Llegado el octavo mes de su reinado, descubrióse la impostura del mago del siguiente modo: Otanes, hijo de Farnaspes, señor muy principal que ni en nobleza ni menos en riqueza cedía a ninguno de los grandes de Persia, fue el primero que vino poco a poco a sospechar dentro de si que el monarca reinante era Esmerdis el Mago, y no el hijo de Ciro. En dos razones fundaba su sospecha: una en que el rey nunca salía del recinto de la ciudad; otra en que jamás admitía a su presencia ningún persa de alguna consideración, y movido de esta idea y recelo, aplicóse muy de propósito a averiguar la verdad del caso. Fedima, hija de Otanes, había sido antes una de las mujeres de Cambises, y continuaba entonces en serlo del mago, encerrada en el serrallo del rey, con todas las demás que fueron de su antecesor. Envía, pues, Otanes un mensaje a su hija pidiéndole le diga si el rey con quien ella duerme es Esmerdis, hijo de Ciro, o algún otro personaje; a lo cual manda ella contestar que ignora con quien duerme, puesto que nunca antes había visto al príncipe Esmerdis, ni sabe al presente quién sea su marido. Envíale Otanes segundo recado en estos términos: —«Mujer, pues que no conoces al hijo de Ciro, puedes al menos preguntar a la princesa Atosa con qué marido, así ella como tú, estáis casadas, pues que Atosa no puede menos de conocer bien a su mismo hermano, el infante Esmerdis.» —«Pues qué, replicó Fedima a su padre, ¿puedo abocarme con Atosa, ni verme con ninguna de las mujeres del serrallo? Apenas este rey, sea quien quiera, tomó posesión de la corona, se nos separó al punto unas de otras, cada cual en su propio aposento.»