Acto segundo

Alcoba estilo 1900. Muebles extraños. Grandes cortinajes llenos de pliegues y borlas. Por las paredes, nubes y ángeles pintados. En el centro, una cama llena de colgaduras y plumajes. A la izquierda, un tocador sostenido por ángeles con ramos de luces eléctricas en las manos. Los balcones están abiertos, y por ellos entra la luna. Se oye un claxon de automóvil que toca con furia. La Novia salta de la cama con espléndida bata llena de encajes y enormes lazos color de rosa. Lleva una larga cola y todo el cabello hecho bucles.

NOVIA. (Asomándose al balcón.) Sube. (Se oye el claxon.) Es preciso. Llegará mi novio, el viejo, el lírico, y necesito apoyarme en ti.

(El jugador de Rugby entra por el balcón. Viene vestido con las rodilleras y el casco. Lleva una bolsa llena de cigarros puros, que enciende y aplasta sin cesar.)

NOVIA. Entra. Hace dos días que no te veo. (Se abrazan.)

(El jugador de Rugby no habla, sólo fuma y aplasta con el pie el cigarro. Da muestras de una gran vitalidad y abraza con ímpetu a la Novia.)

NOVIA. Hoy me has besado de manera distinta. Siempre cambias, ¡amor mío! Ayer no te vi, ¿sabes? Pero estuve viendo al caballo. Era hermoso, blanco y los cascos dorados entre el heno de los pesebres. (Se sienta en un sofá que hay al pie de la cama.) Pero tú eres más hermoso. Porque eres como un dragón. (La abraza.) Creo que me vas a quebrar entre tus brazos, porque soy débil, porque soy pequeña, porque soy como la escarcha, porque soy como una diminuta guitarra quemada por el sol, y no me quiebras.

(El jugador de Rugby le echa el humo en la cara.)

(Pasándole la mano por el cuerpo.) Detrás de toda esta sombra hay como una trabazón de puentes de plata para estrecharme a mí y para defenderme a mí, que soy pequeñita como un botón, pequeñita como una abeja que entrara de pronto en el salón del trono, ¿verdad?, ¿verdad que sí? Me iré contigo. (Apoya la cabeza en el pecho del jugador.) Dragón, ¡dragón mío! ¿Cuántos corazones tienes? Hay en tu pecho como un torrente donde yo me voy a ahogar. Me voy a ahogar... (Lo mira.) Y luego tú saldrás corriendo (Llora.) y me dejarás muerta por las orillas. (El jugador de Rugby se lleva otro puro a la boca y la Novia se lo enciende.) ¡Oh! (Lo besa.) ¡Qué ascua blanca, qué fuego de marfil derraman tus dientes! Mi otro novio tenía los dientes helados; me besaba, y sus labios se le cubrían de pequeñas hojas marchitas. Eran unos labios secos. Yo me corté las trenzas porque le gustaban mucho, como ahora voy descalza porque te gusta a ti. ¿Verdad?, ¿verdad que sí? (El jugador la besa.) Es preciso que nos vayamos. Mi novio vendrá.

VOZ. (En la puerta.) ¡Señorita!

NOVIA. ¡Vete! (Lo besa.)

VOZ. ¡Señorita!

NOVIA. (Separándose del jugador y adoptando una actitud distraída.) ¡Ya voy! (En voz baja.) ¡Adiós!

(El jugador vuelve desde el balcón y le da un beso, levantándola en los brazos.)

VOZ. ¡Abra!

NOVIA. (Fingiendo la voz.) ¡Qué poca paciencia!

(El jugador sale silbando por el balcón.)

CRIADA. (Entrando.) ¡Ay señorita!

NOVIA. ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. ¿Qué? (Enciende la luz del techo. Una luz más azulada que la que entra por los balcones.)

CRIADA. ¡Su novio ha llegado!

NOVIA. Bueno. ¿Por qué te pones así?

CRIADA. (Llorosa.) Por nada.

NOVIA. ¿Dónde está?

