Cuadro tercero

Muro de arena. A la izquierda, y pintada sobre el muro, una luna transparente casi de gelatina. En el centro, una in-mensa hoja verde lanceolada.

HOMBRE I.° (Entrando.) No es esto lo que hace falta. Después de lo que ha pasado, sería injusto que yo volviese otra vez para hablar con los niños y observar la alegría del cielo.

HOMBRE 2.° Mal sitio es éste.

DIRECTOR. ¿Habéis presenciado la lucha?

HOMBRE 3.° (Entrando.) Debieron morir los dos. No he presenciado nunca un festín más sangriento.

HOMBRE I.° Dos leones. Dos semidioses.

HOMBRE 2.° Dos semidioses si no tuvieran ano.

HOMBRE I.° Pero el ano es el castigo del hombre. El ano es el fracaso del hombre, es su ver- güenza y su muerte. Los dos tenían ano y ninguno de los dos podía luchar con la belleza pura de los mármoles que brillaban conservan-do deseos íntimos defendidos por una superficie intachable.

HOMBRE 3.° Cuando sale la luna, los niños del campo se reúnen para defecar.

HOMBRE I.° Y detrás de los juncos, a la orilla fresca de los remansos, hemos encontrado la huella del hombre que hace horrible la libertad de los desnudos.

HOMBRE 3.° Debieron morir los dos.

HOMBRE I.° (Enérgico.) Debieron vencer.

HOMBRE 3.° ¿Cómo?

HOMBRE I.° Siendo hombres los dos y no dejándose arrastrar por los falsos deseos. Sien- do íntegramente hombres. ¿Es que un hombre puede dejar de serlo nunca?

HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!

HOMBRE I.° Han sido vencidos y ahora todo será para burla y escarnio de la gente.

HOMBRE 3.° Ninguno de los dos era un hombre. Como no lo sois vosotros tampoco. Estoy asqueado de vuestra compañía.

HOMBRE I.° Ahí detrás, en la última parte del festín, está el Emperador. ¿Por qué no sales y lo estrangulas? Reconozco tu valor tanto como justifico tu belleza. ¿Cómo no te precipitas y con tus mismos dientes le devoras el cuello?

DIRECTOR. ¿Por qué no lo haces tú?

HOMBRE I.° Porque no puedo, porque no quiero, porque soy débil.

DIRECTOR. Pero él puede, él quiere, él es fuer- te. (En alta voz.) ¡El Emperador está en la ruina!

HOMBRE 3.° Que vaya el que quiera respirar su aliento.

HOMBRE I.° ¡Tú!

HOMBRE 3.° Sólo podría convenceros si tuvie- ra mi látigo.

HOMBRE I.° Sabes que no te resisto, pero te desprecio por cobarde.

HOMBRE 2.° ¡Por cobarde!

DIRECTOR. (Fuerte y mirando al Hombre 3.°) ¡El Emperador que bebe nuestra sangre está en la ruina!

(El Hombre 3.° se tapa la cara con las manos.) HOMBRE I.° (Al Director.) Ése es, ¿lo conoces ya? Ése es el valiente que en el café y en el libro nos va arrollando las venas en largas espinas de pez. Ése es el hombre que ama al Emperador en soledad y lo busca en las tabernas de los puertos. Enrique, mira bien sus ojos. Mira qué pequeños racimos de uvas bajan por sus hombros. A mí no me engaña. Pero ahora yo voy a matar al Emperador. Sin cuchillo, con estas manos quebradizas que me envidian todas las mujeres.

DIRECTOR. ¡No, que irá él! Espera un poco. (El Hombre se sienta en una silla y llora.)

HOMBRE 3.° ¡No podría estrenar mi pijama de nubes! ¡Ay! Vosotros no sabéis que yo he des- cubierto una bebida maravillosa que solamente conocen algunos negros de Honduras.

DIRECTOR. Es en un pantano podrido donde debemos estar y no aquí. Bajo el légamo donde se consumen las ranas muertas.

HOMBRE 2.° (Abrazando al Hombre I.°) Gonzalo, ¿por qué lo amas tanto?

HOMBRE I.° (Al Director.) ¡Te traeré la cabeza del Emperador!

DIRECTOR. Será el mejor regalo para Elena.

HOMBRE 2.° Quédate, Gonzalo, y permite que te lave los pies.

