Zapatera y Alcálde.
ALCALDE. Por lo que veo, este niño sabio y
retorcido es la única persona a quien tratas bien
en el pueblo.
ZAPATERA. No pueden ustedes hablar una sola palabra sin ofender... ¿De qué se ríe su
ilustrísima?
ALCALDE. ¡De verte tan hermosa y desperdi-
ciada!
ZAPATERA. ¡Antes un perro! (Le sirve un vaso
de vino.)
ALCALDE. ¡Qué desengaño de mundo! Mu-
chas mujeres he conocido como amapolas, co-
mo rosas de olor... mujeres morenas con los
ojos como tinta de fuego, mujeres que les huele
el pelo a nardos y siempre tienen las manos con
calentura, mujeres cuyo talle se puede abarcar
con estos dos dedos, pero como tú, como tú no
hay nadie. Anteayer estuve enfermo toda la
mañana porque vi tendidas en el prado dos
camisas tuyas con lazos celestes, que era como
verte a ti, zapatera de mi alma.
ZAPATERA. (Estallando furiosa.) Calle usted,
viejísimo, calle usted; con hijas mozuelas y lle-
no de familia no se debe cortejar de esta manera
tan indecente y tan descarada.
ALCALDE. Soy viudo.
ZAPATERA. Y yo casada.
ALCALDE. Pero tu marido te ha dejado y no
volverá, estoy seguro.
ZAPATERA. Yo viviré como si lo tuviera.
ALCALDE. Pues a mí me consta, porque me lo
dijo, que no te quería ni tanto así.
ZAPATERA. Pues a mí me consta que sus cua-
tro señoras, mal rayo las parta, le aborrecían a
muerte.
ALCALDE. (Dando en el suelo con la vara.) ¡Ya
estamos!
ZAPATERA. (Tirando un vaso.) ¡Ya estamos!
(Pausa.)
ALCALDE. (Entre dientes.) Si yo te cogiera por
mi cuenta, ¡vaya si te domaba!
ZAPATERA. (Guasona.) ¿Qué está usted di-
ciendo?
ALCALDE. Nada, pensaba... que si tú fueras
como debías ser, te hubiera enterado que tengo
voluntad y valentía para hacer escritura, delan-
te del notario, de una casa muy hermosa.
ZAPATERA. ¿Y qué?
ALCALDE. Con un estrado que costó cinco mil
reales, con centros de mesa, con cortinas de
brocatel, con espejos de cuerpo entero...
ZAPATERA. ¿Y qué más?
ALCALDE. (Tenoriesco.) Que la casa tiene una
cama con coronación de pájaros y azucenas de
cobre, un jardín con seis palmeras y una fuente
saltadora, pero aguarda, para estar alegre, que
una persona que sé yo se quiera aposentar en
sus salas donde estaría... (Dirigiéndose a la Za-
patera.) Mira, ¡estarías como una reina!
ZAPATERA. (Guasona.) Yo no estoy acostum-
brada a esos lujos. Siéntese usted en el estrado,
métase usted en la cama, mírese usted en los
espejos y póngase con la boca abierta debajo de
las palmeras esperando que le caigan los dáti-
les, que yo de zapatera no me muevo.
ALCALDE. Ni yo de alcalde. Pero que te vayas
enterando que no por mucho despreciar ama-
nece más temprano. (Con retintín.)
ZAPATERA. Y que no me gusta usted ni me gusta nadie del pueblo. ¡Que está usted muy
viejo!
ALCALDE. (Indignado.) Acabaré metiéndote
en la cárcel.
ZAPATERA. ¡Atrévase usted! (Fuera se oye un
toque de trompeta floreado y comiquísimo.)
ALCALDE. ¿Qué será eso?
ZAPATERA. (Alegre y ojiabierta.) ¡Títeres! (Se
golpea las rodillas. Por la ventana cruzan dos
Mujeres.)
VECINA ROJA. ¡Títeres!
VECINA MORADA. ¡Títeres!
NIÑO. (En la ventana.) ¿Traerán monos? ¡Va-
mos!
ZAPATERA. (Al Alcalde.) ¡Yo voy a cerrar la
puerta!
NIÑO. ¡Vienen a tu casa!
ZAPATERA. ¿Sí? (Se acerca a la puerta.)
NIÑO. ¡Míralos!