Prólogo

El Padre Baltasar Gracián y Morales nació en Belmonte, aldea de la ciudad de Calatayud, el 8 de Enero de 1601, de casa y familia infanzona. Tuvo por hermanos al P. Felipe Gracián, Clérigo Menor, Asistente de su Religión en Roma; al P. Fr. Pedro Gracián, Trinitario, que murió en la flor de su edad; al P. Fr. Raimundo Gracián, Carmelita Descalzo. Varones todos religiosos y literatos, como se ve en su Arte de Ingenio y Agudeza, Disc. 20, 13, 32 y 53. En el 25 dice que el se crió en Toledo en casa de su tío el Licenciado Antonio Gracián. Enseñó en la Compañía de Jesús letras humanas, filosofía y teología con el crédito que puede suponerse.

Exacto religioso, celoso en los cargos de su profesión, grande orador, sabio filósofo, discreto, ingenioso y agudo sobre todo encarecimiento. Tan dulce y suave en el numen poético como en la ciencia y en la práctica del gobierno.

Tuvo por íntimos amigos á Manuel de Salinas, á Francisco Andrés de Ustarroz, el Solitario, y al famoso anticuario oscense Vincencio Juan de Lastanosa, el cual, según testimonio de su hijo Vincencio Antonio, publicó en Huesca las obras de Gracián contra la voluntad de su autor.

Fué Rector del Colegio de Tarragona y murió en el de Tarazona el 6 de Diciembre de 1658, de edad de cincuenta y ocho años.

Al pie del retrato del P. Gracián, que se hallaba en el claustro del Colegio de los PP. Jesuitas de Calatayud, y que hoy posee D. Félix Sanz de Larrea y reproducimos en esta edición, se lee:

”P. Balthasar Gracian ut iam ab ortu emineret in Bellomonte natus est prope Bilbilim, confinis Martiali patria, proximus ingenio, ut profunderet adhuc xristianas argutias Bilbilis, quae poene exhausta videbatur in aethnicis. Ergo augens natale ingenium innato acumine, scripsit Artem ingenii et arte fecit scibile, quod scibiles facit artes. Scripsit item Artem prudentiae et á se ipso artem didicit. Scripsit Oraculum et voces suas protulit. Scripsit Disertum ut se ipsum describeret Et ut scriberet Heroem heroica patravit. Haec et alia eius scripta Mecenates Reges habuerunt, Iudicem admirationem, Lectorem Mundum, Tipographum Aeternitatem. Philippus 4ª saepe illius argutias inter prandium versabat, ne deficerent sales regiis dapibus. Sed qui plausus excitaverat calamo, deditus Missionibus excitavit planctus verbo, excitaturus desiderium in morte, qua raptus est 6 Decemb. 1658, sed aliquando extinctus aeternum lucebit.„

Las obras de Gracián son:

1. El Criticón. Primera Parte en la Primavera de la Niñez y en el Estío de la Juventud. En Madrid 1650. Publicólo antes D. Vincencio Juan de Lastanosa, amigo del autor, como escribe D. Vincencio Antonio de Lastanosa, hijo de aquel insigne literato y anticuario, en su manuscrito Habilitación de las Musas. Lo mismo hizo con la segunda y tercera partes.

2. El Criticón. Segunda Parte. Juiciosa y cortesana Filosofía en el Otoño de la Varonil edad. En Huesca por Juan Nogués, 1653.

3. El Criticón. Tercera Parte. En el Invierno de la Vejez. En Huesca 1653.

Las tres partes de El Criticón se imprimieron en dos tomos en Madrid 1664 por Pablo de Val y en Barcelona el mismo año por Antonio Lacavallería.

4. El Héroe. En Madrid 1630. En Huesca publicado por Lastanosa en 1637.

5. Agudeza y Arte de Ingenio. Imprimióse en Huesca dos veces, años de 1648 y 1649.

6. El Discreto. Publicólo Lastanosa en Hueca 1645. Se reimprimió en Bruselas, 1665.

7. El Político Don Fernando el Católico, publicado por Lastanosa en Zaragoza, año de 1640.

8. Oráculo Manual y Arte de Prudencia, sacado de los Aforismos de las Obras de Lorenzo Gracián. Diólo á luz Lastanosa en Huesca, año de 1647, edición que se desconoce; hay otra anterior á la de Madrid de 1653.

9. Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Comunión, que salieron con el nombre de su autor, siendo Catedrático de Escritura, con el título de Comulgatorio y se imprimió en Zaragoza el 1655.

