones orales que se sostiene en este libro ha sido verificada y comprobada hasta en sus más pequeños detalles. Repetidas veces he conseguido demostrar que los más insignificantes y naturales casos de errores verbales tienen su sentido y pueden ser interpretados de igual modo que los casos más extraordinarios. Una paciente que contra toda mi voluntad, pero con firme decisión, emprendía una corta excursión a Budapest justificaba ante mí su desobediencia alegando que no pasaría en dicha ciudad nada más que tres días; pero se equivocó, y en vez de tres días, dijo tres semanas. Con esto reveló que por su gusto, a pesar mío, pasaría mejor tres semanas que tres días con aquellas personas de Budapest cuya sociedad juzgaba yo perjudicial para ella.

Una noche, queriendo excusarme de no haber ido a buscar a mi mujer a la salida de un teatro, dije: «He estado en el teatro a las diez y diez minutos.» «¿Querrás decir a las diez menos diez?», me repusieron, rectificándome. Naturalmente, era esto lo que había querido decir, pues lo que había realmente dicho no constituía excusa ninguna. Había quedado con mi mujer en irla a buscar a la salida del teatro, y en el programa se decía que la función acabaría antes de las diez. Cuando llegué, el vestíbulo estaba ya a oscuras y el teatro vacío.

Indudablemente, la representación había terminado antes de mi llegada, y mi mujer no me había esperado. Saqué el reloj y vi que eran las diez menos cinco minutos; pero me propuse presentar la cuestión en mi casa aún más favorablemente para mí diciendo que eran las diez menos diez. Por desgracia, mi equivocación echó a perder mi propósito y reveló mi insinceridad, haciéndome además confesar un retraso más grave del verdadero.

Partiendo de este punto llegamos a aquellas perturbaciones del discurso que no pueden considerarse ya como equivocaciones orales, porque no afectan sólo a una palabra aislada, sino al ritmo y a la total exteriorización de la oración, como por ejemplo, las repeticiones y el tartamudeo causados por la confusión o el embarazo. Pero tanto en unos casos como en otros, lo que en las perturbaciones del discurso se revela es el conflicto interior. No creo, en verdad, que haya nadie que se equivoque durante una audiencia con el rey, en una seria y sincera declaración de amor o en una defensa del propio honor ante los jurados; esto es, en aquellos casos en que, según nuestra justa expresión corriente, pone uno toda su alma. Hasta al criticar el estilo de un escritor acostumbramos seguir aquel principio 63

explicativo del que no podemos prescindir en la investigación de las equivocaciones aisladas.

Un estilo límpido e inequívoco nos demuestra que el autor está de acuerdo consigo mismo, y, en cambio, una forma de expresión forzada o retorcida nos indica la existencia de una idea no desarrollada totalmente y nos hace percibir la ahogada voz de la autocrítica del autor.

Desde la aparición de la primera edición de este libro han comenzado varios amigos y colegas míos extranjeros a dedicar su atención a las equivocaciones cometidas en la lengua de sus respectivos países. Como era de esperar, han hallado que las leyes de las funciones fallidas son independientes del material oral y han adoptado igual método interpretativo que el empleado por nosotros en las equivocaciones cometidas en lengua alemana. Siendo incontables los ejemplos, no transcribiré aquí más que uno: El doctor A. A. Brill (Nueva York) comunica la siguiente observación propia: A friend described to me a nervous patient and wished to know whether I could benefit him. I remarked, I believe that in time I could remove all his symptoms by psycho-analysis because it is a durable case wishing to say curable! («A contribution to The Psychopathology of Everyday Life», en Psychotherapy, III… I, 1909.

Quiero, por último, añadir aquí (Adición 1917), para aquellos lectores que no se asustan ante un esfuerzo de atención y para aquellos otros familiarizados ya con el psicoanálisis, un ejemplo que demuestra a qué profundidades psíquicas puede llegarse en la persecución de los motivos de una equivocación oral.

L. Jekels (Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, I, 1913):

«El día 11 de diciembre, hablando con una dama polaca, me dirigió ésta en su idioma y con cierto tonillo de desafío la pregunta siguiente: «¿Por qué he dicho yo hoy que tenía doce dedos?»

A mi ruego reprodujo la escena en la que surgió su ocurrencia. Aquel día se había propuesto salir a hacer una visita con su hija, la cual padecía de dementia praecox en estado de remisión, y la había mandado a cambiarse de blusa a una habitación contigua. Al volver la hija ya vestida, encontró a su madre limpiándose las uñas, y entre ambas se desarrolló el siguiente diálogo:

LA HIJA: -Mira, yo ya estoy arreglada, y tú, no.

LA MADRE: -Es verdad; pero también tú no tenías más que hacer que ponerte una blusa, y yo, en cambio, tengo que arreglarme doce uñas.

LA HIJA: -¿Cómo?

LA MADRE: -(Impaciente.) Naturalmente. ¿No ves que tengo doce dedos?

Preguntada por un colega mío que asistía a su relato sobre lo que se le ocurría fijando su atención en el número doce, respondió pronta y resueltamente: Doce no es para mí ninguna fecha (de importancia).

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Pasando a la palabra dedos, nos comunicó, después de la ligera vacilación, la asociación siguiente: «En la familia de mi marido tenían todos seis dedos en cada pie.

Cuando nacieron mis hijos, lo primero que hicimos fue ver si también tenían seis dedos.»

