SOLEDAD SEGUNDA (PARTE V)

Rebelde ninfa, humilde ahora caña,

Los márgenes oculta

De una laguna breve,

A quien doral consulta

Aun el copo más leve

De su volante nieve.

Ocioso, pues, o de su fin presago,

Los filos con el pico prevenía

De cuanto sus dos alas aquel día

Al viento esgrimirán cuchillo vago.

La turba aun no del apacible lago Las orlas inquïeta,

Que tímido perdona a sus cristales

El doral. Despedida no saeta

De nervios partos igualar presuma

Sus puntas desiguales,

Que en vano podrá pluma

Vestir un leño como viste un ala.

Puesto en tiempo, corona, si no escala,

Las nubes -desmintiendo

Su libertad el grillo torneado

Que en sonoro metal lo va siguiendo-

Un baharí templado,

A quien el mismo escollo

-A pesar de sus pinos, eminente-

El primer vello le concedió pollo,

Que al Betis las primeras ondas fuente.

No sólo, no, del pájaro pendiente,

Las caladas registra el peregrino,

Mas del terreno cuenta cristalino

Los juncos más pequeños,

Verdes hilos de ajófares risueños.

Rápido al español alado mira

Peinar el aire por cardar el vuelo,

Cuya vestida nieve anima un hielo

Que torpe a unos carrizos lo retira,

Infieles por raros,

Si firmes no por trémulos reparos.

Penetra, pues, sus inconstantes senos,

Estimándolos menos

Entredichos que el viento;

Mas a su daño el escuadrón atento,

Expulso le remite a quien en suma

Un grillo y otro enmudeció en su pluma.

Cobrado el baharí, en su propio luto,

O el insulto acusaba precedente,

O entre la verde hierba

Avara escondía cuerva

Purpúreo caracol, émulo bruto

Del rubí más ardiente,

Cuando, solicitada del ruido,

El nácar a las flores fía torcido,

Y con siniestra voz convoca cuanta

Negra de cuervas suma

Infamó la verdura con su pluma,

Con su número el Sol. En sombra tanta

Alas desplegó Ascálafo prolijas,

Verde poso ocupando,

Que de césped ya blando,

Jaspe lo han hecho duro blancas guijas.

Más tardó en desplegar sus plumas graves

El deforme fiscal de Proserpina,

Que en desatarse, al polo ya vecina,

La disonante niebla de las aves;

Diez a diez se calaron, ciento a ciento,

Al oro intuitivo, invidïado

Deste género alado,

Si como ingrato no, como avariento,

Que a las estrellas hoy del firmamento

Se atreviera su vuelo

En cuanto ojos del cielo.

Poca palestra la región vacía

De tanta invidia era,

Mientras, desenlazado la cimera,

Restituyen el día

A un girifalte, boreal arpía,

Que, despreciando la mentida nube,

A luz más cierta sube,

Cénit ya de la turba fugitiva.

Auxilïar taladra el aire luego

Un duro sacre, en globos no de fuego,

En oblicuos sí engaños

Mintiendo remisión a las que huyen,

Si la distancia es mucha:

Griego al fin. Una en tanto, que de arriba Descendió fulminada en poco humo,

Apenas el latón segundo escucha,

Que del inferïor peligro al sumo

Apela, entre los trópicos grifaños

Que su eclíptica incluyen,

Repitiendo confusa

Lo que tímida excusa.

Breve esfera de viento,

Negra circunvestida piel, al duro

Alterno impulso de valientes palas,

La avecilla parece,

En el de muros líquidos que ofrece

Corredor el diáfano elemento

Al gémino rigor, en cuyas alas

Su vista libra toda el extranjero.

Tirano el sacre de lo menos puro

Desta primer región, sañudo espera

La desplumada ya, la breve esfera,

Que, a un bote corvo del fatal acero,

Dejó al viento, si no restituido,

Heredado en el último graznido.

Destos pendientes agradables casos

Vencida se apeó la vista apenas,

Que del batel, cosido con la playa,

Cuantos da la cansada turba pasos, Tantos en las arenas

El remo perezosamente raya,

A la solicitud de una atalaya

Atento, a quien doctrina ya cetrera

Llamó catarribera.

Ruda en esto política, agregados

Tan mal ofrece como construidos

Bucólicos albergues, si no flacas

Piscatorias barracas,

Que pacen campos, que penetran senos,

De las ondas no menos

Aquéllos perdonados

Que de la tierra éstos admitidos.

Pollos, si de las propias no vestidos,

De las maternas plumas abrigados,

Vecinos eran destas alquerías,

Mientras ocupan a sus naturales,

Glauco en las aguas, y en las hierbas Pales.

¡Oh cuántas cometer piraterías Un corsario intentó y otro volante

-Uno y otro rapaz digo milano-,

Bien que todas en vano,

Contra la infantería, que pïante

En su madre se esconde, donde halla

Voz que es trompeta, pluma que es muralla.

A media rienda en tanto el anhelante

Caballo -que el ardiente sudor niega

En cuantas le densó nieblas su aliento-

A los indignos de ser muros llega

Céspedes, de las ovas mal atados.

Aunque ociosos, no menos fatigados,

Quejándose venían sobre el guante

Los raudos torbellinos de Noruega.

Con sordo luego estrépito despliega

-Injuria de la luz, horror del viento-

Sus alas el testigo que en prolija

Desconfianza a la sicana diosa

Dejó sin dulce hija

Y a la estigia deidad con bella esposa.

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