Los mismos sacerdotes me iban leyendo en un libro el catálogo de nombres de 330 reyes posteriores a Menes. En tan larga serie de tantas generaciones se contaban 18 reyes etíopes, una reina egipcia y los demás reyes egipcios también. El nombre de aquella reina única era Nitocris, el mismo que tenía la otra reina de Babilonia, y de ella contaban que recibida la corona de mano de los egipcios, que habían quitado la vida a su hermano, supo vengarse de los regicidas por medio de un ardid. Mandó fabricar una larga habitación subterránea, con el pretexto de dejar un monumento de nueva invención; y bajo este color, con una mira bien diversa, convidó a un nuevo banquete a muchos de los egipcios que sabía haber sido motores y principales cómplices en la alevosa muerte de su hermano. Sentados ya a la mesa, en medio del convite dio orden que se introdujese el río en la fábrica subterránea por un conducto grande que estaba oculto. A este acto de la reina añadían el de haberse precipitado en seguida por sí misma dentro de una estancia llena de ceniza a fin de no ser castigada por los egipcios.