CRIADA. Abajo.

NOVIA. ¿Con quién?

CRIADA. Con su padre.

NOVIA. ¿Nadie más?

CRIADA. Y un señor con lentes de oro. Discutían mucho.

NOVIA. Voy a vestirme. (Se sienta delante del tocador y se arregla, ayudada de la Criada.)

CRIADA. (Llorosa.) ¡Ay señorita!

NOVIA. (Irritada.) ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. (Agria.) ¡Qué!

CRIADA. ¡Es muy guapo su novio!

NOVIA. Cásate con él.

CRIADA. Viene muy contento.

NOVIA. (Irónica.) ¿Sí?

CRIADA. Traía este ramo de flores.

NOVIA. Ya sabes que no me gustan las flores. Tira ésas por el balcón.

CRIADA. ¡Son tan hermosas!... Están recién cortadas.

NOVIA. (Autoritaria.) ¡Tíralas!

(La Criada arroja unas flores, que estaban sobre un jarro, por el balcón.)

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Furiosa.) ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. ¡Quéeee!

CRIADA. ¡Piense bien en lo que hace! Recapacite. El mundo es grande, pero las personas somos pequeñas.

NOVIA. ¿Qué sabes tú?

CRIADA. Sí, sí lo sé. Mi padre estuvo en el Brasil dos veces y era tan chico que cabía en una maleta. Las cosas se olvidan y lo malo queda.

NOVIA. ¡Te he dicho que te calles!

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Enérgica.) ¡Mi ropa!

CRIADA. ¡Qué va usted a hacer!

NOVIA. ¡Lo que puedo!

CRIADA. Un hombre tan bueno. ¡Tanto tiempo esperándola! Con tanta ilusión. ¡Cinco años! (Le da los trajes.)

NOVIA. ¿Te dio la mano?

CRIADA. (Con alegría.) Sí; me dio la mano.

NOVIA. ¿Y cómo te dio la mano?

CRIADA. Muy delicadamente, casi sin apretar.

NOVIA. ¿Lo ves? No te apretó.

CRIADA. Tuve un novio soldado que me clavaba los anillos y me hacía sangre. ¡Por eso lo despedí!

NOVIA. (Con sorna.) ¿Sí?

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Irritada.) ¿Qué traje me pongo?

CRIADA. Con el rojo está preciosa.

NOVIA. No quiero estar guapa.

CRIADA. El verde.

NOVIA. (Suave.) No.

CRIADA. ¿El naranja?

NOVIA. (Fuerte.) No.

CRIADA. ¿El de tules?

NOVIA. (Más fuerte.) No.

CRIADA. ¿El traje hojas de otoño?

NOVIA. (Irritada y fuerte.) ¡He dicho que no! Quiero un hábito color tierra para ese hombre; un hábito de roca pelada con un cordón de esparto a la cintura. (Se oye el claxon. La Novia entorna los ojos y cambiando la expresión sigue hablando.) Pero con una corona de jazmines en el cuello y toda mi carne apretada por un velo mojado por el mar. (Se dirige al balcón.)

CRIADA. ¡Que no se entere su novio!

NOVIA. Se ha de enterar. (Eligiendo un traje de hábito, sencillo.) Éste. (Se lo pone.)

CRIADA. ¡Está equivocada!

NOVIA. ¿Por qué?

CRIADA. Su novio busca otra cosa. En mi pueblo había un muchacho que subía a la torre de la iglesia para mirar más de cerca la luna, y su novia lo despidió.

NOVIA. ¡Hizo bien!

CRIADA. Decía que veía en la luna el retrato de su novia.

NOVIA. (Enérgica.) ¿Y a ti te parece bien? (Se termina de arreglar en el tocador y enciende las luces de los ángeles.)

CRIADA. Sí. Cuando yo me disgusté con el botones...

NOVIA. ¿Ya te has disgustado con el botones? ¡Tan guapo... tan guapo... tan guapo...!