10. Máximas del P. Baltasar Gracián con respuestas á los Críticos del Hombre Universal, que se estampo en París.

11. El Varón Atento, de que hace mención el autor en el Arte de Ingenio y en el Discreto.

12. Selvas de todo el año en verso, que se publicaron por primera vez con las demás obras en Barcelona, 1734.

13. Diversos Poemas, que corren divididos.

Juntas todas estas obras se publicaron más tarde varias veces dentro y fuera de España, entre ellas en Madrid por Pablo de Val, en dos tomos, año 1664, Barcelona 1664, Amberes 1725, Barcelona 1757, Madrid 1773.

En todas ellas, en vez de su propio nombre Baltasar, salió el de Lorenzo Gracián, no se sabe la causa. Tal vez lo puso su editor Lastanosa, ya que las publicaba á disgusto de la modestia de su autor y aludiendo á S. Lorenzo, natural de Huesca.

Bien definió el vulgo el que lo definió: ”El vulgo no es otra cosa, que una sinagoga de ignorantes presumidos y que hablan más de las cosas, cuanto menos las entienden.„ Y no miréis al vestido ni á los zapatos para tener á uno por del vulgo. ”Aunque sea un príncipe, en no sabiendo las cosas y queriéndose meter á hablar dellas, á dar su voto en lo que no sabe ni tiene, al punto se declara hombre vulgar y plebeyo„. De estos hombres vulgares, que pasan por sabios y sónlo á veces en otros cosas, escribió el mismo autor: ”Si dan en alabar á uno, si una vez cobra fama, aunque se eche después á dormir, él ha de ser un gran hombre. Aunque ensarte después cien mil disparates, dicen que son sutilezas y que es la primera cosa del mundo. Todo es que den en celebrarle. Y por el contrario, á otros, que estarán muy despiertos, haciendo cosas grandes, dicen que duermen y que nada saben„.

Esto último le sucedió al autor de los renglones aquí citados, al satírico más hondo que ha criado España, al ignorado Baltasar Gracián. Por nebuloso e incomprensible se le califica, aunque ingenioso y sutil. Sin que yo ni nadie alcance á casar estos dos extremos de ingenioso e incomprensible, de sutil y nebuloso. Porque si la sutileza y el ingenio no sirven para ver y hacer ver claramente las cosas, sino antes para verlas y hacerlas incomprensibles y nebulosas, son una bien triste cualidad.

Lo que hay es que tan excelso ingenio como el de Gracián vuela muy alto para el vulgo, y el vulgo, según la definición que de él mismo hemos visto, abraza á más personajes, no solo personillas, de lo que parece.

Yo apuesto que, si aquí asiento que Quevedo es mucho menos hondo, más superficial, menos filósofo que Gracián, los más de mis lectores lo echarán á exageración. Perdonen esos lectores, por muchos que sean, que les meta en la docena de ese vulgo y que me atreva á apuntarles, con todo el respeto que les debo, pero con toda la sinceridad que no menos les debo á ellos y me debo á mí mismo, que juzgan de Gracián y de Quevedo por lo que han oído, no por propio juicio: lo cual es cabalmente lo propio del vulgo.

¿Que alaban, que desalaban? ”Hablaba uno por boca de ganso y otro murmuraba con hocico de puerco„, repetiré con el mismo Gracián. El cual, como escondido jesuíta, que escribía en su rincón, sin meter la bulla que Quevedo, es para mí, sin quitarle nada á Quevedo, más grande que él; aunque para el vulgo fuera uno de los que dormían y sólo era sonado por su Agudeza y Arte de ingenio. El vulgo trompeteó esta obra de arte filosófico y no entendió ni pregonó El Criticón, obra de filosofía artística. En la una se muestra filósofo tratando acerca de la retórica y del arte, en la otra se muestra artista y escritor consumado tratando acerca de la más honda filosofía.

Quevedo, dice Farinelli, es inferior á Gracián en la profundidad, en la energía, en la originalidad del pensamiento filosófico. Quevedo tiene ideas geniales, que parecen y desaparecen como relámpagos. Gracián tiene ideas completas, fijas, duraderas. Quevedo toca sin penetrar, lleva consigo gran parte de la ciencia escolástica, se apoya con preferencia en otras autoridades, sacrifica voluntariamente su propio juicio, su razón y su lógica, sofoca el escepticismo al nacer en su ánimo, apenas se le pone la infalible e indiscutible tradición católica. No conoce ni regla ni sistema. Tiene menor capacidad y firmeza de pensamiento que Gracián y á la vez menos gusto. En Quevedo hay exuberancia de fantasía, en Gracián de reflexión. Quevedo es más poeta, Gracián más filósofo.

