Demonio

Quia tu es Deus, fortitudo mea,

quare me sepulisti?

et quare tristis incedo dum

affligit me inimicus?

Honda luz cegadora de materia crujiente,

luz oblicua de espadas y mercurio de estrella,

anunciaban el cuerpo sin amor que llegaba

por todas las esquinas del abierto domingo.

Forma de la belleza sin nostalgias ni sueño.

Rumor de superficies libertadas y locas.

Medula de presente. Seguridad fingida

de flotar sobre el agua con el torso de mármol.

Cuerpo de la belleza que late y que se escapa.

Un momento de venas y ternura de ombligo.

Amor entre paredes y besos limitados,

con el miedo seguro de la meta encendida.

Bello de luz, oriente de la mano que palpa.

Vendaval y mancebo de rizos y moluscos.

Fuego para la carne sensible que se quema.

Níquel para el sollozo que busca a Dios volando.

Las nubes proyectaban sombras de cocodrilo

sobre un cielo incoloro batido por motores.

Altas esquinas grises y letras encendidas

señalaban las tiendas del enemigo Bello.

No es la mujer desnuda ni el duro adolescente

ni el corazón clavado con besos y lancetas.

No es el dueño de todos los caballos del mundo

ni descubrir el anca musical de la luna.

El encanto secreto del enemigo es otro.

Permanecer. Quedarse en la luz del instante.

Permanecer clavados en su belleza triste

y evitar la inocencia de las aguas nacidas.

Que al balido reciente y a la flor desnortada

y a los senos sin huellas de la monja dormida

responda negro toro de límites maduros

con la flor de un momento sin pudor ni mañana.

Para vencer la carne del enemigo bello,

mágico prodigioso de fuegos y colores,

das tu cuerpo celeste y tu sangre divina

en este Sacramento definido que canto.

Desciendes a la materia para hacerte visible

a los ojos que observan tu vida renovada

y vences sin espadas, en unidad sencilla,

al enemigo bello de las mil calidades.

¡Alegrísimo Dios! ¡Alegrísima Forma!

Aleluya reciente de todas las mañanas.

Misterio facilísimo de razón o de sueño,

si es fácil la belleza visible de la rosa.

Aleluya, aleluya del zapato y la nieve.

Alba pura de acantos en la mano incompleta.

Aleluya, aleluya de la norma y punto

sobre los cuatro vientos sin afán deportivo.

Lanza tu Sacramento semillas de alegría

contra los perdigones de dolor del Demonio,

y en el estéril valle de luz y roca pura

la aguja de la flauta rompe un ángel de vidrio.

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