Escena IX

Zapatero, Zapatera y Niño.

NIÑO. (Entra rápido.) Ahora entraba un grupo de hombres en casa del Alcalde. Voy a ver lo que dicen. (Sale corriendo.)

ZAPATERA. (Valiente.) Pues aquí estoy, si se atreven a venir. Y con serenidad de familia de caballistas, que he cruzado muchas veces la sierra, sin hamugas, a pelo sobre los caballos.

ZAPATERO. ¿Y no flaqueará algún día su for- taleza?

ZAPATERA. Nunca se rinde la que, como yo, está sostenida por el amor y la honradez. Soy capaz de seguir así hasta que se me vuelva cana toda mi mata de pelo.

ZAPATERO. (Conmovido y avanzando hacia ella.) Ay...

ZAPATERA. ¿Qué le pasa?

ZAPATERO. Me emociono.

ZAPATERA. Mire usted, tengo a todo el pueblo encima, quieren venir a matarme, y sin embar- go no tengo ningún miedo. La navaja se contes- ta con la navaja y el palo con el palo, pero cuando de noche cierro esa puerta y me voy sola a mi cama... me da una pena... ¡qué pena! ¡Y paso unas sofocaciones!. . Que cruje la cómoda: ¡un susto! Que suenan con el aguacero lós cristales del ventanillo, ¡otro susto! Que yo sola meneo sin querer las perinolas de la cama, ¡susto doble! Y todo esto no es más que el mie- do a la soledad donde están los fantasmas, que yo no he visto porque no los he querido ver, pero que vieron mi madre y mi abuela y todas las mujeres de mi familia que han tenido ojos en la cara.

ZAPATERO. ¿Y por qué no cambia de vida?

ZAPATERA. ¿Pero usted está en su juicio? ¿Qué voy a hacer? ¿Dónde voy así? Aquí estoy y Dios dirá. (Fuera y muy lejanos se oyen murmurllos y aplausos.)

ZAPATERO. Yo lo siento mucho, pero tengo que emprender mi camino antes que la noche se me eche encima. ¿Cuánto debo? (Coge el cartelón.)

ZAPATERA. Nada.

ZAPATERO. No transijo.

ZAPATERA. Lo comido por lo servido. j

ZAPATERO. Muchas gracias. (Triste se carga el cartelón.) Entonces, adiós... para toda la vida, porque a mi edad... (Está conmovido.)

ZAPATERA. (Reaccionando.) Yo no quisiera despedirme así. Yo soy mucho más alegre. (En voz clara.) Buen hombre, Dios quiera que en- cuentre usted a su mujer, para que vuelva a vivir con el cuido y la decencia a que estaba acostumbrado. (Está conmovida.)

ZAPATERO. Igualmente le digo de su esposo. Pero usted ya sabe que el mundo es reducido, ¿qué quiere que le diga si por casualidad me lo encuentro en mis caminatas?

ZAPATERA. Dígale usted que lo adoro.

ZAPATERO. (Acercándose.) ¿Y qué más?

ZAPATERA. Que a pesar de sus cincuenta y tantos años, benditísimos cincuenta años, me resulta más juncal y torerillo que todos los hombres del mundo.

ZAPATERO. ¡Niña, qué primor! ¡Le quiere usted tanto como yo a mi mujer!

ZAPATERA. ¡Muchísimo más!

ZAPATERO. No es posible. Yo soy como un perrillo y mi mujer manda en el castillo, ¡pero que mande! Tiene más sentimiento que yo. (Está cerca de ella y como adorándola.)

ZAPATERA. Y no se le olvide decirle que lo espero, que el invierno tiene las noches largas.

ZAPATERO. Entonces, ¿lo recibiría usted bien?

ZAPATERA. Como si fuera el rey y la reina juntos.

ZAPATERO. (Temblando.) ¿Y si por casualidad llegara ahora mismo?

ZAPATERA. ¡Me volvería loca de alegría!

ZAPATERO. ¿Le perdonaría su locura?

ZAPATERA. ¡Cuanto tiempo hace que se la perdoné!

ZAPATERO. ¿Quiere usted que llegue ahora mismo?

ZAPATERA. ¡Ay, si viniera!

ZAPATERO. (Gritando.) ¡Pues aquí está!

ZAPATERA. ¿Qué está usted diciendo?

ZAPATERO. (Quitándose las gafas y el dis- fraz.) ¡Que ya no puedo más! ¡Zapatera de mi corazón! (La Zapatera está como loca, con los brazos separados del cuerpo. El Zapatero abra- za a la Zapatera y ésta lo mira fijamente en me- dio de su crisis. Fuera se oye claramente un run-run de coplas.)

VOZ. (Dentro.) La señora zapatera al marcharse su marido ha montado una taberna donde acude el señorío.

ZAPATERA. (Reaccionando.) Pillo, gránujá, tunante, canalla! ¿Lo oyes? ¡Por tu culpa! (Tira las sillas.)

ZAPATERO. (Emocionado dirigiéndose al banquillo.) ¡Mujer de mi corazón!

ZAPATERA. ¡Corremundos! ¡Ay, cómo me alegro de que hayas venido! ¡Qué vida te voy a dar! ¡Ni la Inquisición! ¡Ni los templarios de Roma!

ZAPATERO. (En el banquillo.) ¡Casa de mi felicidad! (Las coplas se oyen cerquísima, los Vecinos aparecen en la ventana.)

VOCES. (Dentro.) Quién te compra zapatera el paño de tus vestidos y esas chambras de batista con encajes de bolillos. Ya la corteja el alcalde, ya la corteja don Mirlo. Zapatera, zapatera, ¡zapatera te has lucido!

ZAPATERA. ¡Qué desgraciada soy! ¡Con este hombre que Dios me ha dado! (Yendo a la puerta.) ¡Callarse largos de lengua, judíos colo- rados! Y venid, venid ahora, si queréis. Ya so- mos dos a defender mi casa, ¡dos! ¡dos! yo y mi marido. (Dirigiéndose al Marido.) ¡Con este pillo, con este granuja! (El ruido de las coplas llena la escena. Una campana rompe a tocar lejana y furiosamente.)

Telón

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