HOMBRE I.° La cabeza del Emperador quema los cuerpos de todas las mujeres.

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) Pero tú no sabes que Elena puede pulir sus manos dentro del fósforo y la cal viva. ¡Vete con el cuchillo! ¡Ele- na, Elena, corazón mío!

HOMBRE 3.° ¡Corazón mío de siempre! Nadie nombre aquí a Elena.

DIRECTOR. (Temblando.) Nadie la nombre. Es mucho mejor que nos serenemos. Olvidando el teatro será posible. Nadie la nombre.

HOMBRE I.° Elena.

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¡Calla! Luego, yo estaré esperando detrás de los muros del gran almacén. Calla.

HOMBRE I.° Prefiero acabar de una vez. ¡Elena! (Inicia el mutis.)

DIRECTOR. Oye, ¿y si yo me convirtiera en un pequeño enano de jazmines?

HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) ¡Vamos! ¡No te dejes engañar! Yo te acompaño a la ruina.

DIRECTOR. (Abrazando al Hombre I.°) Me convertiría en una píldora de anís, una píldora donde estarían exprimidos los juncos de todos los ríos, y tú serías una gran montaña china cubierta de vivas arpas diminutas.

HOMBRE I.° (Entornando los ojos.) No, no. Yo entonces no sería una montaña china. Yo sería un odre de vino antiguo que llena de sanguijue- las la garganta. (Luchan.)

HOMBRE 3.° Tendremos necesidad de separar- los.

HOMBRE 2.° Para que no se devoren.

HOMBRE 3.° Aunque yo encontraría mi libertad.

(El Director y el Hombre I.° luchan sordamente.)

HOMBRE 2.° Pero yo encontraría mi muerte.

HOMBRE 3.° Si yo tengo un esclavo...

HOMBRE 2.° Es porque yo soy un esclavo.

HOMBRE 3.° Pero, esclavos los dos, de modo distinto podemos romper las cadenas.

HOMBRE I.° ¡Llamaré a Elena!

DIRECTOR. ¡Llamaré a Elena!

HOMBRE I.° ¡No, por favor!

DIRECTOR. No, no la llames. Yo me convertiré en lo que tú desees. (Desaparecen luchando por la derecha.)

HOMBRE 3.° Podemos empujarlos y caerán al pozo. Así tú y yo quedaremos libres.

HOMBRE 2.° Tú, libre. Yo, más esclavo todavía.

HOMBRE 3.° No importa. Yo les empujo. Estoy deseando vivir en mi tierra verde, ser pastor, beber el agua de la roca.

HOMBRE 2.° Te olvidas de que soy fuerte cuando quiero. Era yo un niño y uncía los bue- yes de mi padre. Aunque mis huesos estén cubiertos de pequeñísimas orquídeas, tengo una capa de músculos que utilizo cuando quiero.

HOMBRE 3.° (Suave.) Es mucho mejor para ellos y para nosotros. ¡Vamos! El pozo es profundo.

HOMBRE 2.o ¡No te dejare!

(Luchan. El Hombre 2.° empuja al Hombre 3.° y desaparecen por el lado opuesto. El muro se abre y aparece el sepulcro de Julieta en Verona. Decoración realista. Rosales y yedras. Luna. Julieta está tendida en el sepulcro. Viste un traje blanco de ópera. Lleva al aire sus dos senos de celuloide rosado.)

JULIETA. (Saltando del sepulcro.) Por favor. No he tropezado con una amiga en todo el tiempo, a pesar de haber cruzado más de tres mil arcos vacíos. Un poco de ayuda, por favor. Un poco de ayuda y un mar de sueño. (Canta.) Un mar de sueño. Un mar de tierra blanca y los arcos vacíos por el cielo. Mi cola por las naves, por las algas. Mi cola por el tiempo. Un mar de tiempo. Playa de los gusanos leñadores y delfín de cristal por los cerezos. ¡Oh puro amianto de final! ¡Oh ruina! ¡Oh soledad sin arco! ¡Mar de sueño!

(Un tumulto de espadas y voces surge al fondo de la escena.)

JULIETA. Cada vez más gente. Acabarán por invadir mi sepulcro y ocupar mi propia cama. A mí no me importan las discusiones sobre el amor ni el teatro. Yo lo que quiero es amar.

