Cuadro tercero

Comedor de Perlimplín. Las perspectivas están equi-vocadas deliciosamente. La mesa con todos los obje-tos pintados como en una «Cena» primitiva.

PERLIMPLÍN. ¿Lo harás como te digo?

MARCOLFA. (Llorando.) Descuide el señor.

PERLIMPLÍN. Marcolfa, ¿por qué sigues llorando?

MARCOLFA. Por lo que sabe su merced. La noche de boda entraron cinco personas por los balcones. Cinco. Representantes de las cinco razas de la tierra. El europeo con su barba, el indio, el negro, el amarillo y el norteamericano. Y usted sin enterarse...

PERLIMPLÍN. Eso no tiene importancia...

MARCOLFA. Figúrese. Ayer la vi con otro.

PERLIMPLfN. (Intrigado.) ¿Cómo?

MARCOLFA. Y no se ocultó de mí.

PERLIMPLÍN. Pero yo soy feliz, Marcolfa.

MARCOLFA. Me deja asombrada el señor.

PERLIMPLÍN. Feliz como no tienes idea. He aprendido muchas cosas y, sobre todo, puedo

imaginarlas...

MARCOLFA. Mi señor la quiere demasiado.

PERLIMPLÍN. No tanto como ella merece.

MARCOLFA. Aquí llega.

PERLIMPLÍN. Vete.

(Se va Marcolfa y Perlimplín se oculta en un rincón.

Entra Belisa.)

BELISA. Tampoco he conseguido verlo. En mi paseo por la alameda venían todos detrás menos él. Debe tener la piel morena y sus besos deben perfumar y escocer al mismo tiempo como el azafrán y el clavo. A veces pasa por debajo de mis balcones y mece su mano lentamente en un saludo que hace temblar mis pechos.

PERLIMPLÍN. ¡Ejem!

BELISA. (Volviéndose.) ¡Oh! ¡Qué susto me has dado!

PERLIMPLÍN. (Acercándose cariñoso.) Observo que hablas sola.

BELISA. (Fastidiada.) ¡Quita!

PERLIMPLÍN. ¿Quieres que demos un paseo?

BELISA. No.

PERLIMPLÍN. ¿Quieres que vayamos a la confitería?

BELISA. ¡He dicho que no!

PERLIMPLÍN. Perdona.

(Una piedra en la que hay una carta arrollada cae por el balcón. Perlimplín la recoge.)

BELISA. (Furiosa.) ¡Dame!

PERLIMPLÍN. ¿Por qué?

BELISA. ¡Porque eso era para mí!

PERLIMPLÍN. (Burlón.) ¿Quién te lo ha dicho?

BELISA. ¡Perlimplín! ¡No la leas!

PERLIMPLÍN. (Poniéndose fuerte en broma.)

¿Qué quieres decir?

BELISA. (Llorando.) ¡Dame esa carta!

PERLIMPLÍN. (Acercándose.) ¡Pobre Belisa! Porque comprendo tu estado de ánimo te entrego este papel que tanto supone para ti... (Belisa coge el papel y lo guarda en el pecho.) Yo me doy cuenta de las cosas. Y aunque me hieren profundamente comprendo que vives un drama.

BELISA. (Tierna.) ¡Perlimplín!...

PERLIMPLÍN. Yo sé que tú me eres fiel y lo sigues siendo.

BELISA. (Gachona.) No conocí más hombre que mi Perlimplinillo.

PERLIMPLÍN. Por eso quiero ayudarte como debe hacer todo buen marido cuando su esposa es un dechado de virtud... Mira. (Cierra las puertas y adopta un aire de misterio.) ¡Yo lo sé todo!... Me di cuenta en seguida. Tú eres joven y yo soy viejo... ¡Qué le vamos a hacer!... pero lo comprendo perfectamente. (Pausa. En voz baja.) ¿Ha pasado hoy por aquí?

BELISA. Dos veces.

PERLIMPLÍN. ¿Y te ha hecho señas?

BELISA. Sí... pero de una manera un poco despectiva... ¡y eso me duele!

PERLIMPLÍN. No temas. Hace quince días vi a ese joven por vez primera. Te puedo decir con toda sinceridad que su belleza me deslumbró. Jamás he visto un hombre en que lo varonil y lo delicado se den de una manera más armónica. Sin saber por qué, pensé en ti.

BELISA. Yo no le he visto la cara... pero...

PERLIMPLÍN. No tengas miedo de hablarme... yo sé que tú le amas. . Ahora te quiero como si fuera tu padre... ya estoy lejos de las tonterías... así es...

BELISA. Él me escribe cartas.

PERLIMPLÍN. Ya lo sé.

BELISA. Pero no se deja ver.

PERLIMPLÍN. Es raro.

BELISA. Y hasta parece... que me desprecia.

PERLIMPLÍN. ¡Qué inocente eres!

BELISA. Lo que no cabe duda es que me ama como yo deseo...

PERLIMPLÍN. (Intrigado.) ¿Dices?

BELISA. Las cartas de los otros hombres que yo he recibido... y que no he contestado porque tenía a mi maridito, me hablaban de países ideales, de sueños y de corazones heridos... pero estas cartas de él... mira...

PERLIMPLÍN. Habla sin miedo.

BELISA. Hablan de mí... de mi cuerpo...

PERLIMPLÍN. (Acariciándole los cabellos.) ¡De tu cuerpo!

BELISA. «¿Para qué quiero tu alma? -me dice-. El alma es el patrimonio de los débiles, de los héroes tullidos y las gentes enfermizas. Las almas hermosas están en los bordes de la muerte, reclinadas sobre cabelleras blanquísimas y manos macilentas. Belisa. ¡No es tu alma lo que yo deseo!, ¡sino tu blanco y mórbido cuerpo estremecido! »

PERLIMPLÍN. ¿Quién será ese bello joven?

BELISA. Nadie lo sabe.

PERLIMPLÍN. ¿Nadie? (Inquisitivo.)

BELISA. Yo he preguntado a todas mis amigas.

PERLIMPLÍN. (Misterioso y decidido.) ¿Y si yo te dijera que lo conozco?

BELISA. ¿Es posible?

PERLIMPLÍN. (Se levanta.) Espera. (Va al balcón.) ¡Aquí está!

BELISA. (Corriendo.) ¿Sí?

PERLIMPLÍN. Acaba de volver la esquina.

BELISA. (Sofocada.) ¡Ay!

PERLIMPLÍN. Como soy un viejo quiero sacrificarme por ti. Esto que yo hago no lo hizo nadie jamás. Pero ya estoy fuera del mundo y de la moral ridícula de las gentes. Adiós.

BELISA. ¿Dónde vas?

PERLIMPLÍN. (Grandioso, en la puerta.) ¡Más tarde lo sabrás todo! ¡Más tarde!

Telón

Share on Twitter Share on Facebook