Hago mio el juicio que él mismo da de Quevedo, en el cual se verá como escribía el filósofo aragonés: ”Acertó á sacar unas (hojas) de tal calidad, que al mismo punto los circunstantes las apetecieron y unos las mascaban, otros las molían y estaban todo el día sin parar, aplicando el polvo á las narices. —Basta, dijo: que estas hojas de Quevedo son como las del tabaco, de más vicio que provecho, más para reir que para aprovechar. „

Las hojas de El Criticón ni las han apetecido ni menos mascado las gentes vulgares: son más para aprovechar y llorar, que para reir y enviciar las narices. Schopenhauer, que buscaba el provecho y el lloro, no el vicio ni la risa, fué el primero que las alabó y de ellas se aprovechó. Los españoles ”abrazan todos los estranjeros, pero no estiman los propios„ . Bien ha sido menester venga un alemán á descubrirnos al vulgo de los españoles lo que no sabíamos apreciar.

Gracias que en el correr de los siglos el vulgo se hunde e hinca el pico para siempre jamás y los que verdaderamente entienden, por poquísimos que sean, con el andar de la Historia van haciéndose muchos y sus escritos siguen hablando á las nuevas generaciones. Es el triunfo, que el tiempo da á la verdad, encargándose á la vez de ir tapando la boca al vulgacho, harto de oirle vocear necedades los pocos días que de vida le concede.

Alcanza el mal sino hasta á los más esclarecidos ingenios. Pocos tan desconocidos y olvidados como el gran filósofo aragonés, con ser bien pocos los que en España y aun, fuera de ella puedan serle comparados. Fué demasiado hombre para un tiempo en que el ingenio español había bastardeado en ingeniosidad de bambolla, de palabrería huera, de burbujas de jabón. El culteranismo, el gongorismo carcomía y tranzaba el recio y frondoso árbol de la literatura.

Cada hombre es, en la mitad por lo menos, hijo de su tiempo. Gracián, arrastrado por la ley de naturaleza, también iba á serlo. Metióse á retórico, como los demás; pero, como no era cual los demás, sin dejar de ser de su tiempo, sobrepujó á todos y, en vez del culteranismo palabrero y hueco, sin sustancia, su obra retórica ensalzo lo único de bueno y verdadero, que en aquella desviación del gusto literario yacía sin echarlo nadie de ver, la Agudeza y Arte de ingenio. Dote, ciertamente del arte de escribir; pero que los tiempos aquellos le hicieron creer á Gracián era la única ó principal. En esto estuvo el error, que para mí más ha de atribuirse á su siglo, que al autor mismo. Todos le reconocieron como un maestro; aunque su escuela distaba tanto de la Góngora como el alma del cuerpo, la sustancia del accidente, el concepto de la palabra: era la escuela conceptista, de la ingeniosidad del pensamiento, harto diferente de la fantasmagórica del retruécano, del puro juego de palabras, de la extravagancia de la metáfora.

Aun en su yerro fué grande.

Pusiéronle en las nubes y, cuando quiso aplicar su penetración, erudición, experiencia y maravillosas dotes de pensador á una obra honda de crítica moral, ya nadie le entendió. Andaban á pájaros y no vieron al gran filósofo, la cabeza baja, la mano en la mejilla. Hablaba como sabio á necios. El gusto se desvahaba en nubes sin sustancia.

Medio siglo después llegó el seudo-clasicismo de Francia con su regla y compás, con su tijera, hecha á recortar los evónimos y boneteros de los jardines de Versalles. Al cesto fueron de un golpe cuantos libros se habían escrito y leído en España durante dos centurias, por no compasarse con tan menguado compás y regla. A vueltas iban también los feos y raquíticos tomos de El Criticón, infamemente salidos de las prensas de Huesca y que no había leído nadie.

