La misma decoración que en el primer cuadro. A la izquierda, una gran cabeza de caballo colocada en el suelo. A la derecha, un ojo enorme y un grupo de
árboles con nubes, apoyados en la pared. Entra el Director de escena con el Prestidigitador. El Prestidigitador viste de frac, capa blanca de raso que le llega a los pies y lleva sombrero de copa. El Director de escena tiene el traje del primer cuadro.
DIRECTOR. Un prestidigitador no puede resolver este asunto, ni un médico, ni un astró- nomo, ni nadie. Es muy sencillo soltar a los leones y luego llover azufre sobre ellos. No siga usted hablando.
PRESTIDIGITADOR. Me parece que usted, hombre de máscara, no recuerda que nosotros usamos la cortina oscura.
DIRECTOR. Cuando las gentes están en el cielo; pero dígame, ¿qué cortina se puede usar en
un sitio donde el aire es tan violento que desnuda a la gente y hasta los niños llevan navajitas para rasgar los telones?
PRESTIDIGITADOR. Naturalmente, la cortina del prestidigitador presupone un orden en la oscuridad del truco; por eso, ¿por qué eligieron ustedes una tragedia manida y no hicieron un drama original?
DIRECTOR. Para expresar lo que pasa todos los días en todas las grandes ciudades y en los campos por medio de un ejemplo que, admitido por todos a pesar de su originalidad, ocurrió sólo una vez. Pude haber elegido el Edipo o el Otelo. En cambio, si hubiera levantado el telón con la verdad original, se hubieran manchado de sangre las butacas desde las primeras escenas.
PRESTIDIGITADOR. Si hubieran empleado «la flor de Diana» que la angustia de Shakespeare utilizó de manera irónica en el Sueño de una noche de verano, es probable que la representación habría terminado con éxito. Si el amor es pura casualidad y Titania, reina de los silfos, se enamora de un asno, nada de particular tendría que, por el mismo procedimiento, Gonzalo be- biera en el music-ball con un muchacho [vestido de] blanco sentado en las rodillas.
DIRECTOR. Le suplico no siga hablando.
PRESTIDIGITADOR. Construyan ustedes un arco de alambre, una cortina y un árbol de fres- cas hojas, corran y descorran la cortina a tiempo y nadie se extrañará de que el árbol se convierta en un huevo de serpiente. Pero ustédes lo que querían era asesinar a la paloma y dejar en lugar suyo un pedazo de mármol lleno de pe- queñas salivas habladoras.
DIRECTOR. Era imposible hacer otra cosa; mis amigos y yo abrimos el túnel bajo la arena sin que lo notara la gente de la ciudad. Nos ayudaron muchos obreros y estudiantes que ahora niegan haber trabajado a pesar de tener las manos llenas de heridas. Cuando llegamos al sepulcro levantamos el telón.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué teatro puede salir de un sepulcro?
DIRECTOR. Todo el teatro sale de las humedades confinadas. Todo el teatro verdadero tiene un profundo hedor de luna pasada. Cuando los trajes hablan, las personas vivas son ya botones de hueso en las paredes del calvario. Yo hice el túnel para apoderarme de los trajes y, a través de ellos, haber enseñado el perfil de una fuerza oculta cuando ya el público no tuviera más re- medio que atender, lleno de espíritu y subyugado por la acción.
PRESTIDIGITADOR. Yo convierto sin ningún esfuerzo un frasco de tinta en una mano cortada llena de anillos antiguos.
DIRECTOR. (Irritado.) Pero eso es mentira, ¡eso es teatro! Si yo pasé tres días luchando con las raíces y los golpes de agua fue para destruir el teatro.
PRESTIDIGITADOR. Lo Sabía.
DIRECTOR. Y demostrar que si Romeo y Julie- ta agonizan y mueren para despertar sonriendo cuando cae el telón, mis personajes, en cambio, queman la corona y mueren de verdad en pre- sencia de los espectadores. Los caballos, el mar; el ejército de las hierbas lo han impedido. Pero algún día, cuando se quemen todos los teatros, se encontrará en los sofás, detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón dorado, la reunión de nuestros muertos encerrados allí por el público. ¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro! No vale silbar desde las ventanas. Y si los perros gimen de modo tierno hay que levantar la cortina sin prevenciones. Yo conocí a un hombre que barría su tejado y limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería con el cielo.
PRESTIDIGITADOR. Si avanzas un escalón más, el hombre te parecerá una brizna de hierba.
DIRECTOR. No una brizna de hierba, pero sí un navegante.
PRESTIDIGITADOR. Yo puedo convertir un navegante en una aguja de coser.
DIRECTOR. Eso es precisamente lo que se hace en el teatro. Por eso yo me atreví a realizar un dificilísimo juego poético en espera de que el amor rompiera con ímpetu y diera nueva forma a los trajes.
PRESTIDIGITADOR. Cuando dice usted amor yo me asombro.
DIRECTOR. Sea sombra, ¿de qué?
PRESTIDIGITADOR. Veo un paisaje de arena reflejado en un espejo turbio.
DIRECTOR. ¿Y qué más?
PR ESTIDIGITADOR. Que no acaba nunca de amanecer.
DIRECTOR. Es posible.
PRESTIDIGITADOR. (Displicente y golpeando la cabeza de caballo con las yemas de los dedos.) Amor.
