LXXII

Cuando Otanes vio a Darío tan resuelto y pronto a la ejecución, hablóle otra vez así: —«Ahora bien, Darío, ya que nos obligas, y aun fuerzas, aquí de improviso sin dejarnos respirar un punto a que emprendamos esta hazaña, dinos asimismo por vida de los dioses: ¿cómo hemos de penetrar en palacio para dejarnos caer de golpe sobre ellos? Bien sabes tú o por haberlos visto con tus ojos, o haberlo mil veces oído, cómo están allí apostados por orden los centinelas. Dinos, pues: ¿cómo podremos pasar por medio de ellos? —¿Cómo? responde Darío, ¿no sabes, Otanes, que la intrepidez hace ver ejecutadas muchas cosas antes que la razón las mire como posibles? ¿Que otras al contrario da por hechas la razón que no puede cumplir el brazo más robusto? Creedme, fuera reparos y temores; nada más fácil para nosotros que penetrar por medio de esos centinelas apostados, parte porque ni uno de ellos habrá que no nos ceda el paso, siendo los personajes que somos en la Persia, pues los unos lo harán por respeto, y otros quizá por miedo; parte por no faltarme un especioso pretexto con que logremos el paso libre con decir que recién llegado de Persia traigo de parte de mi padre un importante negocio que tratar de palabra con el soberano. Mentiré sin duda diciéndolo; pero bueno es mentir si lo pide el asunto, pues a mi ver el que miente y el que dice verdad van entrambos al mismo fin de atender a su provecho. Miente el uno porque con el engaño espera adelantar sus negocios: dice verdad el otro para conseguir algo, cebando con ella a los demás para que le fíen mejor sus intereses. En suma, con la verdad y la mentira procuran todos su utilidad; de suerte que creo que si nada se interesara en ello la gente, todo este aparato de palabras se lo llevaría el aire, y tan falso fuera el hombre más veraz, como veraz el más falso del universo. Vamos al caso: al portero y guardia de palacio que cortés y atento nos ceda el paso, sabremos después agradecérselo y pagárselo bien; al que haciéndonos frente tuviere la osadía, de negarnos la entrada, le trataremos allí mismo como a enemigo; y empezando por él las hostilidades, avanzaremos animosos al ataque de palacio.

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