Cuadro cuarto

Jardín de cipreses y naranjos. Al levantarse el telón aparecen Perlimplín y Marcolfa en el jardín.

MARCOLFA. ¿Es hora ya?

PERLIMPLÍN. No. Todavía no es hora.

MARCOLFA. ¿Pero qué ha pensado mi señor?

PERLIMPLÍN. Todo lo que no había pensado antes.

MARCOLFA. (Llorando.) ¡Yo tengo la culpa!

PERLIMPLÍN. ¡Oh!... ¡Si vieras qué agradecimiento guarda mi corazón hacia ti!

MARCOLFA. Antes todo estaba liso. Yo le llevaba por las mañanas el café con leche y las uvas.

PERLIMPLÍN. Sí... ¡las uvas!, las uvas, pero ¿y yo?... Me parece que han transcurrido cien años. Antes no podía pensar en las cosas extraordinarias que tiene el mundo... Me quedaba en las puertas.. En cambio ahora. . El amor de Belisa me ha dado un tesoro precioso que yo ignoraba... ¿Ves? Ahora cierro los ojos y... veo lo que quiero... por ejemplo... a mi madre cuando la visitaron las hadas de los contornos... ¡Oh!... ¿tú sabes cómo son las hadas?... pequeñitas... ¡es admirable! ¡pueden bailar sobre mi dedo meñique!

MARCOLFA. Sí, sí, las hadas, las hadas... pero ¿y lo otro?

PERLIMPLÍN. ¡Lo otro! ¡Ah! (Con satisfacción.) ¿Qué le dijisto a mi mujer?

MARCOLFA. Aunque no sirvo para estas cosas, le dije lo que me indicó el señor... que ese joven... vendría esta noche a las diez en punto al jardín, envuelto como siempre en su capa roja.

PERLIMPLÍN. ¿Y ella?...

MARCOLFA. Ella se puso encendida como un geranio, se llevó las manos al corazón y quedó besando apasionadamento sus hermosas trenzas de pelo.

PERLIMPLÍN. (Entusiasmado.) De manera que se puso encendida como un geranio... y ¿qué te dijo?

MARCOLFA. Suspiró nada más. ¡Pero de qué manera!

PERLIMPLÍN. ¡Oh sí!... ¡Como mujer alguna lo hizo! ¿verdad?

MARCOLFA. Su amor debe rayar en la locura.

PERLIMPLÍN. (Vibrante.) ¡Eso es! Yo necesito que ella ame a ese joven más que a su propio cuerpo y ¡no hay duda que lo ama!

MARCOLFA. (Llorando.) ¡Me da miedo de oír-lo!... Pero, ¡cómo es posible! Don Perlimplín, ¿cómo es posible? ¡Que usted mismo fomente en su mujer el peor de los pecados!

PERLIMPLÍN. ¡Porque don Perlimplín no tiene honor y quiere divertirse! ¡Ya ves! Esta noche vendrá el nuevo y desconocido amante de mi señora Belisa. ¿Qué he de hacer sino cantar?

(Cantando.)

¡Don Perlímplín no tiene honor! ¡No time honor!

MARCOLFA. Sepa mi señor que desde este momento me considero despedida de su servi-cio. Las criadas tenemos también vergüenza.

PERLIMPLÍN. ¡Oh, inocente Marcolfa!... Mañana estarás libre como el pájaro... Aguarda hasta mañana... Ahora vete y cumple con tu deber... ¿Harás lo que te dije?

MARCOLFA. (Yéndose enjugando sus lágrimas.) ¿Qué remedio me queda? ¡Qué remedio!

PERLIMPLÍN. ¡Bien! ¡Así me gusta!

(Empieza a sonar una dulce serenata. Don Perlimplín se esconde detrás de unos rosales.) BELISA. (Dentro, cantando.)

Por las orillas del río se está la noche mojando.

VOCES.

Se está la noche mojando.