CRIADA. Naturalmente. Le regalé un pañuelo bordado por mí, que decía: «Amor, Amor, Amor», y se le perdió.

NOVIA. Vete.

CRIADA. ¿Cierro los balcones?

NOVIA. No.

CRIADA. El aire le va a quemar el cutis.

NOVIA. Eso me gusta. Quiero ponerme negra. Más negra que un muchacho. Y si me caigo, no hacerme sangre, y si agarro una zarzamora, no herirme. Están todos andando por el alambre con los ojos cerrados. Yo quiero tener plomo en los pies. Anoche soñaba que todos los niños pequeños crecen por casualidad... Que basta la fuerza que tiene un beso para poder matarlos a todos. Un puñal, unas tijeras duran siempre, y este pecho mío dura sólo un momento.

CRIADA. (Escuchando.) Ahí llega su padre.

NOVIA. (Con sigilo.) Todos mis trajes de color los metes en una maleta.

CRIADA. (Temblando.) Sí.

NOVIA. Y tienes preparada la llave del garaje.

CRIADA. (Con miedo.) ¡Está bien!

(Entra el Padre de la Novia. Es un viejo distraído. Lleva unos prismáticos colgados al cuello. Peluca blanca. Cara rosa. Lleva guantes blancos y traje negro. Tiene detalles de una delicada miopía.)

PADRE. ¿Estás ya preparada?

NOVIA. (Irritada.) Pero ¿para qué tengo yo que estar preparada?

PADRE. ¡Que ha llegado!

NOVIA. ¿Y qué?

PADRE. Pues que como estás comprometida y se trata de tu vida, de tu felicidad, es natural que estés contenta y decidida.

NOVIA. Pues no estoy.

PADRE. ¿Cómo?

NOVIA. Que no estoy contenta. ¿Y tú?

PADRE. Pero hija... ¿Qué va a decir ese hombre?

NOVIA. ¡Que diga lo que quiera!

PADRE. Viene a casarse contigo. Tú le has escrito durante los cinco años que ha durado nuestro viaje. Tú no has bailado con nadie en los transatlánticos... No te has interesado por nadie. ¿Qué cambio es éste?

NOVIA. No quiero verlo. Es preciso que yo viva. Habla demasiado.

PADRE. ¡Ay! ¿Por qué no lo dijiste antes?

NOVIA. ¡Antes no existía yo tampoco! Existía la tierra y el mar. Pero yo dormía dulcemente en los almohadones del tren.

PADRE. Ese hombre me insultará con toda la razón. ¡Ay, Dios mío! Ya estaba todo arreglado. Te había regalado el hermoso traje de novia. Ahí dentro está, en el maniquí.

NOVIA. No me hables de esto. No quiero.

PADRE. ¿Y yo? ¿Y yo? ¿Es que no tengo derecho a descansar? Esta noche hay un eclipse de luna. Ya no podré mirarlo desde la terraza. En cuanto paso una irritación se me sube la sangre a los ojos y no veo. ¿Qué hacemos con este hombre?

NOVIA. Lo que tú quieras. Yo no quiero verlo.

PADRE. (Enérgico y sacando fuerzas de voluntad.) ¡Tienes que cumplir tu compromiso!

NOVIA. ¡No lo cumplo!

PADRE. ¡Es preciso!

NOVIA. No.

PADRE. ¡Sí! (Hace intención de pegarle.)

NOVIA. (Fuerte.) No.

PADRE. Todos contra mí. (Mira al cielo por el balcón abierto.) Ahora empezará el eclipse. (Se dirige al balcón.) Ya han apagado las lámparas. (Con angustia.) ¡Será hermoso! Lo he estado esperando mucho tiempo. Y ahora ya no lo veo. ¿Por qué lo has engañado?

NOVIA. Yo no lo he engañado.

PADRE. Cinco años, día por día. ¡Ay, Dios mío!

(La Criada entra precipitadamente y corre hacia el balcón; fuera se oyen voces.)

CRIADA. ¡Están discutiendo!

