CXXXII

De resultas, pues, de la cura del rey, se le puso a Democedes una gran casa en Susa, y se lo dio cubierto en la mesa real, como comensal honorario de Darío, de suerte que nada le hubiese que dado que desear, si no lo trajera molestado siempre el deseo de volver a su querida Grecia. No había otro hombre ni otro privado como Democedes para el rey, de cuyo favor se valió especialmente en dos casos; el uno cuando logró con su mediación que el rey perdonase la vida a sus médicos de Egipto, a quienes por haber sido vencidos en competencia con el griego había condenado Darío a ser empalados; el otro cuando obtuvo la libertad para cierto adivino Eleo, a quien veía confundido y maltratado con los demás esclavos que habían sido de la comitiva de Polícrates.

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