BELISA.

Y en los pechos de Belisa se mueren de amor los ramos.

VOCES.

Se mueren de amor los ramos.

PERLIMPLÍN. (Recitando.)

¡Se mueren de amor los ramos!

BELISA.

La noche canta desnuda sobre los puentes de marzo.

VOCES.

Sobre los puentes de marzo.

BELISA.

Belisa lava su cuerpo con agua salobre y nardos.

VOCES.

Con agua salobre y nardos.

PERLIMPLÍN.

¡Se mueren de amor los ramos!

BELISA.

La noche de anís y plata relumbra por los tejados.

VOCES.

Relumbra por los tejados.

BELISA.

Plata de arroyos y espejos y anís de tus muslos blancos.

VOCES.

Y anís de tus muslos blancos.

PERLIMPLÍN.

¡Se mueren de amor los ramos!

(Aparece Belisa por el jardín. Viene espléndidamente vestida. La luna ilumina la escena.)

BELISA. ¿Qué voces llenan de dulce armonía el aire de una sola pieza de la noche? He sentido tu calor y tu peso, delicioso joven de mi alma... ¡Oh!... las ramas se mueven. (Aparece un Hombre envuelto en una capa roja y cruza el jardín cautelo-samente.) Chist... ¡Es aquí!, ¡aquí!... (El Hombre indica con la mano que ahora vuelve.) ¡Oh, sí... vuelve, amor mío! Jazminero flotante y sin raíces, el cielo caerá sobre mi espalda sudorosa... ¡Noche!... noche mía de menta y lapislázuli...

(Aparece Perlimplín.)

PERLIMPLÍN. (Sorprendido.) ¿Qué haces aquí?

BELISA. Paseaba.

PERLIMPLíN. ¿Y nada más?

BELISA. En la clara noche.

PERLIMPLíN. (Enérgico.) ¿Qué hacías aquí?

BELISA. (Sorprendida.) Pero ¿no lo sabías?

PERLIMPLÍN. Yo no sé nada.

BELISA. Tú me enviaste el recado.

PERLIMPLÍN. (Concupiscente.) Belisa..., ¿lo esperas aún?

BELISA. ¡Con más ardor que nunca!

PERLIMPLÍN. (Fuerte.) ¿Por qué?

BELISA. Porque lo quiero.

PERLIMPLÍN. ¡Pues vendrá!

BELISA. El olor de su carne le pasa a través de su ropa. Le quiero, Perlimplin, ¡le quiero! ¡Me parece que soy otra mujer!

PERLIMPLÍN. Ése es mi triunfo.

BELISA. ¿Qué triunfo?

PERLIMPLÍN. El triunfo de mi imaginación.

BELISA. Es verdad que me ayudaste a quererlo.

PERLIMPLÍN. Como ahora te ayudaré a llorarlo.

BELISA. (Extrañada.) Perlimplín, ¿qué dices?...

(El reloj da las diez. Canta el ruiseñor.) PERLIMPLÍN. ¡Ya es la hora!

BELISA. Debe llegar en estos instantes.

PERLIMPLÍN. Salta las tapias de mi jardín.

BELISA. Envuelto en su capa roja.

PERLIMPLÍN. (Sacando un puñal.) Roja como su sangre...

BELISA. (Sujetándole.) ¿Qué vas a hacer?

PERLIMPLÍN. (Abrazándola.) Belisa, ¿le quieres?

BELISA. (Con fuerza.) ¡Sí!

PERLIMPLÍN. Pues en vista de que le amas tanto yo no quiero que te abandone. Y para que sea tuyo completamente se me ha ocurrido que lo mejor es clavarle este puñal en su corazón galante. ¿Te gusta?

BELISA. ¡Por Dios, Perlimplín!

