Después de este discurso, toma Gobrias la palabra: —«Amigos, les dice, trátase ahora de nuestro honor; nada más glorioso a nuestras personas que recobrar el imperio perdido o morir en la demanda si no pudiésemos salir con ella. ¿Pues qué, nosotros los persas hemos de ser vasallos de un medo, súbditos de un mago, siervos de un criminal infame y con las orejas cortadas? Bien podéis acordaros los que conmigo os hallasteis presentes al último discurso del enfermo y moribundo Cambises, no dirá de los encargos y mandas que nos hizo, sino de las horrendas maldiciones de que nos cargó, si después de su muerte no procurábamos recobrar el imperio usurpado. Verdad es que nosotros, temerosos de que no fuera su arenga una calumnia contra Esmerdis, su hermano, no acabamos de darle el crédito que merecía. Ahora repito que me conforme con el parecer de Darío, y añado que nadie salga de esta junta sino para ir en derechura a desocupar el palacio, y a deshacernos luego del mago.» Dijo, y todos a una voz siguieron el voto de Gobrias.