Aparece por la izquierda el Zapatero. Viste
traje de terciopelo con botones de plata, pan-
talón corto y corbata roja. Se dirige al banquillo.
ZAPATERA. ¡Válgate Dios!
NIÑO. (Asustado.) ¡Ustedes se conserven bien!
¡Hasta la vista! ¡Que sea enhorabuena! ¡Deo
gratias! (Sale corriendo por la calle.)
ZAPATERA. Adiós, hijito. Si hubiera reventado antes de nacer, no estaría pasando estos trabajos y estas tribulaciones. ¡Ay dinero, dinero!, sin
manos y sin ojos debería haberse quedado el
que te inventó.
ZAPATERO. (En el banquillo.) Mujer, ¿qué
estás diciendo...?
ZAPATERA. ¡Lo que a ti no te importa!
ZAPATERO. A mí no me importa nada de na-
da. Ya sé que tengo que aguantarme.
ZAPATERA. También me aguanto yo... piensa
que tengo dieciocho años.
ZAPATERO. Y yo... cincuenta y tres. Por eso
me callo y no me disgusto contigo... ¡demasiado
sé yo!... Trabajo para ti... y sea lo que Dios quie-
ra...
ZAPATERA. (Está de espaldas a su marido y se
vuelve y avanza tierna y conmovida.) Eso no,
hijo mío... ¡no digas...!
ZAPATERO. Pero, ¡ay, si tuviera cuarenta años
o cuarenta y cinco, siquiera...! (Golpea furiosa-
mente un zapato con el martillo.)
ZAPATERA. (Enardecida.) Entonces yo sería tu criada, ¿no es esto? Si una no puede ser buena...
¿Y yo?, ¿es que no valgo nada?
ZAPATERO. Mujer... repórtate.
ZAPATERA. ¿Es que mi frescura y mi cara no
valen todos los dineros de este mundo?
ZAPATERO. Mujer... ¡que te van a oír los veci-
nos!
ZAPATERA. Maldita hora, maldita hora, en
que le hice caso a mi compadre Manuel.
ZAPATERO. ¿Quieres que te eche un refresqui-
to de limón?
ZAPATERA. ¡Ay, tonta, tonta, tonta! (Se golpea
la frente.) Con tan buenos pretendientes como
yo he tenido.
ZAPATERO. (Queriendo suavizar.) Eso dice la
gente.
ZAPATERA. ¿La gente? Por todas partes se
sabe. Lo mejor de estas vegas. Pero el que más
me gustaba a mí de todos era Emiliano... tú lo
conociste... Emiliano, que venía montado en
una jaca negra, llena de borlas y espejitos, con
una varilla de mimbre en su mano y las espue-las de cobre reluciente. ¡Y qué capa traía por el
invierno! ¡Qué vueltas de pana azul y qué
agremanes de seda!
ZAPATERO. Así tuve yo una también... son
unas capas preciosísimas.
ZAPATERA. ¿Tú? ¡Tú qué ibas a tener!... Pero,
¿por qué te haces ilusiones? Un zapatero no se
ha puesto en su vida una prenda de esa clase...
ZAPATERO. Pero, mujer, ¿no estás viendo?...
ZAPATERA. (Interrumpiéndole.) También tuve
otro pretendiente... (El Zapatero golpea fuerte-
mente el zapato.) Aquél era medio señorito...
tendría dieciocho años, ¡se dice muy pronto!
¡Dieciocho años! (El Zapatero se revuelve in-
quieto.)
ZAPATERO. También los tuve yo.
ZAPATERA. Tú no has tenido en tu vida die-
ciocho años... Aquél sí que los tenía y me decía
unas cosas... Verás...
ZAPATERO. (Golpeando furioso.) ¿Te quieres
callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo
soy tu esposo. Estabas pereciendo, sin camisa, ni hogar. ¿Por qué me has querido? ¡Fantasiosa,
fantasiosa, fantasiosa!
ZAPATERA. (Levantándose.) ¡Cállate! No me
hagas hablar más de lo prudente y ponte a tu
obligación. ¡Parece mentira! (Dos Vecinas con
mantilla cruzan la ventana sonriendo.) ¿Quién
me lo iba a decir, viejo pellejo, que me ibas a
dar tal pago? ¡Pégame, si te parece, anda, tíra-
me el martillo!
ZAPATERO. Ay, mujer... no me des escánda-
los, ¡mira que viene la gente! ¡Ay, Dios mío!
(Las dos Vecinas vuelven a cruzar.)
ZAPATERA. Yo me he rebajado. ¡Tonta, tonta,
tonta! Maldito sea mi compadre Manuel, maldi-
tos sean los vecinos, tonta, tonta, tonta. (Sale
golpeándose la cabexa.)