Pero en sonando que suene una vez la voz del ingenio, tarde ó temprano recude de una u otra parte. Esta vez recudió de Alemania. Cristiano Enrico Postel en su epístola De linguae Hispanae difficultate, elegantia et utilitate, llamaba á fines del siglo XVII á Gracián ”unicus„, ”summus„, anadiendo: ”Huius viri sunt libri, quibus in eo genere orbis terrarum nil maius vidit. In stylo enim illo nemo tersior, in phrasibus nemo uberior, in metaphoris nemo iudiciosior, in maiestate nemo sublimior, in allusionibus nemo felicior.„ En Alemania cayó la semilla de El Criticón como en tierra bien aparejada y dió sus frutos en los grandes pensadores que la ilustraron. Ha tratado este asunto Karl Borinski en su obra Baltasar Gracián und die Hofliteratur in Deutschland, Halle 1894. Obra que además dió pie al gran erudito italiano y devotísimo de las cosas españolas Arturo Farinelli para escribir en la Revista crítica de historia y literatura españolas, portuguesas e hispano-americanas (año I, n. 2) un estudio crítico sobre Gracián, tan acabado, que harto mejor partido fuera haberlo puesto aquí en lugar de este malaliñado prólogo. Tomémosle al menos sus últimas palabras.

”No ha sido gloria pequeña de Gracián la de haber cautivado, en el atormentadísimo siglo que ahora baja al sepulcro, el corazón y la fantasía de Schopenhauer, el grande escudriñador pesimista de las quimeras humanas. Ni Gracián siquiera, el jesuíta solitario, apartado siempre de los torbellinos del mundo, destilando de su cerebro y de la sabiduría de sus libros favoritos la ciencia de la vida, la ciencia del hombre, que expuso con sagacidad deslumbradora en breves tratados y en la alegoría verdaderamente inmortal de El Criticón, el moralista agudo y amargo, convencido de la vanidad inmensa de todas las cosas humanas, ni Gracián, digo, hubiera soñado, aun en los más halagadores sueños, llegar á tal punto con sus doctrinas y fecundar, á la distancia de dos siglos, la ciencia y la experiencia de otros geniales pensadores.„

”¿Puede llegar á más nuestra desdicha?, decía Feijóo en 1751. O por mejor decir, puede llegar á más nuestro oprobio, que el que los mismos extranjeros nos den en rostro con la desestimación de nuestros escogidos autores?„—Si, había que responderle. La desdicha de los españoles del siglo XX llega más allá. Sin el menor sonrojo han oído á los sabios alemanes e italianos, ingleses y franceses echárselo en cara, se han encogido de hombros y no han pensado en abrir El Criticón, de Gracián. Y hablo no de la plebe: para la plebe no son las obras de los grandes pensadores. ¿Cuántas personas cultas, cuántos literatos lo han leído? Cada uno de mis lectores sabe de sí. ¡Qué extraño es nos vengan después con que no ha habido pensamiento ni pensadores en España! No ha faltado quien ha dicho sobre el particular la última palabra de la desidia española: ¡Rarezas de Schopenhauer! Así se ha respondido á la frase aquella del famoso filósofo alemán, escribiendo á Keil en 1832: ”Mi escritor favorito es este filosófico Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo. De buena gana lo traduciría, si hallara un editor para imprimirlo.„

Las fuentes de donde bebió Gracián fueron tantas, que enzarzada tarea echará sobre sí el que emprenda comentarlo. Hombre de variadísima lectura, escudriñó en su lengua original los grandes pensadores griegos y romanos, el enjambre de políticos y moralistas, que se dieron en España durante los siglos XVI y XVII y, sobre todo, los más famosos entre los italianos. Aprovechóse de Platón, Aristóteles, Plutarco, Luciano, Tácito, Marcial y Séneca, entre los clásicos; de Guevara, Fox Morcillo (Regni Regisque institutione, 1556), Ginés de Sepúlveda (De Regno et Regis officiis, 1571 ), Juan de Torres (Filosofía moral de príncipes, 1576), Alonso de Barros (Filosofía cortesana moralizada, 1587), C. de Bobadilla (Política para corregidores y señores de vasallos en tiempos de paz y de guerra, 1597), M. de Carvalho (Espejos de Príncipes y Ministros, 1598), Juan Márquez (El Gobernador cristiano, 1612), Juan de Salazar (Política española, 1619), Francisco de Barreda (El mejor Príncipe Trajano Augusto, 1622), Claudio Clemente (Machiavellismus iugulatus, 1637), Diego Niseno (El gran padre de los creyentes Abrahan, El Político del cielo, 1636-8), Mariana (De Rege), Agustín de Rojas (Buen repúblico), Jose Micheli Márquez (Deleite y amargura de las dos cortes, celestial y terrena, 1642), Quevedo, Antonio López de Vega, Pedro Fernández de Navarrete, Juan Eusebio Nieremberg, Vera y Zúñiga, Padilla Manrique (Idea de nobles y sus desempeños en aforismos, 1637-44), Antonio Pérez (Norte de príncipes, Aforismos), Saavedra Fajardo, Alonso de Ledesma, etc., etc., de entre los españoles; del Petrarca, Boscan, Maquiavelo, Alciato, Giovio, Doni, Guicciardini, Bentivoglio, Birago, Siri, y, sobre todo, de Malvezzi, Botero y Boccalini, entre los italianos.

