En los convites que se dan entre la gente rica y regalada se guarda la costumbre de que acabada la comida pase uno alrededor de los convidados, presentándoles en un pequeño ataúd una estatua de madera de un codo o de dos a lo más, tan perfecta, que en el aire y color remeda al vivo un cadáver, y diciendo de paso a cada uno de ellos al presentársela y enseñarla: «¿No le ves? mírale bien: come y bebe y huelga ahora, que muerto no has de ser otra cosa que lo que ves.» Costumbre es esta, como he dicho, en los espléndidos banquetes.