Llega Menelao al Egipto, sube río arriba hasta Menfis, y hace una sincera narración de todo lo sucedido. Proteo no solo lo hospeda en casa y regala magníficamente, sino que le restituye su Helena sin desdoro en su honor, y sus tesoros sin pérdida ni menoscabo. Mas a pesar de tantas honras y favores como allí recibió Menelao, no dejó de ser ingrato y aun malvado con los egipcios, pues no pudiendo salir del puerto, como deseaba, por serle contrario los vientos, y viendo que duraba mucho la tempestad, se valió para aplacarla de un modo cruel y abominable, que fue tomar dos niños hijos de unos naturales del Egipto, partirlos en trozos y sacrificarlos a los vientos. Sabido el impío sacrificio y la inhumanidad de Menelao, huyó éste con sus naves hacia Libia, abominado y perseguido por los egipcios. Qué rumbo desde allí siguiese, no pudieron decírmelo; pero añadían que lo referido, parte lo sabían de oídas, parte lo vieron por sus ojos, y que de todo podían ser fieles testigos; y he aquí lo que en suma me refirieron los sacerdotes egipcios.