¡Oh del ave de Júpiter vendado
Pollo -si alado, no, lince sin vista-
Político rapaz, cuya prudente
Disposición especuló estadista
Clarísimo ninguno
De los que el reino muran de Neptuno!
¡Cuán dulces te adjudicas ocasiones
Para favorecer, no a dos supremos
De los volubles polos ciudadanos,
Sino a dos entre cáñamo garzones!
¿Por qué? Por escultores quizá vanos
De tantos de tu madre bultos canos
Cuantas al mar espumas dan sus remos.
Al peregrino por tu causa vemos
Alcázares dejar, donde, excedida
De la sublimidad la vista, apela
Para su hermosura;
En que la arquitectura
A la geometría se rebela,
Jaspes calzada y pórfidos vestida.
Pobre choza, de redes impedida,
Entra ahora, ¡y lo dejas!
¡Vuela, rapaz, y, plumas dando a quejas,
Los dos reduce al uno y otro leño,
Mientras perdona tu rigor al sueño!
Las horas ya, de números vestidas,
Al bayo, cuando no esplendor overo
Del luminoso tiro, las pendientes
Ponían de crisólitos lucientes,
Coyundas impedidas,
Mientras de su barraca el extranjero
Dulcemente salía despedido
A la barquilla, donde le esperaban
A un remo cada joven ofrecido.
Dejaron, pues, las azotadas rocas
Que mal las ondas lavan
Del livor aun purpúreo de las focas,
Y de la firme tierra el heno blando
Con las palas segando
En la cumbre modesta
De una desigualdad del horizonte,
Que deja de ser monte
Por ser culta floresta,
Antiguo descubrieron blanco muro,
Por sus piedras no menos
Que por su edad majestuosa cano;
Mármol al fin tan por lo pario puro,
Que al peregrino sus ocultos senos
Negar pudiera en vano.
Cuantas del océano
El Sol trenzas desata
Contaba en los rayados capiteles,
Que -espejos, aunque esféricos, fieles-
Bruñidos eran óvalos de plata.
La admiración que al arte se le debe,
Áncora del batel fue, perdonando
Poco a lo fuerte, y a lo bello nada
Del edificio, cuando
Ronca les salteó trompa sonante,
Al principio distante,
Vecina luego, pero siempre incierta.
Llave de la alta puerta
El duro son -vencido el foso breve-
Levadiza ofreció puente no leve,
Tropa inquïeta contra el aire armada,
Lisonja, si confusa, regulada
Su orden de la vista, y del oído
Su agradable ruido,
Verde, no mudo coro
De cazadores era,
Cuyo número indigna la ribera.
Al Sol levantó apenas la ancha frente
El veloz hijo ardiente
Del céfiro lascivo
-Cuya fecunda madre al genitivo
Soplo vistiendo miembros, Guadalete
Florida ambrosía al viento dio jinete-,
Que a mucho humo abriendo
La fogosa nariz, en un sonoro
Relincho y otro saludó sus rayos, Los overos, si no esplendores bayos,
Que conducen el día,
Les responden, la eclíptica ascendiendo.
Entre el confuso, pues, celoso estruendo
De los caballos, ruda hace armonía,
Cuanta la generosa cetrería,
Desde la Mauritania a la Noruega,
Insidia ceba alada,
Sin luz, no siempre ciega,
Sin libertad, no siempre aprisionada,
Que a ver el día vuelve
Las veces que, en fiado al viento dada,
Repite su prisión y al viento absuelve,
El neblí, que, relámpago su pluma,
Rayo su garra, su ignorado nido,
O lo esconde el Olimpo o densa es nube
Que pisa, cuando sube
Tras la garza argentada, el pie de espuma.
El sacre, las del Noto alas vestido, Sangriento chiprïota, aunque nacido
Con las palomas, Venus, de tu carro.
El girifalte, escándalo bizarro
Del aire, honor robusto de Gelanda,
Si bien jayán de cuanto rapaz vuela,
Corvo acero su pie, flaca pihuela
De piel lo impide blanda.
El baharí, a quien fue en España cuna
Del Pirineo la ceniza verde
O la alta basa que el océano muerde
De la egipcia coluna.
La delicia volante
De cuantos ciñen líbico turbante,
El borní, cuya ala
En los campos tal vez de Melïona
Galán siguió valiente, fatigando
Tímida liebre, cuando,
Itempestiva salteó leona
La melionesa gala,
Que de trágica escena
Mucho teatro hizo poca arena.
Tú, infestador, en nuestra Europa nuevo,
De las aves nacido, aleto, donde
Entre las conchas hoy del Sur esconde
Sus muchos años Febo,
¿Debes por dicha cebo?
¿Templarte supo, di, bárbara mano
Al insultar los aires? Yo lo dudo,
Que al precïosamente inca desnudo
Y al de plumas vestido mejicano,
Fraude vulgar, no industria generosa,
Del águila les dio a la mariposa.
De un mancebo serrano
El duro brazo débil hace junco,
Examinando con el pico adunco
Sus pardas plumas, el azor britano,
Tardo, mas generoso
Terror de tu sobrino ingenïoso,
Ya invidia tuya, Dédalo, ave ahora, Cuyo pie tiria púrpura colora.
Grave, de perezosas plumas globo,
Que a luz le condenó incierta la ira
Del bello de la estigia deidad robo,
Desde el guante hasta el hombre a un joven cela:
Esta emulación, pues, de cuanto vuela
Por dos topacios bellos con que mira,
Término torpe era
De pompa tan ligera.
Can, de lanas prolijo, que animoso
Buzo será, bien de profunda ría,
Bien de serena playa,
Cuando la fulminada prisión caya
Del neblí -a cuyo vuelo,
Tan vecino a su cielo,
El Cisne perdonara, luminoso-,
Número y confusión gimiendo hacía
En la vistosa laja para él grave:
Que aun de seda no hay vínculo süave.
En sangre claro, y en persona augusto,
Si en miembros no robusto,
Príncipe les sucede, abrevïada
En modestia civil real grandeza.
La espumosa del Betis ligereza
Bebió no sólo, mas la desatada
Majestad en sus ondas, el luciente
Caballo que colérico mordía
El oro que süave lo enfrenaba,
Arrogante, y no ya por las que daba
Estrellas su cerúlea piel al día,
Sino por lo que siente
De esclarecido y aun de soberano
En la rienda que besa la alta mano,
De cetro digna.
Lúbrica no tanto
Culebra se desliza tortuosa
Por el pendiente calvo escollo, cuanto
La escuadra descendía presurosa
Por el peinado cerro a la campaña, Que al mar debe con término prescripto
Más sabandijas de cristal que a Egipto
Horrores deja el Nilo que lo baña.