DIRECTOR. (Sentándose en la mesa.) Cuando dice usted amor yo me asombro.
PRESTIDIGITADOR. Se asombra, ¿de qué?
DIRECTOR. Veo que cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué más?
DIRECTOR. Que anochece cada cinco minutos.
PRESTIDIGITADOR. (Mírándolo fijamente.) Es posible. (Pausa.) Pero, ¿qué se puede esperar de una gente que inaugura el teatro bajo la arena? Si abriera usted esa puerta se llenaría esto de mastines, de locos, de lluvias, de hojas mons- truosas, de ratas de alcantarilla. ¿Quién pensó nunca que se pueden romper todas las puertas de un drama?
DIRECTOR. Es rompiendo todas las puertas el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo por sus propios ojos que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre. Me repugna el moribundo que dibu- ja con el dedo una puerta sobre la pared y se duerme tranquilo. El verdadero drama es un circo de arcos donde el aire y la luna y las cria- turas entran y salen sin tener un sitio donde descansar. Aquí está usted pisando un teatro donde se han dado dramas auténticos y donde se ha sostenido un verdadero combate que ha costado la vida a todos los intérpretes. (Llora.) CRIADO. (Entrando precipitadamente.) Señor.
DIRECTOR. ¿Qué ocurre? (Entra el Traje Blanco de Arlequín y una Señora vestida de negro con la cara cubierta por un espeso tul que impede ver su rostro.)
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo?
DIRECTOR. ¿Qué hijo?
SEÑORA. Mi hijo Gonzalo.
DIRECTOR. (Irritado.) Cuando terminó la re- presentación bajó precipitadamente al foso del teatro con ese muchacho que viene con usted. Más tarde el traspunte lo vio tendido en la ca- ma imperial de la guardarropía. A mí no me debe preguntar nada. Hoy todo aquello está bajo la tierra.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Llorando.) Enrique.
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo? Los pescadores me llevaron esta mañana un enorme pez luna, pálido, descompuesto, y me gritaron: ¡Aquí tienes a tu hijo! Como el pez manaba sin cesar un hilito de sangre por la boca, los niños reían y pintaban de rojo las suelas de sus botas. Cuan- do yo cerré mi puerta sentí como la gente de los mercados lo arrastraban hacia el mar.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Hacia el mar.
DIRECTOR. La representación ha terminado hace horas y yo no tengo responsabilidad de lo que ha ocurrido.
SEÑORA. Yo presentaré mi denuncia y pediré justicia delante de todos. (Inicia el mutis.)
PRESTIDIGITADOR. Señora, por ahí no puede salir.
SEÑORA. Tiene razón. El vestíbulo está completamente a oscuras. (Va a salir por la puerta de la derecha.)
DIRECTOR. Por ahí tampoco. Se caería por las claraboyas.
PRESTIDIGITADOR. Señora, tenga la bondad.
Yo la conduciré. (Se quita la capa y cubre con ella a la Señora. Da dos o tres pases con las manos, tira de la capa y la Señora desaparece. El Criado empuja al Traje de Arlequín y lo hace desaparecer por la izquierda. El Prestidigitador saca un gran abanico blanco y empieza a abanicarse mientras canta suave-mente.)
DIRECTOR. Tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. ¿Cómo?
DIRECTOR. Le digo que tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) Es una bonita palabra, frío.
DIRECTOR. Muchas gracias por todo.
PRESTIDIGITADOR. De nada. Quitar es muy fácil. Lo difícil es poner.
DIRECTOR. Es mucho más difícil sustituir.
CRIADO. (Entrando de haberse llevado el Arlequín.) Hace un poco de frío. ¿Quiere que en-
cienda la calefacción?
DIRECTOR. No. Hay que resistirlo todo porque hemos roto las puertas, hemos levantado el techo y nos hemos quedado con las cuatro pa- redes del drama. (Sale el Criado por la puerto central.) Pero no importa. Todavía queda hierba suave para dormir.
PRESTIDIGITADOR. ¡Para dormir!
DIRECTOR. Que en último caso dormir es sembrar.
CRIADO. ¡Señor! Yo no puedo resistir el frío.
DIRECTOR. Te he dicho que hemos de resistir, que no nos ha de vencer un truco cualquiera. Cumple tu obligación. (El Director se pone unos guantes y se sube el cuello del frac lleno de temblor. El Criado desaparece.)
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) ¿Pero es que el frío es una cosa mala?
DIRECTOR. (Con voz débil.) El frío es un ele-mento dramático como otro cualquiera.
CRIADO. (Asoma a la puerta temblando, con las manos sobre el pecho.) ¡Señor!
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. (Cayendo de rodillas.) Ahí está el público.
DIRECTOR. (Cayendo de brutes sobre la mesa.)
¡Que pase!
(El Prestidigitador, sentado cerca de la cabeza de caballo, silba y se abanica con gran alegría. Todo el ángulo izquierdo de la decoración se parte y aparece un cielo de nubes largas, vivamente iluminado, y una lluvia lenta de guantes blancos, rígidos y espaciados.)
VOZ. (Fuera.) Señor.
VOZ. (Fuera.) Qué.
VOZ. (Fuera.) El público.
VOZ. (Fuera.) Que pase.
(El Prestidigitador agita con viveza el abanico por el aire. En la escena empiezan a caer copos de nieve.)
Telón lento