Por causas exteriores al análisis no pudo éste ser continuado aquella noche; pero a la mañana siguiente, día 12 de diciembre, recibí la visita de la señora, que me dijo, visiblemente excitada: «Mire usted lo que me ha sucedido. Desde hace veinte años no he dejado nunca de felicitar a un anciano tío de mi marido en el día de su cumpleaños, que es hoy precisamente. Siempre acostumbro escribirle una carta el día anterior; pero esta vez se me ha olvidado y he tenido que ponerle un telegrama.»

Al oír esto recordé e hice recordar a la señora la seguridad con que la noche anterior había contestado a la pregunta de mi colega sobre el número doce, pregunta muy apropiada para haberle recordado el cumpleaños de su tío y a la que ella había respondido que el día 12 no significaba para ella ninguna fecha importante.

Entonces declaró la señora que el tío de su marido era hombre de fortuna y que ella había contado siempre con que le heredaría, pero que ahora pensaba en ello más que nunca, pues su situación económica era un tanto apurada.

Así, pues, cuando una conocida suya le había profetizado días antes, echándole las cartas, que iba a recibir mucho dinero, había pensado en el acto en el tío; es decir, en su fallecimiento. Le había pasado inmediatamente por el cerebro la idea de que dicho pariente era el único de quien podía ella, heredándole sus hijos, recibir dinero. También recordó de repente en aquella ocasión que ya la mujer del tío había prometido legar algo en su testamento a sus hijos, pero que luego había muerto sin testar y quizá hubiese dejado encargo a su marido de hacerlo a su muerte.

Vese claramente que el deseo de la muerte del tío debió de surgir en ella con gran intensidad, pues la señora que le echaba las cartas le dijo después: «Es usted capaz de incitar a la gente al asesinato.»

En los cuatro o cinco días que transcurrieron entre la profecía y el cumpleaños del tío, la señora buscó de continuo en los periódicos de la localidad en que éste vivía su obituario de defunción.

No es, por tanto, ninguna maravilla que con tan intenso deseo de su muerte quedasen el hecho y la fecha del próximo cumpleaños tan vigorosamente reprimidos, que llegara no sólo a poderse producir el olvido de una intención cumplida sin falta tantos años seguidos, sino que tampoco fuese ésta recordada por la pregunta de mi colega.

En el lapsus «doce dedos» se abrió camino el reprimido «doce», contribuyendo también al fallo de la función.

Digo contribuyendo, porque la asociación que surgió en el análisis ante la palabra

«dedos» nos hace sospechar la existencia de otras motivaciones, explicándonos al mismo tiempo por qué razón el «doce» llegó a falsear la inocente frase de los diez dedos.

La asociación era: «En la familia de mi marido tenían todos seis dedos en cada pie.»…

Seis dedos en cada pie constituyen una anormalidad.

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Seis dedos significan un niño anormal, y doce dedos, dos niños anormales.

Efectivamente, ésta era la realidad, pues tal señora se había casado muy joven con un hombre reconocidamente excéntrico y anormal, que al poco tiempo acabó por suicidarse, dejándole como única herencia dos hijas, declaradas anormales por varios médicos, que habían señalado en ellas graves taras hereditarias.

La mayor de las hijas había vuelto a su casa hacía poco tiempo, después de grave ataque catatónico y la menor, que se hallaba en la pubertad, enfermó también meses después de una grave neurosis.

El hecho de que la anormalidad de las hijas se agregue aquí al deseo de la muerte del tío y se condense con este elemento, reprimido con fuerza distinta y de mayor valencia psíquica, nos obliga a aceptar, como segunda determinación de la equivocación, el deseo de la muerte de las dos hijas anormales.

La significación prevaleciente del doce como deseo de muerte se aclara por el hecho de hallarse muy íntimamente asociada al concepto de muerte en la representación del sujeto, pues el marido se había suicidado en un día 13 de diciembre; esto es, un día después del cumpleaños deI tío, cuya mujer dijo en esta ocasión a la joven viuda: «Ayer nos felicitó aún tan cariñosa y amablemente…, ¡y hoy…!»

Quiero añadir además que la señora tenía, en realidad, razones más que suficientes para desear la muerte de sus hijas, las cuales no le proporcionaban ninguna alegría, sino sólo preocupaciones, imponiéndole penosas limitaciones de su propia vida y habiéndole obligado a renunciar, por cariño a ellas, a toda posible felicidad sentimental y amorosa.

También aquel día se había esforzado en evitar toda ocasión de irritar a la hija con la que iba a la visita, y es fácil hacerse una idea del gasto de paciencia y abnegación que esto supone tratándose de una enferma de dementia praecox, y cuántos sentimientos e impulsos de cólera es necesario dominar.

Conforme a todo lo anterior, el sentido de la equivocación sería el siguiente: El tío debe morir; estas hijas anormales deben morir (en general, toda esta familia anormal), y yo debo heredar su dinero.

La equivocación posee, a mi juicio, varios signos de una estructura inhabitual, que son:

1º. La existencia de dos determinantes condensadas en un elemento.

2º. La existencia de las dos determinantes se refleja en la duplicación de la equivocación (doce uñas, doce dedos).

3º. Es singular el que una de las significaciones del «doce», los doce dedos representativos de la anormalidad de las hijas, constituya una representación indirecta. La anormalidad psíquica está aquí representada por la física; la superior, por la inferior.»

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

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