Pero ”el mejor libro del mundo es el mismo mundo„, decía el mismo Gracián. Sus amigos Ustarroz, Lastanosa, Manuel de Salinas, llevábanle libros, que nunca hartaban su sed de leer; empero el hondo conocimiento del mundo, que supo pintar como nadie, los desengaños de la vida, la infelicidad humana en los vaivenes de la fortuna y hasta en sus más soterradas raíces, los disparates de los hombres, el reinado de la injusticia señoreándolo todo, la verdadera sabiduría, que desprecia los bienes aparentes y se yergue armada de valor y ceñido el corazón de santa saña para pelear oponiendo la milicia á la malicia, sin dejarse vencer á vista del poder del mal, todo eso no lo aprendió Gracián en los libros, que en los libros nadie lo aprendió; sino en las misiones á que á veces se dedicó, en la soledad y apartamiento á tiempos de los hombres, en la viva penetración de su poderosa inteligencia, en la nobleza y reciura aragonesa de su corazón.

Y en esto se parece á Nietzsche, más bien que á los grandes pesimistas Spinoza, Leopardi, Schopenhauer y Hartmann, de cuya filosofía dice con razón Farinelli ser la de Gracián el primer eslabón de la cadena. No se abate ni se somete y rinde el fiero aragonés á la resignación ni al quietismo, no quiere sufrir ni tolerar tan triste destino; sino que salta colérico, afila sus armas y se lanza denodado á la lucha de la vida, porque sabe que sólo el héroe, el esforzado combatiente, alcanza la victoria.

¿Cómo el hombre tiene que acometer á sus enemigos en la vida, cuáles cualidades del ánimo y del entendimiento tiene que desarrollar con preferencia, en cuál manera debe guiar su frágil navecilla en este borrascoso mar para llegar seguro al puerto, al sosiego deseado, á la quietud y al descanso? Tal es el problema, en cuya solución empeñó Gracián su pluma, intentando formar el varón perfecto y acabado, que se levante sobre el vulgo, discreto en el pensar, ingenioso en el decir, héroe en el obrar.

Si realismo es llevar al arte lo que hay de hecho en la realidad, aunque tamizado por el cerebro del artista, Gracián nada tiene de artista realista. No trae nada de fuera; lo saca de dentro, de su poderosa imaginación. Todos son símbolos, virtudes, vicios, cualidades personificadas, ya en personajes históricos, ya en puramente fantásticos. Las escenas en que tercian estos personajes simbólicos no son menos hijas de la fantasía de Gracián. Con todo es tal la preñez de realidad y de vida, que en la cabeza de este filósofo y artista soberano engendra personajes y escenas de pura fantasía, que bullen y hablan como si fueran personas de carne y hueso, solo que condensan los vicios, las virtudes, los conceptos abstractos, como no pudieran condensarlos los personajes reales. Es artista, no de fuera adentro, como los realistas; sino de dentro á fuera, como los verdaderos filósofos.

Pero para Platón lo únicamente real son las ideas, de las cuales los hombres y las cosas son puras sombras, que de ellas participan y por ellas son y viven, como viven y son las sombras por reflejar los seres reales. Los personajes de Gracián no son otros que las ideas platónicas y en este sentido más reales que los de los artistas realistas. No son condensaciones teatrales, muñecos tiesos, movidos siempre por resorte y torpe, esquinudamente, porque no parece han salido de la condensación de las cualidades de los seres vivos en un seco concepto; sino que metidos esos seres en la fragua del ingenio filosófico de Gracián, han brotado de ella en su primitiva forma de ideas platónicas, anteriores á la realidad.

Este simbolismo lo aprendió Gracián, según me sospecho, en la Cárcel de Amor, sobre todo, en Guzmán de Alfarache, donde hizo alguna vez primoroso alarde del genero Mateo Alemán. Por eso llamó al escritor sevillano el escritor aragonés ”el mejor y más clásico español„ .