PERLIMPLÍN. Ya muerto, lo podrás acariciar siempre en tu cama tan lindo y peripuesto sin que tengas el temor de que deje de amarte. Él te querrá con el amor infinito de los difuntos y yo quedaré libre de esta oscura pesadilla de tu cuerpo grandioso. (Abrazándola.) Tu cuerpo... que nunca podría descifrar... (Mirando al jardín.) Míralo por dónde viene... Pero suelta, Belisa... ¡suelta! (Sale corriendo.)

BELISA. (Desesperada.) Marcolfa, bájame la es-pada del comedor que voy a atravesar la gar- ganta de mi marido.

(A voces.)

Don Perlimplín marido ruin, como le mates te mato a ti.

(Aparece entre las ramas un Hombre envuelto en una amplia y lujosa capa roja. Viene herido y vaci-lante.)

BELISA. ¡Amor!... ¿quién te ha herido en el pecho? (El Hombre se oculta la cara con la capa. Ésta debe ser inmensa y cubrirle hasta los pies. Abrazándolo.) ¿Quién abrió tus venas para que llenes de sangre mi jardín... ¡Amor! Déjame ver tu rostro por un instante siquiera... ¡Ay!, ¿quién te dio muerte?... ¿quién?

PERLIMPLÍN. (Descubriéndose.) Tu marido aca-ba de matarme con este puñal de esmeraldas.

(Enseña el puñal clavado en el pecho.)

BELISA. (Espantada.) ¡Perlimplín!

PERLIMPLÍN. Él salió corriendo por el campo y no le verás más nunca. Me mató porque sabía que te amaba como nadie. Mientras me hería... gritó: ¡Belisa ya tiene un alma!... Acércate.

(Está tendido en el banco.)

BELISA. ¿Pero qué es esto?... ¡Y estás herido de verdad!

PERLIMPLÍN. Perlimplín me mató... ¡Ah, don Perlimplín! Viejo verde, monigote sin fuerzas, tú no podías gozar el cuerpo de Belisa... El cuerpo de Belisa era para músculos jóvenes y labios de ascuas... Yo en cambio amaba tu cuerpo nada más.. ¡tu cuerpo!. . pero me ha matado... con este ramo ardiente de piedras preciosas.

BELISA. ¿Qué has hecho?

PERLIMPLÍN. (Moribundo.) ¿Entiendes?... Yo soy mi alma y tú eres tu cuerpo... Déjame en este último instante, puesto que tanto me has querido, morir abrazado a él.

BELISA. (Se acerca medio desnuda y lo abraza.) Sí... ¿pero y el joven?... ¿Por qué me has engañado?

PERLIMPLfN. ¿El joven?... (Cierra los ojos.) (La escena adquiere luz mágica.)

MARCOLFA. (Entrando.) ¡Señora!

BELISA. (Llorando.) ¡Don Perlimplín ha muerto!

MARCOLFA. ¡Lo sabía! Ahora le amortajaremos con el rojo traje juvenil con que paseaba bajo sus mismos balcones.

BELISA. (Llorando.) ¡Nunca creí que fuese tan complicado!

MARCOLFA. Se dio cuenta demasiado tarde. Yo le haré una corona de flores como un sol de mediodía.

BELISA. (Extrañada y en otro mundo.) Perlimplín, ¿qué cosa has hecho, Perlimplín?

MARCOLFA. Belisa, ya eres otra mujer... Estás vestida por la sangre gloriosísima de mi señor.

BELISA. ¿Pero quién era este hombre? ¿Quién era?

MARCOLFA. El hermoso adolescente al que nunca verás el rostro.

BELISA. Sí, sí, Marcolfa, le quiero, le quiero con toda la fuerza de mi carne y de mi alma. Pero

¿dónde está el joven de la capa roja?... Dios mío. ¿Dónde está?

MARCOLFA. Don Perlimplín, duerme tranquilo... ¿La estás oyendo?... Don Perlimplín... ¿la estás oyendo?...

(Suenan campanas.)

Telón

Share on Twitter Share on Facebook