Acto primero

Biblioteca. El joven está sentado. Viste un pijama azul. El Viejo de chaqué gris, con barba blanca y enormes lentes de oro, también sentado.

JOVEN. No me sorprende.

VIEJO. Perdone...

JOVEN. Siempre me ha pasado igual.

VIEJO. (Inquisitivo y amable.) ¿Verdad?

JOVEN. Sí.

VIEJO. Es que...

JOVEN. Recuerdo que...

VIEJO. (Ríe.) Siempre recuerdo.

JOVEN. Yo...

VIEJO. (Anhelante.) Siga...

JOVEN. Yo guardaba los dulces para comerlos después.

VIEJO. Después, ¿verdad? Saben mejor. Yo también.

JOVEN. Y recuerdo que un día...

VIEJO. (Interrumpiendo con vehemencia.) Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría.

JOVEN. (Alegre y tratando de convencerse.) Sí, sí, ¡claro! Tiene usted razón. Es preciso luchar con toda idea de ruina, con esos terribles desconchados de las paredes. Muchas veces yo me he levantado a medianoche para arrancar las hierbas del jardín. No quiero hierbas en mi casa ni muebles rotos.

VIEJO. Eso. Ni muebles rotos porque hay que recordar, pero...

JOVEN. Pero las cosas vivas, ardiendo en su sangre, con todos sus perfiles intactos.

VIEJO. ¡Muy bien! Es decir (Bajando la voz.), hay que recordar, pero recordar antes.

JOVEN. ¿Antes?

VIEJO. (Con sigilo.) Sí, hay que recordar hacia mañana.

JOVEN. (Absorto.) ¡Hacia mañana!

(Un reloj da las seis. La Mecanógrafa cruza la escena, llorando en silencio.)

VIEJO. Las seis.

JOVEN. Sí, las seis y con demasiado calor. (Se levanta.) Hay un cielo de tormenta. Hermoso. Lleno de nubes grises...

VIEJO. ¿De manera que usted...? Yo fui gran amigo de esa familia. Sobre todo del padre. Se ocupa de astronomía. (Irónico.) Está bien, ¿eh? De astronomía. ¿Y ella?

JOVEN. La he conocido poco. Pero no importa. Yo creo que me quiere.

VIEJO. ¡Seguro!

JOVEN. Se fueron a un largo viaje. Casi me alegré...

VIEJO. ¿Vino el padre de ella?

JOVEN. ¡Nunca! Por ahora no puede ser... Por causas que no son de explicar, yo no me casaré con ella... hasta que pasen cinco años.

VIEJO. ¡Muy bien! (Con alegría.)

JOVEN. (Serio.) ¿Por qué dice muy bien?

VIEJO. Pues porque... ¿Es bonito esto? (Señalando la habitación.)

JOVEN. No.

VIEJO. ¿No le angustia la hora de la partida, los acontecimientos, lo que ha de llegar ahora mismo?...

JOVEN. Sí, sí. No me hable de eso.

VIEJO. ¿Qué pasa en la calle?

JOVEN. Ruido, ruido siempre, polvo, calor, malos olores. Me molesta que las cosas de la calle entren en mi casa. (Un gemido largo se oye. Pausa.) Juan, cierra la ventana.

(Un Criado sutil que anda sobre las puntas de los pies cierra el ventanal.)

VIEJO. Ella... es jovencita.

JOVEN. Muy jovencita. ¡Quince años!

VIEJO. No me gusta esa manera de expresar. Quince años que ha vivido ella, que son ella misma. Pero, ¿por qué no decir tiene quince nieves, quince aires, quince crepúsculos? ¿No se atreve usted a huir?, ¿a volar?, ¿a ensanchar su amor por todo el cielo?

JOVEN. (Se sienta y se cubre la cara con las ruanos.) ¡La quiero demasiado!

VIEJO. (De pie y con energía.) O bien decir: tiene quince rosas, quince alas, quince granitos de arena. ¿No se atreve usted a concentrar, a hacer hiriente y pequeñito su amor dentro del pecho?