Es Gracián el continuador de Seneca, de Mateo Alemán y de Quevedo, como satírico moralista; pero diferenciase de todos ellos por haber buscado más en lo hondo, sacando como personajes de su obra las puras ideas platónicas y dádoles con todo eso vida en un diálogo tan vivo y real como el Guzmán de Alfarache, obra de filósofo realista de fuera adentro. Tan variado y ligero es Gracián en su Criticón, como en sus Sueños es Quevedo, tan sentencioso y dogmático como en sus Epístolas Séneca. Gana á Séneca en lo ceñido, escultural y hondo de los dictámenes, á Mateo Alemán en el mismo realismo al modo dicho, á Quevedo en lo macizo, sistemático y escéptico de las doctrinas, á todos tres en la profundidad filosófica.

Óigase el juicio de Menéndez y Pelayo: ”Talento de estilista de primer orden, maleado por la decadencia literaria, pero así y todo, el segundo de aquel siglo en originalidad de invenciones fantástico-alegóricas, en estro satírico, en alcance moral, en bizarría de expresiones nuevas y pintorescas, en humorismo profundo y de ley, en vida y movimiento y efervescencia continua, de imaginación tan varia, tan amena, tan prolífica, sobre todo en su Criticón, que verdaderamente maravilla y deslumbra, atando de pies y manos el juicio, sorprendido por las raras ocurrencias y excentricidades del autor, que pudo no tener gusto, pero que derrochó un caudal de ingenio como para ciento.„

Este juicio del maestro me parece atinado, si al llamarle el segundo de su siglo miraba á Cervantes, como al primero de él; pero no, si miraba á Quevedo. Tampoco admito lo del mal gusto ni las excentricidades tratándose de El Criticón, aunque si tratándose de algunas otras de sus obras.

Algo, muy poco, de la falsa bambolla, propia del tiempo, empana alguna que otra vez el mismo Criticón; pero fuera de esto, el estilo es claro y transparente, como no suele serlo en sus obrillas menudas de estilo puramente sentencioso, y el lenguaje tan castizo y rico en modismos y rodeos castellanos como el de Cervantes, Mateo Alemán y Quevedo.

Cuanto á la profundidad de concepción de la obra total, á la fuerza y amargor de la sátira de la sociedad, al escudriñamiento de las almas y al conocimiento del mundo y de la vida, de lo cual nada dice Menéndez y Pelayo, no sólo es para mí El Criticón la obra mas grande escrita en España, pero acaso en el mundo entero.

”Más obran quintas esencias, que fárragos„, decía Gracián, y verdaderamente sus obras son quintas esencias. Gran artista de la palabra, maestro del arte de hablar le creyeron sus contemporáneos, y de hecho El Criticón es un raudal bullente y despeñado, que salta de un solo chorro y corre por entre peñascales sin el menor tropiezo, arrollándolo todo y cual si deslizase por un cauce de arena. Pero no es raudal de retorico desfrenado, no es folla ni soniquete huero; es raudad quintesenciado de acendradísimo oro, donde no huelga una frase ni desdice un pensamiento de la más elevada filosofía. Cada Crisi es un estudio acabado con maestría sin igual y las Crisis Van creciendo en importancia cada vez mayor, y el teatro de la vida humana ensanchándose y las negras tintas, que sombrean las miserias de los hombres ennegreciéndose y ensombreciéndose por momentos. Las más profundas sentencias de los mayores pensadores han desaguado en El Criticón; pero hánse revestido de una tan nueva y desusada forma, hánse concentrado en un tan fuerte elixir, que están desconocidas y nos muestran el poder de aquel asombroso cerebro, que como ningún otro alcanzaba á alquitarar la expresión y dar espíritu á los pensamientos.

Era incapaz un tan hondo filósofo de aderezar una novela, por filosófica que fuese, metiendo en una acción y en unos personajes particulares la filosofía de la vida, como ella verbeneaba en su cabeza; tuvo que vaciar esa filosofía en símbolos condensados, en matrices de novelas, en un cuadro fantasmagórico de tanto alcance, que puede servir de clave á todas las novelas de hechos particulares, que artistas menos preñados de pensamientos y de más vagar que este pensador, verdaderamente volcánico, saben tomar de la realidad y describir despaciosamente.

Torno a repetirlo: Baltasar Gracián es el más grande pensador de la raza hispana y uno de los grandes pensadores de la humanidad. Leed El Criticón y lo veréis.

JULIO CEJADOR.

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