PADRE. ¿Quién?

CRIADA. Ya ha entrado. (Sale rápidamente.)

PADRE. ¿Qué pasa?

NOVIA. ¿Dónde vas? ¡Cierra la puerta! (Con angustia.)

PADRE. Pero ¿por qué?

NOVIA. ¡Ah!

(Aparece el joven. Viene vestido de calle. Se arregla el cabello. En el momento de entrar se encienden todas las luces de la escena y los ra-mos de bombillas que llevan los ángeles en la mano. Quedan los tres personajes mirándose, quietos y en silencio.)

JOVEN. Perdonen...

(Pausa.)

PADRE. (Con embarazo.) Siéntese.

(Entra la Criada muy nerviosa, con las manos sobre el pecho.)

JOVEN. (Dando la mano a la Novia.) ¡Ha sido un viaje tan largo!

NOVIA. (Mirándolo muy fija y sin soltarle la mano.) Sí. Un viaje frío. Ha nevado mucho estos últimos años. (Le suelta la mano.)

JOVEN. Ustedes me perdonarán, pero de correr, de subir la escalera, estoy agitado. Y luego... en la calle he golpeado a unos niños que estaban matando un gato a pedradas.

(El Padre le ofrece una silla.)

NOVIA. (A la Criada.) Una mano fría. Una mano de cera cortada.

CRIADA. ¡La va a oír!

NOVIA. Y una mirada antigua. Una mirada que se parte como el ala de una mariposa seca.

JOVEN. No, no puedo estar sentado. Prefiero charlar... De pronto, mientras subía la escalera, vinieron a mi memoria todas las canciones que había olvidado y las quería cantar todas a la vez. (Se acerca a la Novia.) ... Las trenzas...

NOVIA. Nunca tuve trenzas.

JOVEN. Sería la luz de la luna. Sería el aire cuajado en bocas para besar tu cabeza.

(La Criada se retira a un rincón. El Padre se asoma a los balcones y mira con los prismáticos.)

NOVIA. ¿Y tú no eras más alto?

JOVEN. No.

NOVIA. ¿No tenías una sonrisa violenta que era como una garra sobre tu rostro?

JOVEN. No.

NOVIA. ¿Y no jugabas tú al rugby?

JOVEN. Nunca.

NOVIA. (Con pasión.) ¿Y no llevabas un caballo de las crines y matabas en un día tres mil faisanes?

JOVEN. Jamás.

NOVIA. ¡Entonces! ¿A qué vienes a buscarme? Tenías las manos llenas de anillos. ¿Dónde hay una gota de sangre?

JOVEN. Yo la derramaré si te gusta.

NOVIA. (Enérgica.) No es tu sangre. ¡Es la mía!

JOVEN. ¡Ahora nadie podrá separar mis brazos de tu cuello!

NOVIA. No son tus brazos, son los míos. Soy yo la que se quiere quemar en otro fuego.

JOVEN. No hay más fuego que el mío. (La abraza.) Porque te he esperado y ahora gano mi sueño. Y no son sueño tus trenzas porque las haré yo mismo de tu cabello, ni es sueño tu cintura donde canta la sangre mía, porque es mía esta sangre, ganada lentamente a través de una lluvia, y mío este sueño.

NOVIA. (Desasiéndose.) Déjame. Todo lo podías haber dicho menos la palabra sueño. Aquí no se sueña. Yo no quiero soñar... Yo estoy defendida por el tejado.

JOVEN. ¡Pero se ama!

NOVIA. Tampoco se ama. ¡Vete!

JOVEN. ¿Qué dices? (Aterrado.)

NOVIA. Que busques otra mujer a quien puedas hacerle trenzas.

JOVEN. (Como despertando.) ¡¡No!!

NOVIA. ¿Cómo voy a dejar que entres en mi alcoba cuando ya ha entrado otro?

JOVEN. ¡Ay! (Se cubre la cara con las manos.)