JOVEN. Usted quiere apartarme de ella. Pero ya conozco su procedimiento. Basta observar un rato sobre la palma de la mano un insecto vivo, o mirar al mar una tarde poniendo atención en la forma de cada ola para que el rostro o la llaga que llevamos en el pecho se deshaga en burbujas. Pero es que yo estoy enamorado y quiero estar enamorado, tan enamorado como ella lo está de mí, y por eso puedo aguardar cinco años, en espera de poder liarme de noche, con todo el mundo a oscuras, sus trenzas de luz alrededor de mi cuello.

VIEJO. Me permito recordarle que su novia... no tiene trenzas.

JOVEN. (Irritado.) Ya lo sé. Se las cortó sin mi permiso, naturalmente, y esto... (Con angustia.) me cambia su imagen. (Enérgico.) Ya sé que no tiene trenzas. (Casi furioso.) ¿Por qué me lo ha recordado usted? (Con tristeza.) Pero en estos cinco años las volverá a tener.

VIEJO. (Entusiasmado.) Y más hermosas que nunca. Serán unas trenzas...

JOVEN. Son, son. (Con alegría.)

VIEJO. Son unas trenzas con cuyo perfume se puede vivir sin necesidad de pan ni de agua.

JOVEN. (Se levanta.) ¡Pienso tanto!

VIEJO. ¡Sueña tanto!

JOVEN. ¿Cómo?

VIEJO. Piensa tanto que...

JOVEN. Que estoy en carne viva. Todo hacia dentro una quemadura.

VIEJO. (Alargándole un vaso.) Beba.

JOVEN. ¡Gracias! Si me pongo a pensar en la muchachita, en mi niña...

VIEJO. Diga usted mi novia. ¡Atrévase!

JOVEN. No.

VIEJO. ¿Pero por qué?

JOVEN. Novia... ya lo sabe usted; si digo novia la veo sin querer amortajada en un cielo sujeto por enormes trenzas de nieve. No, no es mi novia (Hace un gesto corno si alejara la imagen que quiere captarlo.), es mi niña, mi muchachita.

VIEJO. Siga, siga.

JOVEN. ¡Pues si yo me pongo a pensar en ella!, la dibujo, la hago moverse blanca y viva; pero de pronto, ¿quién le cambia la nariz o le rompe los dientes o la convierte en otra llena de andrajos que va por mi pensamiento, monstruosa, como si estuviera mirándose en un espejo de feria?

VIEJO. ¿Quién? ¡Parece mentira que usted diga «quién»! Todavía cambian más las cosas que tenemos delante de los ojos que las que viven sin distancia debajo de la frente. El agua que viene por el río es completamente distinta de la que se va. ¿Y quién recuerda un mapa exacto de la arena del desierto... o del rostro de un amigo cualquiera?

JOVEN. Sí, sí. Aún está más vivo lo de adentro aunque también cambie. Mire usted, la última vez que la vi no podía mirarla muy de cerca porque tenía dos arruguitas en la frente, que como me descuidara, ¿entiende usted?, le llenaban todo el rostro y la ponían ajada, vieja, como si hubiera sufrido mucho. Tenía necesidad de separarme para... ¡enfocarla!, ésta es la palabra, en mi corazón.

VIEJO. ¿A que en aquel momento que la vio vieja ella estaba completamente entregada a usted?

JOVEN. Sí.

VIEJO. ¿Completamente dominada por usted?

JOVEN. Sí.

VIEJO. (Exaltado.) ¿A que si en aquel preciso instante ella le confiesa que lo ha engañado, que no lo quiere, las arruguitas se le hubieran convertido en la rosa más delicada del mundo?

JOVEN. (Exaltado.) Sí.

VIEJO. ¿Y la hubiera amado más precisamente por eso?

JOVEN. Sí, Sí.

VIEJO. ¿Entonces? ¡Ja, ja, ja!

JOVEN. Entonces... Es muy difícil vivir.

VIEJO. Por eso hay que volar de una cosa a otra hasta perderse. Si ella tiene quince años, puede tener quince crepúsculos o quince cielos ¡y vamos arriba! ¡a ensanchar! Están las cosas más vivas dentro que ahí fuera, expuestas al aire o la muerte. Por eso vamos a... a no ir... o a esperar. Porque lo otro es morirse ahora mismo y es más hermoso pensar que todavía mañana veremos los cien cuernos de oro con que levanta a las nubes el sol.