CABALLO BLANCO I.° (Apareciendo. Trae una espada en la mano.) ¡Amar!

JULIETA. Sí. Con amor que dura sólo un momento.

CABALLO BLANCO I.° Te he esperado en el jardín.

JULIETA. Dirás en el sepulcro.

CABALLO BLANCO I.° Sigues tan loca como siempre. Julieta, ¿cuándo podrás darte cuenta de la perfección de un día? Un día con mañana y con tarde.

JULIETA. Y con noche.

CABALLO BLANCO I.° La noche no es el día. Y en un día lograrás quitarte la angustia y ahuyentar las impasibles paredes de mármol.

JULIETA. ¿Cómo?

CABALLO BLANCO I.° Monta en mi grupa.

JULIETA. ¿Para qué?

CABALLO BLANCO I.° (Acercándose.) Para llevarte.

JULIETA. ¿Dónde?

CABALLO BLANCO I.° A lo oscuro. En lo os- curo hay ramas suaves. El cementerio de las alas tiene mil superficies de espesor.

JULIETA. (Temblando.) ¿Y qué me darás allí?

CABALLO BLANCO I.° Te daré lo más callado de lo oscuro.

JULIETA. ¿El día?

CABALLO BLANCO I.° El musgo sin luz. El tacto que devora pequeños mundos con las yemas de los dedos.

JULIETA. ¿Eras tú el que ibas a enseñarme la perfección de un día?

CABALLO BLANCO I.° Para pasarte a la noche.

JULIETA. (Furiosa.) ¿Y qué tengo yo, caballo idiota, que ver con la noche? ¿Qué tengo yo que aprender de sus estrellas o de sus borrachos? Será preciso que use veneno de rata para li- brarme de gente molesta. Pero yo no quiero matar a las ratas. Ellas traen para mí pequeños pianos y escobillas de laca.

CABALLO BLANCO I.° Julieta, la noche no es un momento, pero un momento puede durar toda la noche.

JULIETA. (Llorando.) Basta. No quiero oírte más. ¿Para qué quieres llevarme? Es el engaño la palabra del amor, el espejo roto, el paso en el agua. Después me dejarías en el sepulcro otra vez, como todos hacen tratando de convencer a los que escuchan de que el verdadero amor es imposible. Ya estoy cansada. Y me levanto a pedir auxilio para arrojar de mi sepulcro a los que teorizan sobre mi corazón y a los que me abren la boca con pequeñas pinzas de mármol.

CABALLO BLANCO I.° El día es un fantasma que se sienta.

JULIETA. Pero yo he conocido mujeres muertas por el sol.

CABALLO BLANCO I.° Comprende bien: un solo día para amar todas las noches.

JULIETA. ¡Lo de todos! ¡Lo de todos! Lo de los hombres, lo de los árboles, lo de los caballos. Todo lo que quieres enseñarme lo conozco per- fectamente. La luna empuja de modo suave las casas deshabitadas, provoca la caída de las co- lumnas y ofrece a los gusanos diminutas antor- chas para entrar en el interior de las cerezas. La luna lleva a las alcobas las caretas de la menin- gitis, llena de agua fría los vientres de las em-barazadas, y apenas me descuido arroja puña- dos de hierba sobre mis hombros. No me mires, caballo, con ese deseo que tan bien conozco. Cuando era muy pequeña, yo veía en Verona a las hermosas vacas pacer en los prados. Luego las veía pintadas en mis li- bros, pero las recordaba siempre al pasar por las carnicerías.

CABALLO BLANCO I.° Amor que sólo dura un momento.

JULIETA. Sí, un minuto; y Julieta, viva, alegrí- sima, fibre del punzante enjambre de lupas. Julieta en el comienzo, Julieta a la orilla de la ciudad.

(El tumulto de votes y espadas vuelve a surgir en el fondo de la escena.)

CABALLO BLANCO I.°

Amor. Amar. Amor.

Amor del caracol, col, col, col,

que saca los cuernos al sol.

Amar. Amor. Amar

del caballo que lame

la bola de sal.

(Baila.)

JULIETA. Ayer eran cuarenta y estaba dormi- da. Venían las arañas, venían las niñas y la jo- ven violada por el perro tapándose con los geráneos, pero yo continuaba tranquila. Cuan- do las ninfas hablan del queso, éste puede ser de leche de sirena o de trébol, pero ahora son cuatro, son cuatro muchachos los que me han querido poner un falito de barro y estaban de- cididos a pintarme un bigote de tinta.

