SOLEDAD PRIMERA (PARTE I)

Era del año la estación florida

En que el mentido robador de Europa

-Media luna las armas de su frente,

Y el Sol todos los rayos de su pelo-,

Luciente honor del cielo,

En campos de zafiro pace estrellas,

Cuando el que ministrar podía la copa

A Júpiter mejor que el garzón de Ida,

-Náufrago y desdeñado, sobre ausente-,

Lagrimosas de amor dulces querellas

Da al mar; que condolido,

Fue a las ondas, fue al viento

El mísero gemido,

Segundo de Arïón dulce instrumento.

Del siempre en la montaña opuesto pino

Al enemigo Noto

Piadoso miembro roto

-Breve tabla- delfín no fue pequeño

Al inconsiderado peregrino

Que a una Libia de ondas su camino

Fió, y su vida a un leño.

Del Océano, pues, antes sorbido,

Y luego vomitado

No lejos de un escollo coronado

De secos juncos, de calientes plumas

-Alga todo y espumas-

Halló hospitalidad donde halló nido

De Júplter el ave.

Besa la arena, y de la rota nave

Aquella parte poca

Que le expuso en la playa dio a la roca;

Que aun se dejan las peñas

Lisonjear de agradecidas señas.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido

Océano ha bebido

Restituir le hace a las arenas;

Y al Sol le extiende luego,

Que, lamiéndole apenas

Su dulce lengua de templado fuego, Lento lo embiste, y con suave estilo

La menor onda chupa al menor hilo.

No bien, pues, de su luz los horizontes

-Que hacían desigual, confusamente,

Montes de agua y piélagos de montes-

Desdorados los siente,

Cuando -entregado el mísero extranjero

En lo que ya del mar redimió fiero-

Entre espinas crepúsculos pisando,

Riscos que aun igualara mal, volando,

Veloz, intrépida ala,

-Menos cansado que confuso- escala.

Vencida al fin la cumbre

-Del mar siempre sonante,

De la muda campaña

Árbitro igual e inexpugnable muro-,

Con pie ya más seguro

Declina al vacilante

Breve esplendor de mal distinta lumbre:

Farol de una cabaña

Que sobre el ferro está, en aquel incierto Golfo de sombras anunciando el puerto.

«Rayos -les dice- ya que no de Leda

Trémulos hijos, sed de mi fortuna

Término luminoso.» Y -recelando

De invidïosa bárbara arboleda

Interposición, cuando

De vientos no conjuración alguna-

Cual, haciendo el villano

La fragosa montaña fácil llano,

Atento sigue aquella

-Aun a pesar de las tinieblas bella,

Aun a pesar de las estrellas clara-

Piedra, indigna tïara

-Si tradición apócrifa no miente-

De animal tenebroso cuya frente

Carro es brillante de nocturno día:

Tal, diligente, el paso

El joven apresura,

Midiendo la espesura

Con igual pie que el raso,

Fijo -a despecho de la niebla fría-

En el carbunclo, Norte de su aguja,

O el Austro brame o la arboleda cruja.

El can ya, vigilante,

Convoca, despidiendo al caminante;

Y la que desviada

Luz poca pareció, tanta es vecina,

Que yace en ella la robusta encina,

Mariposa en cenizas desatada.

Llegó, pues, el mancebo, y saludado,

Sin ambición, sin pompa de palabras,

De los conducidores fue de cabras,

Que a Vulcano tenían coronado:

«¡Oh bienaventurado

Albergue a cualquier hora,

Templo de Pales, alquería de Flora!

No moderno artificio

Borró designios, bosquejó modelos,

Al cóncavo ajustando de los cielos El sublime edificio;

Retamas sobre robre

Tu fábrica son pobre,

Do guarda, en vez de acero,

La inocencia al cabrero

Más que el silbo al ganado.

¡Oh bienaventurado

Albergue a cualquier hora!

»No en ti la ambición mora

Hidrópica de viento,

Ni la que su alimento

El áspid es gitano;

No la que, en bulto comenzando humano,

Acaba en mortal fiera,

Esfinge bachillera,

Que hace hoy a Narciso

Ecos solicitar, desdeñar fuentes;

Ni la que en salvas gasta impertinentes

La pólvora del tiempo más preciso:

Ceremonia profana

Que la sinceridad burla villana Sobre el corvo cayado.

¡Oh bienaventurado

Albergue a cualquier hora!

»Tus umbrales ignora

La adulación, Sirena

De reales palacios, cuya arena

Besó ya tanto leño:

Trofeos dulces de un canoro sueño,

No a la soberbia está aquí la mentira

Dorándole los pies, en cuanto gira

La esfera de sus plumas,

Ni de los rayos baja a las espumas

Favor de cera alado.

¡Oh bienaventurado

Albergue a cualquier hora!»

No, pues, de aquella sierra -engendradora

Más de fierezas que de cortesía-

La gente parecía

Que hospedó al forastero

Con pecho igual de aquel candor primero, Que, en las selvas contento,

Tienda el frexno le dio, el robre alimento.

Limpio sayal en vez de blanco lino

Cubrió el cuadrado pino;

Y en boj, aunque rebelde, a quien el torno Forma elegante dio sin culto adorno,

Leche que exprimir vio la Alba aquel día

-Mientras perdían con ella

Los blancos lilios de su frente bella-,

Gruesa le dan y fría,

Impenetrable casi a la cuchara,

Del viejo Alcimedón invención rara.

El que de cabras fue dos veces ciento

Esposo casi un lustro -cuyo diente

No perdonó a racimo aun en la frente

De Baco, cuanto más en su sarmiento

(Triunfador siempre de celosas lides,

Le coronó el Amor; mas rival tierno,

Breve de barba y duro no de cuerno,

Redimió con su muerte tantas vides)-, Servido ya en cecina,

Purpúreos hilos es de grana fina.

Sobre corchos después, más regalado

Sueño le solicitan pieles blandas

Que al Príncipe entre Holandas

Púrpura Tiria o Milanés brocado.

No de humosos vinos agravado

Es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre

De ponderosa vana pesadumbre

Es, cuanto más despierto, más burlado.

De trompa militar no, o destemplado

Son de cajas, fue el sueño interrumpido;

De can sí, embravecido

Contra la seca hoja

Que el viento repeló a alguna coscoja.

Durmió, y recuerda al fin cuando las aves

-Esquilas dulces de sonora pluma

Señas dieron suaves

Del Alba al Sol, que el pabellón de espuma

Dejó, y en su carroza

Rayó el verde obelisco de la choza.

Agradecido, pues, el peregrino,

Deja el albergue y sale acompañado

De quien lo lleva donde, levantado,

Distante pocos pasos del camino,

Imperïoso mira la campaña

Un escollo, apacible galería,

Que festivo teatro fue algún día

De cuantos pisan, Faunos, la montaña.

Llegó, y a vista tanta

Obedeciendo la dudosa planta,

Inmóvil se quedó sobre un lentisco,

Verde balcón del agradable risco.

Si mucho poco mapa le despliega,

Mucho es más lo que, nieblas desatando,

Confunde el Sol y la distancia niega.

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