Pero dejemos cantar a Homero, y mentir a los versos ciprios; que no es poeta quien no sabe fingir. Preguntados por mí los sacerdotes sobre si era fábula lo que cuentan los griegos de la guerra de Troya, me contestaron con la siguiente narración, que decían haber salido de boca del mismo Menelao, de quien se tomaron en el país noticias del suceso: Después del rapto de Helena, una armada griega poderosa había pasado a la Teucrida para auxiliar a Menelao y hacer valer sus pretensiones. Los griegos, saltando en tierra y atrincherados en sus reales, ante todo enviaron a Ilión sus embajadores en compañía del mismo Melenao, quienes, introducidos dentro de la plaza, pidieron se les restituyera Helena y los tesoros que en su rapto les había hurtado Alejandro, y que se les diera al mismo tiempo cabal satisfacción de la injuria por él cometida; pero los Troyanos, entonces y después, siempre que fueron requeridos, de palabra y con juramentos respondían que no tenían en su ciudad a Helena, ni en su poder los tesoros mencionados; que aquella y éstos se hallaban detenidos en Egipto, y que no parecía justo ni razonable salir responsables y garantes de las prendas que el rey egipcio tenía interceptadas. Los griegos, tomando la respuesta por un nuevo engaño con que se les quería insultar, no levantaron el sitio puesto a la ciudad hasta tomarla a a fuerza; mas después de tomada la plaza, no pareciendo Helena, y oyendo siempre la misma relación de los Troyanos, se convencieron al cabo de lo que decían y de la verdad del suceso, y enviaron a Menelao para que se presentase a Proteo.