No se hizo rogar Prejaspes, diciendo estar pronto para ello. Llaman, pues, los magos a los persas para aquella asamblea del reino, y mandan a aquél, que puesto sobre una almena les hable desde allí. Entonces el honrado Prejaspes, olvidándose de propósito de lo que los magos le habían pedido, toma desde Aquemenes el exordio de su arenga, va deslindando la ascendencia de Ciro que de él venía, pondera al llegar aquí lo mucho que debe al gran Ciro la nación de los persas, y, concluido su elogio, sigue llanamente diciendo la verdad, confesando que la había antes encubierto por no poder decirla a su salvo y sin que le costase caro; pero que había llegado ya la hora para declarar, según lo exigía su conciencia, el gran misterio del palacio de Susa. Confesó, en efecto, que obligado por Cambises, él mismo había sido antes el verdugo del príncipe real Esmerdis, hijo de Ciro; y que los magos eran entonces los soberanos del imperio. Concluyó por fin descargando sobre los persas las más horrendas imprecaciones, si dejando a los magos sin la debida venganza no volvían a señorearse del mando. Y diciendo estas últimas palabras, se arroja desde lo alto del alcázar cabeza abajo. Así, Prejaspes, honrado en vida, murió como persa bueno y leal.