Zapatero, Vecina Roja y Niño.
ZAPATERO. (Mirándose en un espejo y contándose las arrugas.) Una, dos, tres, cuatro...
y mil. (Guarda el espejo.) Pero me está muy
bien empleado, sí señor. Porque vamos a ver:
¿por qué me habré casado? Yo debí haber com-
prendido, después de leer tantas novelas, que
las mujeres les gustan a todos los hombres, pe-
ro todos los hombres no les gustan a todas las
mujeres. ¡Con lo bien que yo estaba! Mi herma-
na, mi hermana tiene la culpa, mi hermana que
se empeñó: ¡«que si te vas a quedar solo», que
si qué sé yo! Y esto es mi ruina. ¡Mal rayo parta
a mi hermana, que en paz descanse! (Fuera se
oyen voces.) ¿Qué será?
VECINA ROJA. (En la ventana y con gran brío.
La acompañan sus Hijas vestidas del mismo
color.) Buenas tardes.
ZAPATERO. (Rascándose la cabeza.) Buenas
tardes.
VECINA. Dile a tu mujer que salga. Niñas,
¿queréis no llorar más? ¡Qué salga, a ver si por
delante de mí casca tanto como por detrás!
ZAPATERO. ¡Ay, vecina de mi alma, no me dé usted escándalos, por los clavitos de Nuestro
Señor! ¿Qué quiere usted que yo le haga? Pero
comprenda mi situación: toda la vida temiendo
casarme... porque casarse es una cosa muy se-
ria, y, a última hora, ya lo está usted viendo.
VECINA. ¡Qué lástima de hombre! ¡Cuánto
mejor le hubiera ido a usted casado con gente
de su clase!... estas niñas, pongo por caso, a
otras del pueblo...
ZAPATERO. Y mi casa no es casa. ¡Es un guiri-
gay!
VECINA. ¡Se arranca el alma! Tan buenísima
sombra como ha tenido usted toda su vida.
ZAPATERO. (Mira por si viene su Mujer.) An-
teayer... despedazó el jamón que teníamos
guardado para estas Pascuas y nos lo comimos
entero. Ayer estuvimos todo el día con unas
sopas de huevo y perejil: bueno, pues porque
protesté de esto, me hizo beber tres vasos se-
guidos de leche sin hervir.
VECINA. ¡Qué fiera!
ZAPATERO. Así es, vecinita de mi corazón, que le agradecería en el alma que se retirase.
VECINA. ¡Ay, si viviera su hermana! Aquélla sí
que era...
ZAPATERO. Ya ves... y de camino llévate tus
zapatos que están arreglados. (Por la puerta de
la izquierda asoma la Zapatera, que detrás de la
cortina espía la escena sin ser vista.)
VECINA. (Mimosa.) ¿Cuánto me vas a llevar
por ellos?... Los tiempos van cada vez peor.
ZAPATERO. Lo que tú quieras... Ni que tire
por allí ni que tire por aquí...
VECINA. (Dando en el codo a sus Hijas.)
¿Están bien en dos pesetas?
ZAPATERO. ¡Tú dirás!
VECINA. Vaya... te daré una...
ZAPATERA. (Saliendo furiosa.) ¡Ladrona! (Las
Mujeres chillan y se asustan.) ¿Tienes valor de
robar a este hombre de esa manera? (A su Ma-
rido.) Y tú, ¿dejarte robar? Vengan los zapatos.
Mientras no des por ellos diez pesetas, aquí se
quedan.
VECINA. ¡Lagarta, lagarta!
ZAPATERA. ¡Mucho cuidado con lo que estás
diciendo!
NIÑAS. ¡Ay, vámonos, vámonos, por Dios!
VECINA. Bien despachado vas de mujer, ¡que
te aproveche! (Se van rápidamente. El Zapatero
cierra la ventana y la puerta.)