LXXXIII

Dados los tres referidos pareceres, los cuatro votos que restaban del septemvirato se declararon por el de Darío. Otanes, que deseaba introducir el gobierno popular y derechos iguales para todos los persas, no habiendo conseguido sustento, les habló de nuevo en estos términos: —«Visto está, compañeros míos, que algunos de los que aquí estamos obtendrá la corona, o bien se la de la suerte, o bien la elección de la nación a cuyo arbitrio la dejemos, o bien por cualquiera otra vía que recaiga en su cabeza. Pues yo renuncio desde ahora el derecho de pretenderla, ni entro en concurso, persistiendo en no querer ni mandar como rey, ni ser mandado como súbdito. Cedo todo el derecho que pudiera pretender, pero cedo con la expresa condición de no estar jamás yo ni alguno de mis descendientes a las órdenes del soberano.» Hecha tal propuesta, que fue admitida luego por los seis confederados bajo aquella restricción, salió Otanes del congreso; y en efecto, sola su familia se mantiene hasta hoy día libre e independiente entre los persas, pues se lo manda únicamente en cuanto ella no lo rehusa, no faltando por otra parte a las leyes del estado persiano.

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