JOVEN. (Tendiéndole la mano.) ¡Gracias! ¡Gracias por todo!

VIEJO. ¡Volveré por aquí!

(Aparece la Mecanógrafa.)

JOVEN. ¿Terminó usted de escribir las cartas?

MECANÓGRAFA. (Llorosa.) Sí, señor.

VIEJO. (Al joven.) ¿Qué le ocurre?

MECANÓGRAFA. Deseo marchar de esta casa.

VIEJO. Pues es bien fácil, ¿no?

JOVEN. (Turbado.) ¡Verá usted!...

MECANÓGRAFA. Quiero irme y no puedo.

JOVEN. (Dulce.) No soy yo quien te retiene. Ya sabes que no puedo hacer nada. Te he dicho algunas veces que te esperaras, pero tú...

MECANÓGRAFA. Pero yo no espero; ¿qué es eso de esperar?

VIEJO. (Serio.) ¿Y por qué no? ¡Esperar es creer y vivir!

MECANÓGRAFA. No espero porque no me da la gana, porque no quiero y, sin embargo, no me puedo mover de aquí. JOVEN. ¡Siempre acabas no dando razones!

MECANÓGRAFA. ¿Qué razones voy a dar? No hay más que una razón y ésa es... ¡que te quiero! Desde siempre. (Al Viejo.) No se asuste usted, señor. Cuando pequeñito yo lo veía jugar desde mi balcón. Un día se cayó y sangraba por la rodilla, ¿te acuerdas? (Al Joven.) Todavía tengo aquella sangre viva como una sierpe roja, temblando entre mis pechos.

VIEJO. Eso rió está bien. La sangre se seca y lo pasado, pasado.

MECANÓGRAFA. ¡Qué culpa tengo yo, señor! (Al joven.) Yo te ruego me des la cuenta. Quiero irme de esta casa.

JOVEN. (Irritado.) Muy bien. Tampoco tengo yo culpa ninguna. Además, sabes perfectamente que no me pertenezco. Puedes irte.

MECANÓGRAFA. (Al Viejo.) ¿Lo ha oído usted? Me arroja de su casa. No quiere tenerme aquí. (Llora. Se va.)

VIEJO. (Con sigilo, al Joven.) Es peligrosa esta mujer.

JOVEN. Yo quisiera quererla como quisiera tener sed delante de las fuentes. Quisiera...

VIEJO. De ninguna manera. ¿Qué haría usted mañana? ¿Eh? Piense. ¡Mañana!

AMIGO. (Entrando con escándalo.) Cuánto silencio en esta casa, ¿y para qué? Dame agua. ¡Con anís y con hielo! (El Viejo se va.) Un cocktail.

JOVEN. Supongo que no me romperás los muebles.

AMIGO. Hombre solo, hombre serio, ¡y con este calor!

JOVEN. ¿No puedes sentarte?

AMIGO. (Lo coge en brazos y le da vueltas.)
Tin, tin, tan,
la llamita de San Juan.

JOVEN. ¡Déjame! No tengo ganas de bromas.

AMIGO. ¡Huuy! ¿Quién era ese viejo? ¿Un amigo tuyo? ¿Y dónde están en esta casa los retratos de las muchachas con las que tú te acuestas? Mira (Se acerca.), te voy a coger por las solapas, te voy a pintar de colorete esas mejillas de cera... o así, restregadas.

JOVEN. (Irritado.) ¡Déjame!

AMIGO. Y con un bastón te voy a echar a la calle.

JOVEN. ¿Y qué voy a hacer en ella? El gusto tuyo, ¿verdad? Demasiado trabajo tengo con oírla llena de coches y gentes desorientadas.

AMIGO. (Sentándose y estirándose en el sofá.) ¡Ay! ¡Mmm! Yo, en cambio... Ayer hice tres conquistas y como anteayer hice dos y hoy una, pues resulta... que me quedo sin ninguna porque no tengo tiempo. Estuve con una muchacha... Ernestina. ¿La quieres conocer?

JOVEN. No.

