SOLEDAD SEGUNDA (PARTE IV)

¡Oh del ave de Júpiter vendado

Pollo -si alado, no, lince sin vista-

Político rapaz, cuya prudente

Disposición especuló estadista

Clarísimo ninguno

De los que el reino muran de Neptuno!

¡Cuán dulces te adjudicas ocasiones

Para favorecer, no a dos supremos

De los volubles polos ciudadanos,

Sino a dos entre cáñamo garzones!

¿Por qué? Por escultores quizá vanos

De tantos de tu madre bultos canos

Cuantas al mar espumas dan sus remos.

Al peregrino por tu causa vemos

Alcázares dejar, donde, excedida

De la sublimidad la vista, apela

Para su hermosura;

En que la arquitectura

A la geometría se rebela,

Jaspes calzada y pórfidos vestida.

Pobre choza, de redes impedida,

Entra ahora, ¡y lo dejas!

¡Vuela, rapaz, y, plumas dando a quejas,

Los dos reduce al uno y otro leño,

Mientras perdona tu rigor al sueño!

Las horas ya, de números vestidas,

Al bayo, cuando no esplendor overo

Del luminoso tiro, las pendientes

Ponían de crisólitos lucientes,

Coyundas impedidas,

Mientras de su barraca el extranjero

Dulcemente salía despedido

A la barquilla, donde le esperaban

A un remo cada joven ofrecido.

Dejaron, pues, las azotadas rocas

Que mal las ondas lavan

Del livor aun purpúreo de las focas,

Y de la firme tierra el heno blando

Con las palas segando

En la cumbre modesta

De una desigualdad del horizonte,

Que deja de ser monte

Por ser culta floresta,

Antiguo descubrieron blanco muro,

Por sus piedras no menos

Que por su edad majestuosa cano;

Mármol al fin tan por lo pario puro,

Que al peregrino sus ocultos senos

Negar pudiera en vano.

Cuantas del océano

El Sol trenzas desata

Contaba en los rayados capiteles,

Que -espejos, aunque esféricos, fieles-

Bruñidos eran óvalos de plata.

La admiración que al arte se le debe,

Áncora del batel fue, perdonando

Poco a lo fuerte, y a lo bello nada

Del edificio, cuando

Ronca les salteó trompa sonante,

Al principio distante,

Vecina luego, pero siempre incierta.

Llave de la alta puerta

El duro son -vencido el foso breve-

Levadiza ofreció puente no leve,

Tropa inquïeta contra el aire armada,

Lisonja, si confusa, regulada

Su orden de la vista, y del oído

Su agradable ruido,

Verde, no mudo coro

De cazadores era,

Cuyo número indigna la ribera.

Al Sol levantó apenas la ancha frente

El veloz hijo ardiente

Del céfiro lascivo

-Cuya fecunda madre al genitivo

Soplo vistiendo miembros, Guadalete

Florida ambrosía al viento dio jinete-,

Que a mucho humo abriendo

La fogosa nariz, en un sonoro

Relincho y otro saludó sus rayos, Los overos, si no esplendores bayos,

Que conducen el día,

Les responden, la eclíptica ascendiendo.

Entre el confuso, pues, celoso estruendo

De los caballos, ruda hace armonía,

Cuanta la generosa cetrería,

Desde la Mauritania a la Noruega,

Insidia ceba alada,

Sin luz, no siempre ciega,

Sin libertad, no siempre aprisionada,

Que a ver el día vuelve

Las veces que, en fiado al viento dada,

Repite su prisión y al viento absuelve,

El neblí, que, relámpago su pluma,

Rayo su garra, su ignorado nido,

O lo esconde el Olimpo o densa es nube

Que pisa, cuando sube

Tras la garza argentada, el pie de espuma.

El sacre, las del Noto alas vestido, Sangriento chiprïota, aunque nacido

Con las palomas, Venus, de tu carro.

El girifalte, escándalo bizarro

Del aire, honor robusto de Gelanda,

Si bien jayán de cuanto rapaz vuela,

Corvo acero su pie, flaca pihuela

De piel lo impide blanda.

El baharí, a quien fue en España cuna

Del Pirineo la ceniza verde

O la alta basa que el océano muerde

De la egipcia coluna.

La delicia volante

De cuantos ciñen líbico turbante,

El borní, cuya ala

En los campos tal vez de Melïona

Galán siguió valiente, fatigando

Tímida liebre, cuando,

Itempestiva salteó leona

La melionesa gala,

Que de trágica escena

Mucho teatro hizo poca arena.

Tú, infestador, en nuestra Europa nuevo,

De las aves nacido, aleto, donde

Entre las conchas hoy del Sur esconde

Sus muchos años Febo,

¿Debes por dicha cebo?

¿Templarte supo, di, bárbara mano

Al insultar los aires? Yo lo dudo,

Que al precïosamente inca desnudo

Y al de plumas vestido mejicano,

Fraude vulgar, no industria generosa,

Del águila les dio a la mariposa.

De un mancebo serrano

El duro brazo débil hace junco,

Examinando con el pico adunco

Sus pardas plumas, el azor britano,

Tardo, mas generoso

Terror de tu sobrino ingenïoso,

Ya invidia tuya, Dédalo, ave ahora, Cuyo pie tiria púrpura colora.

Grave, de perezosas plumas globo,

Que a luz le condenó incierta la ira

Del bello de la estigia deidad robo,

Desde el guante hasta el hombre a un joven cela:

Esta emulación, pues, de cuanto vuela

Por dos topacios bellos con que mira,

Término torpe era

De pompa tan ligera.

Can, de lanas prolijo, que animoso

Buzo será, bien de profunda ría,

Bien de serena playa,

Cuando la fulminada prisión caya

Del neblí -a cuyo vuelo,

Tan vecino a su cielo,

El Cisne perdonara, luminoso-,

Número y confusión gimiendo hacía

En la vistosa laja para él grave:

Que aun de seda no hay vínculo süave.

En sangre claro, y en persona augusto,

Si en miembros no robusto,

Príncipe les sucede, abrevïada

En modestia civil real grandeza.

La espumosa del Betis ligereza

Bebió no sólo, mas la desatada

Majestad en sus ondas, el luciente

Caballo que colérico mordía

El oro que süave lo enfrenaba,

Arrogante, y no ya por las que daba

Estrellas su cerúlea piel al día,

Sino por lo que siente

De esclarecido y aun de soberano

En la rienda que besa la alta mano,

De cetro digna.

Lúbrica no tanto

Culebra se desliza tortuosa

Por el pendiente calvo escollo, cuanto

La escuadra descendía presurosa

Por el peinado cerro a la campaña, Que al mar debe con término prescripto

Más sabandijas de cristal que a Egipto

Horrores deja el Nilo que lo baña.

Share on Twitter Share on Facebook