CABALLO BLANCO I.°

Amor. Amar. Amor.

Amor de Ginido con el cabrón,

y de la mula con el caracol, col, col, col,

que saca los cuernos al sol.

Amar. Amor. Amar

de Júpiter en el establo con el pavo real

y el caballo que relincha dentro de la catedral.

JULIETA. Cuatro muchachos, caballo. Hacía

mucho tiempo que sentía el ruido del juego,

pero no he despertado hasta que brillaban los

cuchillos.

(Aparece el Caballo Negro. Lleva un penacho de

plumas del mismo color y una rueda en la mano.)

CABALLO NEGRO. ¿Cuatro muchachos? Todo

el mundo. Una tierra de asfódelos y otra tierra

de semillas. Los muertos siguen discutiendo y

los vivos utilizan el bisturí. Todo el mundo.

CABALLO BLANCO I.° A las orillas del Mar

Muerto nacen unas bellas manzanas de ceniza,

pero la ceniza es buena.

CABALLO NEGRO. ¡Oh frescura! ¡Oh pulpa!

¡Oh rocío! Yo como ceniza.

JULIETA. No, no es buena la ceniza. ¿Quién habla de ceniza?

CABALLO BLANCO I.° No hablo de ceniza.

Hablo de la ceniza que tiene forma de manza-

na.

CABALLO NEGRO. Forma, ¡forma! Ansia de la

sangre.

JULIETA. Tumulto.

CABALLO NEGRO. Ansia de la sangre y hastío

de la rueda.

(Aparecen los tres Caballos Blancos; traen largos bastones de laca negra.)

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Forma y

ceniza. Ceniza y forma. Espejo. Y el que pueda

acabar que ponga un pan de oro.

JULIETA. (Retorciéndose las manos.) Forma y ceniza.

CABALLO NEGRO. Sí. Ya sabéis lo bien que

degüello las palomas. Cuando se dice roca yo

entiendo aire. Cuando se dice aire yo entiendo

vacío. Cuando se dice vacío yo entiendo paloma degollada.

CABALLO BLANCO I.°

Amor. Amor. Amor

de la luna con el cascarón,

de la yema con la luna

y la nube con el cascarón.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Golpeando

el suelo con sus bastones.)

Amor. Amor. Amor

de la boñiga con el sol,

del sol con la vaca muerta

y el escarabajo con el sol.

CABALLO NEGRO. Por mucho que mováis los

bastones las cosas no sucederán sino como tie-

nen que suceder. ¡Malditos! ¡Escandalosos! He

de recorrer el bosque en busca de resina varias

veces a la semana, por culpa vuestra, para tapar

y restaurar el silencio que me pertenece. (Per-

suasivo.) Vete, Julieta. Te he puesto sábanas de hilo. Ahora empezará a caer una lluvia fina

coronada de yedras que mojará los cielos y las

paredes.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Tenemos

tres bastones negros.

CABALLO BLANCO I.° Y una espada.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (A Julieta.)

Hemos de pasar por tu vientre para encontrar

la resurrección de los cabaIlos.

CABALLO NEGRO. Julieta, son las tres de la

madrugada; si te descuidas, las gentes cerrarán

la puerta y no podrás pasar.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Le queda el

prado y el horizonte de montañas.

CABALLO NEGRO. Julieta, no hagas ningún

caso. En el prado está el campesino que se come

los mocos, el enorme pie que machaca al raton-

cito, y el ejército de lombrices que moja de ba-

bas la hierba viciosa.

CABALLO BLANCO I.° Le quedan sus pechitos duros y, además, ya se ha inventado la ca-

ma para dormir con los caballos.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Agitando

los bastones.) Y queremos acostarnos.

CABALLO BLANCO I.° Con Julieta. Yo estaba

en el sepulcro la última noche y sé todo lo que

pasó.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Furiosos.)

¡Queremos acostarnos!

CABALLO BLANCO I.° Porque somos caballos

verdaderos, caballos de coche que hemos roto

con las vergas la madera de los pesebres y las

ventanas del establo.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Desnúdate,

Julieta, y deja al aire tu grupa para el azote de

nuestras colas. ¡Queremos resucitar! (Julieta se

refugia con el Caballo Negro.)