AMIGO. (Levantándose.) Nooo y rúbrica. ¡Pero si vieras! ¡¡Tiene un talle!!... No... aunque el talle lo tiene mucho mejor Matilde. (Con ímpetu.) ¡Ay, Dios mío! (Da un salto y cae tendido en el sofá.) Mira, es un talle para la medida de todos los brazos y tan frágil, que se desea tener en la mano un hacha de plata muy pequeña para seccionarlo.

JOVEN. (Distraído y aparte de la conversación.) Entonces yo subiré la escalera.

AMIGO. (Tendiéndose boca abajo en el sofá.) ¡No tengo tiempo, no tengo tiempo de nada! Todo se me atropella. Porque ¡figúrate! Me cito con Ernestina. (Se levanta.) Las trenzas aquí, apretadas, negrísimas, y luego...

(El joven golpea con impaciencia los dedos sobre la mesa.)

JOVEN. ¡No me dejas pensar!

AMIGO. ¡Pero si no hay que pensar! Y me voy. Por más... que... (Mira el reloj.) Ya se ha pasado la hora. Es horrible, siempre ocurre igual. No tengo tiempo y lo siento. Iba con una mujer feísima, ¿lo oyes? Ja, ja, ja, ja, feísima pero adorable. Una morena de esas que se echan de menos al mediodía de verano. Y me gusta (Tira un cojín por alto.) porque parece un domador.

JOVEN. ¡Basta!

AMIGO. Sí, hombre, no te indignes, pero una mujer puede ser feísima y un domador de caballos puede ser hermoso y al revés y... ¿qué sabemos? (Llena una copa de cocktail.)

JOVEN. Nada...

AMIGO. ¿Pero me quieres decir qué te pasa?

JOVEN. Nada. ¿No me conoces? Es mi temperamento.

AMIGO. Yo no entiendo. No entiendo, pero tampoco puedo estar serio. (Ríe.) Te saludaré como los chinos. (Frota su nariz con la del joven.)

JOVEN. (Sonriendo.) ¡Quita!

AMIGO. Ríete. (Le hace cosquillas.)

JOVEN. (Riendo.) Bárbaro.

(Luchan.)

AMIGO. Una plancha.

JOVEN. Puedo contigo.

AMIGO. Te cogí. (Lo coge con la cabeza entre las piernas y le da golpes.)

VIEJO. (Entrando gravemente.) Con permiso... (Los jóvenes quedan en pie.) Perdonen... (Enérgicamente, y mirando al joven.) Se me olvidará el sombrero.

AMIGO. (Asombrado.) ¿Cómo?

VIEJO. (Furioso.) ¡Sí, señor! Se me olvidará el sombrero... (Entre dientes.), es decir, se me ha olvidado el sombrero.

AMIGO. ¡Ahhhhhh!...

(Se oye un estrépito de cristales.)

JOVEN. (En alta voz.) Juan. Cierra las ventanas.

AMIGO. Un poco de tormenta. ¡Ojalá sea fuerte!

JOVEN. ¡Pues no quiero enterarme! (En alta voz.) Todo bien cerrado.

AMIGO. ¡Los truenos tendrás que oírlos!

JOVEN. ¡O no!

AMIGO. ¡O Sí!

JOVEN. No me importa lo que pase fuera. Esta casa es mía y aquí no entra nadie.

VIEJO. (Indignado, al Amigo.) ¡Es una verdad sin refutación posible!

(Se oye un trueno lejano.)

AMIGO. (Apasionado.) Entrará todo el mundo que quiera, no aquí, sino debajo de tu cama.

(Trueno más cercano.)

JOVEN. (Gritando.) Pero ahora, ¡ahora!, no.

VIEJO. ¡Bravo!

AMIGO. ¡Abre la ventana! Tengo calor.

VIEJO. ¡Ya se abrirá!

JOVEN. ¡Luego!

AMIGO. Pero vamos a ver... Me quieren ustedes decir...