NOVIA. Dos días tan sólo han bastado para sentirme cargada de cadenas. En los espejos y entre los encajes de la cama oigo ya el gemido de un niño que me persigue.

JOVEN. Pero mi casa está ya levantada. Con muros que yo mismo he tocado. ¿Voy a dejar que la viva el aire?

NOVIA. ¿Y qué culpa tengo yo? ¿Quieres que me vaya contigo?

JOVEN. (Sentándose en una silla, abatido.) Sí, sí, vente.

NOVIA. Un espejo, una mesa estarían más cerca de ti que yo.

JOVEN. ¿Qué voy a hacer ahora?

NOVIA. Amar.

JOVEN. ¿A quién?

NOVIA. Busca. Por las calles, por el campo.

JOVEN. (Enérgico.) No busco. Te tengo a ti. Estás aquí, entre mis manos, en este mismo instante, y no me puedes cerrar la puerta porque vengo mojado por una lluvia de cinco años. Y porque después no hay nada, porque después no puedo amar, porque después se ha acabado todo.

NOVIA. ¡Suelta!

JOVEN. No es tu engaño lo que me duele. Tú no eres nada. Tú no significas nada. Es mi tesoro perdido. Es mi amor sin objeto. ¡Pero vendrás!

NOVIA. ¡No iré!

JOVEN. Para que no tenga que volver a empezar. Siento que se me olvidan hasta las letras.

NOVIA. ¡¡No iré!!

JOVEN. Para que no muera. ¿Lo oyes? ¡Para que no muera!

NOVIA. ¡Déjame!

CRIADA. (Saliendo.) ¡Señorita! (El Joven suelta a la Novia.) ¡Señor!

PADRE. (Entrando.) ¿Quién grita?

NOVIA. Nadie.

PADRE. (Mirando al joven.) Caballero...

JOVEN. (Abatido.) Hablábamos.

NOVIA. (Al Padre.) Es preciso que le devuelva los regalos... (El joven hace un movimiento.) Todos. Sería injusto. Todos... menos los abanicos... porque se han roto.

JOVEN. (Recordando.) Dos abanicos.

NOVIA. Uno azul...

JOVEN. Con tres góndolas hundidas...

NOVIA. Y otro blanco...

JOVEN. ¡Que tenía en el centro la cabeza de un tigre! Y... ¿están rotos?

CRIADA. Las últimas varillas se las llevó el niño del carbonero.

PADRE. Eran unos abanicos buenos, pero vamos...

JOVEN. (Sonriendo.) No importa que se hayan perdido. Me hacen ahora mismo un aire que me quema la piel.

CRIADA. (A la Novia.) ¿También el traje de novia?

NOVIA. Está claro.

CRIADA. (Llorosa.) Ahí dentro está, en el maniquí.

PADRE. (Al Joven.) Yo quisiera que...

JOVEN. No importa.

PADRE. De todos modos, está usted en su casa.

JOVEN. ¡Gracias!

PADRE. (Que mira siempre al balcón.) Debe estar ya en el comienzo. Usted perdone. (A la Novia.) ¿Vienes?...

NOVIA. Sí. (Al Joven.) ¡Adiós!

JOVEN. ¡Adiós! (Salen.)

VOZ. (Fuera.) ¡Adiós!

JOVEN. Adiós... ¿y qué? ¿Qué hago con esta hora que viene y que no conozco? ¿Dónde voy?

(La luz de la escena se oscurece. Las bombillas de los ángeles toman una luz azul. Por los balcones vuelve a entrar una luz de luna que irá en aumento hasta el final. Se oye un gemido.)

JOVEN. (Mirando a la puerta.) ¿Quién?

(Entra en escena el Maniquí con vestido de novia. Este personaje tiene la cara gris y las cejas y los labios dorados como un maniquí de esca-parate de lujo. Lleva peluca y guantes de oro. Trae puesto con cierto embarazo un espléndido traje de novia blanco, con larga cola y velo.)