CABALLO NEGRO. ¡Loca, más que loca!

JULIETA. (Rehaciéndose.) No os tengo miedo.

¿Queréis acostaros conmigo? ¿Verdad? Pues

ahora soy yo la que quiere acostarse con voso-

tros, pero yo mando, yo dirijo, yo os monto, yo os corto las crines con mis tijeras.

CABALLO NEGRO. ¿Quién pasa a través de

quién? ¡Oh amor, amor, que necesitas pasar tu

luz por los calores oscuros! ¡Oh mar apoyado

en la penumbra y flor en el culo del muerto!

JULIETA. (Enérgica.) No soy yo una esclava para que me hinquen punzones de ámbar en

los senos ni un oráculo para los que tiemblan

de amor a la salida de las ciudades. Todo mi sueño ha sido con el olor de la higuera y la cin-tura del que corta las espigas. ¡Nadie a través

de mí! ¡Yo a través de vosotros!

CABALLO NEGRO. Duerme, duerme, duerme.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Empuñan

los bastones y por las conteras de éstos saltan tres chorros de agua.) Te orinamos, te orinamos. Te orinamos como orinamos a las yeguas, como la

cabra orina el hocico del macho y el cielo orina

a las magnolias para ponerlas de cuero.

CABALLO NEGRO. (A Julieta.) A tu sitio. Que

nadie pase a través de ti.

JULIETA. ¿Me he de callar entonces? Un niño recién nacido es hermoso.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Es hermo-

so. Y arrastraría la cola por todo el cielo.

(Aparece por la derecha el Hombre I.° con el Director de escena. El Director de escena viene, como en el primer acto, transformado en un Arlequín blanco.)

HOMBRE I.° ¡Basta, señores!

DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!

CABALLO BLANCO I.° No. Ahora hemos in-

augurado el verdadero teatro. El teatro bajo la

arena.

CABALLO NEGRO. Para que se sepa la verdad

de las sepulturas.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Sepulturas

con anuncios, focos de gas y largas filas de bu-

tacas.

HOMBRE I.° ¡Sí! Ya hemos dado el primer pa-

so. Pero yo sé positivamente que tres de voso-

tros se ocultan, que tres de vosotros nadan todavía en la superficie. (Los tres Caballos Blancos se agrupan inquietos.) Acostumbrados al látigo de los cocheros y a las tenazas de los herrado-res tenéis miedo de la verdad.

CABALLO NEGRO: Cuando se hayan quitado

el último traje de sangre, la verdad será una

ortiga, un cangrejo devorado, o un trozo de

cuero detrás de los cristales.

HOMBRE I.° Deben desaparecer inmediata-

mente de este sitio. Ellos tienen miedo del

público. Yo sé la verdad, yo sé que ellos no

buscan a Julieta, y ocultan un deseo que me

hiere y que leo en sus ojos.

CABALLO NEGRO. No un deseo; todos los

deseos. Como tú.

HOMBRE I.° Yo no tengo más que un deseo.

CABALLO BLANCO I.° Como los caballos,

nadie olvida su máscara.

HOMBRE I.° Yo no tengo máscara.

DIRECTOR. No hay más que máscara. Tenía yo

razón, Gonzalo. Si burlamos la máscara, ésta

nos colgará de un árbol como al muchacho de América.

JULIETA. (Llorando.) ¡Máscara!

CABALLO BLANCO I.° Forma.

DIRECTOR. En medio de la calle la máscara

nos abrocha los botones y evita el rubor impru-

dente que a veces surge en las mejillas. En la

alcoba, cuando nos metemos los dedos en las

narices, o nos exploramos delicadamente el

trasero, el yeso de la máscara oprime de tal

forma nuestra carne que apenas si podemos

tendernos en el lecho.

HOMBRE I.° (Al Director.) Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo. (Lo

abraza.)

CABALLO BLANCO I.° (Burlón.) Un lago es

una superficie.

HOMBRE I.° (Irritado.) ¡O un volumen!

CABALLO BLANCO I.° (Riendo.) Un volumen

son mil superficies.

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) No me abraces,

Gonzalo. Tu amor vive sólo en presencia de

testigos. ¿No me has besado lo bastante en la ruina? Desprecio tu elegancia y tu teatro. (Luchan.)