(Se oye otro trueno. La luz desciende y una luminosidad azulada de tormenta invade la escena. Los tres personajes se ocultarán detrás de un biombo negro bordado con estrellas. Por la puerta de la izquierda aparece el Niño muerto con el Gato. El Niño viene vestido de blanco primera comunión, con una corona de rosas blancas en la cabeza. Sobre su rostro, pintado de cera, resaltan sus ojos y sus labios de lirio seco. Trae un cirio rizado en la mano y el gran lazo con flecos de oro. El Gato, de azul, con dos enormes manchas rojas de sangre en el pechito gris y en la cabeza. Avanzan hacia el público. El Niño trae al Gato cogido de una pata.)

GATO. Miau.

NIÑO. Chissssss...

GATO. Miauuu.

NIÑO.
Toma mi pañuelo blanco.
Toma mi corona blanca.
No llores más.

GATO.
Me duelen las heridas
que los niños me hicieron en la espalda.

NIÑO.
También a mí me duele el corazón.

GATO.
¿Por qué te duele, niño, di?

NIÑO.
Porque no anda.
Ayer se me paró muy despacito,
ruiseñor de mi cama.
Mucho ruido, ¡si vieras!... Me pusieron
con estas rosas frente a la ventana.

GATO.
¿Y qué sentías tú?

NIÑO.
Pues yo sentía
surtidores y abejas por la sala.
Me ataron las dos manos, ¡muy mal hecho!
Los niños por los vidrios me miraban
y un hombre con martillo iba clavando
estrellas de papel sobre mi caja.

(Cruzando las manos.)

No vinieron los ángeles. No, Gato.

GATO.
No me digas más gato.

NIÑO.
¿No?

GATO.
Soy gata.

NIÑO.
¿Eres gata?

GATO. (Mimosa.)
Debiste conocerlo.

NIÑO.
¿Por qué?

GATO.
Por mi voz de plata.

NIÑO. (Galante.)
¿No te quieres sentar?

GATO.
Sí. Tengo hambre.

NIÑO.
Voy a ver si te encuentro alguna rata.

(Se pone a mirar debajo de las sillas. El Gato, sentado en un taburete, tiembla.)

No la comas entera. Una patita
porque estás muy enferma.

GATO.
Diez pedradas
me tiraron los niños.

NIÑO.
Pesan como las rosas

que oprimieron anoche mi garganta.
¿Quieres una?

(Se arranca una rosa de la cabeza.)

GATO. (Alegre.)
Sí, quiero.

NIÑO.
Con tus manchas de cera, rosa blanca,
ojo de luna rota me pareces,
gacela entre los vidrios desmayada.

(Se la pone.)

GATO.
¿Tú qué hacías?

NIÑO.
Jugar. ¿Y tú?

GATO.
¡Jugar!
Iba por el tejado, gata chata,
naricilla de hojadelata.
En la mañana
iba a coger los peces por el agua
y al mediodía
bajo el rosal del muro me dormía.

NIÑO.
¿Y por la noche?

GATA. (Enfática.)
Me iba sola.

NIÑO.
¿Sin nadie?

GATA.
Por el bosque.

NIÑO. (Con alegría.)
Yo también iba, ¡ay, gata chata, barata,
naricillas de hojadelata!,
a comer zarzamoras y manzanas.
Y después a la iglesia con los niños
a jugar a la cabra.

GATA.
¿Qué es la cabra?

NIÑO.
Era mamar los clavos de la puerta.

GATA.
¿Y eran buenos?

NIÑO.
No, gata.
Como chupar monedas.

(Trueno lejano.)

¡Ay! ¡Espera! ¿No vienen? Tengo miedo.
¿Sabes? Me escapé de casa.

(Lloroso.)

Yo no quiero que me entierren.
Agremanes y vidrios adornan mi caja;
pero es mejor que me duerma
entre los juncos del agua.
Yo no quiero que me entierren. ¡Vamos pronto!

(Le tira de la pata.)

GATA.
¿Y nos van a enterrar? ¿Cuándo?

NIÑO.
Mañana,
en unos hoyos oscuros.
Todos lloran, todos callan.
Pero se van. Yo lo vi.
Y luego, ¿sabes?

GATA.
¿Qué pasa?

NIÑO.
Vienen a comernos.

GATA.
¿Quién?

NIÑO.
El lagarto y la lagarta,
con sus hijitos pequeños,
que son muchos.

GATA.
¿Y qué nos comen?