MANIQUÍ. (Canta y llora.)
¿Quién usará la plata buena
de la novia chiquita y morena?
Mi cola se pierde por el mar
y la luna lleva puesta mi corona de azahar.
Mi anillo, señor, mi anillo de oro viejo,
se hundió por las arenas del espejo.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?
Se lo pondrá la ría grande para casarse con el mar.

JOVEN.
¿Qué cantas, dime?

MANIQUÍ.
Yo canto
muerte que no tuve nunca,
dolor de velo sin uso,
con llanto de seda y pluma.
Ropa interior que se queda
helada de nieve oscura,
sin que los encajes puedan
competir con las espumas.
Telas que cubren la carne
serán para el agua turbia.
Y en vez de rumor caliente,
quebrado torso de lluvia.
¿Quién usará la ropa buena
de la novia chiquita y morena?

JOVEN.
Se la pondrá el aire oscuro
jugando al alba en su gruta,
ligas de raso los juncos,
medias de seda la luna.
Dale el velo a las arañas
para que coman y cubran
las palomas, enredadas
en sus hilos de hermosura.
Nadie se pondrá tu traje,
forma blanca y luz confusa,
que seda y escarcha fueron
livianas arquitecturas.

MANIQUÍ.
Mi cola se pierde por el mar.

JOVEN.
Y la luna lleva en vilo tu corona de azahar.

MANIQUÍ. (Irritado.)
No quiero. Mis sedas tienen,
hilo a hilo y una a una,
ansia de calor de boda.
Y mi camisa pregunta
dónde están las manos tibias
que oprimen en la cintura.

JOVEN.
Yo también pregunto. ¡Calla!

MANIQUÍ.
Mientes. Tú tienes la culpa.
Pudiste ser para mí
potro de plomo y espuma,
el aire roto en el freno
y el mar atado en la grupa.
Pudiste ser un relincho
y eres dormida laguna,
con hojas secas y musgo
donde este traje se pudra.
Mi anillo, señor, mi anillo de oro viejo.

JOVEN.
¡Se hundió por las arenas del espejo!

MANIQUÍ.
¿Por qué no viniste antes?
Ella esperaba desnuda
como una sierpe de viento
desmayada por las puntas.

JOVEN. (Levantándose.)
Silencio. Déjame. ¡Vete!,
o te romperé con furia
las iniciales de nardo,
que la blanca seda oculta.
Vete a la calle a buscar
hombros de virgen nocturna
o guitarras que te lloren
seis largos gritos de música.
Nadie se pondrá tu traje.

MANIQUÍ.
Te seguiré siempre.

JOVEN.
¡Nunca!

MANIQUÍ.
¡Déjame hablarte!

JOVEN.
¡Es inútil!
¡No quiero saber!

MANIQUÍ.
Escucha.
Mira.

JOVEN.
¿Que?

MANIQUÍ.
Un trajecito
que robé de la costura.

(Enseña un traje rosa de niño.)

Dos fuentes de leche blanca
mojan mis sedas de angustia
y un dolor blanco de abejas
cubre de rayos mi nuca.
Mi hijo. ¡Quiero a mi hijo!
Por mi falda lo dibujan
estas cintas que me estallan
de alegría en la cintura.
¡Y es tu hijo!

JOVEN. (Coge el trajecito.)
Sí, mi hijo:
donde llegan y se juntan
pájaros de sueño loco
y jazmines de cordura.

(Angustiado.)

¿Y si mi niño no llega...?
Pájaro que el aire cruza
¿no puede cantar?

MANIQUÍ.
No puede.

JOVEN.
¿Y si mi niño no llega...?
Velero que el agua surca
¿no puede nadar?

MANIQUÍ.
No puede.

JOVEN.
Quieta el arpa de la lluvia,
un mar hecho piedra ríe
últimas olas oscuras.

MANIQUÍ.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?

JOVEN. (Entusiasmado y rotundo.)
Se lo pondrá mujer que espera por las orillas de la mar.