HOMBRE I.° Te amo delante de los otros por-

que abomino de la máscara y porque ya he con-

seguido arrancártela.

DIRECTOR. ¿Por qué soy tan débil?

HOMBRE I.° (Luchando.) Te amo.

DIRECTOR. (Luchando.) Te escupo.

JULIETA. ¡Están luchando!

CABALLO NEGRO. Se aman.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS.

Amor, amor, amor.

Amor del uno con el dos

y amor del tres que se ahoga

por ser uno entre los dos.

HOMBRE I.° Desnudaré tu esqueleto.

DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete luces.

HOMBRE I.° Fáciles para mis siete manos.

DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete sombras.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Déjalo,

déjalo.

CABALLO BLANCO I.° (Al Hombre I.°) Te or-

deno que lo dejes.

(Los Caballos separan al Hombre I.° y al Director.) DIRECTOR. Esclavo del león, puedo ser amigo

del caballo.

CABALLO BLANCO I.° (Abrazándolo.) Amor.

DIRECTOR. Meteré las manos en las grandes

bolsas para arrojar al fango las monedas y las

sumas llenas de miguitas de pan.

JULIETA. (Al Caballo Negro.) ¡Por favor!

CABALLO NEGRO. (Inquieto.) Espera.

HOMBRE I.° No ha llegado la hora todavía de

que los caballos se lleven un desnudo que yo he

hecho blanco a fuerza de lágrimas.

(Los tres Caballos Blancos detienen

al Hombre I.°)

HOMBRE I.° ¡Enrique!

DIRECTOR. ¿Enrique? Ahí tienes a Enrique. (Se

quita rápidamente el traje y lo tira detrás de una columna. Debajo lleva un sutilísimo Traje de Bailarina. Por detrás de la columna aparece el Traje de Enrique. Este personaje es el mismo Arlequín Blanco con una careta amarillo pálido.)

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Tengo frío. Luz

eléctrica. Pan. Estaban quemando goma. (Queda

rígido.)

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¿No vendrás ahora

conmigo? ¡Con la Guillermina de los caballos!

CABALLO BLANCO I.° Luna y raposa y bote-

lla de las tabernillas.

DIRECTOR. Pasaréis vosotros, y los barcos, y

los regimientos y, si quieren, las cigüeñas pue-

den pasar también. ¡Ancha soy!

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. ¡Guillermi-

na!

DIRECTOR. No Guillermina. Yo no soy Gui-

llermina. Yo soy la Dominga de los negritos. (Se

arranca las gasas y aparece vestido con un maillot

todo lleno de pequeños cascabeles. Lo arroja detrás de la columna y desaparece seguido de los Caballos.

Entonces aparece el personaje Traje de Bailarina.) EL TRAJE DE BAILARINA.

Gui-guiller-guillermi-guillermina.

Na-nami-namiller-namillergui. Dejadme entrar

o dejadme salir. (Cae al suelo dormida.)

HOMBRE I.° ¡Enrique, ten cuidado con las es-

caleras!

DIRECTOR. (Fuera.) ¡Luna y raposa de los ma-

rineros borrachos!

JULIETA. (Al Caballo Negro.) Dame la medicina para dormir.

CABALLO NEGRO. Arena.

HOMBRE I.° (Gritando.) ¡En pez luna; sólo de-

seo que tú seas un pez luna! ¡Que te conviertas

en un pez luna! (Sale detrás violentamente.)

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique. Luz eléc-

trica. Pan. Estaban quemando goma.

(Aparecen por la izquierda el Hombre 3.° y el Hombre 2.° El Hombre 2.° es la mujer del Pijama Negro

y las amapolas del cuadro I. E1 Hombre 3.°, sin transformar.)

HOMBRE 2.° Me quiere tanto que si nos ve

juntos, seria capaz de asesinarnos. Vamos.

Ahora yo te serviré para siempre.

HOMBRE 3.° Tu belleza era hermosa por deba-

jo de las columnas.

JULIETA. (A la pareja.) Vamos a cerrar la puerta.

HOMBRE 2.° La puerta del teatro no se cierra

nunca.

JULIETA. Llueve mucho, amiga mía.

(Empieza a llover. El Hombre 3. ° saca del bolsillo una careta de ardiente expresión y se cubre el rostro.)