NIÑO.
La cara,
con los dedos

(Bajando la voz.)

y la cuca.

GATA. (Ofendida.)
Yo no tengo cuca.

NIÑO. (Enérgico.)
¡Gata!:
te comerán las patitas y el bigote.

(Trueno lejanisimo.)

Vámonos; de casa en casa
llegaremos donde pacen
los caballitos del agua.
No es el cielo. Es tierra dura
con muchos grillos que cantan,
con hierbas que se menean,
con nubes que se levantan,
con hondas que lanzan piedras
y el viento como una espada.
¡Yo quiero ser niño, un niño!

(Se dirige a la puerta de la derecha.)

GATA.
Está la puerta cerrada.
Vámonos por la escalera.

NIÑO.
Por la escalera nos verán.

GATA.
Aguarda.

NIÑO.
¡Ya vienen para enterrarnos!

GATA.
Vámonos por la ventana.

NIÑO.
Nunca veremos la luz,
ni las nubes que se levantan,
ni los grillos en la hierba,
ni el viento como una espada.

(Cruzando las manos.)

¡Ay girasol!
¡Ay girasol de fuego!
¡Ay girasol!

GATA.
¡Ay clavellina del sol!

NIÑO.
Apagado va por el cielo.
Sólo mares y montes de carbón,
y una paloma muerta por la arena
con las alas tronchadas y en el pico una flor.

(Canta.)

Y en la flor una oliva,
y en la oliva un limón...
¿Cómo sigue?... No lo sé, ¿cómo sigue?

GATA.
¡Ay girasol!
¡Ay girasol de la mañanita!

NIÑO.
¡Ay clavellina del sol!

(La luz es tenue. El Niño y el Gato, separados, andan a tientas.)

GATA.
No hay luz. ¿Dónde estás?

NIÑO.
¡Calla!

GATA.
¿Vendrán ya los lagartos, niño?

NIÑO.
No.

GATA.
¿Encontraste salida?

(La Gata se acerca a la puerta de la derecha y sale una mano que la empuja hacia dentro.)

(Dentro.)

¡Niño! ¡Niño!

(Con angustia.)

¡Niño, niño!

(El Niño avanza con terror, deteniéndose a cada paso.)

NIÑO. (En voz baja.)
Se hundió.
Lo ha cogido una mano.
Debe ser la de Dios.
¡No me entierres! Espera unos minutos...
¡Mientras deshojo esta flor!

(Se arranca una flor de la cabeza y la deshoja.)

Yo iré solo, muy despacio,
después me dejarás mirar al sol...
Muy poco, con un rayo me contento.

(Deshojando.)

Sí, no, sí, no, sí.

VOZ.
No. ¡¡No!!

NIÑO.
¡Siempre dije que no!

(Una mano asoma y entra al Niño, que se desmaya. La luz, al desaparecer el Niño, vuelve a su tono primero. Por detrás del biombo vuelven a salir rápidamente los tres personajes. Dan muestras de calor y de agitación viva. El joven lleva un abanico azul; el Viejo, un aba-nico negro, y el Amigo, un abanico rojo agresivo. Se abanican.)

VIEJO. Pues todavía será más.

JOVEN. Sí, después.

AMIGO. Ya ha sido bastante. Creo que no te puedes escapar de la tormenta.

VOZ. (Fuera.) ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!

JOVEN. ¡Señor, qué tarde! Juan, ¿quién grita así?

CRIADO. (Entrando, siempre en tono suave y andando sobre las puntas de los pies.) El niño de la portera murió y ahora lo llevan a enterrar. Su madre llora.

AMIGO. ¡Como es natural!

VIEJO. Sí, sí; pero lo pasado, pasado.

AMIGO. Pero ¡si está pasando! (Discuten.)

(El Criado cruza la escena y va a salir por la puerta izquierda.)

CRIADO. Señor, ¿tendría la bondad de dejarme la llave de su dormitorio?

JOVEN. ¿Para qué?

CRIADO. Los niños arrojaron un gato que habían matado sobre el tejadillo del jardín, y hay necesidad de quitarlo.

JOVEN. (Con fastidio.) Toma. (Al Viejo.) ¡No podrá usted con él!

VIEJO. Ni me interesa.