MANIQUÍ.
Te espera siempre, ¿recuerdas?
Estaba en tu casa oculta.
Ella te amaba y se fue.
Tu niño canta en su cuna
y como es niño de nieve
espera la sangre tuya.
Corre, a buscarla, ¡deprisa!,
y entrégamela desnuda
para que mis sedas puedan,
hilo a hilo y una a una,
abrir la rosa que cubre
su vientre de carne rubia.

JOVEN.
He de vivir.

MANIQUÍ.
¡Sin espera!

JOVEN.
Mi niño canta en su cuna,
y como es niño de nieve
aguarda calor y ayuda.

MANIQUÍ. (Por el traje del niño.)
¡Dame el traje!

JOVEN. (Dulce.)
No.

MANIQUÍ. (Arrebatándoselo.)
¡Lo quiero!
Mientras tú vences y buscas,
yo cantaré una canción
sobre sus tiernas arrugas. (Lo besa.)

JOVEN.
¡Pronto! ¿Dónde está?

MANIQUÍ.
En la calle.

JOVEN.
Antes que la roja luna
limpie con sangre de eclipse
la perfección de su curva,
traeré temblando de amor
mi propia mujer desnuda.

(La luz es de un azul intenso. Entra la Criada por la izquierda con un candelabro y la escena toma suavemente su luz normal, sin descuidar la luz azul de los balcones abiertos de par en par que hay en el fondo. En el momento que aparece la Criada, el Maniquí queda rígido con una postura de escaparate. La cabeza inclinada y las manos levantadas en actitud delicadísima. La Criada deja el candelabro sobre la mesa del tocador. Siempre en actitud compungida y mirando al joven. En este momento aparece el Viejo por una puerta de la derecha. La luz crece.)

JOVEN. (Asombrado.) ¡Usted!

VIEJO. (Da muestras de una gran agitación y se lleva las manos al pecho. Trae un pañuelo de seda en la mano.) ¡Sí! ¡Yo!

(La Criada sale rápidamente al balcón.)

JOVEN. (Agrio.) No me hace ninguna falta.

VIEJO. Más que nunca. ¡Ay, me has herido! ¿Por qué subiste? Yo sabía lo que iba a pasar. ¡Ay!

JOVEN. (Dulce, acercándose.) ¿Qué le pasa?

VIEJO. (Enérgico.) Nada. No me pasa nada. Una herida pero... la sangre se seca y lo pasado, pasado. (El joven inicia el mutis.) ¿Dónde vas?

JOVEN. (Con alegría.) A buscar.

VIEJO. ¿A quién?

JOVEN. A la mujer que me quiere. Usted la vio en mi casa, ¿no recuerda?

VIEJO. (Severo.) No recuerdo. Pero espera.

JOVEN. ¡No! Ahora mismo.

(El Viejo lo coge del brazo.)

PADRE. (Entrando.) ¡Hija!, ¿dónde estás? ¡Hija!

(Se oye el claxon del automóvil.)

CRIADA. (En el balcón.) ¡Señorita! ¡Señorita!

PADRE. (Yéndose al balcón.) ¡Hija! ¡Espera, espera! (Sale.)

JOVEN. Yo también me voy. Yo busco, como ella, ¡la nueva flor de mi sangre! (Sale corriendo.)

VIEJO. ¡Espera! ¡Espera! ¡No me dejes herido! ¡Espera! (Sale. Sus voces de «¡Espera, espera!» se pierden.)

(Se oye lejano el claxon. Queda la escena azul y el Maniquí avanza dolorido. Con dos expresiones. Pregunta en el primer verso con ímpetu y respuesta en el segundo y como muy lejana.)

MANIQUÍ.

Mi anillo, ¡señor!, mi anillo de oro viejo

(Pausa.)

se hundió por las arenas del espejo.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?

(Pausa. Llorando.)

Se lo pondrá la ría grande para casarse con el mar.

(Se desmaya y queda tendido en el sofá.)

VOZ (Fuera.) ¡Esperaaa...!


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