Escena III

Aparece por la izquierda el Zapatero. Viste

traje de terciopelo con botones de plata, pan-

talón corto y corbata roja. Se dirige al banquillo.

ZAPATERA. ¡Válgate Dios!

NIÑO. (Asustado.) ¡Ustedes se conserven bien!

¡Hasta la vista! ¡Que sea enhorabuena! ¡Deo

gratias! (Sale corriendo por la calle.)

ZAPATERA. Adiós, hijito. Si hubiera reventado antes de nacer, no estaría pasando estos trabajos y estas tribulaciones. ¡Ay dinero, dinero!, sin

manos y sin ojos debería haberse quedado el

que te inventó.

ZAPATERO. (En el banquillo.) Mujer, ¿qué

estás diciendo...?

ZAPATERA. ¡Lo que a ti no te importa!

ZAPATERO. A mí no me importa nada de na-

da. Ya sé que tengo que aguantarme.

ZAPATERA. También me aguanto yo... piensa

que tengo dieciocho años.

ZAPATERO. Y yo... cincuenta y tres. Por eso

me callo y no me disgusto contigo... ¡demasiado

sé yo!... Trabajo para ti... y sea lo que Dios quie-

ra...

ZAPATERA. (Está de espaldas a su marido y se

vuelve y avanza tierna y conmovida.) Eso no,

hijo mío... ¡no digas...!

ZAPATERO. Pero, ¡ay, si tuviera cuarenta años

o cuarenta y cinco, siquiera...! (Golpea furiosa-

mente un zapato con el martillo.)

ZAPATERA. (Enardecida.) Entonces yo sería tu criada, ¿no es esto? Si una no puede ser buena...

¿Y yo?, ¿es que no valgo nada?

ZAPATERO. Mujer... repórtate.

ZAPATERA. ¿Es que mi frescura y mi cara no

valen todos los dineros de este mundo?

ZAPATERO. Mujer... ¡que te van a oír los veci-

nos!

ZAPATERA. Maldita hora, maldita hora, en

que le hice caso a mi compadre Manuel.

ZAPATERO. ¿Quieres que te eche un refresqui-

to de limón?

ZAPATERA. ¡Ay, tonta, tonta, tonta! (Se golpea

la frente.) Con tan buenos pretendientes como

yo he tenido.

ZAPATERO. (Queriendo suavizar.) Eso dice la

gente.

ZAPATERA. ¿La gente? Por todas partes se

sabe. Lo mejor de estas vegas. Pero el que más

me gustaba a mí de todos era Emiliano... tú lo

conociste... Emiliano, que venía montado en

una jaca negra, llena de borlas y espejitos, con

una varilla de mimbre en su mano y las espue-las de cobre reluciente. ¡Y qué capa traía por el

invierno! ¡Qué vueltas de pana azul y qué

agremanes de seda!

ZAPATERO. Así tuve yo una también... son

unas capas preciosísimas.

ZAPATERA. ¿Tú? ¡Tú qué ibas a tener!... Pero,

¿por qué te haces ilusiones? Un zapatero no se

ha puesto en su vida una prenda de esa clase...

ZAPATERO. Pero, mujer, ¿no estás viendo?...

ZAPATERA. (Interrumpiéndole.) También tuve

otro pretendiente... (El Zapatero golpea fuerte-

mente el zapato.) Aquél era medio señorito...

tendría dieciocho años, ¡se dice muy pronto!

¡Dieciocho años! (El Zapatero se revuelve in-

quieto.)

ZAPATERO. También los tuve yo.

ZAPATERA. Tú no has tenido en tu vida die-

ciocho años... Aquél sí que los tenía y me decía

unas cosas... Verás...

ZAPATERO. (Golpeando furioso.) ¿Te quieres

callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo

soy tu esposo. Estabas pereciendo, sin camisa, ni hogar. ¿Por qué me has querido? ¡Fantasiosa,

fantasiosa, fantasiosa!

ZAPATERA. (Levantándose.) ¡Cállate! No me

hagas hablar más de lo prudente y ponte a tu

obligación. ¡Parece mentira! (Dos Vecinas con

mantilla cruzan la ventana sonriendo.) ¿Quién

me lo iba a decir, viejo pellejo, que me ibas a

dar tal pago? ¡Pégame, si te parece, anda, tíra-

me el martillo!

ZAPATERO. Ay, mujer... no me des escánda-

los, ¡mira que viene la gente! ¡Ay, Dios mío!

(Las dos Vecinas vuelven a cruzar.)

ZAPATERA. Yo me he rebajado. ¡Tonta, tonta,

tonta! Maldito sea mi compadre Manuel, maldi-

tos sean los vecinos, tonta, tonta, tonta. (Sale

golpeándose la cabexa.)

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