AMIGO. No es verdad. Sí le interesa. Al que no le interesa es a mí, que sé positivamente que la nieve es fría y que el fuego quema.

VIEJO. (Irónico.) Según.

AMIGO. (Al Joven.) Te está engañando.

(El Viejo mira enérgicamente al Amigo, estrujando su sombrero.)

JOVEN. (Con fuerza.) No influye lo más mínimo en mi carácter. Soy yo. Pero tú no puedes comprender que se espere a una mujer cinco años, colmado y quemado por el amor que crece cada día.

AMIGO. ¡No hay necesidad de esperar!

JOVEN. ¿Crees tú que yo puedo vencer las cosas materiales, los obstáculos que surgen y se aumentarán en el camino sin causar dolor a los demás?

AMIGO. ¡Primero eres tú que los demás!

JOVEN. Esperando, el nudo se deshace y la fruta madura.

AMIGO. Yo prefiero comerla verde, o, mejor todavía, me gusta cortar su flor para ponerla en mi solapa.

VIEJO. ¡No es verdad!

AMIGO. ¡Usted es demasiado viejo para saberlo!

VIEJO. (Severamente.) Yo he luchado toda mi vida por encender una luz en los sitios más oscuros. Y cuando la gente ha ido a retorcer el cuello de la paloma, yo he sujetado la mano y la he ayudado a volar.

AMIGO. ¡Y naturalmente el cazador se ha muerto de hambre!

JOVEN. ¡Bendita sea el hambre!

(Aparece por la puerta de la izquierda el Amigo 2.° Viene vestido de blanco, con un impecable traje de lana, y lleva guantes y zapatos del mismo color. De no ser posible que este papel lo haga un actor muy joven, lo hará una muchacha. El traje ha de ser de un corte exageradísimo; llevará enormes botones azules y el chaleco y la corbata serán de rizados encajes.)

AMIGO 2º. Bendita sea cuando hay pan tostado, aceite y sueño después. Mucho sueño. Que no se acabe nunca. Te he oído.

JOVEN. (Con asombro.) ¿Por dónde has entrado?

AMIGO 2º. Por cualquier sitio. Por la ventana. Me ayudaron dos niños amigos míos. Los conocí cuando yo era muy pequeño, y me han empujado por los pies. Va a caer un aguacero... pero aguacero bonito el que cayó el año pasado. Había tan poca luz, que se me pusieron las manos amarillas. (Al Viejo.) ¿Lo recuerda usted?

VIEJO. (Agrio.) No recuerdo nada.

AMIGO 2º. (Al Amigo.) ¿Y tú?

AMIGO 1º. (Serio.) ¡Tampoco!

AMIGO 2º. Yo era muy pequeño, pero lo recuerdo con todo detalle.

AMIGO 1º. Mira...

AMIGO 2º. Por eso no quiero ver éste. La lluvia es hermosa. En el colegio entraba por los patios y estrellaba por las paredes a unas mujeres desnudas, muy pequeñas, que lleva dentro. ¿No las habéis visto? Cuando yo tenía cinco años... no, cuando yo tenía dos... ¡miento!, uno, un año tan sólo, es hermoso, ¿verdad?, un año, cogí una de estas mujercillas de la lluvia y la tuve dos días en una pecera.

AMIGO 1º. (Con sorna.) ¿Y creció?

AMIGO 2º. ¡No! Se hizo cada vez más pequeña, más niña, como debe ser, como es lo justo, hasta que no quedó de ella más que una gota de agua. Y cantaba una canción...

Yo vuelvo por mis alas,
¡dejadme volver!
Quiero morirme siendo amanecer,
quiero morirme siendo
ayer.
Yo vuelvo por mis alas,
¡dejadme tornar!
Quiero morirme siendo manantial,
quiero morirme fuera de la mar...
que es exactamente lo que yo canto a todas horas.

VIEJO. (Irritado, al Joven.) Está completamente loco.

AMIGO 2º. (Que lo ha oído.) Loco, porque no quiero estar lleno de arrugas y dolores como usted. Porque quiero vivir lo mío y me lo quitan. Yo no lo conozco a usted. Yo no quiero ver gente como usted.