HOMBRE 3.° (Galante.) ¿Y no pudiera quedar-

me a dormir en este sitio?

JULIETA. ¿Para qué?

HOMBRE 3.° Para gozarte. (Habla con ella.)

HOMBRE 2.° (Al Caballo Negro.) ¿Vio salir a un hombre con barba negra, moreno, al que le chi-llaban un poco los zapatos de charol?

CABALLO NEGRO. No lo vi.

HOMBRE 3.° (A Julieta.) ¿Y quién mejor que yo para defenderte?

JULIETA. ¿Y quién más digna de amor que tu

amiga?

HOMBRE 3.° ¿Mi amiga? (Furioso.) ¡Siempre

por vuestra culpa pierdo! Ésta no es mi amiga.

Ésta es una máscara, una escoba, un perro débil

de sofá.

(Lo desnuda violentamente, le guita el pijama, la peluca y aparece el Hombre 2.° sin barba, con el traje del primer cuadro.)

HOMBRE 2.° ¡Por caridad!

HOMBRE 3.° (A Julieta.) Lo traía disfrazado

para defenderlo de los bandidos. Bésame la

mano, besa la mano de tu protector.

(Aparece el Traje de Pijama con las amapolas. La cara de este personaje es blanca, lisa y comba como un huevo de avestruz. El Hombre 3.° empuja al Hombre 2.° y lo hace desaparecer por la derecha.) HOMBRE 2.° ¡Por caridad!

(El Traje se sienta en las escaleras y golpea lentamente su cara lisa con las manos, hasta el final.) HOMBRE 3.° (Saca del bolsillo una gran capa roja

que pone sobre sus hombros enlazando a Julieta.)

«Mira, amor mío..., qué envidiosas franjas de

luz ribetean las rasgadas nubes allá en el Orien-

te... » El viento quiebra las ramas del ciprés...

JULIETA. ¡No es así!

HOMBRE 3.° ... Y visita en la India a todas las

mujeres que tienen las manos de agua.

CABALLO NEGRO. (Agitando la rueda.) ¡Se va a

cerrar!

JULIETA. ¡Llueve mucho!

HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor.

JULIETA. (Temblando.) ¡El ruiseñor, Dios mío!

¡El ruiseñor... !

CABALLO NEGRO. ¡Que no te sorprenda! (La

coge rápidamente y la tiende en el sepulcro.)

JULIETA. (Durmiéndose.) ¡El ruiseñor...!

CABALLO NEGRO. (Saliendo.) Mañana volveré

con la arena.

JULIETA. Mañana.

HOMBRE 3.° (Junto al sepulcro.) ¡Amor mío,

vuelve! El viento quiebra las hojas de los arces.

¿Qué has hecho? (La abraza.)

VOZ FUERA. ¡Enrique!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique.

EL TRAJE DE BAILARINA. Guillermina. ¡Aca-

bar ya de una vez! (Llora.)

HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el

ruiseñor. (Se oye la bocina. El Hombre 3.° deja la careta sobre el rostro de Julieta y cubre el cuerpo de ésta con la capa roja.) Llueve demasiado. (Abre un

paraguas y sale en silencio sobre las puntas de los pies.)

HOMBRE I.° (Entrando.) Enrique, ¿cómo has

vuelto?

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique, ¿cómo has

vuelto?

HOMBRE I.° ¿Por qué te burlas?

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¿Por qué te burlas?

HOMBRE I.° (Abrazando al Traje.) Tenías que

volver para mí, para mi amor inagotable, des-

pués de haber vencido las hierbas y los caba-

llos.

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¡Los caballos!

HOMBRE I.° ¡Dime, dime que has vuelto por

mí!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz débil.) Ten-

go frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando

goma.

HOMBRE I.° (Abrazándolo con violencia.) ¡Enrique!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz cada vez

más débil.) Enrique.

EL TRAJE DE BAILARINA. (Con voz tenue.) Guillermina.

HOMBRE I.° (Arrojando el Traje al suelo y subien-

do por las escaleras.) ¡Enriqueee!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (En el suelo.) Enri-

queecee.

(La Figura con el rostro de huevo se lo golpea ince-santemente con las manos. Sobre el ruido de la lluvia canta el verdadero ruiseñor.)

Telón

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