AMIGO 1º. (Bebiendo.) Todo eso no es más que miedo a la muerte.

AMIGO 2º. No. Ahora, antes de entrar aquí, vi a un niño que llevaban a enterrar con las primeras gotas de la lluvia. Así quiero que me entierren a mí. En una caja así de pequeña, y ustedes se van a luchar en la borrasca. Pero mi rostro es mío y me lo están robando. Yo era tierno y cantaba, y ahora hay un hombre, un señor (Al Viejo.), como usted, que anda por dentro de mí con dos o tres caretas preparadas. (Saca un espejo y se mira.) Pero todavía no, todavía me veo subido en los cerezos... con aquel traje gris... Un traje gris que tenía unas anclas de plata... ¡Dios mío! (Se cubre la cara con las manos.)

VIEJO. Los trajes se rompen, las anclas se oxidan y vamos adelante.

AMIGO 2º. ¡Oh, por favor, no hable así!

VIEJO. (Entusiasmado.) Se hunden las casas.

AMIGO 1º. (Enérgico y en actitud de defensa.) Las casas no se hunden.

VIEJO. (Impertérrito.) Se apagan los ojos y una hoz muy afilada siega los juncos de las orillas.

AMIGO 2º. (Sereno.) ¡Claro! ¡Todo eso pasa más adelante!

VIEJO. Al contrario. Eso ha pasado ya.

AMIGO 2º. Atrás se queda todo quieto. ¿Cómo es posible que no lo sepa usted? No hay más que ir despertando suavemente las cosas. En cambio, dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en el que caeremos todos.

VIEJO. (Furioso.) ¡Silencio!

JOVEN. (Temblando, al Viejo.) ¿Lo ha oído usted?

VIEJO. Demasiado. (Sale rápidamente por la puerta de la derecha.)

JOVEN. (Detrás.) ¿Dónde va usted? ¿Por qué se marcha así? ¡Espere! (Sale detrás.)

AMIGO 2º. (Encogiéndose de hombros.) Bueno. Viejo tenía que ser. Usted, en cambio, no ha protestado.

AMIGO 1º. (Que ha estado bebiendo sin parar.) No.

AMIGO 2º. Usted, con beber tiene bastante.

AMIGO 1º. (Serio y con cara borracha.) Yo hago lo que me gusta, lo que me parece bien. No le he pedido su parecer.

AMIGO 2º. (Con miedo.) Sí, sí... Y yo no le digo nada... (Se sienta en un sillón, con las piernas encogidas.)

(El Amigo I.° se bebe rápidamente dos copas, apuradas hasta lo último, y dándose un golpe en la frente, como si recordara algo, sale rápidamente, en medio de una alegrísima sonrisa, por la puerta izquierda. El Amigo 2.° inclina la cabeza en el sillón. Aparece el Criado por la derecha, siempre delicado, sobre las puntas de los pies. Empieza a llover.)

AMIGO 2°. El aguacero. (Se mira las manos.) Pero qué luz más fea. (Queda dormido.)

JOVEN. (Entrando.) Mañana volverá. Lo necesito. (Se sienta.)

(Aparece la Mecanógrafa. Lleva una maleta. Cruza la escena y, en medio de ella, vuelve rápidamente.)

MECANÓGRAFA. ¿Me habías llamado?

JOVEN. (Cerrando los ojos.) No. No te había llamado.

(La Mecanógrafa sale mirando con ansia y esperando la llamada.)

MECANÓGRAFA. (En la puerta.) ¿Me necesitas?

JOVEN. (Cerrando los ojos.) No. No te necesito.

(Sale la Mecanógrafa.)

AMIGO 2º. (Entre sueños.)
Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo
ayer.
Quiero morirme siendo
amanecer.

(Empieza a llover.)

JOVEN. Es demasiado tarde, Juan, enciende las luces. ¿Qué hora es?

JUAN. (Con intención.) Las seis en punto, señor.

JOVEN. Está bien.

AMIGO 2°. (Entre sueños.)
Yo vuelvo por mis alas,
dejadme tornar.
Quiero morirme siendo manantial.
Quiero morirme fuera
de la mar.

(El joven golpea suavemente la mesa con los dedos.)


Telón lento

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